Este fic es una adaptación de la ópera Turandot, de Puccini. La adaptación constará solo de tres capítulos, y la hice con mucho amorsh y dedicación, de modo que les agradecería muchos los comentarios que tengan al respecto. :)
·Jaz, gracias por endeudarme de esta forma, por fangirlear conmigo y por hacer de beta aunque terompalosquinotosmuchísimo. teamo.
Espero que les guste :)
YONA
CAPÍTULO I
Hak bufó, aún cruzado de brazos. Su viejo padre ya no era lo que solía ser. Si no fuera por la ayuda de Aro, aquel viaje hubiera durado incluso el doble. De cualquier modo, no era como si pudiera hacer algo mejor con su tiempo. Lo único que quedaba para ellos era seguir escapando de su amada tierra y volver a crecer en esta nueva, con nada de dinero en los bolsillos y una sola esclava que lo era por puro amor al arte.
—Hijo, ven —la voz de Mundok lo sacó de su ensimismamiento. Hak se giró y se acercó a grandes zancadas hacia el exiliado Rey de Xing—. Si seguimos a este ritmo, necesitaré otro par de pulmones.
El príncipe le regaló una sonrisa ladina, entre que lo observaba sentarse sobre su trasero. Aro, a su lado, se mostraba así mismo acalorada, sucia y cansada. Habían sido largos días de caminar prácticamente sin descanso.
—Ya lo necesitas, padre. Descansa junto a Aro. Buscaré qué hacer en esta ciudad.
Hak ya se había girado para ver alrededor, pero la firme mano de su padre lo aferró por el brazo y lo obligó a girarse.
—Recuerda que estamos en tierras imperiales. No llames la atención.
—Kūto jamás sabrá de mí, ni de ti.
—Kūto me importa un rábano. Lo importante es que no lo sepan nuestros compatriotas, de cualquier modo que se enteren. No creo que el emperador Il decida vendernos a Xing, pero… ya es oído los rumores sobre el joven Soo-Won, sus redes y su influencia sobre Il.
—Lo tendré en cuenta.
Mundok lo observó durante largos segundos, pero al final se dio por vencido y lo despidió con un rápido movimiento de su mano, entre que volvía a preocuparse por el dolor en su espalda. Hak le dedicó una mirada de inteligencia a Aro, recibiendo por su parte una confirmación inmediata. Conforme, siguió camino. Habría algo que hacer en la capital de Kouka. Tal vez no era lo más inteligente vagar por ahí, pero eran buenos pasando desapercibidos y necesitaban urgentemente encontrar a su contacto. La última pista que tenían de él no los había llevado a ningún lado. Toda buena capital tenía lugares que merecían la pena visitar para obtener valiosa información.
Caminó por las calles de la ciudad. La gente parecía preocupada por su propia vida y eso era bueno para extranjeros como él. Había mucho movimiento, gente trabajando y artistas callejeros llamando la atención. Toda esa distracción a su alrededor lo llenó de confianza. Sabía que Soo-Won podría tener espías apostados en cada cuadra, y un par contando historias fantásticas con dos o tres trucos de magia, pero no creía correr peligro. Kouka ya tenía todo lo que necesitaba de Xing, más aún considerando su última victoria, la misma que los llevó a alejarse de sus tierras.
Sin darse cuenta, terminó bordeando lo que, a su simple parecer, debían ser los jardines del palacio. Le sorprendió no encontrar soldados haciendo guardia alrededor. Detuvo su caminar para observar con más detenimiento. No podía ser el jardín imperial, faltaba demasiada seguridad como para que lo fuera; sin embargo... Siguió caminando a paso muy lento, sin dejar de dirigir la vista al interior.
Finalmente se topó con una joven, y la sola visión de esa chica lo hizo frenar en seco. Había visto mujeres hermosas a lo largo de su vida, pero aquella sola mujer parecía opacar al mismo sol. Su cabello rojo, suelto sobre su espalda, brillaba como si irradiara luz propia. Solo podía ver su rostro de perfil, pero se sentía cómodo asegurando que era el más bello. Piernas largas, tez blanca, no demasiado voluptuosa, pero con las curvas suficientes para identificarle de inmediato.
