CAPITULO 1: SÍMBOLOS RAROS

Erase una vez hace mucho tiempo (concretamente en 1991) vivía en un tranquilo pueblo de la España profunda un chaval responsable y hacendoso. Tenía solo once años pero ya se ocupaba del día a día de la pequeña granja en donde vivía con su madre, demasiado mayor para hacer grandes esfuerzos, y su extenso campo de maiz. Sabía leer y escribir ya que había podido ir al colegio hasta el año anterior, cuando tuvo que dejarlo por causas que le eran desconocidas.

Era un caluroso día de principios de Julio. Enrique le daba a la azada bajo un sol de justicia en el trozo de huerto que pillaba al lado del camino que llevaba al pueblo. El pobre sudaba cual gorrino y la boca se le estaba quedando seca, así que decidió parar un momento a refrescar el gaznate.

Le pilló con el botijo en todo lo alto el ruido a lo lejos de una bicicleta. Era el cartero que, al ver a Enrique apoyado en la valla esperandole, se paró a su lado.

- ¿Qué pasa mangurrian? ¿Qué marcha me llevas?

- Pos ná, aqui le andamos, repartiendo la correspondencia. Como tós los días... Creo que tengo una carta mu rara pa ti. Un momento... - dijo el cartero a la que se puso a buscar algo en su saca.

- ¿Una carta? ¿Pa mi? Pero si no conozco a naide ni en este pueblo. A ver si te vas a haber equivocao, Bratislao...

- ¡Que no, leñe! Que es pa ti y pa ti es... ¡Mira tú, aqui está la zanguanga! Toma, toa tuya, nene. Y ahora me voy, que me queda mucho pueblo pó recorré. Taluego señor.

Y mientras el cartero se marchaba por donde había venido, Ernesto cogió la carta y la puso a la altura de sus ojos. Era amarillenta y tenía un aspecto envejecido. Tenía por la parte de atrás un lacre con un símbolo muy raro con animales que a Alfarero le sonaba haber visto en sus libros de texto y por delante ponía una dirección harto extraña:

Enrique Alfarero

Tercer bancal al lao de la carretera

Fuerte del Rey, España

La abrió con la azada y sacó de dentro dos papeles. Los miró y remiró y llegó a la conclusión de que no tenía ni papa de lo que decían. Intrigado, se fue a la granja, dejó la azada, cogió su boina y se fue al pueblo a buscar al profesor de la escuela: Mr. Eulalio, el hombre más sabio de todo Fuerte del Rey. Una vez allí, y tras preguntar a la esposa si se encontraba en casa, Enrique entró en el salón en donde se encontraba el maestro enfrascado en la lectura del periódico de la mañana mientras fumaba ceremoniosamente su pipa.

- A las güenas tardes, Mr. Eulalio. ¿se pue pasar?

- Si, hombre, claro que si. ¡Pero cuanto tiempo, Enrique! ¿Por qué has dejado de ir a clase este año?

- Nu sé. Má me dijo que me necesitaba, que taba mayor o algo así y que no podía hacer cosas que antes hacía. ¿Me podría usté ayudar?

- Dime en que te puedo ayudar y veré si está en mi mano.

- Pos es que he recibío una carta con un idioma mu raro. Las letras las entiendo pero nu sé ques lo que dice.

- Dejame verla. - Enrique le entregó el sobre a Mr. Eulalio - A ver... Pues si que te puedo ayudar. La carta está en inglés, Ernesto, un idioma distinto del español.

- Andalaleshe... ¿y me podría decir que es lo que pone en ella?

- Por supuesto - El profesor abrió el sobre y leyó el contenido de los dos papeles entre expresiones de asombro y asentimientos de cabeza. Una vez hubo terminado, metió todo en el sobre y lo dejó en la mesa - Interesante, muy pero que muy interesante...

- ¿Qué es interesante, señó?

- Pues si lo que dice esta carta es cierto, y tengo mis razones para no dudar que lo es, tú... a ver como lo digo sin que me acusen de plagio... tienes poderes, eres un hechicero, un brujo, un zahorí.

- ¿Lo cualo?

- Pfff... a la mierda el plagio ¡¡¡Que eres un maldito mago, Enrique!!!