Para Emilia.

Se supone que… tú y yo no deberíamos estar juntos, ¿cierto? Es decir, los mensajes fueron muy evidentes para nosotros, algunos de ellos nos dejaron al borde de la locura, hechos pedazos y con la sociedad misma que intentabas proteger en contra, la misma ley civil que nos rige impedía a riesgo de cárcel nuestro amor, que te transformaba en un criminal y yo en una víctima… todo indicaba que no debíamos estar juntos. Y sin embargo…

Capítulo Uno.

La heroína que lo perdió todo.

I

Katherine despertó esa fresca mañana sintiéndose con demasiada energía a pesar de no haber podido dormir más que cinco horas con muchísimo esfuerzo, y eso que los adolescentes normales de dieciséis años como ella debían dormir hasta que el cuerpo les doliera y que sus madres golpearan la puerta de su habitación hasta hacerse costra los nudillos; sin embargo, para aquellos que la conocían al menos un poco, ella era todo menos una adolescente normal que prefiriese dormir entre sus blandas colchas rosadas y sus cojines color arcoíris. No, ella sabía que su mundo era distinto con solo ver dónde había despertado esa mañana, el torrente irracional de color que era su habitación.

En el mismo monótono cuarto que le recordaba lo triste que era su mundo.

-Katherine, las siete. –Dijo una calmada y grave voz femenina por fuera de la puerta de su habitación. –Me veré a la pena de rociarte agua nuevamente si no has despertado aun.

-Estoy despierta, nana. –Sonrió con levedad al escuchar aquellas palabras. –Puedes guardar la regadera.

-Quince minutos para que bajes, el desayuno ya estará servido.

-Ya voy.

Salió con pesadez indeseada de las suaves colchas rosadas, sintiendo el frescor del ambiente tras haberse dormido en la liviana pijama azul de tirantes y shorts holgados, nada molesta con aquello; se estiró un poco, contemplando por el ventanal apenas cubierto con la blanca cortina, traslúcida cual gasa, notando que el cielo de ese día estaba parcialmente nublado. Sería un buen día.

Quince minutos.

Anduvo danzando por el alfombrado suelo color beige a paso veloz, deteniéndose unos momentos para contemplarse en el amplio espejo que estaba en la puerta de su closet, tratando de comprobar que se encontraba parcialmente visible para el mundo: el uniforme de camisa blanca manga larga, la falda guinda en feos tablones que llevaban un dedo arriba de la rodilla, el saco azul marino con el distintivo escudo de la escuela bordado, la corbata y las calcetas color gris oscuro, el negrísimo cabello lacio y largo atado en una simple cola de caballo. Cualquiera que la mirase en la calle pensaría que se trata de una simple colegiala de secundaria, en vez de la avanzada estudiante que ya cursaba algunas materias universitarias en su turno vespertino.

-Y que será la mejor arquera a nivel nacional. –Completó aquél pensamiento, sin dejar de mirar sus ojos color zafiro en el reflejo del espejo.

Buen o, eso estaba por verse ese día.

II

Kate B. era una chica que podía considerarse "afortunada" para las personas normales, "privilegiada" para aquellos que solían prestar un poco más de atención en sus andanzas usuales, "maldita zorra" para los que se sumergían en su vida y destilaban la envidia de lo deseado y no obtenido; era la hija de un famoso empresario que había amasado su enorme fortuna con la compra de acciones de mercado que, a primera vista, parecían no tener valor alguno hasta que una serie de eventos desafortunados las lanzó hasta límites insospechados, y de una escritora que jamás había tenido éxito a pesar de sus dieciocho publicaciones de auto superación, todos ellos escritos por ella misma… por hobby, claro está. Kate era el resultado de aquel matrimonio, algo que ella solía llamar "amor de probeta", ya que su vida solo era una fachada comercial pues no tenía un lugar importante en medio de sus padres.

Cuando era muy pequeña ella recordaba ser el accesorio de moda de su madre, el que usaba para presumir con sus amigas en una burda imitación a los artistas de momento, pues la vestía de manera que quedara acorde con la vestimenta que llevaba encima, una especie de joya costosa para lucir en la calle; sin embargo, al llegar a casa, su joven y ocupadísima madre parecía olvidarse de su existencia, para quedar bajo el cuidado de su querida nana Vivi.