No llevaba ropas que indicaran que era de la nobleza. Su simple vestido blanco, con pequeños detalles anaranjados, podrían hacerle pasar como una criada. Sin embargo, había algo en su modo de actuar que la delataba como una mujer distinguida. Sería su porte, acaso. Hak no podría dilucidario en el momento.
Adelantó unos pasos, sin apartar la mirada de la doncella. Sus cabellos le llegaban a la cintura, con ondulaciones rebeldes. Alimentaba a pájaros de diversos colores que se posaban cerca y comían con cierta gracia. La chica los miraba con una sonrisa y, de cuando en cuando, les hablaba. Hak sonrió. Dulce, delicada e indiscutidamente bella.
Se planteó acercarse un poco más, tal vez saludarle. Sabía que era peligroso si pretendía mantenerse a resguardo. Algo dentro de él le indicaba que no se pondría en peligro si se acercaba, pero no dejaba de estar en los jardines reales. Sería una tontería encontrarse con Soo-Won por un error como ese, mas no pudo evitarlo. Se sentía de metal, atraído por un poderoso imán de cabellos incandescentes.
Se acercó a paso silencioso y tranquilo, observando aún sus movimientos. Cuando la tuvo a solo unas pocas zancadas comenzó a formarse en su mente la mejor manera de iniciar conversación con una desconocida tan bella. Nada acudió a su mente, pero estaba seguro de que algo se le ocurriría una vez la tuviera frente a frente y pudiera ver su mirada sorprendida.
Antes de que pudiera darse cuenta de qué pasaba exactamente, se había acercado y la sostenía entre sus brazos, evitando así una caída torpe y que la hubiera dejado ligeramente lastimada. La muchacha tenía la boca entreabierta y se aferraba a su camisa, asustada. Levantó el rostro una vez que la ayudó a recuperar el equilibrio, tirando por tierra sus ideas de que sabría qué decir.
—¿Se encuentra bien? —Se las arregló para preguntar, hipnotizado por su mirada y el ligero sonrojo que portaba.
Dos grandes ojos violáceos lo observaron con un ligero tinte de reproche, pero no faltaba la sorpresa en ese mirar. La mujer se separó de él y se acomodó el sencillo vestido de tres rápidos movimientos. Luego lo observó con el ceño fruncido y dio un vistazo alrededor, posiblemente en busca de guardias o curiosos merodeadores. Al no encontrar a nadie, volvió la mirada a Hak y soltó un respingo, haciendo una mueca con la boca.
La chica de mirada recelosa no era otra que la princesa Yona, hija del emperador Il y cuya mano se disputaba en aquellos momentos con regularidad, y cierta fiereza. De esto, Hak no estaba enterado. Sí, era un hombre que andaba con y entre mujeres, pero no se había preocupado demasiado por el compromiso ni las políticas, ni una mezcla de ambas (como el casamiento con alguna hija de rey). Él había pertenecido siempre al campo de batalla.
Yona, por su lado, estaba molesta, aunque no podía mentir diciendo que no estaba gratamente sorprendida por la atención. Gustaba de pasear por los jardines sola y lejos de la vista de guardias y plebeyos del castillo, aunque sabía que todos allí velaban por su seguridad. Lo que más le molestaba del caso, era haber caído en los brazos de aquel hombre y seguir con las mejillas sonrojadas.
Tomó aire y elevó el rostro un poco, tal como estaba acostumbrada.
—¿Qué haces aquí, plebeyo?
Hak sonrió. Entonces sí se trataba de una noble, a pesar de lo sencilla de su vestimenta y la falta de guardias. Como correspondía a un caballero, Hak inclinó la cabeza a forma de saludo y en señal de respeto. La labia que lo caracterizaba comenzaba a regresar hasta él, seguramente a causa de la actitud fría de la mujer y lo incómoda que la había puesto.
—Este súbdito no ha podido seguir camino ante su sublime presencia.
Yona abrió los ojos, completamente sorprendida. Definitivamente, ese hombre no era de la zona, nadie se atrevía a hablarle de semejante manera, no si no estaban en un baile u otra ocasión similar. No si no buscaban su mano. A pesar de sentir calor en las mejillas, habló con seguridad.
