Sin escribir

La confianza es lo más sexy que existe.
Tori Amos/Jamaica Inn.

A Matt, el invierno le traía demasiados recuerdos de la muerte, no obstante, ésta seguía siendo su estación predilecta, probablemente porque adoraba encontrarse amortiguado por varias capas de ropa que lo separaban del mundo. Casi experimentaba la plenitud de un logro importante cuando conseguía mantenerse tibio durante esa época.

De chiquito, suponía que tenía como una burbujita alrededor suyo, que lo tapaba de todo el mundo, haciéndolo invisible, de manera que el resto de la gente era ciega a su presencia. Hermosísimas semanas de su infancia se le fueron al tratar de hacer esa suposición una realidad, ignorando él a su madre, que pretendía entrar en un coma alcohólico, tomándose todo lo que tenían en la casa. A pesar de que lo intentó hasta cansarse, siempre estuvo al tanto de que no debía dejar que se le formara un derrame cerebral durante sus experimentos, ya que estaba convencido de que seguiría siendo visible en su gloria de retardado.

Pero ahora, en medio de éste frío, insolado en ese condenado y enorme distrito de Los Ángeles, Matt sabía que probablemente caería muerto de un momento a otro, y que bien podían pasar varios días antes de que alguien siquiera lo notara, tanto menos, diera informe de su muerte a las autoridades. No es que se hiciera mucho drama con eso, la verdad. El anonimato parecía haberse adueñado de su nacimiento, al igual que ahora le aseguraba la supervivencia; incluso pensó que le gustaba la forma en la que tendría lugar su fin. A nadie le importó demasiado cuando él nació una noche de febrero, diecinueve años atrás-había sido hijo de una tipa que no quiso críos, para empezar- y Matt no esperaba que francamente nadie notara cuando se muriera, al fin y al cabo.

Los postes de luz en ese barrio estaban demasiado separados entre sí, pero de todos modos, Matt se las ingenió para sacar una hoja de papel fuera del bolsillo que tenía su grueso chaleco para esquiar (ya que estamos; el máximo contacto suyo con la nieve fue a través del control de su Nintendo y los píxeles de una pantalla). Cuando se inclinó, el cuello a rayas le rozó el labio superior, sus ojos trazaron la forma de las letras y los números que había garabateado muy apurado en aquel pedazo de papel, mientras leía los resultados que se obtenían desde numerosos dispositivos diseñados para rastrear teléfonos móviles.

El edificio dilapidado que se alzaba a través de esa calle no tenía nada que diera indicio de su dirección, pero las coordenadas coincidían con las del equipo GPS que Matt hubiera instalado en su automóvil. Ahora, nada más le quedaba entrar y comprobar por sí mismo si Mello no la había palmado durante las horas que le tomó viajar desde Nueva York y encontrar ese condenado agujero, en la peor zona de Los Ángeles, hacia el cual, Mello había logrado arrastrarse Dios sabe cómo.

Metiendo de nuevo el papel en su bolsillo trasero, Matt exploró con la mirada aquellas calles oscuras, antes de abrir la puerta de su auto y pasearse por el pórtico, sintiendo el frío aire de la noche de Noviembre. Aparcó en un callejón algo estrecho, entre dos deteriorados botes de basura, pero si todo salía como esperaba, tendría que permanecer largo tiempo, debería regresar después para buscar su equipaje y encontrar alguna forma de esconder mejor su vehículo. El tipo que se lo prestó era un viejo conocido suyo, pero el mantener una relación limpia y familiar con el mismo, no significaba que dejaría de pedirle alguna forma de pago si se lo robaban.

Probablemente lo volvería otro de sus empleados temporales, y en cuestión de unas horas, se vería adormecido por narcóticos, encontrándose con hombres raros en el lado más oscuro de alguna calleja baja, o dejándose hacer en el asiento trasero de uno que otro auto. Le iba a doler en el culo, pero ahí estaba Matt, pasando por todo esa mierda, para ayudar a alguien que no esperaba ni volver a ver en primer lugar, y menos que menos bajo éstas peculiares circunstancias.

Todo se estuvo quieto mientras que él cruzaba la calle. Los dedos invisibles del viento le acariciaron el pelo marrón, oscuro, haciéndolo caer por encima y a través de sus lentes de sol.

La puesta del frente en aquella vieja construcción (una oficina, ahora que Matt la veía de cerca), tenía los bordes oxidados, pero continuaba firme en su lugar. Pensó en sacar las bisagras y forzar la cerradura, pero eso significaría estar en la acera con una pose sospechosa durante un tiempo considerable. Además, Mello había llegado a éste lugar de alguna forma, y obviamente no fue por esa entrada.

Rodeó el edificio con lentitud, empujándose los lentes protectores hasta por encima de la frente, para poder ver con menos dificultades. Se sorprendió cuando se dio cuenta casi inmediatamente de cómo había logrado entrar Mello: cristales rotos en el piso, una ventana quebrada de tal forma que parecía una mueca afilada. Matt examinó los restos, sus manos enguantadas se posaron en la grava y levantó la mirada hacia el interior del antro, sobrepasando la ventana quebrada. Tan sólo la oscuridad le devolvió la mirada, pero a la luz de la luna, notó los restos de una sustancia oscura en los bordes del cristal. La sangre de un rubio endiablado, demasiado impaciente (o malherido) para terminar de romper la ventana por completo antes de arrastrarse por ella, o eso fue lo que a Matt le pareció.

Por suerte, Matt no era rubio, ni estaba endiablado (o esa era su opinión, cuando menos), por lo que se tomó un momento para patear con las botas de combate el resto de los vidrios. A la par del ruido de los cristales siendo quebrados, dio una mirada ligeramente nerviosa alrededor del cuarto prefabricado. Ningún traficante de drogas o sicario, apareció mágicamente ante él para apuñarle. Luego de dar un par de vueltas con reticencias, resolvió pasar de una vez. Las piernas primero, el resto después. El marco le rasgó la espalda a través del chaleco, y a no ser que Mello siguiera teniendo la misma estatura y masa corporal que la última vez que Matt tuvo la oportunidad de verlo, cuatro años atrás, debió de haberse hecho una herida de la puta madre intentando pasar de la misma forma.

Lo normal sería que Matt encontrara la oscuridad reconfortante, pero ni bien se puso en pie, en ese cuarto desierto y observó con claridad aquello que podía ser un rastro de sangre seca, se vio embargado por más de ese antiguo miedo humano, la histeria ante aquello que se desconoce y no puede verse. La puerta que daba al siguiente ambiente estaba abierta de par en par, pero eso no evitaba que toda la construcción luciera oscura, silenciosa. Haciendo un gran esfuerzo para evitar pisar la sangre, con cierta torpeza, Matt salió de la habitación tropezando, y a punto estuvo de caer por la escalera que apareció de repente ante si. La sala principal de esa oficina se le presentó, negra como la boca de un lobo, salvo por unos escasos rayos de una luz de luna que fluía por una ventana rota.

Los ojos de Matt se irritaban con facilidad ante la luz, pero eso no necesariamente indicaba que su visión durante la noche sería mejor que la de cualquier otra persona (cuando menos, Matt no estaba seguro de eso); avanzó a paso iracundo, con una mano levantada, a ciegas, lentamente armándose camino a través de la oscuridad. Su mente comenzó a clasificar las sustancias que sus botas pisaban. Yeso. Mugre. Vidrio. Plástico. ¿Dónde carajo estaba Mello? A éste ritmo, Matt lo iba a encontrar cuando le pisara la cabeza, o algo por el estilo.

Desde luego, no se esperaba una recepción con alfombra roja y tesito, pero Matt recorrió el vestíbulo hasta penetrar más profundamente en la construcción, pensando que todo aquello era una mierdosa manera de jugar a las escondidas. Consideró que ya era hora de salir un rato y fumar algo para recompensarse por haber llegado tan lejos, pero al darse un tropiezo en otra esquina oscurecida, finalmente vio un hilo de luz dorada que salía desde debajo de una puerta cerrada, al final de un pasillo, y se extendía a penas unas pocas pulgadas, antes de ser devorada por las sombras.

Éste era el único vestigio de vida en toda esa edificación muerta, y ni siquiera podía decirse que fuera muy potente, al menos en aquella instancia. Matt dudó entre pasar o no hacerlo, tratando de escuchar a través de la puerta cualquier ruido sospechoso que viniera desde adentro de la habitación, pero la luz era igual de silenciosa que la oscuridad: protegía bien su secreto, si es que guardaba uno. Giró el pomo metálico muy lentamente, esperanzado de encontrarlo cerrado, cosa que le permitiría ir a fumar después de todo, pero tras un crujido, logró pasar.

