© Masashi Kishimoto
La Habitación Azul
Prólogo
Corrí a la primera puerta que encontré, y al darme cuenta que estaba trabada, golpeé el metal con los puños. Grité, pedí por ayuda, lloré, pero después me limpié las lágrimas, y seguí golpeando. Luego me detuve. ¿Quién iba a ayudarme? Entonces tuve miedo de pedir ayuda; halé aire para mis pulmones, mi corazón latió con violencia, reconociendo lo que acababa de suceder: me habían secuestrado, me habían excluído de la libertad, estaba atrapada...
―No.. no...
Susurré, observando la habitación en donde estaba, donde sólo habían cuatro paredes, un colchón en el suelo y una ventana bloqueada por trozos de madera clavados y atornillados. Era todo. Y yo era la única persona que estaba ahí.
Ahora lloraba, sin saber qué mas hacer. Estaba temblando, sin poder creer que esto me había sucedido a mí. «¿Por qué?», me preguntaba, sin lógica. Me cubrí la boca con ambas manos, sentí temor de que alguien escuchara mis lamentos, y más que eso, sentí terror de que alguien entrara por esa puerta. Porque sólo un ser perverso estaría del otro lado, sólo un inicuo esperaría detrás de la puerta.
Y los pasos se escucharon, acercándose, firmemente, sin prisa. Ahogé el aliento, dejé de llorar aún cuando sentía la garganta cerrada de miedo. Retrocedí hasta la contra esquina de la habitación, tratando de poner la mayor distancia mía y de la puerta. Esperé, abrazando mis brazos, sin quitar la mirada del frente. La perilla de la puerta empezó a girar, y yo sólo me hundía más en aquel rincón. Al ceder la puerta, la luz entró, y junto a ella, una silueta negra. No me moví, hasta que la luz se encendió. Sin querer, solté un jadeo de puro horror... Pero cuando reconocí a la persona que sostenía el pomo de la puerta, mis ojos vibraron de conmoción.
―Tú...
―Hola, Hinata.
Mi mente no podía procesar lo que estaba ocurriendo. Simplemente, no podía concebirlo.
―Espero no estés enojada por haberte drogado de ese modo ―dijo aquella persona, sonriendo de repente―. Pero te estabas portando muy mal.
Su expresión no cambiaba; se reía de mí. Sin duda, estaba disfrutando tenerme en aquella posición. Me dolió en el pecho, aunque debo decir, pensando en lo que había sucedido en nuestras vidas, esto que hacía conmigo, ya no me era tan extraño. Lo entendí, en cierta manera. Así que sólo cerré los ojos, deseando que todo pasara rápido, y que no fuera tan doloroso.
...
Esto es todo por hoy. Pero pronto vendré con más.