Oh, nana Vivi.

Bajó con rapidez la curveada escalera tapizada con alfombra blanca como la nieve, todo esto sin colocarse los zapatos, cruzando con aprendida costumbre el recibidor cuyo piso era de un negro brillante y la puerta principal de vitrales poco traslúcidos, pasando por el amplio comedor minimalista en sobrio blanco y negro, hasta finalmente llegar a la cocina; frenó justo en frente de aquella majestuosa barra de granito color gris oscuro casi de golpe, dibujando una amplia sonrisa de disculpa ante la beldad que estaba cocinando frente a ella de forma despreocupada.

-Katherine, ¿qué hablamos de correr en casa? –Cuestionó nana Vivi, sin levantar la vista de su quehacer, en su usual tono serio de voz.

Miró a aquella mujer detenidamente, sintiendo un auténtico cariño. Vivian S. era una poderosa mujer de edad mediana, el cabello oscuro pulcramente recogido en un moño estético, el cual hacía destellar aquellas tiras plateadas que a Kate tanto le fascinaba ver… la negra y potente mirada, afectuosa al mismo tiempo, vestida como toda una ama de casa. Ella era su madre, quien la forjó y educó como si fuera su tercer hijo, dándole lo mejor además de su esmero con su propia familia… la admiraba sin más, ella era la visión de cómo una verdadera madre debía de ser, y no como aquella escritora que se aparecía en su vida fugazmente como un fantasma típicos de cuentos infantiles.

-No debo correr en casa, lo sé… pero me siento muy emocionada esta mañana. –Notó que había colocado un vaso con jugo frente a ella sobre la barra. –Estoy segura de que ganaré y competiré en la nacional a ganar… ¿irás, nana?

-Iré, si. –Colocó un plato frente a ella con tostadas y mermelada de frambuesa, su favorita. –Diez y media, esta vez me sentaré en la parte baja de las gradas.

-¿Irá Tamara? –Mordió una de las tostadas sin pensarlo, tras haberle untado una generosa capa de mermelada, o nana le llamaría la atención nuevamente.

-Sí, en esta ocasión su padre ha cedido ante sus insistentes gemiditos.

-¡Bien! Finalmente podrá verme tirar en esta ocasión, le tengo prometido desde hace meses, creo que todavía no me perdona que solo Ismael fuera al último torneo…

-Come, Katherine.

-Ya, lo estoy haciendo.

Nana Vivi sonrió con levedad. Podía cuidar de ella aunque no le pagaran, era una niña con un talento hermoso, y se sentía peculiarmente deprimida por el hecho de que sus padres no pudiesen ver lo magnífica que era.

III

El instituto donde Kate asistía era uno de esos colegios minimalistas ultra vanguardistas tanto arquitectónica como educativamente, con precios impronunciables para gente que estuviese debajo de las cuatro cifras, con sus frías líneas de color azul eléctrico y blanco mate en cada uno de sus pulcros edificios, todos de estrictos y simétricos cuatro pisos; en una de las amplias explanadas traseras de la escuela, donde normalmente se practicaba el masculino futbol soccer en su verde pasto natural puesto artificialmente, se habían preparado los blancos que servirían para el torneo de arquería a lo largo de éste, cinco, diez y quince metros. Había gente dispersa en lo bajo de las blancas gradas, entre familiares que si tenían interés por lo que sus vástagos herederos hacían y, escondidos como civiles comunes, cazadores de talento y maestros particulares buscando alguna joya en bruto que se dejara catapultar hacia una fama extraordinaria como medallista olímpico. Sin embargo a Kate lo único que le interesaba en ese momento era aquella mujer de bellas canas plateadas y rostro serio, la cual llevaría de su mano derecha a la prometida acompañante que tanto anhelaba ver, una criatura de ojos color avellana y cabello de chocolate, de acaso cinco años.

Eso era lo que necesitaba para comenzar con ánimo.