La única fuente de luz en ese cuarto, venía de una linterna barata, tan baja como era posible, pero incluso a penas eso bastó para que Matt se buscara las lentillas en la frente y las bajara, instantáneamente. El aire ahí dentro sofocaba, pero eso era culpa del pequeño calentador que descansaba contra una pared lejanísima. Tanto calor nada más acentuaba el olor a sangre y enfermedad, la rabia que cada vez era más furiosa y la desesperación, que ya había dejado sus marcas en la escena. No había mucho más para andar mirando en esa pocilga: un colchón de una plaza tirado por el suelo y encima, un cuerpo de lo más pálido, tendido.

Lo primero que le cruzó por la cabeza a Matt fue que Mello estaba muerto (y desde hacía más bien poco, a juzgar por la ausencia de olor a podredumbre); lo segundo fue que se había jugado el culo al pedir un préstamo, cruzando el país, para ir a mirarle la cara a un occiso. Bonito occiso, tenía que admitirlo, a pesar de que la cabeza y el torso estaban cubiertos de vendajes , y la ingle protegida con una manta, piernas largas y huesudas, estiradas sobre el colchón desnudo.

Con su buena dosis de locura, Matt contempló la posibilidad de irse para chequear su casilla de correos electrónicos en aquel cyber café visto a la salida del aeropuerto, si mal no recordaba, cuando llegó esa mañana misma, pero justo entonces, una de las piernas de Mello se movió , captando nuevamente su atención al presente. Fue acercándose a la figura medio desnuda, arrastrando los pies, notando que Mello hasta temblaba un poco, a penas perceptiblemente: una fina vibración lo sacudía desde sus labios hasta la punta de sus dedos.

Parecía que el fuego del Infierno lo había reanimado, como a cualquiera que hubiera sido arañado por las garras mismas del Diablo, zafando sólo para darse cuenta de que lo esperaba una gran porquería al volver a la Tierra. Por debajo de los vendajes, el cuerpo de Mello parecía ser delgado al punto de volverse más que nada músculo, hueso y agonía puramente envuelta en frágil piel. Matt se arrodilló al lado del colchón, sin saber muy bien cómo se iba a hacer cargo de semejante desastre, tras haber accedido de algún modo a ayudar. Los frascos de analgésicos preescriptos estaban desparramados por el suelo, y una jeringa vacía descansaba junto a uno cuya etiqueta rezaba claramente "Morfina".

-Te juego lo que quieras a que estás más volado que un barrilete, por lo menos ahora.-Comentó Matt, con la voz haciendo de intrusa en aquel silencio sepulcral.

Luego de echarle un nuevo vistazo a Mello, se da cuenta de que tiene un rosario rojo enredado en los dedos de la mano derecha, el crucifijo acoplado justo a su palma sudorosa, resguardado entre unas uñas largas pero desiguales, en las que todavía queda algún rastro de esmalte negro y nacarado, del más barato. Matt reconoció el rosario porque Mello ya lo tenía cuando estaban juntos en la misma Institución.

-Siempre andabas por todos lados con esa… Cosa tuya.-Murmuró Matt, alargando su mano para tocar uno de los dedos de Mello, deseando asegurarse de que todo lo que sucedía era de verdad.

Logró cerciorarse, pero no de la forma en que esperaba hacerlo. No se dio cuenta cuándo fue que Mello tomó un hilo de aliento, pero Matt pudo sentir el escozor de sus ojos (vendados los dos, no obstante) fijándolo como objetivo. Lo siguiente que se le vino encima fue su mano derecha, enredada en el rosario y todo, restregándole la cruz contra la piel. Su pulgar intentó hundirse en el ojo de Matt, que estaba protegido por el plástico, contra el cual, la uña quebrada chocó en su arañazo. Parecía un Doberman gruñendo tras una valla, encadenado; por lo visto, Matt le erró a la hora de leerse el cartelito de "Cuidado con el Diablo rubio y agresivo" cuando la cruzó.

-¡Espera!-Exclamó Matt agitado, sabiendo que era mejor hacer eso que intentar escapar, aún y cuando el corazón le latía tan fuerte que le dolían los oídos: parecía un tambor de guerra.-Soy yo. Matt.

La respiración de Mello era brusca, irregular y adolorida, el aire se arrastraba hacia fuera de sus pulmones como un prisionero cargando su bola de metal, correspondientemente encadenada a sus pies. No mostró el más mínimo signo de reconocimiento.

-Te digo que soy yo.-Probó Matt otra vez.-Acuérdate, que tú me llamaste. Si hasta me diste una frase en código para que te diera cuando llegara.

Luego de un silencio incómodo, Mello pareció juntar suficiente fuerza, apretando su agarre incluso con más fuerza, todo contra la cara de Matt. Estaba loco. Logró decir dos palabras, con la voz rasposa.

-¿Cuál?

-Que Dios me salve el alma.-Contestó Matt, más que nada a la palma de Mello. Al fin captó el por qué le había dado ese código; Mello se dio cuenta de que para cuando llegara, le iba a ser imposible mirarlo, con todos esos vendajes protegiéndole la cabeza.

El agarre de Mello disminuyó de a poco, en tanto sus dedos buscaron la piel de Matt.

-Yo no me creí…Pensé que no ibas a venir hasta acá.

-No, casi no lo hago.-Admitió Matt, observando atentamente cómo la mano de Mello se dejaba caer hasta su rodilla y luego viajaba sin fuerzas, dando por fin contra el piso, golpeando contra un frasquito recetado, con vaya a saber qué adentro. El sonido de su respiración irregular llenó el cuarto, y luego se detuvo abruptamente, parecía una tarde muy tranquila justo antes de que pasara un huracán mar adentro.

Matt iba a pedirle a Mello permiso para fumar en la habitación, pero desafortunadamente, su compañero parecía haber caído muerto. No era sorprendente, si tenemos en cuenta que experimentaba mucho dolor y acababa de sufrir una convulsión. Matt lo tocó con el pie, cuidadosamente, por si acaso Mello volvía a tratar de agarrarlo. Le dolía la cara en donde le había arremetido, y al frotar sus dedos enguantados contra un área particularmente dolorosa, encontró rastros de su propia sangre, probablemente una herida provocada con el rosario.

Cuando levantó la vista, notó una puerta que había pasado por alto antes, en la confusión de ser atacado por un hombre malherido y desnudo.

-Te voy a usar el baño.-Le avisó a Mello, que por muy inconsciente que estuviera, no dejaba de ser el dueño del antro. Esperaba que fuera un baño, o quedaría como un imbécil.

Por suerte, sí resultó serlo. Un baño muy grande, por cierto. No tenía la menor idea de por qué una oficina podría necesitar tanto espacio para el baño, pero definitivamente Mello había aprovechado el lugar. Había vendas usadas por todo el suelo, unas particularmente enrojecidas por los restos de sangre, parecían haber sido pateadas a una esquina. Matt se estremeció al pensar en la falta de higiene que reinaba, pero se calmó un poco al asumir que las nuevas vendas estaban limpias, puesto que habrían sido extraídas de un lugar muy lejano a toda aquella suciedad.

Había feo olor, pero Matt pensó que si hubiera sido él quien entrara por la fuerza en una casa terrorífica, con quemaduras por todo el cuerpo, a ciegas y enloquecido por el dolor, probablemente no se hubiera hecho el dandy tampoco. Y por si fuera poco el desastre que ya había, un par de pantalones de cuero y un chaleco haciendo juego, estaban desparramados por ahí también, chamuscados, rasgados en algunas partes.

Encendió la luz y se acercó al espejo sobre el fregadero, tratando de localizar mejor los daños. Las uñas de Mello habían dejado sus marcas en la piel de Matt, pero sin llegar a sacarle sangre. Sin embargo, lo más llamativo era la formita del crucifijo, casi dibujada encima de su mejilla izquierda, casi una copia perfecta acostadita a lo largo de su pómulo, como si fuera una fea marquita de nacimiento.

Las marcas dejadas por la presión de las cuentas del rosario enmarcaron la cruz, a su vez, como si fuera un ataúd. En realidad, algo en ellas hizo que Matt se acordara primero de las piedritas negras que se rodaban por encima de la nieve, cierta noche de invierno, escapándose a despecho de toda esa blancura que enmarcaba el cuerpo destrozado de su mamá, todavía quemándose por el…

Matt dejó el baño, absento en sí mismo, tocando levemente la impresión de Jesucristo, sobre su mejilla. Necesitaba un cigarrillo, cuanto antes mejor.

