Disclaimer: Los personajes de Magi: The Labyrinth of Magic no nos pertenecen, son de su autor respectivo.

Pareja Principal: Sinbad x Alibaba.

Advertencia: Relación chico x chico. Si el tema no es de tu agrado, no lo leas.


"Honestamente, Sinbad, nunca en mi vida había escrito una carta antes. No tengo idea de cómo se hacen. Estuve mucho rato pensando… ¿Cómo debería partir? ¿Querido Sinbad? ¿Hola Sinbad? ¿Qué tal, Sinbad? No lo sé, se me hacía algo raro. Así que, como resultado de mi desastrosa confusión, salió esto.

¿Cómo has estado? Hace mucho que no sé nada de ti. La última vez, mamá me había dicho que habías agarrado un resfriado fuerte, y que estuviste un par de días en reposo por el estrés y el cansancio. Tienes que cuidarte. No soy nadie para decírtelo, supongo, pero creo que tal vez deberías relajarte un poco. Estuve muy preocupado por eso. Acá con mi familia te extrañamos mucho, yo siempre espero que regreses pronto. Pero sé que has estado esforzándote mucho por allá, por lo que debo de aguantar mis caprichos y desear lo mejor para ti.

¿Sabes? El otro día estuve buscando unas cosas en mi armario, y encontré algo curioso. Había una caja llena de cosas en un rincón, debajo de muchas cosas (entre mi desorden… jeje). Y dentro de ella, había una carpeta. No pude creer lo que veía, ¡Eran mis dibujos de primaria! Ese extraño arte rupestre deforme que hacía cuando apenas tenía cinco años me trajo muchos recuerdos… No sé si tú te acuerdes (incluso quizá más que yo), el primer día en que me fuiste a recoger de la escuela, al poco tiempo de que comenzaras a hacerte cargo de mí. Me había tocado dibujar a mi familia, y tú estabas incluido en ella. Me hizo mucho reír eso, desde niño siempre había pensado que serías alguien importante en mi vida, y así fue…"

I

Sus pies se movían con rapidez sobre el suelo, levantando toda la tierra que había en el jardín de la escuela. Reía, saltaba, daba vueltas en círculos alrededor del patio. A veces se subía arriba del resbalin, creyéndose un navegante de las aguas turbias de altamar; otras, un conquistador de reinos desconocidos. Daba igual lo que fuera, su imaginación atravesaba fronteras inexploradas, y nunca se detenía. A Alibaba le encantaba jugar con todo lo que hubiese a sus anchas, tomando cualquier cosa existente bajo su poderío. Así era él, un niño alegre, orgulloso, pero también gentil. Su sonrisa deslumbraba por doquier, como ese sol veraniego de aquella estación que estaría pronta a desaparecer.

Corría con los otros niños, sus compañeros de escuela, jugando y divirtiéndose. Estaba tan sumido en el juego, que no se dio cuenta cuando una voz lo llamaba desde la entrada. Las clases habían terminado hace mucho rato atrás. Sinbad tuvo que volver a llamarlo, hasta que Alibaba le escuchó. La sonrisa del niño se amplió de emoción cuando divisó al otro hacerle señas a unos metros lejos de él.

—¡Sinbad! —gritó ilusionado al verlo. Tomó su bolso y corrió en dirección hacia él.

Aquel joven se agachó para saludar al niño y recibió un abrazo por parte de éste. Alibaba siempre se alegraba de ver a Sinbad y no tenía ningún reparo en demostrárselo. Con sus padres trabajando la mayor parte del día, Sinbad era quien se encargaba de su cuidado y, a pesar de no ser parte de su familia, el niño lo sentía como si lo fuese.

Por su parte, a Sinbad no le importaba hacer este trabajo. Alibaba era un niño adorable y la pasaba bien cuidándolo. Desde que había comenzado la escuela, Sinbad iba a buscarlo. Salía de su propio colegio y pasaba por el del niño, para después llevarlo a su casa hasta que los padres de éste volvieran. Ya estaba muy acostumbrado a este ritmo y le agradaba, además de que quería mucho a ese niño.

