Capítulo uno: La vida es buena

Reeve constató con preocupación y sorpresa el número de habitantes que, al cabo de tres meses de trámites y censos, sumaban el total de ciudadanos de todos los poblados reconocidos oficialmente. Los comparó con los resultados de hace cuatro años, época en la que la tendencia de aumento de población anual rondaba la media de un 7% a nivel global. Hoy, sin embargo, el total de personas habitando el planeta era poco más del 53% de entonces.

La organización conocida como Deepground, en su intento de forzar la venida de Omega, había acabado con las vidas de casi la mitad del mundo. Reeve se preguntó cómo reaccionaría la gente si llegara a enterarse de ello.

De pronto, el sonido del PHS sobre el escritorio interrumpió sus pensamientos.

— Barret, ¿Cómo va todo? —preguntó, sin rodeos, tras una ojeada a la pantalla del comunicador.

— ¡Reeve! ¡Ya casi está terminado! —respondió el otro, cargado de su usual entusiasmo—. Estará montado antes de que se ponga el sol.

— De acuerdo. Mañana... —se interrumpió al oír que Barret gritaba alguna indicación lejos de su teléfono—. ¡Nos vemos mañana! —se despidió.

La gente, retomó Reeve. No pasó mucho tiempo desde que la amenaza de Sephiroth ensombreciera el futuro del mundo, menos aun desde la plaga causada por el geoestigma, y sólo un año desde la batalla contra Omega. La humanidad parecía condenada a no levantar cabeza y lo sabía, pues en los ánimos de la gente se podía adivinar la resignación, como si secretamente esperaran la llegada de cualquier catástrofe como las anteriores, como si se tratara de un castigo inevitable. Pero Reeve, junto a los miembros de la WRO, quería cambiar esa mentalidad, por ello organizó el evento de mañana.

Barret se encargaría de montar la infraestructura, mientras Tifa organizaría las tiendas. Yuffie sería quien guiara cada espectáculo junto con Denzel y Marlene, al tiempo que Cid, Cloud, Vincent, Nanaki y varios voluntarios de la WRO se encargarían de mantener la seguridad.

Todo empezaría mañana temprano, por tanto, Reeve necesitaría descansar para estar presentable. Pasaría el resto de la tarde apurando trámites y poniendo todo a punto, antes de irse rápidamente a casa.


Barret cumplió tal y como dijo por el móvil, el sol empezaba a ponerse en el horizonte cuando terminó su trabajo. Y no perdió tiempo antes de regresar a casa junto a Marlene, quien le recibió lista para que juntos fueran al Séptimo Cielo a reunirse con los demás.

Allí, Tifa les recibió con una sonrisa.

— Les estaba esperando —les saludó, justo antes de recibir a la niña con un abrazo.

— ¡Tifa! —vociferó Barret—. ¿Tienes algo de comer? Estoy hambriento.

Ella asintió, luego dejó a la muchacha para encargarse del pedido.

Marlene quiso ir en busca de Denzel y Tifa, adivinando sus intenciones, le indicó las escaleras y hacia arriba, por donde la niña se perdió de vista a la carrera.

— Marlene necesita ropa nueva —observó la mujer.

— ¿Qué? Pero si le compré hace poco más de un mes —se quejó el padre.

— Los niños crecen rápido.

— ¡Tonterías! Tú lo que quieres es llenarle el armario de porquerías, ¡A mí no me engañas! —continuó.

— Ya no es una niña, no puede usar los mismos vestidos para siempre. Mucho menos con estampados de chocobos...

Una voz les interrumpió desde la entrada.

— ¿Qué hay de malo con los chocobos? —preguntó con curiosidad.

Era Cloud, quien volvía a casa tras terminar con las entregas del día de hoy. Pronto se acercó para sentarse frente a la barra donde discutían sus amigos.

— ¡Eso es! ¿Qué hay de malo con los estampados de chocobos? —aprovechó el moreno.

Tifa apoyó los brazos contra el mostrador para decir lo siguiente en voz baja, para no correr el riesgo de que Marlene llegara a enterarse.

— Son para el jardín de infantes —sentenció.

Barret respondió con un bufido de desdén.

— ¡Tonterías! —repitió—. Díselo tú, Cloud.

El rubio guardó silencio a falta de pistas que le permitieran entender mejor la situación. Luego, todos lo hicieron cuando oyeron pasos bajando con prisas por las escaleras.

— ¡Papá, quiero llevar a Denzel a por un helado! ¿Podemos ir? —preguntó la niña, luciendo su vestido de polémico estampado—. Hola, Cloud.

El aludido respondió al saludo agitando la mano, y pronto pudo entender a qué se referían sus amigos.