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Matt sabía que no era precisamente una buena idea privar a Mello de su suministro de morfina, en especial desde el momento en el que no sabía cuánto tiempo llevaría dependiendo de ella, pero el que esos frascos de píldoras junto al colchón estuvieran vacíos y no contaran con etiqueta alguna, era preocupante.

Usó su teléfono para conectarse a Internet (un rato antes, trató de pedirle ayuda a los vecinos, pero casi se cayó en una cloaca destapada) y buscar información sobre los síntomas de la adicción a la morfina, los cuales no eran presentados en absoluto por Mello…todavía. Matt esperaba que los frascos pertenecieran a otros analgésicos, lo que significaría que Mello había recurrido recientemente a las inyecciones.

El tipo debe haberse estado muriendo de dolor, pero Matt no se vino hasta acá para ver cómo se le muere por una sobredosis, así que le pega una patada al basurero. Por lo tanto, es de lo más lógico que rebusque hasta cazar algo de Vicodina en el gabinete, ponga esas pastillas al lado del colchón de Mello, se lleve los frascos de morfina, las jeringas, y etcéteras, para meterlo todo en su auto, ahora oculto en un estacionamiento privado de esa oficina abandonada, cubriendo la "merca" con un trapo viejo.

Nada más le quedaba rogar que Mello no se hubiera metido suficiente morfina como para hacerse adicto, de lo contrario, Matt tendría que pensar en cómo evitar que Mello enloqueciera y lo agrediera para conseguir un poco de droga. Que cuidara a un pibe por un par de días, no significaba que estuviera muy dispuesto a dejar que le arrancaran un ojo. Para cuando Matt volvió del único negocio abierto a esas horas (a más de tres manzanas) al que había caminado para comprar unas boludeces, ya le habían vuelto los recuerdos de Wammy´s House: cada vez en la que Mello se había enloquecido. Incluso cuando Matt era el tercero en la línea de sucesión a L, no le costó mucho captar el abismo que había entre él y Mello. Se dio cuenta de que era algo muy difícil de cruzar. Además, quería tener todo en claro con Mello; el tipo tenía una personalidad destructiva, y Matt ni quiso imaginarse lo que le hubiera hecho si hubiese tratado de ir por el segundo puesto con legítima seriedad. Matt quería convertirse en L, pero no daba para tanto. Era lo único que Mello quería.

Seguro que me llamó porque tengo cabeza, pero no tanta como para ser un peligro, pensó Matt con cansancio, cuando regresó a la casa, con bolsas de plástico entre los dedos. Ya se había discutido mentalmente sobre los motivos que Mello tendría para hacer que se metiera de clavado en ese antro, durante más de tres días. Le pidió socorro. Matt se sorprendió a sí mismo diciendo que iba a ir, y por si fuera poco, cumpliendo con su palabra. Cuando llegó de vuelta a la pieza, vio que Mello estaba sentado al borde del colchón, y sospechó que su viejo amigo había pensado en darle un uso más bien lejano al de casto hermano mayor. Eso si le era posible pensar en algo más que el dolor. Se había sacado los vendajes de la cabeza, por lo que se dejaba ver el ojo derecho. Su iris era oscuro como un carbón, pero la parte blanca era roja por las venitas. Nada más una mirada y ya era obvio que ese ojo chispeaba de furia.

-¿Dónde mierda está?

Matt no se molestó en preguntarle qué andaba buscando. A penas se atrevió a acercarse tanto como le fue posible, debajo del único ojo visible de Mello, que no dejaba de seguirle el rastro como un francotirador sigue su propia bala, recién disparada. La única diferencia era que lo hacía con más odio y, por suerte, sin arma.

-Dale, que te vas a matar con eso. A lo mejor te convendría probar la Vicodina, ¿No?
Mello pateó a ciegas las botellas con píldoras, mandándolas a rodar por el suelo.

-¡No! Quiero la puta morfina. ¡Devuélvemela!
-Nop.-Contestó Matt, sin ceder un ápice, más que nada porque estaba convencido de que no le costaría frenar los golpes de un tipo tan malherido.

Podía sentir la rabia de Mello rayando el horizonte, como si fuera una tormenta; le sorprendió que en vez violentarse, buscara seguir sufriendo, juntándose su falta de movilidad con el tumulto de emociones que se le erupcionaban adentro. Estaba muy mal y a pesar de eso, si le sacabas la inmensa furia a ese ojo despachado, te dabas cuenta de que el mundo de Mello era puro, pero se las arreglaba para hacerle su lugar a Matt: éste último agradecería que la gravedad en las heridas de su cuerpo le impidieran actuar.

Mello cerró los ojos muy de repente, apretó los dientes, los hizo rechinar. Su cuerpo casi se estremeció, pero logró contenerse, temblando de arriba abajo.

-Me duele.-Tosió.-En serio que me duele.

-Ya me di cuenta.-Suspiró Matt, agarrando uno de los frascos que Mello había tirado para abrir la tapa a prueba de chicos de seis para abajo (y de adictos a la morfina, por suerte). Puso dos píldoras de Vicodina en la palma de su mano y cazó una botella de agua mineral, recién comprada.

-A ver, prueba con éstas.-Se las ofreció a Mello, que a penas y abrió su ojo un poco más, mostrando su forma. El instinto le formó una lágrima, que era a penas una película brillante sobre su globo ocular. La mano derecha se le hizo puño cerrado en la sábana que le cubría bajo el vientre. No parecía querer o poder hacer lo mismo con su otro brazo.

Matt dejó las bolsas de compra en el suelo e hizo amago de ponerle él mismo las pastillas en la boca a Mello. Medio estaba preparado para que lo mordiera, pero el pibe se portó increíblemente dócil: sus dientes a penas rozaron los dedos enguantados de Matt para llevarse la dosis hacia la lengua. Matt iba a ofrecerle un sorbo de agua, pero Mello las tragó en seco, sin darle tiempo.

Observó con atención cómo Mello se tenía sobre el lado derecho de su cuerpo, estirando las piernas por encima del colchón y moviendo el brazo que no quedó atrapado bajo su peso. Todavía tenía el rosario enredado en la mano y las cuentas golpeaban unas contra otras a medida que él se movía. Matt se arrodilló y empezó a sacar el resto del contenido de sus compras.

-Si te enojas mucho, puedes tirarme lo que tú quieras (siempre y cuando no esté muy afilado). Eso sí: ten cuidado, que a lo mejor te lo devuelvo.

Por lo visto, a Mello no le llamaba la atención el comentario, ni siquiera como gracia, cosa que a Matt no le preocupaba demasiado. Sacó unas barras de chocolate y las dejó al lado de la cama.

-Ni idea si todavía te gustan, pero te vas a desvanecer si no comes algo.

Mello no le contestó. Matt siguió ordenando en silencio, colocando en una línea cerca de la cama, todas las botellas de agua y guardando en una bolsa aparte las papas fritas, entre otra comida basura, para consumir luego.

-Tienes el pelo más oscuro.-Comentó Mello, de repente.

Matt se encogió de hombros.

-No tomo sol muy seguido.

-Me doy cuenta.-Contestó Mello, ya un poco dormido.-Y de que encima sigues fumando.

Matt cayó en la cuenta de que tenía un cigarrillo entre los labios. Lo había olvidado por completo.

-Para, ¿Cómo es eso de que "sigo"?

Mello enfrentó su mirada con ese único ojo entrecerrado.

-Empezaste en Wammy´s House. Le afanabas los paquetes al viejito Miles y te los terminabas a escondidas, detrás de la Iglesia. Yo me daba cuenta.

-Al pedo me maté disimulando, entonces.

Mello hizo un ruido con la garganta que pudo pasar por risa en un principio, pero entonces se le cerró el ojo de repente, se quedó callado, cayendo una vez más en el olvido autoinducido con las drogas. Matt se perdió mirándole las facciones mientras dormía, tan atractivas como lo habían sido desde siempre, incluso teniendo una pequeña cicatriz que asomaba por debajo del vendaje que comenzaba a aflojar. La carne le devolvió su propia mirada: estaba roja y viva, pero no parecía haber sido infectada. Por otro lado, si una quemadura enferma hubiese saltado al regazo de Matt, tampoco era del todo seguro que fuera capaz de reconocerla como tal. Pero al menos ya sabía qué esperar…En todo caso.

