-¡Isabella vuelve acá!-grito furiosa Renee.

Tras de ella, la puerta chocó contra el marco y los cuadros alrededor se tambalearon.

Isabella o Bella, como prefería que la llamarán, salió hecha una furia de su casa. No podía creer que le dijeran que Alice, su hermana menor, era mejor que ella. Aunque no podían estar menos orgullosos; en algunas ocasiones sí, tuvo varias bajas en la escuela y paso por la etapa rebelde de todos los adolescentes. Pero eso ya era parte del pasado.

Alice. Alice. Alice. La hermana perfecta. La chica ejemplar. La chica popular. La chica a la moda. La chica con todo. La chica dos años menor que ella.

Y aunque no podía culparla por todo aquello, los genes no favorecieron a Bella. Piel casi traslúcida, cabello castaño y, en ondas y ojos cafés, igual a los de su padre. Al contrario de Bella, Alice tenía los ojos verdes de Renee, piel pálida como la porcelana y un cabello en todas direcciones color negro azabache. Siempre andaba a la moda, con ropa de marca comprada por Renee. Bella también tenía lo suyo, pero a diferencia de Alice, odiaba vestirse a la moda. Bella siempre andaba desaliñada. Alice siempre andaba deslumbrante.

Desde el momento en que triunfo en su presentación de ballet, desde ese instante comenzó todo. Había sido perfecta la representación del Cisne Negro, que incluso conmovió a todo el mundo. Bella había sido un total desastre en el ballet, por alguna extraña razón sus pies eran izquierdos. Sólo bastaba para que girara y, cayera y cayera.

Renee no culpaba a su hija, al contrario; pensaba que era lo más natural en una pequeña niña de siete u ocho años no tuviera mucho equilibrio. Conforme el tiempo pasaba, Bella seguía igual. Cayéndose y cayéndose. Lo más fácil para su hija fue sacarla de la academia de ballet, y entretenerla con otra cosa pero no funciono como esperaba.

Alice, siempre un paso delante de ella, siempre. Pero no importaba, algún día sería mejor que ella. Al menos eso creía.

Bella no tenía idea de a donde se dirigía, lo único que sabía es que no quería estar en la casa hasta en la noche o máximo hasta mañana. No le importaba si una mafia la secuestraba; un invicto de la cárcel recién salido la violaba; o la atropellaba un carro. Todo le daba igual. Sólo quería estar sola por el momento.

Al fin y al cabo ya tenía dieciocho años, podría andar libre sin que su madre se lo prohibiera.

Camino, por lo que parece mucho hasta llegar a una parada de tren, en la cual ni dudo un segundo en subirse y ver hasta donde la llevaba.

OoOoOoOoOoOoOoOoOoO

Edward, nunca fue una persona normal, ni en la infancia, ni en la pubertad y mucho menos en la adolescencia. Y jamás lo sería.

Por alguna extraña razón fue muy posesivo con sus cosas, y obviamente con su madre, pero a ella le parecía muy normal a esta edad; así que lo dejo pasar.

Conforme los años pasaron, él se volvió muy bipolar, controlador, posesivo y maniático. Odiaba compartir sus juguetes con sus hermanos, Emmett y Jasper, y aunque estos dos fueran más grandes que él, jamás quiso compartir. Siempre fue el niño consentido de mamá y papá. Siempre le compraban lo mejor a él, siempre lo apoyaron en sus metas y lo más importante siempre estarían orgullosos de él.

Por supuesto que querían a Emmett y a Jasper, de una manera más leve que a Edward. Emmett, al ser el primer hijo, todos lo celebraron; era el primer primogénito de los Cullen, la familia más respetada y rica de la cuidad. Después de dos años, Jasper, al ser el segundo, festejaron junto con Emmett; porque esté tendría a su hermano con quien jugar. Claramente les faltaba la princesa de papá. En el tercer intento de embarazo por parte de Carlisle y Esme, juntos tuvieron a otro varón en la familia.

El nacimiento del tercer hijo, conllevo a la desilusión de los familia; por parte parte de los hermanos Cullen, se alegraron al saber que tendrían a otro hermano con el cual hacer más travesuras.

Esme y Carlisle, decidieron que él sería el último hijo de la familia, aunque siguiera faltando la princesita de papá; ellos serían felices con sus tres hijos. Con o sin ella.

Cuando nació Edward, todos se sorprendieron al no parecerse a ninguno de sus padres, obviamente había heredado los genes de los abuelos de Esme. Sus ojos verdes, como los de la abuela Platt, los mechones de cabello bronce con unos toques dorados, fusión de los abuelos, la piel muy blanca, igual a la de los padres y, por último unas facciones tan delicadas y perfectas heredadas de los padres de Carlisle.

Pero Emmett y Jasper también tenían lo suyo. Emmett poseía unos ojos color caramelo fundido, como los de Esme, cabellos castaños oscuros y un poco rizados de los cuatro abuelos, piel blanca, como la de los padres y perfecto del rostro. Era un niño educado, un poco bromista, pero muy precioso.

Jasper, al igual que Emmett y Edward, poseía la piel blanca heredada de sus padres, sus ojos eran como dos gotas de agua, azules como los de Carlisle, sus cabellos rubios, idénticos al de su padre y las facciones perfectas y delicadas, como las de Emmett y Edward. A él le interesaba la historia, hasta un punto que leyó más libros que cualquier niño a su edad. Educado, calmado y hermoso.

Edward, era otro caso. A él le fascinó más la música, aprendió a tocar el piano a una edad muy temprana. Con el paso del tiempo sus dedos largos y perfectos podían tocar canciones tan complicadas de Bach, Mozart, Beethoven, Chopin y Debussy, y hasta canciones tan simples que cualquiera pudiera tocar.

Los cambios hormonales en su cuerpo, provocó que se volviera más brusco conforme pasaban los años. Sus padres se preocuparon y lo mandaron al psicólogo, pero no resulto como esperaban.

Ese día, Edward no dio absolutamente ninguna respuesta al psicólogo, claramente el Dr. Gerandy no contentó con la situación, lo obligó varias veces a hablar pero Edward se renegó. Y con una furia incontrolada salió del consultorio. Sus padres confundidos lo llevaron a casa, y jamás lo volvieron a llevar a uno.

OoOoOoOoOoOoOoOoOoO

Edward se encontraba en el tren que se conducía a la ciudad continúa de Seattle. Se dirigía hacia su apartamento un poco alejado de Seattle y como su carro se encontraba en el mecánico tenía que tomar el tren.

No prestaba atención a las demás personas, que parloteaban alrededor suyo. Pensaba en alguna chica con la cual salir, para que sus hermanos dejarán de invitarlo a citas a ciegas con chicas realmente no agradables.

Tan sumido en sus pensamientos estaba, que no se dio cuenta que el tren había hecho una parada y una chica con melena morena se subía, no le llamó la atención hasta que paso al lado suyo y su olor el golpeó como sí de un golpe se tratase.

Fresas.

La chica se sentó al fondo del tren y Edward volteó para ver a la mujer que transmitía ese singular olor.

Se quedo en estado de shock. Jamás en su vida había visto una chica tan hermosa como aquella castaña. Su rostro en forma de corazón con un cabello color caoba y lleno de ondas, ojos grandes y expresivos de color café, pero no cualquier café; eran como el chocolate fundido. Nariz respingada, con unos labios rosas, y carnosos, que moría por querer besar.

Era una chica hermosa, y aunque no había visto su cuerpo, imaginaba que sería el de una diosa. Sólo de pensar eso, su virilidad empezaba a despertar.

Tenía que hacerla suya y jamás dejarla ir.


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