Tifa tomó un billete de la caja registradora y se lo ofreció a Denzel, declarando así su autorización. Sonriente, el niño se le acercó para tomarlo, antes de regresar calladamente junto a Marlene, ambos admiraron su nuevo tesoro.

— Está bien, pero sean cuidadosos —aceptó Barret, a lo que la niña reaccionó con alegría—. ¡Y no hablen con extraños!

Los chicos atravesaron la salida al encuentro de su pequeña aventura.

— Tifa tiene razón —dijo Cloud, al fin, después de que los niños se fueran.

— ¡Maldita sea! —protestó Barret, dando un golpe sobre la mesa.

La aludida sonrió, disfrutando su victoria.


En Rocket Town, un poblado más bien pequeño, las desapariciones fueron mucho más evidentes. El pueblo se convirtió en una cáscara casi completamente vacía de no ser por un puñado de habitantes, en su mayoría ancianos, que decidieron quedarse a enfrentar cualquier adversidad. Y en un hecho de buena suerte para Cid, el dueño de la destilería fue uno de ellos.

Cuando no estaba trabajando en la cada vez mayor cantidad de maquinaria defectuosa del pueblo (a causa de la falta de mecánicos), podría encontrárseles pasando el rato y compartiendo una bebida. Así, no tardaron en descubrir algunas cosas que tenían en común, como la muerte y desaparición de sus esposas.

— Siempre quise tener algo más de espacio para mí, ¿Sabes? Pero, ¡Joder, Ethan! Ahora tengo demasiado —maldijo—. Extraño que Shera me interrumpa con alguna tontería como la cena o la ropa limpia.

El hombre a su lado gruñó en señal de comprensión.

— ¡Ah, malditas mujeres! Qué manía la suya de joder con los quehaceres de la casa. Tanto tiempo perdido.

— ¡Ya te digo! Maldita sea... —bajó la voz—. Si hubiéramos prestado más atención...

— Ya estamos jodidos. No hay nada que podamos hacer, más que esperar a pudrirnos junto a esta mierda de pueblo.

— ¡Ni una mierda! Este sitio volverá a ser lo que era antes de que te des cuenta —aseguró Cid—. Sí estamos jodidos, pero eso nos deja un solo camino para seguir y es hacia adelante.

Ethan, sin estar convencido del todo, se mostró poco dispuesto a responder al brindis que ofreció el piloto al final de su discurso, pero no pudo con su sonrisa socarrona.

El cristal tintineó alegremente, y aunque algunas gotas salpicaron alrededor, a ninguno le importó.


Mientras tanto, en Wutai, el gobierno local supo lidiar eficientemente con las desapariciones al ofrecer asilo y trabajo a quien deseara establecerse en la ciudad para iniciar una nueva vida. El que una vez fuera un reino apartado, celoso de sus tradiciones y sus orígenes, se abrió al mundo mediante una campaña de propaganda cuya figura principal era nada más y nada menos que la misma Yuffie Kisaragi, la famosa ninja perteneciente del grupo que salvó al planeta no una, sino tres veces: Avalanche.

La vida de estrella sentó bien a la muchacha cuya sencillez no se dejó abrumar por las cientos de miradas que tenía encima ni por los lujos resultados de su fama. Su deseo siempre fue lograr que el orgullo de Wutai fuera reconocido por todo el mundo, así trabajó duro para ofrecer las maravillas de su pueblo a quienes más lo necesitaran. Porque, en el fondo, al igual que los suyos, temía que el pueblo se fuera a pique debido a la poca gente que quedó. Dinastías enteras de experiencia se perdieron con la desaparición o muerte de sus generaciones, y aunque a nadie le agradaba la idea de mezclarse culturalmente con el resto del mundo, tenían que hacerlo si no querían desaparecer en la ruina.

— ¡Wutai les da la bienvenida! —la ninja anunció con entusiasmo.

Frente a ella se encontraba el último puñado de inmigrantes del día.

— Soy Yuffie Kisaragi y les ayudaré a ubicarse a través de nuestra región.

Tras ella se extendía un telón con un mapa de la ciudad con graciosos monigotes representando las zonas más importantes, como las tiendas de comestibles, objetos y armas, así también edificios gubernamentales como el Gran Palacio y el templo.

— La zona urbana se encuentra por aquí —dijo, apuntándola en el mapa—. Muchas granjas están desocupadas y listas para la renta, ¡Necesitamos su ayuda para ponerlas a trabajar otra vez!

Pero, sin importar cuánto ánimo imprimiera en sus palabras, la gente no le correspondió más que con tímidas sonrisas.

"Normal", pensó. "¡Pero todo va a cambiar desde mañana!", estuvo convencida.