Pensó en dejar un rato la pieza atiborrada de cosas y dar un paseo por afuera hasta cazar algo con lo cual entretenerse, pero dudaba que hubiera algo verdaderamente divertido. Ya se había dado una vuelta en su momento y no vio más que una que otra ventanita rota, animalejos de basural y cubos para desperdicio extremadamente grandes, que bien podían guardar un cadáver adentro (ni eso, a tales alturas, hubiera impresionado a Matt). Además, cada vez era más cercano el horario nocturno y no le hacía la menor gracia ir por esa clase de zona en busca de joda.

Estaba un poco cansado, pero aunque el colchón era de dos plazas, no le tenía mucha confianza a Mello todavía. Por lo menos, no alcanzaba con la que ya le tenía de siempre como para dormir cerca suyo.

Después de mirarlo un rato, Matt soltó un suspiro y se dejó caer en una silla que había encontrado en una despensa vieja. El metal estaba duro y frío, dolía contra la espalda, pero igual sacó un cigarrillo, lo prendió y manoteó un videojuego que se había traído consigo, resignado a que pasaría muchas horas aburriéndose. Todo por un tipo al que conocía lo suficiente como para considerar un perfecto extraño.

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La verdad es que Matt no tenía la más mínima idea sobre cómo cuidar de un enfermo. Una mujer a la que había cortejado tiempo atrás, era madre de dos nenes bastante chicos y lo convenció de vigilarlos cierta vez. No pasó nada que pueda llamarse "desastre", pero eso se debió por sobre todo a que los dos se habían turnado a jugar con los videojuegos de Matt, riéndose el uno del otro cada vez que perdía. Y esa era su única experiencia en lo que a cuidado de niños tenía en el expediente.

Aparte de esos, de lo único que Matt se hizo cargo alguna vez, fueron una planta de Bambú (que se le murió al final) y un jardín Zen (lo tiró al suelo sin querer, cuando se deshizo de un control de Playstation, arrojándolo al basurero sin mirar a dónde, exactamente). Prácticamente carecía de cualquier instrucción en el área de "amoroso cuidado del prójimo", siendo sinceros. También era bastante obvio que mantener a Mello tranquilo no sería como tratar con un par de pibes de seis añitos, mucho menos en comparación con una vara de bambú o una placa llena de arena.

Lo que a Matt le salía bien era vigilar, y a pesar de que Mello dejaba un poco de baba al dormir en la almohada, mirarlo todo el tiempo se sentía bastante bueno, incluso después de que sobrevivió a esa fea quemadura. Por eso se la pasó durmiendo, jugando, queriendo que estuvieran los dos en su departamento de Nueva York, e inconscientemente memorizando cada ángulo y curva en el cuerpo de Mello. En el lapso de vida que pasaron juntos en Wammy´s House (dichosa época), Matt no se había fijado nunca en lo atractivo que resultaba. Mello tuvo desde siempre un aire que atraía gente como miel abejas, pero Matt supuso-cada vez que le fue posible desprender los ojos y la mente de los juegos de video - que eso tenía más que ver con su personalidad y no tanto con el arco de cuido que formaban sus labios carnosos o la forma en que la luz del sol hacía brillar su pelo rubio hasta hacer que pareciera oro puro.

Obviamente, no era un secreto que Mello había tenido mejores días que los de ahora, pero seguro que a Matt le gustaba tanto mirarlo por eso. Encontraba la perfección demasiado aburrida, y Mello solía tener los errores exhibidos como premios revestidos en oro. Ahora parecían haber tomado lugar en su cuerpo. La impaciencia era la piel magullada a la altura de las rodillas y los codos, prueba de que se había arrastrado sobre un suelo poco apetecible; la imprudencia eran esas heridas en su pecho; sus emociones extremas podías ser tomadas como las uñas quebradas que Matt limó cierta tarde, a falta de algo más divertido por hacer. A las cicatrices que le fueron reveladas tras la caída de los vendajes, Matt no pudo decirles más que "derrota". Una derrota pesada, jodida, extendiéndose por la cara de Mello hasta consumirse en su espalda, como la marca de un látigo.

Estaba sanando con dificultad. Se solidificaba, la piel se hacía más dura en esas zonas. De más está decir que nunca le dijo a Mello qué pensaba de sus cicatrices, a pesar de que seguramente se hubiera adherido a ese significado.

Mello estaba medio dormido, a veces despierto. Cuando ésto último, hacía uno que otro intento de comerse un chocolate o una barra energética, se tomaba alguna píldora y volvía a quedarse quasi muerto. Borrón, cuenta nueva, repetición. Matt se acurrucó en un rincón, poniendo su mochila de almohada y tirándose encima una frazada cualquiera. Se iba del cuarto para fumar y nada más que en el vestíbulo. Llegó a preguntarse cómo se le hizo tan fácil aguantar todas esas horas aburridísimas nada más que para esperar a que Mello recobrara la conciencia.

-¿No me vas a preguntar por qué te llamé justo a ti?-Mello acostado a su lado, los analgésicos tomándose su tiempo para hacerle efecto.

-¿No va siendo hora de cambiarte las vendas?-Responde Matt, sus pulgares saltando bastante enojados al arremeter contra los controles del videojuego.

-¿Me cambias el tema por algún motivo en especial?-Tiró Mello, otra vez, agudizando la mirada de su único ojo visible. Con eso quemaba más de lo que la mayoría de la gente con dos en buen estado. Era un tipo con más de un talento, evidentemente.

-Me imagino que tendrá algo que ver con eso de que yo era el tercero en la lista de candidatos a L. No tanto con mi sex appeal.

Mello volvió a hacer uno de esos ruidos de risa-atorada-en-garganta, pero había algo diferente en ese gesto, al menos por ésta vez.

Matt lo miró con detenimiento por un segundo, para su sorpresa, una sonrisa astuta cruzaba los labios de Mello. Cosa rara, pero bienvenida con los brazos abiertos, después de tantas aterradoras contorciones hechas por su boca, contraída por el dolor más puro.

-¿No te aburres?-Preguntó Mello.

-Mira, tanto que me lloro con tal de hacer algo. Eh, ¿No eres tú el que tendría que dormirse?

La sonrisa de Mello se lo dijo todo; los dientes blanquísimos relampaguearon a través del cuarto oscuro.

-Por si no te diste cuenta, tú eres el que me anda rondando cuando me quedo medio muerto. Y en pelotas, por si fuera poco. ¿Cómo no voy a andar nervioso? Me da miedo que te aproveches sin que pueda hacer nada al respecto.

-Estoy aburrido, pero no da para tanto.

Mello se rió con ganas, el aliento le removió las hebras del pelo dorado que le cubría la cara. Casi enseguida cayó fulminado por el sueño, pero Matt siguió echándole el ojo tan seguido que el personaje de su videojuego se le murió cinco veces. Al final resolvió apagarlo y quedarse directamente mirándolo, sabiendo que era espeluznante, sin que esto le preocupara demasiado. Era obvio para Matt que Mello había intentado seducirlo, pero si le daban a elegir entre eso o joderle a cada rato por las drogas, la primera alternativa sonaba como la mejor. En todo caso, podía resultar ser obra de los analgésicos. Alegría excesiva.

Eventualmente, Matt se dijo que era hora de salir a fumar su descanso. El cuarto carecía de ventanales, y por más que poblara una que otra brisa de vez en cuando, pero no quería exponer a Mello de ninguna forma. Se acordaba a medias de que tenía asma, sino era Near…Se quedó en el vestíbulo, bien cerca del cuarto, cigarrillo en mano enguantada, saboreando la soledad. Trató de pensar en la nicotina que se extendía por el interior de su cuerpo, pero constantemente se le iban las ideas por otra parte. Matt suponía cuánto habría pasado Mello tirado por esos lares, y si éste último seguía pensando con seriedad en agarrar a Kira, tenía que dejar de drogarse, pararse derecho y trabajar con todas las pilas puestas en alcanzar la meta. Como es lógico, ni pensó en hacer voz tal sugerencia. Seguramente Mello ya estaba al tanto de ella.

Suspiró y se sentó contra la pared, abrigado por su chaleco de muchos bolsillos. Hacía un frío de la puta madre ahí afuera cuando caía la noche, pero a Matt le importaba bastante poco, siempre que tuviera algo con lo cual protegerse. Se acordó del departamento que había compartido con su mamá, en el que hacía un frío mierdozo, especialmente en el cuarto de Matt. Era tal, que cierto año le pidió a Papá Noel una chimenea, para que pudiera al hacer su mágico acto de aparición (prometió quemar ahí sus comics y también las estatuillas de madera que el abuelo le había tallado). Obviamente, nunca le dieron la dichosa chimenea, ni nada que haya querido, burbujita de magia incluida en la lista de privaciones.

