Solos.

Capítulo uno.

Un, dos, tres. Aire. Un, dos, tres. Aire. Un, dos, tres. Aire.

Sus manos estaban trabajando tan rápido como podían, pero sus dedos habían empezado a temblar, demasiado. Intentó ignorarlo, pero era difícil, sentía como todo su cuerpo se sacudía con temor y dolor y frustración y pérdida. No. Pérdida no. Ella aún estaba aquí, ella iba a estar bien. Muy bien, él se estaba ocupando de ello.

¿Estaba haciéndolo bien? Sí, tenía que estarlo. Ella se lo había enseñado, ella sabía de estas cosas. Salvar vidas, reparar a las personas rotas, ella siempre podía hacer eso. Era muy buena en su trabajo autoimpuesto. Había nacido con un don, que era mucho mayor al de poder ver los fragmentos de la perla maldita, era el don de sanar. Ella sabía cómo hacerlo. ¿Él había aprendido lo suficientemente bien de ella? ¡Diablos, sí! Él la había escuchado aun cuando fingió desinterés, porque sabía que esto era importante, porque sabía que podría llegar a necesitarlo para salvarla, y mantenerla segura estaba en lo más alto de sus prioridades.

Un, dos, tres. Aire. Uno, dos, tres. Aire.

¿Por qué no respiraba? ¿Por qué no escupía el agua en sus pulmones? ¿Por qué él no podía ser lo suficientemente bueno?

Sus ojos estaban comenzando a arder, y todo se estaba volviendo borroso. Estúpidas lágrimas, solo servían para estorbar, no podía ser capaz de verla a ella entre tanta agua inútil. Y él necesitaba verla, necesitaba ver que abría los ojos, necesitaba ver que respiraba, necesitaba ver que estaba con él todavía. Lo necesitaba.

Uno, dos, tres. Aire. Uno, dos, tres. Aire.

Sus labios estaban tan fríos, ¿o era su imaginación? Quizá fuese por la temperatura del agua y la brisa que ahora chocaba contra su piel, claro, claro, ¿Cómo podía esperar que estuviese cálida en esas circunstancias? Claro, claro, por supuesto, era culpa del frio, no porque ella no estuviese con él, era el frío.

Extrañamente, en medio de todo ese infierno, una vocecita de alerta había sonado en su cabeza cuando había pegado sus labios contra los de Kagome la primera vez. Era una estupidez. Él solo le estaba dando respiración boca a boca, como ella lo había llamado. Pero aun así… era la primera vez que le ponía sus labios encima y por un vergonzoso momento, lo disfrutó.

Luego recordó por qué Kagome no lo estaba sentando por atreverse a tocarla así, y todo su mundo volvió a hacerse añicos. De alguna forma, no era así como él se había imaginado que podría llegar a ser su primer beso.

Uno, dos, tres. Por favor, vuelve. Uno, dos, tres. No me dejes solo.

Aire. Respira.

Entonces vio como el pequeño cuerpo que tenía debajo comenzó a dar pequeñas convulsiones y Kagome escupió agua salada por la boca. Eso se sintió como el cielo. Demonios, pequeña idiota…

Giró suavemente la cabeza de Kagome hacía un lado y dejó que escupiera toda la maldita agua que tenía dentro.

Apenas había terminado de escupir la última gota cuando lo miró. Su rostro se veía exhausto, como si el hecho de haber tenido que luchar contra la muerte la hubiese agotado. Algunos cabellos mojados se pegaban a su rostro y cuello, quería quitarlos pero temía molestarla. Justo ahora, lo último que quería es que ella lo alejase.

-Inuyasha…-su nombre en sus labios fue prácticamente un suspiro.

-Kagome.-no había de terminado de decir su nombre que ya la había atraído a sus brazos y se estaba meciendo de atrás hacia adelante y de nuevo a atrás.

¿Casi la había perdido? Oh, mierda. Eso no había pasado, no podía volver a suceder. Jamás. ¿Qué haría él sin ella? ¿Qué haría alguien sin su razón de ser? Él había nacido para encontrarla, para protegerla, ¿Cómo demonios había permitido que ella casi se fuese?

No volvería a pasar, no volvería a pasar.

-Inuyasha, tranquilo…-dijo acariciando su cabello.-Shh… Estoy bien, estoy aquí.

-Casi te mueres.-su voz salió quebrada, y se maldijo por sonar como si se estuviese cayendo a pedazos. Él tenía que ser fuerte para ella.

-¿Qué pasó?-susurró.

-El agua… La corriente… ¡Era demasiado profundo, te dije que volvieras!-sabía que solo estaba soltando palabras a medias y que debía tranquilizarse ya, pero era tan difícil. Aprisionó el cuerpo de Kagome más contra sí, justo donde debería estar siempre. Segura. Entre sus brazos.

-¿Dónde están los demás?

Inuyasha presionó con fuerza los ojos cerrados, y abrazó a Kagome un poco más fuerte, si cabe. Se mantuvo en silencio otro minuto antes de poder decirle la verdad, aunque no era capaz de mirarla a los ojos.

Ella iba a odiarlo. Él se merecía ser odiado.

-Cuando Shippo dijo que podrían cruzar el rio a pie, tú fuiste detrás de él, ¿recuerdas? Sango y Miroku también lo hicieron, solo un poco más atrás, teniendo cuidado de seguir haciendo pie.

-Lo recuerdo.

-Yo no entré, iba a saltar, no quería mojarme.-se mofó de la estupidez que había pensado.-Y entonces la corriente comenzó a arrastrarlos…

-No.

Supo en ese momento exacto, que Kagome recordaba, y lo que no lo sabía, simplemente la lógica se lo mostró. Ató los pocos cabos que quedaban sueltos y lo entendió, aunque sabía que ella prefería no entenderlo, no saber.

-Kagome…

-¿Qué sucedió con ellos?-dijo de golpe, soltándolo y empujándolo por los hombros, exigiéndole que se alejase de ella.

-Kagome.-se sintió como cuando era un niño y suplicaba ser aceptado. Él estaba suplicándole que lo aceptase de vuelta, que no se alejase de él. ¡Él no quería estar solo!

-¡¿Dónde están?!-gritó.

Pero ella ya lo sabía. Lo supo desde el momento en que preguntó por primera vez. Ella lo sabía pero no quería creerlo.

Y él no quería ser quien lo dijera.

-Te elegí.-dijo en cambio.

Siempre la había elegido, a pesar de todo. Sin embargo, aunque elegirla fue instintivo, jamás se perdonaría no haberlos elegido ellos.

-¿Y ellos?-los puños de Kagome apretaban su camisa y ella lloraba, al igual que él lo hacía, por primera vez no le importó que lagrimas silenciosas lo bañaran. Se sentía correcto.

-Kagome.-por favor no me obligues a decirlo.

-¡¿Ellos?!

-¡Muertos!-cerró los ojos.-Muertos cada uno de ellos.

Ahora aprenderían a saber lo que significa estar solos.