—¿Eres extranjero, acaso? ¿Por qué crees que tienes el derecho de pasear por los jardines reales?, ¿de dirigirte a mí de ese modo? ¡Guardias!
Al elevar la voz, despertó la alarma de Hak. Si llamaba la atención, tendría más problemas con Mundok que con todo Kouka.
—No pretendo hacerle daño —se apuró a decir, intentando por todos los medios que dejara de alertar a los guardias. Yona lo observó con cierto recelo, pero acalló sus llamados—. Vengo de muy lejos, pero créame fiel.
La mujer alzó una ceja, pero a pesar de la molestia y que claramente no creía en él, no dijo nada, y Hak no insistió. Apartando la mirada, recogió del suelo el alimento de los pájaros, que estaba en una pequeña bolsita que había dejado caer al tropezar. El joven observó todo con una ligera sonrisa en los labios.
—Si me es fiel —habló Yona a continuación, mirándolo de reojo—, si me ve como su soberana, entonces déjeme en paz.
Hak la observó, captando una (esperaba que no) última instantánea de aquellos increíbles ojos. Entonces hizo una reverencia y se alejó con un paso atrás.
—Como usted lo desee.
El príncipe dio varios pasos atrás antes de finalmente girarse y caminar fuera de los jardines reales. No se alejó demasiado, seguía sintiendo una insana curiosidad. El rubor en sus mejillas, la suspicacia en su mirada, el cabello rojo ondeando a la par de la brisa estival. No podían culparle de sentir lo que sentía. El trato de la mujer era frío y altanero, y eso no se correspondía con la actitud dulce que le vio adoptar con los pájaros que alimentaba. Hak solía pensar que bastaba ver cómo alguien trataba a los animales para hacerse una idea de cómo eran.
Sin dejar de sonreír, siguió alejándose a paso lento, sin tener idea de que la princesa Yona se sentía abrumada y confundida. Sin lugar a dudas, el joven que le había tenido en sus brazos no era del reino, y tampoco había oído hablar de ella. De Yona, la mujer de los cabellos de fuego; la mujer fría, cruel y caprichosa que prácticamente todo príncipe deseaba desposar —que cualquier hombre deseaba desposar para hacerse con su cuerpo y con el poder y riqueza de Kouka, un negocio asqueroso. Ese joven no tenía ni idea, y a pesar de que ella lo había tratado como trataría a cualquier otro hombre, no mostró más que cordialidad y honradez, aún cuando no había guardias cuidando de ella y podría haberse propasado. Aunque, pensó Yona, posiblemente tampoco sabía que estaba desprotegida.
Bufó, molesta. No cabía en su mente que un extranjero, que cualquier hombre pudiera acercarse a una joven con buenas intenciones, y mucho menos si se trataba de la hija del emperador. Pero el misterioso plebeyo había demostrado lo contrario, y eso le incordiaba. Por suerte, antes de que pudiera seguir dándole vueltas al asunto, otra joven noble se acercó corriendo hacia ella, agitada y con expresión compungida.
—¡Lili! —exclamó Yona, no sin cierta sorpresa. Hak, muchos pasos más atrás (y ya saliendo de los límites del jardín), prestó mayor atención a sus palabras, aún demasiado curioso como para hacer caso omiso de lo que ocurría—. ¿Qué ocurre?
—Un grupo de nuestras cortesanas han sido retenidas por soldados del imperio Kai, no muy lejos de aquí —resumió Lili, intentando recuperar el aliento.
—¿Cómo? ¿Del imperio Kai? —La voz de Yona parecía molesta. Hak salió de detrás del arbusto que le tapaba la visión para observar la escena con más detalle. La llamada Lili asentía con fervor y su cabello negro y lacio se enloquecía a la par de sus movimientos. Observó entonces que los ojos de la joven de cabello rojo se encendieron, se incendiaron, como si una hoguera comenzara a arder en su interior. De repente, se sentía embriagado por esa mirada de determinación y odio—. Sígueme, Lili. Terminemos con esto de una vez.