Sin embargo, más allá de que el nene triste que una vez fue Mail Jeevas, se quedara sin su burbuja, pero al adulto en el que se convirtió, Matt, no le era un drama conseguirla. Podía penetrar cada máquina, hacerse uno con cualquier sistema, distinguirse del resto del mundo, abandonar su identidad y dar el rostro en una multitud, pronunciando sólo mentiras y usando unos lentes para aviador que sobresalían demasiado a través de una nube de humo tabacalero. Había que ganarse la verdad y Matt no tenía el suficiente respeto por la condición humana como para asumir que desde el vamos, cualquiera ha de ser merecedor de su honestidad. De cualquier forma, era estúpido gastar saliva pronunciando algo que seguramente los demás no tendrían capacidad de comprender, tan siquiera creer.

Por ejemplo, su madre. Desde muy pequeño, ya se daba cuenta de lo imparcial que era, demasiadas intrigas y dualidades. Decía la verdad solamente borracha: fuera de esos momentos, lo único que afloraba de esos labios de cereza caramelo eran mentiras, mentiras, mentiras.

El día menos pensado va a volver tu papi. Vayamos mañana a la placita, ¿No te parece mejor? Después te compro ese juego, el mes que viene. Mentiras, mentiras, todo era mentira. Ebria, en cambio, esa mujer se lo decía todo. La placita quedaba muy lejos para que ella fuera caminando con él a cuestas hasta allá. No te voy a comprar ese jueguito, Mail, porque no te lo mereces. Tú, Mail, no eres más que un…

-Matt.

El sonido de su nombre, dando vueltas en la oscuridad, lo sobresaltó. Miró dudando en dirección a la puerta cerrada, preguntándose si se lo habría imaginado o estaban llamando.

La voz de Mello regresó, con un poco más de fuerza.

-¿Matt?

Apagó el cigarrillo en el cemento, sorprendiéndose un poco de la cantidad de colillas terminadas en el suelo. Pasó más tiempo afuera, en el aire frío, del que se figuró al principio, acordándose de su vida, simple pero espantosa. Esa era la más coherente explicación al hecho de que su nariz estuviera tan fría, hasta el punto de sentirla como un pedazo de hielo quebradizo.

Encontró a Mello sentado en la cama, un poco más despierto que de costumbre, pero todavía un poco sedado. Miró a Matt, estremeciéndose al comprobar que su piel se estiraba dolorosamente, con el más leve movimiento.

-¿Te sientes mal?-Le preguntó Matt, sentándose otra vez en su cómoda sillita, estirando las piernas hacia delante, e inclinándose.

-¿Necesitas hacer pis o algo por el estilo?

-No.
-¿Tienes hambre?-
-No.
-¿Te duele?

-¿Parece que no?

Matt se encogió de hombros.

-Dormiste menos que otras veces.

-Me tomé una pastilla sola.-Explicó Mello, arrimándose al borde de la cama con sumo cuidado y tan lentamente como le fue posible. Todavía tenía las piernas metidas entre las sábanas, y el movimiento las bajó un poco, revelando el peligro bajo la cintura. Mello se mantuvo rígido, casi excesivamente, pero también se las arregló para comenzar a mover su brazo izquierdo de nuevo, con lo que dio a entender que el dolor en su espalda había disminuido. O que se sentía lo suficientemente obstinado como para hacer ejercicio a pesar del dolor.

-A lo mejor te conviene moverte más seguido.-Sugirió Matt.-La piel que no sana moviéndose, se pone muy poco flexible.

-Ya sé…-Contestó Mello, levantando los brazos hasta que sus dedos alcanzaron la venda esterilizada que le cubría la cabeza.-Me las voy a sacar.

-¿Quieres que me vaya afuera?

-Si eres tan maricón que no puedes ni ver una quemadurita cicatrizada.

-Me quedo, eh, pero porque tengo las bolas de un dios.

-Me imagino que sí. -Replicó Mello, con demasiada brusquedad, aniquilando la insinuación en potencia. Toda su concentración iba tras el esfuerzo de quitarse los vendajes. Apretó los labios cuando llegó a los que cubrían su espalda, principalmente con el dolor. Matt casi se ofrece a darle una mano, pero tuvo la sensación de que Mello podría pegarle un tarascón.

Se quedó sentado, mirándolo hacer. De repente, fue como si estuvieran los dos en un circo, hacia el acto donde se exhiben monstruos anormales o bestias salvajes, pero Mello difícilmente sacaría de sus heridas una mujer barbuda o un domador de leones.

Cuando Mello terminó de sacarse la ropa, Matt se vio cara a cara con una quemadura cicatrizada, que en definitiva, era todo, menos insignificante. Seguramente le dolía, pero no lucía tan mal en comparación con lo que podía esperarse de la situación. Abarcaba la mitad de la frente de Mello, antes de volcarse sobre su ojo izquierdo, bajando por la mejilla como una cascada de carne rugosa, deforme, adaptándose a la curva de su mandíbula. Mello abrió el ojo afectado. Por primera vez en años, se miraron directamente. Intensidad. El ojo de la herida tenía la misma fuerza que su compañero (por suerte, todavía intacto).

Mello parpadeó, verdaderamente enojado, moviendo la cabeza de un lado para el otro, en tanto sus ojos escudriñaban el cuarto por todas partes.

-¡La puta madre!-Murmuró.
-¿Qué me parió?-Bromeó Matt, levantándose con torpeza.

Mello lo miró duramente, como si estuviera muy enojado, pero no con él.

-Una joda, nada más. ¿Qué te pasa?

-Nada.-Mello fue conciso y se pasó los dedos de la mano derecha por encima de la frente. El crucifijo del rosario se balanceó en el aire, como si fuera un péndulo. Matt empezó a plantearse la posibilidad de que su cachivache estuviera adherido a su mano, pero siempre Mello no se lo encajara contra la cara, no veía por qué mencionárselo en voz alta. Con un Jesús grabado en el cachete, le alcanzaba y le sobraba.

-¿Qué día es?-Le preguntó Mello.

Matt corrió uno de sus guantes para chequear el reloj negro y multi uso, que siempre llevaba debajo de los mismos.

-Las nueve de la noche del 14 de Noviembre.

Mello hizo sonar sus manos y se arregló el cabello, para deshacer las marcas poco estéticas que los vendajes habían dejado. Sus facciones cambiaron hacia una pose pensativa, oscura y silenciosa, que lo aisló de todo a su alrededor, como si Matt acabara de transfigurarse hasta convertirse en una pincelada más dentro de un telón de fondo, muy lejano, presente pero completamente ignorado. Matt se le quedó mirando sin enojo, siguiendo con los ojos la cruz de plata que se bamboleaba con sus movimientos, las cuentas del rosario rojo que se mezclaban con el cabello rubio de Mello, mientras que éste último continuaba dejándolo de lado, abstraído.

Los músculos del brazo de Mello se dibujaron bajo su piel pálida, la forma de ellos era ahora plenamente evidente, a pesar del líquido de dieta que Matt prácticamente había metido por la garganta; Mello estaba a punto de perder las últimas reservas de grasa que le quedaban en el cuerpo.

-Nos vamos para Nueva York.-Anunció de pronto, tirándose el pelo para atrás y volviendo a meterse en la cama.

-¿"Nos vamos", dijiste?-Interrogó Matt, intentando mantener el tono de su voz inamovible.

Mello se dignó a mirarlo, pero sus ojos no expresaron ninguna emoción en especial.

-Es preciso que cace a Kira antes que Near. Si quieres acompañarme, bienvenido seas.

Matt arrugó un poco la nariz y sacó su cigarrillo, antes de darse cuenta, lo tenía prendido entre los labios. Suele hacerlo para ganar algo de tiempo y pensar.

-Me mata tu diplomacia. Seguro que te duele la boca, después de largar tanta.

-Mira, me tiene podrido. ¿Vienes o me voy solo?

Matt dejó que el cigarrillo se le cayera, pero siguió prendiendo el encendedor.

-¿A riesgo de que me maten?

La comisura derecha de la boca de Mello, se curvó ligeramente.

-Si no nos jugáramos la vida, no estaríamos peleando una batalla épica de verdad.

