Prólogo

Algo está fuera de lugar.

Es cerca del anochecer y algo acecha entre el pastizal.

Sobre la hierba seca yacía una joven que contrastaba con el resto del entorno, su cabello rojizo se extendía entre la flora y sus puntas rubias se mimetizaban con las doradas espigas. Los tardíos rayos del sol del poniente acariciaban sus desnudos brazos. Su rostro era el epitome de la tranquilidad; cualquiera que le hubiese visto habría jurado que estaba tomando una siesta.

Un sonido lejano y gutural la trajo de nuevo a la vida.

Al despertarse se sintió desorientada, no sólo por el hecho de no reconocer el lugar en el que se encontraba, sino porque no podía recordar haberse ido a dormir en ningún momento.

De hecho, no podía recordar nada más. Su cabeza daba vueltas y un tenue sonido agudo zumbaba en sus oídos; afortunadamente este subsidia a medida de que su cuerpo y sus sentidos iban despertando.

Sentada en el llano meditó por unos minutos, tratando de alcanzar trozos de lo que parecía ser su memoria, pero por más que estiraba las imaginarias manos de su mente, no podía alcanzarlos. Era frustrante, como esos nombres que tienes en la punta de la lengua, pero tu memoria se niega a pronunciar por una especia de neblina que impide a la memoria transformarse en voz.

Era absurdo y ridículo, se dijo a sí misma.

Echó un vistazo rápido sobre sí, buscando algo que le indicara su propia identidad. Robin rezaba una pequeña placa de metal, acompañada de una "R" en el mismo material y una especie de ojo de cristal, que colgaban de dos delgadísimas cadenas que se conectaban en un broche pequeño en la parte de atrás de su cuello.

-Tal vez ese es mi nombre-pensó.

El resto de su atuendo no ofrecía mayor pista, un vestido de verano color negro con lunares blancos que corrían en línea a través de la tela, que le llegaba hasta los talones, sus brazos y espalda estaban desnudos salvo por los delgados tirantes, botas negro líquido y montones de mid-rings. Ni una bolsa o seña de alguna identificación.

Miró a su alrededor. Aunque no podía recordar, su ropa le provocaba una vaga sensación de familiaridad. El paisaje, en cambio, no. El sol se ocultaba tras unas pálidas montañas a su izquierda, en un cielo completamente despejado; el aire era cálido como el de los atardeceres de verano y mecía el pastizal suavemente en un ritmo que se le antojaba inquietante. Aquí y allá el paraje se salpicaba de enormes pinos y en menor cantidad, enormes rocas grisáceas.

No, este lugar le era completamente ajeno.

Se puso de pie, tal vez tendría que buscar a alguien que le pudiese dar una pista de quién era o dónde estaba. Sacudió su vestid, desenmarañó su cabello e inhaló profundamente. Entonces algo le perturbó. En la esquina de su conciencia una alarma sonaba, la alarma de haber pasado por alto algo que era importante. Vital.

Fue entonces cuando lo escuchó de nuevo.

Instintivamente su cabeza se mueve buscando la dirección de la que provino el sonido. El silencio era absoluto hasta que una nueva oleada de aire sacudió los pastizales y las copas de los árboles. La ausencia de cualquier otro sonido le hizo darse cuenta de que en kilómetros a la redonda no había nada más. Y por alguna razón esto le pareció curioso, extraño, perturbador….fuera de lugar.

La súbita realización de su soledad hizo que un escalofrío recorriera su espalda.

-Es el frío-trató de convencerse a sí misma-estoy usando un vestido muy delgado, la noche comienza a caer.

Demonios, no había pensado en eso. Anochecía y no sabía a dónde ir, sólo sabía que tenía que ir a un lugar y hacerlo ya.

Desesperadamente comenzó a andar hacia el lado contrario del que el aterrador sonido había provenido. Por más que avanzaba, el pastizal se extendía y se extendía. Entonces vino por tercera vez. Esta vez más fuerte, más claro, más cerca.

En su mente algo le decía que ese sonido no era común para su nebulosa memoria, sin embargo sabía lo que significaba. El paso se convirtió en trote.

Gradualmente la cantidad de árboles fue disminuyendo, cada vez más dispersos entre sí. No tenía una noción exacta del tiempo, pero parecían haber pasado al menos media hora desde que se dio a caminar. Comenzaron a abundar enormes arbustos y el sol se despedía con sus últimos rayos. A medida de que las sombras crecían, Robin sentía su estómago retorcerse nerviosamente.

Entonces el viento lo trajo una vez más, un aullido prolongado y feral, igual al primero. Era difícil saber con exactitud de dónde provenía; se detuvo y miró desesperadamente por todos lados. No podía seguir buscando personas, tenía que encontrar un refugio, o que me cargue el demonio si no.

Subir a los árboles parecía buena opción, pero el último que vio había quedado casi medio kilómetro atrás. Ni hablar, las formaciones rocosas no parecían ofrecer mucha protección, y hasta donde yo sé los lobos no trepan árboles...hasta donde yo sé.