Yona y Lili se alejaron hacia el interior del castillo, pero Hak no pudo moverse del lugar. "Qué mujer más interesante", murmuró sin siquiera darse cuenta. Una noble dulce y bella, con un mirar tan ardiente como su cabello. El príncipe no podía dejar de preguntarse qué más escondería su misteriosa dama. Con esos pensamientos en mente (el cabello rojo, pero —sobre todo— la mirada enfurecida de Yona), se alejó de vuelta hacia el centro de la ciudad, donde había dejado a su padre y a Aro, consciente de que ya se le había hecho demasiado tarde. Tan solo en encontrarlos, tardaría cerca de otra hora.
Tardó aún más de lo esperado en encontrar a Mundok. El ex Rey de Xing estaba junto a Aro cerca del centro de una enorme plaza, entonces completamente llena de gente, tanto así que apenas podían escucharse mutuamente. Había ruidos de todo tipo, pero mayormente un continuo murmullo y demasiada expectación. A pesar de estar allí desde que comenzó a gestarse el alboroto, Mundok y Aro no sabían a qué se debía, y Hak, mucho menos.
—¿Un comunicado oficial? —preguntó Hak, pero su voz se vio ahogada por una nueva exclamación por parte de los aldeanos. Entonces pudo ver mejor qué era lo que tanto llamaba la atención del pueblo—. Es… una ejecución pública.
—¡Qué barbarie! —musitó Aro, aún aferrada del brazo de Mundok. El anciano negó con la cabeza. Sobre el escenario, a varios pies del suelo, un apuesto joven mostraba una calma inusual, atado de manos y de pie junto a su verdugo.
—Ese joven no es otro que Kang Kyo-Ga, el príncipe del imperio Kai. Esto es inaudito.
—¿Del imperio Kai, has dicho?
La respuesta nunca llegó, porque una vez más se levantó una oleada de inconformidad. Hak se imaginó el porqué. Kang Kyo-Ga era un joven apuesto y amado en su tierra. No sabía si era un buen noble, pero alguien apuesto siempre se ganaba el favor de un pueblo. ¿Por qué sería condenado a algo así? ¿Qué crimen había cometido contra Kouka?
El silencio se hizo de repente, al tiempo que un joven de blancas vestimentas y blancos cabellos se dispuso a hablar. Era el portavoz imperial, que se disponía a leer la sentencia con voz mustia.
—Pueblo de Kūto —comenzó—. Esta es la ley: Yona, princesa de Kouka e hija del emperador Il, será la esposa de aquel que, siendo de sangre real, resuelva los tres enigmas propuestos por su majestad. Pero, aquel que afronte el desafío y resulte vencido, deberá perecer ofreciendo su cabeza al hacha —siguió, antes de dirigir una mirada al expectante público y continuar—. El príncipe de Kai, Kang Kyo-Ga, golpeó el gong tres veces y enfrentó el reto, mas su fortuna fue adversa. Como consecuencia y cumpliendo la ley, será ejecutado ahora y…
Su voz se vio acallada por un nuevo reclamo de un pueblo molesto. Hak observó alrededor, sin ser capaz de comprender lo que estaba ocurriendo. ¿Un desafío impuesto por una princesa? ¿Adivinanzas para desposarla? ¿Una decapitación en consecuencia? ¿Acaso estaban todos dementes?
El portavoz intentó recuperar el control de la situación, completamente en vano. El pueblo parecía muy molesto por esto, y Hak comprendió entonces que no era la primera vez que tenían una ejecución pública a causa de la ridícula prueba de la princesa de Kouka. Hak analizó la situación con cuidado, preguntándose si acaso estaban por participar de una pequeña revolución en aquella plaza. Antes de que pudiera decidir partir de allí, alejando a su padre y a Aro del peligro, el silencio se hizo de nuevo.
Fue entonces cuando irguió la cabeza y volvió a encontrarse —por segunda vez en el día— con la mujer de cabellos de fuego. Era imponente, lo comprendió de inmediato. Su solo porte y su poderoso mirar obligaba a todo el mundo a permanecer en el más absoluto silencio. Era una mujer menuda, pero no parecía que alguien pudiera hacerle frente, no al verla así.