Estaba más que consciente de que todos aquellos adversarios, una veintena de muchachos de diversos institutos, le temían a competir contra ella, puesto que los blancos móviles eran su especialidad, donde otros encontraban un grado de dificultad que les hacía casi romper en llanto, pues tenía una curiosa habilidad para predecir su trayectoria y atinarles sin siquiera mirar a veces su objetivo en el aire; no le importaba, lo que ella anhelaba secretamente no era ser la mejor en la arquería o ser una medallista olímpica con premios al por mayor, sino obtener un poco de la anhelada atención de sus padres. Quería que ellos estuviesen orgullosos de ella como cuando miraban un contrato cerrado con alguna compañía o editora, ¿era demasiado pedir? Anhelaba que pudiesen dejar toda aquella banalidad, aquella falsa felicidad que les acarreaba el llenarse de bienes, que pudiesen verla… su azulada mirada se empañó ante aquellos pensamientos, pero no dejó que el sentimiento de soledad le invadiera.

-Participante número uno, a prueba uno. –Dijo una monótona voz masculina a través del altavoz que había en el campo.

Esbelta y curvilínea, vistiendo unos pantaloncillos negros a media pantorrilla y una blusa blanca holgada de manga corta, el uniforme reglamentario para evitar preferencias escolares a la hora de calificar, dio unos cuantos pasos hacia la línea blanca de tiza que marcaba el límite desde donde tenía que tirar; tomó una de sus flechas, las cuales guardaba en un porta flechas (que en realidad era un porta planos que había pertenecido a su abuelo, hecho de piel natural) que colgaba de su cintura con un cinto negro, llevándola a su fino arco de fibra de vidrio, largo pero muy liviano, tensando la cuerda con ésta y dejándola escapar de forma inmediata en un suave suspiro, sin tomarse tiempo como si no hubiese apuntado hacia donde el objetivo. Sin embargo, a pesar del tiro despreocupado, la flecha voló limpiamente por el aire, clavándose en el blanco con suma naturalidad, provocando un aplauso inmediato de los asombrados presentes.

-¡Katie! –Escuchó la fina voz de Tamara a un lado de ella, notando que, en efecto, habían tomado asiento mucho más cerca que la ocasión anterior. Se sonrió con calma, sintiéndose complacida y segura de sí misma.

Pesó que su torneo pasaría sin mayor preámbulo, que rompería incluso su marca personal, la cual la tenía invicta desde los trece años. Pensó en que iría al terminar las clases a comer un helado con Tamara y nana Vivi, y que escucharía aquella bonita vocecita hablándole de sus tiros con admiración de cuento de hadas. Pero no.

Aquella leve brisa fresca que le envolvió se quedaría marcada en su memoria por siempre; los naranjos adyacentes al campo habían hecho brotar sus distintivas y fragantes flores blancas, llenando aquél paraje de su perfume cítrico y dulce, azahar.

Azahar y canela serían sus aromas preferidos.

Fue llamada por última vez en aquél torneo tan significativo, con puntajes insuperables, pensando en su récord personal y en el helado; el estar segura de su victoria le trajo nuevamente aquél sentimiento de soledad que la invadía cuando se percataba de que ellos no podían verla así como ella siempre había deseado. Tensó la cuerda del arco con aquella flecha puesta, observando su objetivo a lo lejos, tratando de tranquilizar su respiración y sus pensamientos turbios… y entonces lo vio.

Junto a uno de los tantos árboles de naranjo adyacentes a las blancas gradas donde nana Vivi y Tamara estaban observando, se encontraba una chica de primer grado llamada Claudia, de corta melena negra y lacia, de rostro inocente de niña; Kate la ubicaba bastante bien, pues ella era la alumna más sobresaliente de los cinco grupos de primero, excelente estudiante y un carácter bellísimo, la única en el colegio que estaba becada por excelencia. Estaba abrazada a su maletín escolar, el rostro asustado por la incertidumbre… pues estaba siendo asediada por un engreído de su clase. Ella no había hecho nada malo, tan solo destacarse entre los demás en lo que TODOS debían estar haciendo durante la escuela, pero para ese sujeto, como para muchos idiotas que también cursaban en la escuela, era aberrante el hecho de que una chica de "baja categoría" estuviese en tan renombrado colegio.

-Recta final, participante número uno. –Dijo aquella monótona voz por el altavoz del campo, como si intentara presionarla para que tirara.

