NOTA: A mi querida PaulaGaTo, ¡por fin! tu regalo prometido. Quedó largo, sorry, y encima llega tarde, pero llega con cariño. ¡Abrazos de oso y espero que te guste!

Descargo de responsabilidad: la maravillosa Akagami no Shirayukihime pertenece a Akizuki sensei.


AMOR, PASIÓN Y GALLETAS

Haki había sido criada como correspondía a una señorita de su posición. En calidad de hija y hermana de los gobernadores de Lyrias, sabía administrar una mansión y otras mil habilidades prácticamente inútiles que se supone son las propias de las jóvenes de alto rango. Y en virtud de su matrimonio con Su Majestad, su casa pasó a ser el palacio real, que en esencia, era como una pequeña ciudad. Por supuesto que habría gente encargada específicamente de todas esas tareas. Estaban la gobernanta y el mayordomo real, a cuyo cargo había una ordenada tropa de doncellas y limpiadoras para la primera, y otra de lacayos y mozos para el segundo; la cocinera jefe, que lideraba un pequeño ejército de asistentes, ayudantes y pinches de cocina; el maestre de jardineros, con órdenes estrictas de no tocar los huertos de Garack Gazelt; el sumiller, que vigilaba todo lo que entraba y salía de las bodegas reales; el jefe de establos, que controlaba a todo el personal de las caballerizas; el capitán de la guardia, encargado de la seguridad del castillo, y un número ingente de secretarios, escribanos y copistas, que ayudaban a sustentar toda la maquinaria burocrática y administrativa del reino. Y proveyendo por las necesidades de todos ellos, el jefe de intendencia…

Así que con su matrimonio, las obligaciones domésticas de Haki se vieron reducidas y se limitaban a supervisar a los supervisores, decidir alguna cuestión en particular, y finalmente, darles el visto bueno y dejar el castillo a su cuidado.

Luego venían horas y horas de gabinete, atendiendo la obra social del reino: escuelas, hospitales y comedores públicos, ayudas para los sin recursos, orfanatos, becas de estudio… Sin contar con las apariciones oficiales, eventos formales, cenas y galas benéficas y reuniones diplomáticas, en las que tenía que ponerse su mejor sonrisa y parecer más inteligente de lo que en realidad se sentía en esos momentos…

Sí, ser reina era agotador…

Haki pronto descubrió su propia y muy personal forma de sobrellevar el estrés y de desconectar un tanto del peso de la corona. Le bastaba con un ratito siendo ella misma, de vez en cuando, y hacer lo que le gustaba… Así que, ante la mirada horrorizada de la cocinera jefe, la reina rompía huevos, batía, mezclaba, amasaba, desleía el chocolate al baño maría, luego la mantequilla, volvía a mezclar y a amasar, moldeaba luego pequeños óvalos, que disponía sobre una bandeja de metal, espolvoreaba un poquito de azúcar glas y canela por encima y por último, horneaba las galletitas de chocolate tal como aprendió a hacerlas de su madre.

Izana sabía de las andanzas de su esposa en las cocinas de castillo, claro está, y aunque no le gustaba nada que una reina se manchara las manos de harina, tampoco tenía corazón ni argumentos sólidos para negárselo. ¿Cómo hacerlo, si su cuñada aún pasaba horas en los huertos de la farmacia, enterrada hasta los codos? Pues si la reina quiere cocinar, pues que cocine…

Además, había otros alicientes más sugestivos en esta afición de Haki por la repostería.

Todo empezó un día en que llegó a su gabinete, de mal humor por tener que perder el tiempo con los nobles que no quieren más que disfrutar los privilegios de su título sin ejercer ninguna de sus responsabilidades, cuando sobre su mesa, lo vio. Era un tarrito de cerámica, obviamente femenino y demasiado chocante con la decoración sobria e impersonal de su despacho. Y dentro, colocadas con cuidado sobre papel de seda, las galletas de Haki.

Los aromas le asaltaron los sentidos y, solo por cerciorarse de las habilidades culinarias de su esposa (Izana jamás reconocería que era pura curiosidad), se llevó una a la boca. Eran unas galletas de apariencia normal, como tantas otras, pero que se deshicieron bajo su lengua inesperadamente, inundándola de sensaciones. Le tomó por sorpresa la dulzura firme del chocolate combinada con la persistencia suave de la canela. E Izana, cuya capacidad de asombro es casi inexistente, se cuestionó por vez primera si acaso su reina —no, su esposa— sería como estas galletas, algo más que únicamente una apariencia y una elección adecuadas, y si Haki podría ser más, mucho más que su compañera en el trono.

Eran deliciosas…


Él nunca le hablaba de ello. Nunca le decía si le habían gustado sus galletas, o si las prefería de otro sabor, o si las encontraba tan aborrecibles que se las daba a algún oficinista desprevenido… Pero el caso es que siempre encontraba el tarro vacío. Cada tres o cuatro días, ella acudía a su despacho, justo cuando sabía que Izana andaría en algún otro quehacer, le dejaba una nueva hornada en ese tarrito tan-para-nada-varonil. Y ese era otro misterio… Si no las quisiera, o si no le importara, el frasco habría desaparecido tiempo ha… Pero no, ahí seguía, como esperando por ella…

Haki suspiró y, de regreso a su propia oficina, pensaba en que su suerte podría haber sido peor, mucho peor… Sabía de otras muchachas de su misma clase social, 'obligadas' a casarse con quienes les doblaban la edad, aunque eso realmente no importaba, porque lo que era más horrible es que tu marido resultara ser un monstruo por dentro…

Ella se sabía afortunada. No por casarse con el rey —no, eso no—, sino porque su esposo era, a su propia manera, considerado con ella. A pesar de seguir siendo realmente un extraño para ella, un desconocido… Él le dejaba libertad para hacer su voluntad siempre que no descuidara las obligaciones de ser la reina de Clarines, mientras él se oculta tras un muro que no le permitía traspasar.

Y la libertad de Haki también incluye el lecho… Izana jamás se ha impuesto a Haki, nunca le ha pedido nada que ella no quisiera darle, y sus encuentros de cama siempre han sido debidamente consentidos. Educados y corteses, serían las palabras correctas para el sexo entre dos extraños casados, aunque —desde su ignorancia e incapacidad para comparar— Haki siente que son un tanto fríos, desapasionados. ¿Pero qué pasión puede haber entre dos extraños?

Se tocan, se acarician, se llenan el uno del otro y nunca dan voz a los suspiros, siempre contenidos, refrenados… Conocen el cuerpo del otro pero el corazón les es ajeno… Se respetan, y se anhelan en silencio, creyéndose a salvo de confirmar que solo son el compromiso que se acordó entre sus familias, cuando lo que realmente quieren es alcanzar el corazón del otro y escuchar su nombre de su boca… Así que callan. Callan y cumplen ambos sus deberes conyugales, como se espera de ellos, para darle un heredero al reino, a la corona.

El éxtasis llega, se miran a los ojos y no se dicen nada…

Pero hoy, todo cambia…