Bajo la menguante luz, observa algo que casi hace que su corazón se detenga. Trata de gritar, pero el terror toma todo sonido antes de que pueda lograr salir de su garganta. Su cuerpo se congela cuando el horror la mira directo a los ojos.

Está paralizada.

Es el miedo; es el miedo y nadie la salvará de la bestia que está por atacarla.

Es como si todas las puertas se cerraran, no hay lugar a dónde correr.

Siente las manos fría y se pregunta si vivirá para ver otro día.

Cierra los ojos y espera que sea sólo su imaginación.

Pero al mismo tiempo se oye una criatura arrastrándose atrás.

Se le acaba el tiempo.

Es el miedo y se apodera de ella.

Ella lo sabe y aun así peleará por su vida.

No hay una segunda oportunidad contra la cosa de refulgentes ojos tras los matorrales.

Instinto de preservación o adrenalina, cualquiera de ellos que haya sido, envía una oleada de calor por sus piernas, que se desprenden del pasto mientras corre a toda velocidad hacia el árbol más cercano. El aire quema en sus pulmones y lágrimas amenazan con salir, detrás de ella las pesadas y enormes pisadas del animal envían vibraciones a todo su cuerpo, que se estremece en terror.

El tiempo se acaba, el árbol aún está muy lejos.

Es el miedo, es el miedo.

Diversos aullidos se unen al primero.

La noche comienza a cerrarse sobre el paraje y las criaturas de la noche comienzan su llamado. La muerte comenzará su mascarada, no hay escape de las fauces de las bestias, están completamente abiertas.

Es el final de su vida.

Están ahí afuera para atraparla, los demonios la acorralan desde cada orilla.

Acabarán con ella, a menos de que cambie sus posibilidades.

La oscuridad se acerca a estas tierras, la noche está casi a la mano. Su respiración es agitada, el aire no es suficiente.

Las criaturas se arrastran en busca de sangre, y a cualquiera que encuentren, debe encarar a los sabuesos del infierno.

Huargos los llamaban, maldito sea su nombre.

El hedor inunda el aire, el miedo de miles años de historia de terror, bestias grisáceas saliendo de sus nidos se acercan para sellar su destino.

Y aunque lucha para mantenerse viva, su cuerpo comienza a temblar, porque ningún mortal puede resistirse a lo que toda su vida le habían hecho creer que no era real.

El sonido del martilleo de su corazón invade sus oídos, el tiempo se detiene en la breve distancia que la separa del árbol. Un último paso, un último paso. Muy tarde.

Es el miedo.

Es el dolor punzante desgarrando su costado derecho.

Es la brutal fuerza que la catapulta varios metros hacia atrás.

Es la milagrosa idea de que no haya muerto al instante.

Pero está cerca, lo sabe; la bestia tiene el campo libre y ella por fin puede verla en su ominosa magnitud.

¿Es el miedo? ¿El miedo me hace verlo así de enorme?

El lobo se acerca a paso lento, casi parsimonioso. Si pudiera recordar algo de su vida, Robin podría verla pasar toda frente a sus ojos. Lo cual no es muy útil ahora, ¿cierto? Su fétido aliento está casi sobre ella y cierra los ojos con fuerza. El final está cerca y no lo quiere ver. Su corazón golpea duramente su pecho en espera del momento fatal.

Esto debe ser lo que sienten los conejos, ¿eh?

Pero pasan los segundos y no siente , tal vez así sea la muerte, un instante de terror y de repente estás del otro lado. Pero Robin no puede ver una luz blanca al final del camino.

Verías algo si abrieras los ojos, tarada.

A varios metros de ahí, una figura espigada desmiembra a la bestia con sorprendente fuerza y precisión, hasta que esta emite un estrangulado sonido y deja de moverse por completo.

Es el miedo, es el miedo.

La figura se irgue, revelando la espada ensangrentada con la que acaba de liquidar al huargo. Entre las abundantes sombras de la noche resplandece una ceñida armadura borgoña de bordes cobrizos que se estrecha en la gallarda figura de un hombre de altura imposible. Una capa de color otoñal ondea en su espalda al mismo compás que su larga y lacia melena oscura.

La noche ha enfriado el viento y Robin apenas lo reciente; la adrenalina había mantenido su cuerpo caliente, incluyendo el costado por el que manaba sangre a través de su piel desgarrada. Un gemido de dolor escapa de sus labios antes de que pueda evitarlo, llamando la atención de aquel hombre. Parece bastamente sorprendido y se acerca a ella apresurado, enérgico. Las orillas de su visión comienzan a oscurecerse, pero el pánico lucha por mantenerla despierta.

-Tranquila, vengo a ayudarte-le dice al inclinarse a un palmo de ella. Su rostro es de facciones severas, pero de alguna manera sus ojos están llenos de compasión.

No va a herirme.

El hombre inclina su cabeza para revisar la herida, haciendo que su larga cabellera caiga hacia un lado y descubriendo una de sus orejas.

Un huargo gigante y un hombre imposiblemente alto con orejas puntiagudas.

Algo estaba fuera de lugar.

Probablemente ese algo, era ella.