—Su majestad, la princesa Yona, hija de Il —anunció el portavoz, cediendo la palabra a la joven.
—Pueblo de Kūto —comenzó Yona, con voz clara—, el imperio de Kai ha secuestrado a criadas del castillo, a personas de nuestro pueblo, para pedir por la vida del príncipe de Kai. Como es de conocimiento público, todas mis criadas están bajo mi resguardo, y jamás permitiré que les hagan pasar por momento semejante. El hecho de raptarlas es, por sí mismo, una gran ofensa al Reino de Kouka. —Esperó pacientemente unos segundos a que el silencio se restableciera, luego de murmullos de aprobación.— Hace apenas minutos atrás, todas mis mujeres han vuelto a mí en perfectas condiciones. Los soldados que las habían retenido serán castigados, y el joven Kang Kyo-Ga cumplirá con su parte del trato, sin importar las consecuencias. Si pretendía desposarme y aceptó las condiciones de mi desafío —siguió la princesa, observando esta vez a Kang Kyo-Ga con frialdad—, no valdrá ningún tipo de excusa o extorsión para salvar su pellejo. Morirá como está establecido. Y lo hará de manera inmediata.
Hizo entonces una clara señal a sus súbditos y se retiró sin mirar atrás, de vuelta hacia el interior del castillo. En la tarima, Kang Kyo-Ga ya no parecía tan calmo, pálido como un papel, y con la urgente necesidad de vomitar poco antes de que su cabeza rodara por el suelo.
Hak no había podido acomodar sus pensamientos entre tanto se llevaba a cabo la ejecución. La calma del pueblo volvió poco después y se vio rodeado de comentarios que indicaban, como él había creído, que no era la primera vez que eso ocurría. Los aldeanos parecían acostumbrados, pero guardaban la esperanza de que la princesa Yona cediera eventualmente.
A él nada de eso le importaba. Estaba estupefacto. La cruel y fría princesa que se había mostrado sobre el escenario no parecía ser la misma que había visto tan solo esa misma mañana. Con sus condiciones inverosímiles para no casarse, llevando a la muerte a hombres jóvenes, pareciendo ser cruel, fría, caprichosa… La bella mujer de aquella mañana, con sus largos cabellos rojos, alimentaba a los pájaros con una sonrisa. Además, no olvidaba el fuego en su mirada. Podía darse cuenta: detrás del papel de princesa fría, estaba una mujer que era dulce, que amaba y se preocupaba por su gente.
¿Cómo podía ser una mujer así, de aquellas dos formas? Su belleza aún lo cegaba. Se sentía un imbécil por la atracción que le generaba, por la curiosidad que entonces parecía una urgencia saciar. Necesitaba saber más de ella, de Yona.
—Tomaré el desafío.
—¿Qué dices? —La voz de su padre le indicó que había hablado en voz alta. Se sorprendió a sí mismo, porque no esperaba estar tan loco. Sin embargo, sonrió. Sí, tomaría el desafío de la princesa Yona, tanto por aquella que había visto en el escenario (defendiendo a sus siervas con la severidad propia de un rey) como por la que había visto esa mañana (alimentando los pájaros y sonrojándose ante él).
—Señor, no creo que eso sea una buena idea…
—Calla, Aro. No busquen persuadirme, he tomado una decisión.
—¿La decisión de qué? ¿De tener una buena probabilidad de que te corten la garganta? ¿De que tu viejo padre tenga que cargar tu cabeza bajo el brazo? —siguió Mundok, con el ceño fruncido.
—Padre, por favor. Soy un buen guerrero, pero estoy igualmente bien instruido. No dejan de ser adivinanzas…
—Joven señor… —intentó Aro de nuevo, pero los pedidos de ella y de Mundok fueron en vano.
—Es una decisión tomada.