Kate se mantuvo unos segundos más con la flecha tensa, apuntando a su objetivo que estaba a más de veinte metros de ella, pero la azulada mirada de zafiro se encontraba en aquél par, notando como el imbécil aquél acababa de empujar a la chica para quitarle el maletín… ¿cómo era posible que fastidiaran a una chica tan genial como lo era ella, tan solo porque no podía pagar un uniforme de diseñador? Pensó en sus padres, que vivían sumergidos en ese mundo de frialdad, pensó en nana Vivi, estricta pero afectuosa en su mundo austero. Ese sujeto, sus padres, todos los que estaban en esa escuela eran iguales, dándole mayor importancia a los bienes materiales que a las personas. Sin pensarlo demasiado apuntó su flecha en dirección a aquél hostigador, que estaba a veintitrés metros de distancia, ignorando completamente el torneo. Claudia había cerrado los ojos, como esperando un jaloneo del sujeto, en el preciso instante que la flecha escapó de los dedos de la arquera en una leve caricia plástica.

"Tonta, ¿qué pasará si fallas? La lastimarás y es peor." Se recriminó mentalmente en el instante que la flecha abandonó sus dedos.

-Yo jamás fallo. –Se dijo en voz alta.

La flecha voló por el aire, cortando la brisa con su pulcra punta de acero, imparable y liviana como un destello de luz; se clavó justo bajo el brazo del chico hostigador, dejándolo unido al tronco del árbol bajo el cual se resguardaban del sol por el saco del uniforme. Mientras la voz masculina del altavoz anunciaba el resultado del tiro (que había sido un completo fallo, por supuesto), aquella chica huía ante los gritos de histeria del muchacho, no sin antes dirigir la oscura mirada hacia la arquera, como si hubiese sabido que aquella acción fue intencional de ella y no un mero descuido.

Por su lado, Kate se sintió complacida con aquello, el haber ayudado a aquella chica aunque hubiese perdido su récord; comprendió entonces que el saberse útil para aquellas personas que necesitaban ayuda le daba mayor satisfacción que ganar torneos.

Azahar. Dulce y cítrico azahar.

IV

-Buenas tardes, ¿puedo conversar contigo unos minutos?

Kate interrumpió su amena charla con nana Vivi y con la pequeña Tamara acerca del dichoso helado que consumirían en corto (y de la flecha que misteriosamente voló fuera del campo de tiro), sintiéndose un poco extrañada por aquella voz masculina que había salido detrás de ella; se giró un poco, ya que Tamara le sujetaba por la pierna en un abrazo posesivo, notando a un hombre de no más de treinta y cinco años, un tanto más alto que ella, de crespo cabello rubio y ojos claros. Sonreía de forma jovial, algo que le daba la impresión de que su apariencia no era lo que parecía ser.

-Claro. –Contestó ella, curiosa por la apariencia que el sujeto le proyectaba.

-Te veremos fuera, Katherine. –Exclamó nana Vivi, tomando con suma delicadeza la mano de la niña para poder separarla de la adolescente. –Aun tienes que explicarnos lo de la flecha fugitiva.

-¡Y el helado! –Tamara se despegó muy a fuerzas de ella tras la insistencia de su madre.

Ella sonrió con calma, mirando a ambas marcharse en dirección a la salida, entre flashes de cámaras fotográficas que los otros padres descargaban sobre sus hijos arqueros, sobre todo los que habían ganado puestos importantes; volvió su atención hacia aquél hombre tras un suspiro grave.

-¿En qué puedo ayudarle? –Cuestionó, un poco fuera de sí con semejante jolgorio fotográfico.

Tras unos segundos de silencio, notó que aquél sujeto se encontraba mirándola fijamente, como si estuviera analizándola físicamente; aquella intensa mirada azulada, que tenía matices en un curioso color gris, la puso tan incómoda que pudo haberle recitado unas cuantas maldiciones y groserías, pero descubrió que en realidad no le incomodaba. No eran miradas lascivas.

-Me han llamado la atención tus tiros, niña. Sobre todo el último, como una confirmación de lo buena que eres.