—¿Cómo estás, Alibaba? —preguntó al pequeño y le acarició la cabeza—. ¿Te estabas divirtiendo?

—¡Sí! —señaló entusiasmado—. Estaba con Cassim, Aladdin y Judal jugando a los piratas buscando un tesoro perdido. Aunque Judal es un tonto y me hizo una zancadilla para que me cayera —dijo esto último entre rezongones.

—¡Te oí, rubiecito! —Se oyó la voz de Judal caminando cerca de él. Alzó la vista para mirar a Sinbad y una sonrisa de malicia se curvó en sus labios—. Ah, mira, pero si te vino a buscar tu novio —Se burlaba mientras Alibaba le dirigía una mirada furtiva, completamente sonrojada por la vergüenza—. ¡Y no lo niegas, esto es tan divertido!

—¡Claro que no lo niego! —reprochó Alibaba—. Es más… ¡Cuando sea grande lo voy a proteger, ya vas a ver!

—Haz lo que quieras, a mí no me importa. De todas formas, dudo que puedas, eres demasiado debilucho —rio con sorna—. Nos vemos, rubiecito —Se despidió dando señas con una mano, dispuesto a irse—. Ah, y adiós abuelo —se refirió a Sinbad—. Vámonos, chibi.

Aladdin, quien iba con Judal, se despidió de Alibaba y se fue con el otro de vuelta a jugar mientras esperaban a sus padres.

El pequeño Alibaba se quedó algo enojado por un instante, pero en seguida se le pasó. Sinbad sólo pudo reír ante aquella discusión. Aunque se quedó pensando a qué se habrá referido Alibaba con eso de "Cuando sea grande lo voy a proteger", pero no le tomó importancia. Los niños siempre decían muchas cosas y tenían una imaginación bastante activa, no tenía por qué indagar nada. Tomó la mano del niño y comenzaron a caminar. Era una suerte que la casa de éste quedara cerca de la escuela, así no tendría que tomar ningún transporte. Mientras transitaban las calles, Alibaba se dedicó a contarle a Sinbad cómo le había ido en su día y las cosas que hicieron. Sonrió, divertido viendo el gran entusiasmo del otro. Ahora le gustaba ir a la escuela porque lo único que hacían era jugar y cosas sencillas, después de todo Alibaba sólo tenía cinco años; pero quizás en el futuro tampoco le disgustase. Ya tendría oportunidad de verlo.

Pararon en un semáforo y aún el pequeño seguía contándole su día. Se veía tan entretenido y adorable. Incluso parecía hacer más cosas que él, quien ya iba a la secundaría.

—¿En serio? —le dijo al niño cuando éste le mencionó sobre una tarea que tuvieron que hacer mientras se disponían a cruzar la calle—. ¿Y qué tal te salió?

—Creo que bien, el dibujo de ti supongo que se parece —comentó mientras buscaba en su mochila el trabajo que le tocó hacer —¿Lo ves? Este es mi papá, ella es mi mamá. Están juntos porque se quieren mucho —señaló con su dedo un dibujo de unas personitas hechas por él—. Este soy yo, y este eres tú. ¿Te gusta? Me esforcé mucho para que me quedara bien —Sonrió alegremente.

En efecto, el niño se había esforzado haciendo el dibujo. Le había agregado detalles, como el color de los ojos, el pelo e incluso lo había dibujado con el uniforme de la escuela. Una risita se le escapó viendo el dibujo. Cada figurita tenía unas palabras escritas: Papá, mamá, Alibaba y Sinbad. El niño no conocía mucho de escritura aún, sólo palabras básicas y apenas entendía cómo escribirlas, así que le causó gracia ver su nombre escrito con la S al revés y cosas por el estilo, pero también le dio mucha ternura.

Regresó el dibujo a Alibaba y le acarició la cabeza.