La metáfora venía de algún casino y sonaba tan divertida para Matt, que antes de darse cuenta, sonreía mientras que sacaba humo por la boca, sosteniendo el cigarrillo entre los labios, dejando que la cabeza se le aflojara, mirando al techo. Ideas y contraposiciones a las mismas se volaron en su cerebro, pero no fue posible contener ninguna ante la fuerte corriente del pensamiento sobre Kira y lo que significaría ir a cazarlo.

Si, se iban a divertir, flirtearían con el Lord Acomplejado por Ser Inferior a Near y luego morirían. Probablemente. Pero mierda, una cosa segura: mucha diversión.

-Está bien. Me meto yo también.-Contestó, tirando el humo del cigarrillo.

-Fenómeno. Todo preparado, entonces. -Replicó Mello, buscando la forma adecuada de prolongar el juego de palabras que recordaba a una partida de cartas. Pero Matt interrumpió sus pensamientos.

-¿Quiere que vaya haciendo algo, jefe?

-Ahora que me lo dices, podrías ir pasándome el cuchillito ese que guardas en la bota.

Matt sabía que no tenía que sorprenderse demasiado si las maniobras perceptivas de Mello eran geniales, pero eso no evitó que se le fuera un segundo en parpadeos estupefactos antes de un suspiro y obediencia canina al inclinarse para sacar el estuche.

-Una vez más: creí que lo había escondido bien.-Explicó, agarrando el arma por el mango para dársela a Mello.

-En eso de esconderte falta que te perfecciones.-Mello sacó un frasco de píldoras de las sábanas anudadas en la parte baja de su cuerpo y la arrojó en la mesita de un pie que Matt había colocado junto al colchón para placer narcóticos, agua, botellas y barras de chocolate: las pocas necesidades ínfimas para Mello.

-¿Cómo sabes que no te iba a pegar una puñalada más adelante?
Mello partió al medio una píldora, manejando el cuchillo como si su uso fuera cosa corriente.

-Ni idea. Le pedí a Jesús que no me hicieras nada, porque así como estoy, me matas demasiado tranquilo.

-¿Seguro que con media pastilla te alcanza?-Matt miró cómo se la tomaba con ayuda de un sorbito de agua.

-Vemos más adelante, cualquier cosa.-Mello le devolvió el cuchillo a Matt, que se lo guardó de nuevo adentro de la bota.- ¿Sabes usar pistolas?

-Tengo una Glock en el auto.

-Siempre te escondes algo, ¿No?

Matt se encogió de hombros.

-¿Qué más te sale bien?
-¿Estás entrevistándome? ¿Les preguntas lo mismo a todos tus compañeros del crimen?

Mello agarró un chocolate de la mesa y empezó a abrir su envoltorio, dándole un uso a su mano izquierda.

-Mira, para convertirte en mi socio, necesitas más que solamente cancha. Ya sé que no por nada eras el tercero en la línea de sucesión a L. Me imagino que estarás al tanto de los verdaderos motivos.

-Cazas las cosas bastante rápido. Pero dime, ¿Después qué haces con eso?
-Me va bien usando computadoras y con los autos. Puedo abrir cerraduras y revisar bolsillos. No necesito dormir durante largo períodos de tiempo, siempre y cuando haya algo entretenido para que haga.

-¿Te queda algo más que me quieras decir sobre ti?
-Creo que no.
-¿Estás seguro?-Replicó Mello, enterrando sus dientes en el chocolate.-¿Y todas las órdenes de arresto que te sacaron en más de una provincia? ¿La bandita de ladrones en la que te metiste cuando saliste de Wammy´s House? ¿Y el hecho de que tienes unas cuántas identidades falsas, algunas de las cuales figuran buscadas por el FBI?

-Mira, no entiendo qué tiene que ver eso con lo que me preguntaste recién.-Retrucó Matt, escupiendo por la nariz una tira de humo. Tendría que haberme dado cuenta de que me llamó porque ya me tenía visado desde temprano. Se reprochó, con amargura. ¿Mello habría pensado en él de inmediato, ni bien se dio cuenta de que iba a necesitar una mano extra o fue la opción última, lo que quedaba cuando todos los recursos estaban consumidos?

-Vamos a pasar un largo rato trabajando juntos. No tengo ganas de que vuelva a salir un tema que no cerraste y me muerda justo en el culo, sin que lo vea venir siquiera.

-No pasa nada.-Digo yo, agregó Matt, silenciosamente.-¿Tú no tienes que contarme algo?¿No te quedó nada en el pasado que pueda volver para tarasconearme una nalga?

Los ojos de Mello se pusieron más oscuros.

-Me olvidé todo una vez, lo puedo hacer dos veces.-A medida que la píldora surtía su efecto (era realmente rápido), las palabras perdieron su velocidad y ritmo. Con la barra de chocolate todavía en la mano, Mello se acostó en el colchón, boca arriba a pesar del dolor. La recuperación venía en marcha, eso era algo seguro. Matt estaba satisfecho de la vida con fumar en paz, mientras que su compañero terminaba de atacar el chocolate, muy ruidosamente, cuando Mello se levantó, señalando el lado vacío de la cama.

-¿Por qué no te metes en la cama, conmigo?

Muy de repente, Matt encontró la punta de sus botas como lo más interesante en la vida.

-Mira, me parece que mejor no.

-¿Qué te pasa?

Era una pregunta simplona, a la que Matt pudo haber dado cualquier respuesta. Pero no lo hizo. No quería sonar falso.

-Mejor me quedo acá.
-¿Te gusta dormir en ese piso helado?

Matt miró a Mello, que no parecía querer seducirlo, ni en broma, con la como la tenía, entre dormida y drogada, los ojos negros medio cerrados y la cicatriz recientemente descubierta, cruzando uno de ellos.

-¿Hablas nada más que de dormir y listo?-Preguntó, sin preocuparse en disimular el tono receloso de su voz.

-¿ Y tú que pensabas?
-No sabes lo mucho que me jode cuando me contestan una pregunta con otra pregunta.-Zampó Matt en un absceso de nerviosismo. Deseó con toda el alma tener el poder para retroceder el tiempo, porque pudo ver a penas el asomo de una sonrisa, extendiéndose por los labios de Mello. La cicatriz no hacía más que endurecerle la cara, rara pero incluso con los vendajes enredados en el pecho y una sábana interponiéndose entre su cuerpo y la desnudez total se las arreglaba para estar bueno y ser espeluznante. Todo venía dentro del mismo paquete y por primera vez, Matt se preguntó qué secreto guardaría en su interior.

Mello no le devolvió esa agresión. No fue necesario. Nada más dejó de mirarlo para sentarse con mayor comodidad, con el rosario aún enroscado en la mano que descansaba sobre su vientre, justo en donde la sábana terminaba y la piel comenzaba. A Matt ni se le ocurrió pensar que la pose estaba hecha a propósito, pero de haber sido así la cosa, daba la impresión de ser un actor imitando la postura de Lucifer, poco antes de que Dios le pateara el culo hasta que cayó desde los Cielos a las entrañas de la tierra.

Matt salió del cuarto para terminar el cigarrillo, o eso hizo creer cuando volvió a sentarse en la galería helada, sin saber desde cuando tenía los valores espirituales de un cura. Está bien, a lo mejor exageraba, pero generalmente, si se sentía mutuamente atraído por alguien, no veía problema alguno en tener sexo -durante una noche, una semana, hasta un mes, lo que venga. La mayoría de sus compañeros de éstos últimos años, no habían estado más atraídos hacia su persona que él mismo. Lo que luego perduraba era la confianza.

Algo como que "te tengo confianza y sé que no esperas que te llame de nuevo nunca más", o "Confío en ti lo suficiente como para saber que no te vas a comer todos mis bocaditos de coco, antes de que te vayas cuando amanezca" , además del "Estoy convencido de que mucho no me gustas, confío en olvidarte pronto".

Matt no palpaba esa clase de confianza entre los dos, si es que existía. Tampoco le daba la impresión de que fuese tarde para establecer una relación donde el sexo se diera en forma casual, en especial porque dentro de nada comenzarán a trabajar juntos en el caso de Kira, hasta que lo atraparon, o bien murieron.

De nuevo: Matt no entendía por qué se guardaba las ganas, salvo que fuera un juego de tirar/agarrar. Al fin y al cabo, la frustración y la atracción física no consumada, interferirían con su capacidad de concentración, ¿Verdad?