Lo último que Yuffie explicó a su público fue la religión que se practicaba en Wutai, enseñando así brevemente el significado de los símbolos.

— Nosotros creemos en la prosperidad y sabemos que sólo se puede alcanzar por un camino: ¡Trabajando duro!

Un niño al frente del grupo alzó los brazos compartiendo la alegría de la ninja, luego su padre le imitó. Y los gestos de ambos lograron dibujar una sonrisa de esperanza tanto en Yuffie como en los demás.


Cosmo Canyon disfrutó desde siempre de la discreción de su ubicación, por ello pasó casi desapercibido para Deepground. Su total de habitantes no sufrió bajas, al contrario, se sumaron algunos voluntarios, estudiantes y tres cachorros hijos de Nanaki. Por desgracia, la cantidad de monstruos salvajes también aumentó, y con ello los ataques a las afueras del poblado, especialmente al anochecer.

Las patas de Nanaki dejaron un rastro de polvo en el aire al golpear contra la tierra seca, su carrera vertiginosa tenía una poderosa razón de ser. Detrás de él, una bestia cuadrúpeda de alrededor de dos metros de altura hacía temblar la tierra, capaz de alcanzar una velocidad decente a pesar de su pesada contextura.

La labor de Nanaki era mantener a la bestia distraída de atacar al pueblo, mientras buscaba la oportunidad de obligarle a exponer su punto débil. La llevó a directamente a un montículo de rocas adonde trepó de un par de saltos con la esperanza de que la bestia intentara seguirle y, quizás, perdiera el equilibrio. Pero el bicuerno embistió con fuerza contra la formación rocosa, haciéndola añicos y lanzando al felino al piso entre una lluvia de peñascos.

— ¿Estás bien? —la voz le llegó a través del comunicador en su tocado.

— Lo estoy —respondió entre jadeos.

— Llévalo a una grieta —le aconsejó.

Nanaki no respondió, tuvo que salir disparado al encontrar su mirada con la del monstruo entre la nube de polvo.

La persecución continuó, esta vez Nanaki torció su camino para acercarse un poco más hacia el poblado, donde supo que el terreno sería irregular.

— ¿Estás seguro de esto, Vincent? —quiso saber, reacio a poner en peligro a la gente.

— No es la primera que lo hago —el aludido respondió con firmeza.

Acuclillado en lo alto de un monte cercano, Vincent no perdió detalle de la carrera. Su preocupación estaba con la resistencia de Nanaki, quien llevaba corriendo a gran velocidad, saltando y esquivando desde que consiguió llamar la atención del bicuerno hacía una media hora, cuando irrumpió sorpresivamente en el poblado.

Cargó su arma con munición del tipo anti-blindaje, mientras una materia de fuego colgaba del contrapeso. Se puso de pie cuando los maratonistas se perdieron de vista, y dio un salto tras otro a fin de descender de su sitio. Pronto echó a correr para interceptarles.

Nanaki dio lo mejor de sí, pero su velocidad empezaba a disminuir. Necesitaba descansar. Por fortuna, una grieta recortó el camino en el horizonte, en contraste con la luz de la luna llena. Junto a un impulso de último esfuerzo, se dirigió hacia allí con la bestia pisándole los talones, cuyo rugido le hizo apartar la cola ante la posibilidad de perderla en un mordisco.

El caminó sufrió un desnivel y Nanaki lo saltó con habilidad, cayendo del otro lado y derrapando para girar sobre sus talones. El bicuerno le siguió sin reparar en sus pasos, y tropezó con un gruñido ahogado por el golpe al caer de costado.

Vincent vio su oportunidad y se dejó caer desde lo alto del cañón entre saltos ágiles, se acercó hasta que se encontró a distancia suficiente para asegurar su tiro y disparó, el ruido rompiendo el silencio que dejó la carrera detenida de pronto. La bala perforó fácilmente la piel del abdomen del monstruo que agitó sus patas en un intento por recuperar su posición, y casi logra, pero ya sería demasiado tarde. La bala explotó, repartiendo los restos de vísceras y carne quemada por el suelo del desierto.

Ambos luchadores presenciaron la escena en silencio, uno aliviado y el otro intentando recuperar el aliento.

— Esta noche toca barbacoa —dijo Nanaki con alegría.

Pero Vincent frunció el ceño, poco dispuesto a imaginar al otro alimentándose, que por muy animal que pareciera, se le antojó una imagen poco agradable.

— Gracias, pero paso —respondió en tono casual, enfundando su arma.


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El universo de Final Fantasy así como sus personajes pertenecen a Square-Enix.
Esta es una creación a modo de homenaje por mi parte y para el fandom.

Acepto sugerencias, dudas y aclaraciones (y maldiciones al editor de texto).
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