—Vaya, eres todo un artista —dijo con ánimo—. Después tendrás que hacer otro para mí.

El pequeño sonrió con regocijo, le encantaba recibir las caricias de la mano de Sinbad sobre su cabeza, le hacía sentir tan bien, mucho más cuando él le daba algún cumplido. No importaba lo que fuera, cada palabra o detalle que Sinbad le señalaba, el niño lo atesoraba como ninguna otra cosa. Ahora estaba orgulloso de sus logros, de haber hecho su primer dibujo de él y su familia junto a Sinbad y que a éste le haya gustado.

—¡Por supuesto que lo haré! —dijo muy entusiasmado, alzando su puño decidido—. ¡Y para la próxima lo haré mejor!

Ambos siguieron caminando y, sin darse cuenta, ya habían llegado a la casa. No había nadie, por supuesto, los papás de Alibaba volverían en unas cuantas horas y, hasta entonces, Sinbad lo cuidaría. Hacía años que esa familia lo conocía, así que le tenían la suficiente confianza para que cuidara al niño, a pesar de que Sinbad era bastante joven y contaba con catorce años solamente. Sin embargo, él era un chico responsable y cuidaba a Alibaba con esmero, como si fuese su propio hermanito y, prácticamente, así lo sentía.

El niño entró corriendo a la casa, lanzando su mochila por los aires y gritando feliz por llegar. Lo siguiente era la misma rutina de todos los días. Jugarían un rato, Alibaba tomaría la merienda y luego se iría a dormir una siesta. Así sería, exceptuando las travesuras que pudiera hacer el pequeño tornado con pelo rubio. Tampoco se portaba mal, simplemente era un niño con mucha energía. Pasaron pocos minutos después de que entraron y, en seguida, Alibaba trajo algo para que jueguen. Siempre solía mostrarle sus cosas y hablarle de diferentes cosas, algo que a Sinbad se le hacía muy divertido. Era un niño muy entretenido.

—¿Qué es esto? —preguntó agarrando un juguete de un dinosaurio y el pequeño le sonrió con alegría.

—Su nombre es Drakon, ¡Es un dragón! —Extendió sus manos y afiló sus dedos como si tuviese garras en ellos, seguido de un rugido que hizo mientras arrugaba el puente de su nariz—. Es el fiel sirviente del rey de Sindria, ¡Sinbad! —Corrió frenéticamente hacia el sofá y se tiró como un costal de papas hacia él, para luego pararse sobre el mueble y hacer una pose de héroe—. ¡Soy Alibaba, capitán de mi barco pirata, y he venido a sabotear Sindria con mis cuarenta ladrones!

El pequeño rápidamente empezó a maquinar su imaginación, dando la señal de que estaba jugando con Sinbad. Estaba muy enérgico, durante todo el día en la escuela, esperaba regresar a casa para poder pasar tiempo con él. Se bajó del sillón y se fue corriendo a la cocina, trayendo consigo dos palos de escoba que sacó de ahí y le hizo entrega de una a Sinbad, mientras éste miraba el objeto con curiosidad. Tomó al dinosaurio que hacía de dragón y el niño rápidamente exclamó:

—¡Oh, Sinbad! ¡Rey de Sindria, tengo prisionero a uno de tus subordinados! —Apuntó a Sinbad con el escobillón y con la otra mano sujetaba el juguete con fuerza—. ¡Si quieres rescatarlo, deberás pasar por mí y mis hombres!

—¡Que así sea entonces, capitán Alibaba! —dijo Sinbad levantándose del sillón y yendo tras el niño—. Defenderé mi reino y detendré su ataque sin dudarlo.

Así fue cómo comenzaron una pelea de esgrima con bastones. Alibaba corrió alrededor del sillón, siendo seguido por Sinbad y luego acabó subiendo al mueble, obteniendo una altura más equiparada a la del otro joven. Chocaron sus "espadas" y Sinbad exhaló una risa sobreactuada.