No sabía cuanto tiempo se le estaba consumiendo en quedarse afuera, fumando compulsivamente y caminando en círculos, pero se terminó decidiendo a hacer lo que le salía mejor: seguir la corriente. Mello le ofreció la mitad de la cama y realmente, ya no podía seguir durmiendo en el suelo. La solución más simple: decir que sí, acostarse con él. Supuso que se habría dormido para cuando volviera a entrar, pero después de pasar tanto rato cuidándolo, se sabía la forma en que acostumbraba respirar: en definitiva, se dio cuenta de que seguía despierto. Se obligó a no echarse atrás, agarró su sábana y fue hasta el otro lado de la cama, colocándola entre él y Mello.

Pensó en sacarse las botas, pero si hubiera obedecido a ese impulso tendría que haber buscado un lugar para esconder el cuchillo que guardaba por si los monitos extraterrestres los invadían o Kira irrumpía de repente a la piecita para someterlos sexualmente. Se fijó de nuevo la hora. La puta madre que lo parió, ¿Por qué no se pasaba de una buena vez las diez de la noche?
-¿Empezamos a levantar campamento cuando se haga de día?-Ni se preocupó por hacer de cuenta de que tragaba la pantomima de que Mello descansaba.

-Creo que sí.-A penas y le hizo caso, acercando una de sus manos hacia el viento.-No importa si tengo sueño, igual hay que agarrar a Kira.

-No sabes la droga que te metiste.-El tono de Matt dejaba ver gran parte de su diversión.

Mello estaba demasiado cerca suyo.

-Si ya te dije que es sueño.

-Anda, drogadicto.-Es en serio, ya era demasiada cercanía, su espacio personal era invadido. Pero Matt no iba a hacer escándalo. Ni que fuera puto. Sintió el vaho de su aliento, viciado por los narcóticos.

-Cállate un rato, mejor.-Murmuró Mello, acercando los labios hasta que se besaron con los de Matt.

Se imaginaba sus besos como otra cosa. Pensó que eran fuertes, intensos, dominantes. Eran suaves y regulares. Matt hubiera usado la palabra "dulce" de no recordarse a sí mismo que era Mello con quien estaba. No sería demasiado extraño que se le ocurriera empezar a morder, en un arranque de agresión.

Al final no le llegó colmillo, ni lengua. Matt hasta se había preparado -la puta madre, en cierta forma le hubiera gustado que aconteciera- esa lengua chiquitita pero ahora sólo tenía sus labios calientes y el pecho golpeándole las mejillas. Besos viajando por su boca, mentón marcando las líneas de su mandíbula. Fue entonces cuando Mello enterró la cabeza en la almohada. Función terminada, aparentemente.

Matt suspiró y se tocó la cara con los dedos enguantados: tenía los cachetes más calientes de lo usual. Miró a Mello con una suavidad que se tornó insinuante una vez que sus ojos dieron con la parte que se descubría por las sábanas descorridas; unas caderas de huesos demasiado prominentes para ser llamados "saludables". Pero el haber contemplado un pedazo de esa inconcebiblemente piel pálida, hizo que Matt maldiciera el exhibicionismo de Mello. Ver que alguien podía llegar a ese punto, debilitándose al extremo de resultar patético, no debía ponerle ansioso de sexo. Pero lo hizo. Y mucho.

-Deja de besarme, drogadicto.-Susurró Matt al oído de su compañero desmayado, buscando la manera de cubrirle nuevamente el cuerpo con esas sábanas tan flojas. Volvió a taparle la ingle a Mello. Dibujó la forma de su hombro con el dedo desnudo, deteniéndose al tropezar con las cuentas de su rosario. Suspiró de nuevo y ladeó la cabeza junto a la de Mello, en la misma almohada.

Respiró en su cabello dorado, cerrando los ojos, preparándose para una noche de insomnio. Sin embargo, no le resultó sorprendente quedarse despierto.

El hecho de que pudiera dormirse tan cerca de una persona que a penas y dos días atrás intentó sacarle un ojo, era prueba definitiva de que le tenía a Mello más confianza de la que supuso, llegaría a darse. Igual, cada vez que el otro se movía, cambiaba de lugar las piernas o se le acercaba más, Matt volvía a despertarse, sobresaltado. No durmió tranquilo, ni descansó demasiado. Por otro lado, no fue capaz de hacerse la noche más pasable, desprendiéndose de las botas o las lentes. Pensó en remediar eso con ayuda de las pastillitas felices, pero Mello se despertó, levantó la cabeza y lo buscó con la mirada por el cuarto, como si no tuviera la menor idea de a dónde pudo haber ido. Parecía sorprenderlo el hecho de encontrar a Matt acostado cerca suyo, totalmente despierto y mirándolo aburrido, pero termino por darlo como un hecho, llevándose una mano a la cara para frotarse los ojos. Nada más ahí, se dio cuenta de que llevaba el rosario todavía enredado.

Por fin, pensó Matt, cuando Mello se sacó las cuentas de entre los dedos largos. Miró el rosario, que reflejaba la luz gracias a las faces rojizas en las cuentas, antes de meterlo bajo la almohada.

Volvió a mirar a Matt, repentinamente, a través de los mechones rubios que le caían sobre la cara. Le dio la impresión de querer cazarlo como a una presa. No estaba lejos de la verdad, si tenemos en cuenta que el corazón le latía extremadamente fuerte. Le asustaba su mirada: era como si Mello no fuera a estar satisfecho luego de quitarle la ropa e inmediatamente después de hacerlo, fuese a arrancarle también la piel, el músculo, la carne, para tenerlo desnudo por completo, incluso de ideas y deseos. Nunca nadie lo había mirado así, con esa intensidad. Al intentar besarlo otra vez, Matt se apartó bruscamente.

-¿Me vas a venir con eso de que te gustan más las tías?-Mello guardaba un poco de dolor en la voz, pero no retrocedía: seguía con la cara muy cerca de la de Matt.

-No. Lo que pasa es que tienes un aliento que mata. Parece que tuvieras un bicho muerto en la boca.

Mello se rió, aireado. Matt…Se estremeció.

-Simpático de tu parte. Gracias.-Se levantó.-Dale, ayuda a que me lave los dientes.

Matt no sabía si era en serio, pero Mello no le dio tiempo a cuestionar: se levantó, tembloroso, y dejando en el pasado la sabanita que los cubría de la desnudez total. Un segundo después, resolvió acompañarlo al baño, determinado a mirarle los ojos y nada más. No iba a dejarse molestar, en especial cuando a Mello parecía darle lo mismo tener o no tener ropa encima
-Mira, no quiero decir obviedades, pero las manos todavía las tienes y funcionan.

Los ángulos de su espalda eran afilados y sólo terminabancon las vendas que restaban, cubriéndole a pesar del hombro izquierdo.

-Te lo pido de favor, dale. Me duele muchísimo la espalda.

Lo decía sabiendo que surtiría su efecto y así fue. Matt cazó un cepillo dental de los que compró esa misma noche (Sólo para fastidiar a Mello, se encargó de que fuese rosado) y el tubo de pasta mentolado.

Mello se la pasó mirándolo como si le divirtiera una barbaridad (y encima, desnudo). Matt pensó que él debía ser el único tipo en todo el basto mundo para el que esa pantomima podía considerarse flirtear. O a lo mejor estaba haciendo tiempo antes de planear una verdadera insinuación.

-Avisa cuando tengas que escupir.

-Me gusta mucho tragármelo.-Los labios de Mello se curvaron en sonrisa furtiva, pero Matt eligió ese mismo instante para meterle el cepillo empastado adentro de la boca.

Seguro que tenía razón en eso de que flirteaba. Matt se sintió ridículo, parado ahí, cepillándole los dientes, pero podía ver que Mello sonreía con la mirada oscura y se dio cuenta de que le devolvía el gesto, muy a su pesar de la situación.

-Mira, me alegra que estés así de contento, haciéndome pasar por todo ésto. A mí también me mata.-Le sacó el cepillo de la boca, un segundo, cuando menos.

-Me cepillas muy fuerte.-Mello se inclinó para escupir en el fregadero.

Matt dejó a un lado el cepillo, en tanto el otro muchacho tomaba asiento sobre la tapa del excusado, relamiéndose los labios.

-Seguramente, si te sigues quejando, drogado y todo como estás ahora. ¿No que te dolía el culo?

Mello se tapó la boca, con el dorso de la mano.

-Lo que le hace falta a ésta cola es que la quieran mucho.

-Mira, modérate un poco. Es la única que tienes, ¿no?

