Cargaba consigo algunas sábanas que Gilda le había pedido llevar al cuarto de lavado. Desde que habían vuelto de Goldy Pond, Gilda le echaba un ojo y siempre procuraba que ella se encontrase bien.
Además de que se sentía mejor, luego de estar echada en cama casi 4 semanas y andar con muletas, otra vez.
Sonrió divertida.
Mientras iba en su camino al cuarto de lavado, escuchó una melodía. Aquello sonaba como la que mamá solía cantar para ellos cuando iba a dormirlos en sus primeros años, no pudo evitar tener un sentimiento de nostalgia.
Dejó asentada la canasta con las sábanas, buscando de donde provenía la melodía. La escuchó más cerca, por la cocina. Se asomó, sorprendiéndose de quien era el autor de todo.
Ray cortaba tranquilamente unas verduras mientras tarareaba la canción de su progenitora. Tan concentrado estaba, que no notó como Emma estaba detrás suyo, asomándose por su espalda.
- ¿Esa melodía es de mamá? – se exaltó, y por un momento casi se rebana el dedo. Miró a la pelirroja con molestia, ella rió de forma nerviosa, rascándose la nuca. – Lo siento.
El pelinegro suspiró, siguiendo con su tarea.
- Sí. Es la melodía que mamá cantaba. Y es lo único que me queda de ella.
- Es muy bonita... Oye Ray. – un monosílabo recibió por respuesta. Ella sonrió. - ¿Podrías volver a cantarla?
Paró por un momento de cortar las verduras, meditándolo. Frunció ligeramente el ceño, con un rubor en sus mejillas, mirándola.
- No quiero que nadie más se enteré, ¿De acuerdo? – cantar la melodía en solitario era una cosa. Cantarla en presencia de alguien, era algo muy distinto. Le apenaba, pero nunca lo diría.
Emma sonrió, animada.
- ¡De acuerdo!
Una ligera sonrisa se posó en los labios de Ray. Comenzó a cantarla, mientras termina de cortar las verduras; entretanto, Emma cerró los ojos, deleitándose con aquella melodía.
La cual era hermosa. Y sonaba perfecta con la voz de Ray.