—¡Ríndete, Alibaba! —dijo— No tienes con qué ganar esta batalla.

—¡Claro que sí! —sentenció, con una sonrisa desafiante—. ¡Con mi espada de Amón lograré vencerte y tu reino arderá en llamas! —Hizo un sonido con sus dientes, y con sus espada atacaba a Sinbad lanzando bolas de fuego imaginarias. Ambos comenzaron a moverse, Sinbad retrocedía y Alibaba avanzaba hacia él.

De lo que no era consciente el niño, era que a medida que se desplazaban, los objetos a su alrededor peligraban. Alibaba, al estar tan entretenido en el juego, no se dio cuenta cuando botó uno de los cuadros que colgaban de la pared, y además, tiró un jarrón de flores al suelo. Aun así, continuó jugando sin enterarse de lo que hacía.

Por su parte, Sinbad trataba de salvar los adornos y las cosas que se podría romper. El juego se estaba saliendo de control, quizás hubiera sido mejor haberlo hecho afuera. Logró salvar el florero, aunque las flores y el agua que tenía dentro terminaron en el suelo, pero el adorno se salvó. A raíz de esto, el niño aprovechó y le dio un buen golpe con el palo de escoba en la espalda. Sinbad se quejó cuando la dura madera le golpeó, el otro era pequeño pero eso le había dolido. Lentamente, se giró y vio a Alibaba riendo contento. Ya era suficiente de ese juego. Con rapidez, se acercó al niño ignorando sus golpes y lo subió a su hombro como si fuera un fardo.

—¿Te rindes ahora? —le dijo Sinbad al niño.

—¡Ah, bájame! ¡Sinbad, no es justo! —se quejaba el niño mientras pataleaba y le pegaba en la espalda.

Pero aun con las múltiples quejas, el otro no cedía y Alibaba no pudo hacer nada más que quedarse en silencio haciendo un puchero. Su cara estaba arrugada por haberse enojado, pero prontamente esa expresión cambió cuando un bostezo lo atrapó repentinamente, estaba cansado.

En aquel instante, Sinbad lo bajó al suelo y le preguntó al niño si quería tomar la merienda, a lo que el pequeño contestó que sí. Se fue a la cocina mientras Alibaba se ponía a ver televisión en la sala. No le tomó mucho prepararle una leche con chocolate al niño y, cuando volvió, el pequeño estaba muy entretenido con los dibujos animados.

—Ten cuidado, no la vayas a tirar —le entregó el vaso al pequeño y se sentó junto a él.

El otro recibió la merienda y comenzó a tomarse la leche mientras miraba la televisión. El cansancio se hacía notar en sus ojos, los cuales poco a poco comenzaban a caer rendidos por el sueño. El pequeño se resistía por no quedarse dormido, todavía quería pasar más tiempo con Sinbad. Sin embargo, conforme pasaban los minutos, más sueño tenía. Fue entonces cuando, con una mano sujetó la mamadera y con la otra, tomó la mano de Sinbad. Por alguna razón, el niño no podía quedarse dormido si no tomaba la mano de alguien, y luego, prontamente sus ojos empezaron a cerrarse.

No pudo evitar sonreír cuando vio a Alibaba. Ni siquiera había podido aguantar hasta acabar la merienda, ya había caído totalmente presa del sueño. Sinbad tomó la mamadera y la dejó en la mesita de centro para que no se cayera, todo sin soltar la mano del pequeño. Era muy divertida aquella costumbre peculiar, pero no le molestaba, estaba acostumbrado a todo lo que tuviera que ver con Alibaba. Decidió esperar a que el niño se durmiera bien y luego lo llevaría a su cama. Sin embargo, Sinbad no contó con él también terminara siendo presa del sueño. Había tenido un día largo y pesado en la escuela, agotador. El ambiente tranquilo de la sala lo arrulló y, ni bien cerró los ojos, quedó dormido en el sillón junto al niño, a él también le hacía falta una siesta.


Continuará.