—Hijo, si acaso no te interesa tu vida, ¿podrías pensar un momento en quién eres y de quién eres hijos? Somos exiliados de Xing, si nuestros…
—Padre, tus miedos son infundados. Kouka tiene de nosotros todo lo que desea. Si acaso temes por tu vida, huye de aquí antes de que afronte la prueba. Si supero el desafío, me casaré con la princesa de Kouka y no tendremos problemas. Si no lo supero, moriré y estarás a salvo, Aro velará por ti.
—Hijo…
—Padre. Subiré a esa tarima. Por el momento, olvídate de mí.
Mundok se dio por vencido. Sabía que Hak sería difícil de convencer, sobre todo cuando algo se le ponía en esa cabeza que tenía. Había visto a la princesa y entendía que era muy bella, y que esa misma belleza podría cautivar hasta al hombre más impensado. No podía pretender comprender a su hijo, ni mucho menos frenarlo.
Hak caminó entonces con determinación. La multitud, luego del espectáculo público, comenzaba a disgregarse, así que era mucho más fácil hacerse camino hasta el estrado. Los esclavos limpiaban la sangre que había quedado regada tras la ejecución, pero por suerte él no tendría que pasar por allí. El gong estaba más lejos, y era ese su destino si quería proclamar el deseo de enfrentarse a las adivinanzas de la princesa. De pedir su mano, de volver a ver su rostro y su fogosa mirada.
Cuando por fin logró estar lo suficientemente cerca, se vio frenado ahora por tres hombres, que, al igual que su padre y su esclava, intentaron persuadirlo de su idea. Estos tres hombres, ministros del emperador, lo rodearon de inmediato.
—Joven hombre —comenzó uno, con una sonrisa gallarda—, se ve apuesto e inteligente…
—Por lo tanto, no es el mejor lugar para alguien como usted —siguió otro, mirándole con timidez. El tercero terminó la idea.
—Si ha visto lo que ocurrió recién, comprenderá que la señorita y sus adivinanzas son difíciles de tratar.
—Me puedo dar una idea —aseguró Hak, devolviendo una sonrisa confiada—. De todos modos, estoy dispuesto a tomar este reto, a disputarme la mano de la princesa Yona.
—Conocemos a la princesa desde que era una niña. Sería peligroso y estúpido intentar desposarla, joven contendiente.
Hak alzó una ceja, mirando al ministro con sorna. Se dirigían a él con demasiada confianza para ser extraños, y sobre todo, extraños fieles a la princesa.
—Sería peligroso y estúpido —siguió otro— considerando que una persona como usted podría tener a cualquier mujer que se propusiera.
—No quiero cualquier mujer. Pretendo a la princesa Yona, y estoy dispuesto a aceptar cualquier condición que me imponga.
Los tres ministros del emperador intercambiaron una mirada. Estaba claro que había ganado la pequeña discusión, y estaba seguro de que no era la primera vez que esos tres intentaban persuadir a jóvenes como él de que no cometiera lo que parecía ser un suicidio.
Tomó el mazo que descansaba a un lado y lo alzó en sus manos, listo para golpear y que toda la ciudad se enterara de lo que pretendía.
—¡Amo! —La voz de Aro interrumpió su tarea y se giró a verla—. Por favor… la princesa no lo vale, tiene… tiene todo por perder, señor… por favor.
Hak la observó. Aro se preocupaba por él de verdad, y sabía que detrás de su pedido también estaba el de su padre. Tal vez lo más inteligente fuera alejarse a allí, no ponerse a prueba de ese modo, no jugarse la vida. A pesar de todo, la mirada de fuego de Yona llenó su ojo mental, aquel que veía lo que su mente imaginaba. La observó otra vez alimentar pájaros con su cabello brillando como el sol, y la observó otra vez sentenciando un hombre a muerte con una temible mirada llena de odio.
No sabía porqué —solo sabía que era débil y obediente como un metal que corre hacia el imán—, pero solo deseaba verla otra vez.
—Es demasiado tarde, Aro.
Era demasiado tarde, porque de alguna forma que desconocía, la princesa Yona, cuya existencia hasta ese mismo día desconocía, ya lo había cautivado.
Levantó el mazo y Aro dio varios pasos atrás, con una triste mirada. Hak, resuelto, golpeó el gong tres veces, y el ruido se expandió por toda la plaza.