-Yo hago lo que se me canta.

El aliento de Mello era fresco y olía limpio. Se acercó a Matt y bajó el cierre de su abrigo, que le llegaba al mentón. Matt sabía lo que seguía, pero no hizo nada para detener a Mello, en tanto situó su lengua penetrándole la boca, calor impregnando en mentol. El gesto fue repentino y quebró el supuesto estado "eunuco" de Matt, proclamando por la piel de sus palmas, que percibían el calor del cuerpo de Mello, incluso a través del con el que fueron fabricados sus guantes. Sus reservas al respecto de entrar en contacto físico se esfumaron, sin suspiros de por medio.

En cuanto sus labios se posaron sobre el cuello de Mello y comenzaron a presionarse con un fervor sorprendente, avasallado como estaba por la sensación de sus lenguas jugando y los dedos de Mello acariciando lentamente la curva de su mentón.

Matt se sacó los guantes y los tiró al piso. Hicieron un ruido hueco que ninguno de los dos encontró interesante. Se obligó a tener cuidado al acariciar su espalda y encogida cintura. Temía tocar con demasiada fiereza una magulladura. Le faltaba flexibilidad. Notó que Mello era suave, caliente hasta la locura. Matt no se dio cuenta cuando comenzó a presionar su cuerpo contra el suyo, para acercarse cada vez más.

Con cierta dificultad, separó sus labios de los de Mello, dejando escapar un ligero jadeo al acomodar el rostro en su cuello. Besó los huesos de su clavícula.

-Todavía estás enfermo. No puedes hacer éstas cosas.-Murmuró, a pesar de que sus dedos continuaban delineando el contorno de ese cuerpo ajeno.

Aliento caliente soplando en su oído y una mordida en el lóbulo de su oreja.

-Por mucha razón que tengas, me importa un carajo.

Matt iba a sugerir esperar un poco, pero la lengua de Mello se deslizó en su oreja y sólo pudo articular:

-A mi tampoco.

Esa honestidad fue tan repentina que Mello rompió a reír, pero en seguida gimió, al sentir los labios de Matt contra su garganta.

Sal en sus papilas gustativas, haciendo entrecerrar sus cuerdas vocales. Su lengua se adentra hacia la cicatriz, encuentra el pulso bajo el calor. Peligro. Carne. Succión. Sintió su ritmo y trató de seguirlo, mordiendo a su par, todavía experimentando un dejo del gusto a la saliva de Mello.

La dulzura quemaba entre las piernas de Matt, se levantaba a través de la tela de sus pantalones. Presionó su cadera contra la de Mello y le acarició el torso, para ganar algo de tiempo.

Sus dedos le bailaron sobre el estómago, probando la vulnerabilidad de sus heridas, antes de aferrar los ángulos de su cadera.
Succionó fuerte el cuello, elevó sus pulgares hasta donde las piernas de Mello se conectaban con el resto del cuerpo. Aminoró la succión, buscando aumentar la cantidad de piel a morder, acariciando las curvas debajo de la espalda de Mello, aferrando su cintura y esperando.

-Carajo, méteme las manos, hijo de puta.-Un silbido en oído, ruidos desde una garganta frustrada, caderas que se frotan.

Matt sonrió, estirando los labios que se habían retirado del cuello de Mello para observar las marcas dejadas.

-Me parece que no estás en posición de pedirme nada. -Murmuró contra su piel, revelándose contra las convulsiones de su cuerpo. A pesar de lo que dijo, dobló las rodillas y se detuvo para lamer las tetillas tensas de Mello. El suelo del baño estaba helado, pero era fácil olvidar eso, una vez que las manos entraban en contacto con el falo de Mello, acariciándolo con gentileza.

Dedos que insisten en despeinarlo, quitándole las gafas, pero Matt rechazó esas mudas súplicas. Colocó sus labios sobre la punta, explorando con la lengua el sabor y la textura suave del prepucio.

Mello se arqueaba e intentaba apurarlo, pero Matt se negó a permitirle llevar el control de la situación. Succionó con toda la paz que sus propias inquietudes le dejaron experimentar. Sabía que eso acabaría por volver a Mello loco, pero no hizo que su lengua corriera más rápido sobre esa piel que le pertenecía. Cuando comenzaba el orgasmo era amargo, pero seguía decidido que la cosa se alargara al máximo, así que frotó con muchísima suavidad esa carne endurecida. Usaba las manos sólo cuando sus labios bajaban con más lentitud. Se lo metía con profundidad en la garganta, cada dolorosa pulgada. En su corta vida había estado a penas con un par de hombres, sin embargo, Matt se las arreglaba para adorar hacerles sexo oral, en especial cuando estaba profundizando en la mamada y tenía la sensación de encontrarse en un sitio suave, húmedo y cálido…

Mello estrechó sus cabellos, su cadera se fue hacia delante, en tanto unas palabras sin sentido brotaban de sus labios. Matt a penas y pudo entender nada, perdida cualquier significación entre gemidos y exhalaciones de fiereza. Sin embargo, creyó escuchar su nombre un par de veces, quebrado por el sonido amortiguado de los suspiros, hasta que al final se vino con dificultad.

Matt se desprendió el cinturón con la mano libre, se bajó los jeans y se agarró la erección, palpando el flujo que comenzaba a fluír de la punta. Por sus propias necesidades de alivio, su garganta abrazó el pene de Mello, convulsionándolo, mientras apretaba los labios contra la carne endurecida y su mano se movía con fiereza entre sus propias piernas.

Matt pudo sentir la humedad en el rostro, en tanto jadeaba, y degustaba a Mello contra el paladar. Se encontraron los ojos de ambos, expresando casi lo mismo. La mirada de Mello era oscura, profunda, hambrienta y reflejaba perfectamente el dolor sufrido por su cuerpo. Recorrió a Matt hasta posarse en el movimiento de sus manos, sobre su miembro. Un gemido se le escapó de entre los labios.

La respuesta era obvia, pero Matt formuló la pregunta con el mero deseo de ver rabiar a Mello, de impaciencia.

-¿Te gusta verme hacer esto?

Volvió a frotar su pene, para probar el humor caliente de la punta. Oyó el deseo crudo, coagulándose en un gemido de Mello, que intentaba forzarle la cabeza de nuevo entre las piernas.

Matt se quejó: no daba suficiente abasto para apaciguar sus propios ardores, menos los de Mello. Succionó con fuerza, ignorando el dolor en la mandíbula, cada vez que pasaba la lengua por encima de esa carne endurecida, moviendo las manos acorde a un ritmo con los labios.

La otra mano buscaba entre las piernas de Mello, presionando sus testículos. El primer chorro de semen llenó su boca.

Sabía amargo por la excesiva medicación, pero no por eso dejó de tragárselo todo. Mello lloraba y ese sonido era el más sensual que Matt hubiera tenido el placer de oír en largo tiempo.
Una vez drenado, Mello acarició los hombros de Matt, tratando de mantenerse sobrio, en tanto su pene se volvía suave en aquellos labios. Matt aceptó sus caricias y apoyó la cabeza en la parte baja del bien formado abdomen de Mello, respirando su esencia, saboreando el calor que escurría entre sus dedos, al igual que el que llenaba su boca y corría por su barbilla, a través de sus labios entreabiertos en una mueca perversa.
Le temblaban las piernas: había pasado mucho tiempo de rodillas y Mello igual. Al final, se sentaron contra la pared del baño. Mello aferraba el abrigo de Matt.
-¿Te sientes muy mal?-A penas tenía fuerza para preguntarlo. Por impulso, acarició el cabello de Mello y se lo enredó entre los dedos un momento. Sonrió.

-No me pasa nada. Ni siquiera duele.-Una mueca chica le cruzó la cara.
-Hey, das buenas mamadas. Creo que eres gay.
-Son pocos los chicos que me gustan de verdad.-Matt quería ser honesto, a pesar de que le interesaba más continuar acariciando el cuero cabelludo de Mello. Era como si nunca obtuviera suficiente de él. Comenzó a reprocharse eso. Debería estar levantándose, haciendo intento por arreglarse la ropa, cepillarse los dientes, subirse los pantalones, algo así. A pesar de que era cierto su comentario (a penas y había estado con un puñado de muchachitos en la vida), sentía que éste chico en particular era uno con el que pasarían demasiadas cosas.
A juzgar por el guiño todavía pendiendo en los labios de Mello, se dio cuenta de que acababa de leerle la mente, como mínimo.


Autor original:Flamika.