-¿Mi último tiro? –Se extrañó al escuchar aquello. –Entiendo, usted es un caza talentos.

-Más bien soy un maestro de arquería.

Guardó silencio, y fue su turno de mirarle con detenimiento; aquél sujeto no tenía finta de maestro, al menos no como los que ella había conocido. Llevaba una camisola guinda y lisa de algodón que parecía no conocer la plancha, una chaqueta de piel color café oscuro larga hasta el muslo, pantalón de mezclilla negra y zapato tenis color café claro; su cabello rubio era crespo, como si el sujeto no se molestara en pasarse un cepillo por encima, y parecía no rasurarse a menudo, ya que era notoria la sombra rubia que aparecía por sobre su mentón.

-¿Cuánto mides? –Cuestionó él de repente, sin dejar de mirarla. Notó que él se había dado cuenta que ella lo miraba.

-1.63, ¿por qué?

-¿No crees que ese arco está muy grande para ti?

-Me desenvuelvo bastante bien con él. –Miró el arco de reojo que tenía colgando de su hombro, confusa con las palabras que le acababa de decir, y nerviosa de haberse visto descubierta.

-¿Puedo sostenerlo un momento?

Dudó durante una fracción de segundo, pero terminó cediendo su arco a aquél sujeto al ser absorbida por la curiosidad; en ese momento ella notó la forma con la que había sujetado el arco, y de inmediato supo que ese sujeto no era solo un simple maestro.

-¿Me permites? –Cuestionó él, apuntando a las flechas que ella llevaba en la cintura.

Le cedió inmediatamente todas sus flechas al quitarse el cinturón, intrigada intensamente por él; aquél hombre tomó una de las flechas y tensó el arco con ella, haciéndola comprender que el supuesto maestro era alguien que estaba más lejos de ser un profesional. No le sorprendió que la flecha diera justamente en el centro de un blanco a treinta metros de ellos, la capacidad máxima del arco… al menos hasta que las siguientes cuatro dieran exactamente donde mismo, tirando al suelo las que le habían precedido como si cedieran ante la fuerza del siguiente flechazo.

-Vaya. –Susurró, bastante asombrada con aquél espectáculo.

-Supongo que quieres ir a ganar la nacional, ¿cierto? –Le regresó el arco con cierta gallardía, dirigiéndole una sonrisa cordial. –Me interesas, no eres como los demás arqueros. Tienes algo especial.

-¿Q-quiere entrenarme? –Susurró, casi fuera de sí.

-Solo si te interesa.

-¡Por supuesto! –Cedió de forma impetuosa hacia él, sonrojándose poco después por aquél despliegue innecesario de energía. Pensaría que es una loca. –Nunca antes he tenido un entrenador particular.

-¿Cómo te llamas, niña?

-Soy Kate B.

-Bien, Kate. En ese caso nos estaremos viendo en corto, ¿te parece?

Aquél maestro le pasó una tarjeta blanca, la cual solo tenía garabateado un número de teléfono a mano con tinta negra; antes de que pudiese contestar algo, el sujeto ya se había dado media vuelta, comenzando a andar en dirección a la salida del campo… dejándola brutalmente perpleja.

-¡Espere! –Gritó, aun teniendo ambas manos al frente de ella sosteniendo la tarjeta. Notó que él se había girado parcialmente, dirigiéndole aquella mirada de tormenta y una tenue sonrisa. Se sintió abrumada por su imagen. –No me ha dicho su nombre.

-Clint. Clint B. –Contestó, ladeando levemente la cabeza, para volver a tomar el camino que había comenzado.

-Clint. –Susurró para sí misma.

Aquél hombre se retiró caminando con bastante calma, perdiéndose entre la gente que también iba de salida. Kate se sintió auténticamente impresionada con aquél hombre; estaba más que segura de que había sido sumamente atractivo cuando era un adolescente, pues aun siendo un viejo para ella tenía cierto aire de galán tele novelesco que haría suspirar a alguna mujer madura. Sin embargo, aquella sonrisa que le obsequió le indicó que el sujeto había vivido mucho más de los años que se cargaba encima. Había también soledad en esa sonrisa, lo sabía porque había visto antes esa sonrisa en ella misma, en el reflejo del espejo.