Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi. Esta historia está hecha con el único fin de entretener.

Regalo de cumpleaños para Eagle Gold: "La neblina fue su salvación y gracias a ella también podría apreciar el fin de aquel mal. Horror/Drama."

Topic de cumpleaños "Fragmentos de Shikon: Regalos de cumpleaños" en el foro ¡Siéntate! (link al foro en mi perfil): /topic/84265/108258882/1/Fragmentos-de-Shikon-Regalos-de-cumpleaños

Dedicatoria: Eagle, lamento un montón la descarada y enorme tardanza de escribir y entregar tu regalo D: pero te juro que le eché todas la ganas en escribirlo y me sacó mis buenas canas verdes xD sé que no hablamos mucho y no nos conocemos demasiado, pero espero lo hayas pasado genial en tu cumpleaños. También una disculpa porque al final, el fic me quedó más de los géneros Romance/Tragedy, y no de Horror/Drama, pero espero que la idea del fic en base a tu frase compense eso y que sea de tu agrado.

Advertencias: lime y lemmon, muerte de personaje, violencia y agresión psicológica/física, y un poquito de gore.


"El mundo me hizo posesivo
Pensé miles de maneras de llevarte conmigo
Cruzar la frontera, pisando calaveras
Miré el amanecer junto a los Dioses de piedra"

Pecadora —Lila Downs


Intriga & Salacidad

Kagura gimió suavemente contra la boca de Bankotsu mientras este, usando sus fuertes y ansiosos brazos, envolvía la estrecha cintura de ella, acorralando la figura femenina contra el muro de piedra que se levantaba tras ellos y parecía perseguirlos camino arriba, sobre sus cabezas hasta el otro lado de la cueva y sus intrincados caminos, encerrándolos en una cueva que se oscurecía entre sombras profundamente negras hacia ambos lados, tan intensas y densas que parecían buscar devorarlos.

Soltó un pequeño suspiro al sentir el golpe contra su espalda y las protuberancias duras de la piedra encajándose en su cuerpo, pero en respuesta se aferró a él con más firmeza, envolviendo uno de sus hombros con sus manos mientras utilizaba la otra para sostenerlo de la nuca, tratando de profundizar el beso y luchando por imponer su propio dominio en aquel irrefrenable gesto.

Bankotsu se tomó a bien el jugueteo de Kagura y, con el fin de observarla, separó sus labios de los de ella brevemente, sonriendo lascivamente y notando un ligero sonrojo en las mejillas de la mujer de los vientos, uno que lo hacía parecer tan aniñada como fatal, como quien no quiere la cosa pero que aún así busca provocar el siguiente paso a consciencia; él estaba en una situación similar.

Sentía cómo su cuerpo exudaba un vapor caliente, alimentado por la excitación, mientras buscaba la forma de acercar su cuerpo contra el de ella, pero por encima de la sangre que corría torrencial y cruenta por todo su cuerpo, su piel tostada impedía que se manifestara en su rostro cualquier clase de sonrojo, dando la ilusión de no ser capaz de sentirse nervioso en ninguna situación, a diferencia del rubor vivaz que Kagura tenía en el rostro.

Tomó aire unos instantes al igual que ella, pero justo cuando estaba por besarla de nuevo, la mujer echó la cabeza hacia atrás, indicándole con el breve gesto que aún no lo hiciera.

—Ya se acerca el momento —susurró agitada, llevando sus ojos hasta los de él.

A pesar de la sentencia implícita en sus palabras y la dureza que indicaba aquella oración, Bankotsu la encontró encantadora con la suave llamarada rosa de sus mejillas y el calor asfixiante que traspasaba su colorido kimono hasta chocar contra él y traspasar la propia tela de su ropa. Aunque tenía ganas de tomarla en ese instante, sabía que la afirmación de Kagura no provenía de nada relacionado a lo que pasaba instintivamente por la cabeza del guerrero, y que el tono ligeramente nervioso de su voz no era por las mismas ganas que tenía ella de entregarse a él una vez más.

No era la primera vez que estaban en esa situación.

Se habían conocido en uno de los breves paseos que daba Kagura como único método de entretenimiento disponible, sin poder darse el lujo de ir muy lejos ni más allá de los metros más cercanos al centro del Monte de las Ánimas. Si avanzaba más, corría el riesgo de ser repelida por el campo sagrado del monte o, peor aún, morir purificada. Fue la primera vez que sintió envidia por los humanos y su capacidad de moverse por donde les diera la gana, por muy retorcidos y malvados que pudieran ser.

Bankotsu la había visto, sin esperarlo ni imaginarlo, cuando se atrevió a adentrarse en el Monte de las Ánimas buscando a Naraku para tratar ciertos temas de su trato previamente hecho, temas que habían quedado vagos y al aire. Entre el dolor de cabeza que le causaba el campo sangrado y tanto demonio horrible que se encontró en los puntos finales de los corredores de piedra que conformaba el interior de la montaña, fue todo un gusto para él encontrarse con semejante demoniza que, lo primero que hizo al verlo, fue intentar atacarlo.

Los instintos de cacería del mercenario se dispararon al instante al verla, y aunque ella intentó matarlo en más de una ocasión por ponerse insolente, logró de a poco acercarse entre batallas y batallas y viajes malintencionados al interior de la montaña. Con un breve tiempo transcurrido se dio cuenta de que ella parecía salir con la intención de encontrárselo, y las ambiciones de ambos, la libertad de ella y la vida de él, fueron las que terminaron uniéndolos como amantes al tiempo que urdían planes para matar a Naraku y escapar.

Aunque Bankotsu estaba perdiendo de a poco a sus compañeros en manos del medio demonio de Inuyasha y ahora únicamente quedaban Renkotsu y Jakotsu, estaba vuelto loco por ella, dispuesto a hacer lo que sea para quedarse con sus fragmentos matando a Naraku en el proceso, y también darle libertad a Kagura. Una vez que tuvieran lo que más anhelaban y necesitaban, podrían huir juntos.

¿Qué pasaría con lo que tenían luego de eso? No era algo que pensara a profundidad, no era el tipo de hombre que se quedaba insomne cuestionándose esas cosas. Ni siquiera sabían si saldrían de esta; por lo mismo, sabiéndose día y noche al filo de la muerte, habían terminado enrollados en un romance torrencial y desesperado que iba contra tiempo y los mantenía con la adrenalina a tope, imposibilitados para aburrirse uno del otro y forzándolos a unirse una y otra vez como si de un magnetismo irrevocable se tratara.

Bankotsu nunca había comprendido a los seres que nacían con poderes sobrenaturales, como Kagura, siendo él un simple humano que dedicó su vida a traspasar los límites de su propia fuerza hasta ser capaz de derrotar a los mismos demonios que no comprendía por razones simples y frívolas como dinero, poder o pura diversión, pero Kagura lo intrigaba de muchas formas que no lograba comprender tal y como no comprendía a los de su especie, y mucho menos le daban ganas de matarla.

A veces se preguntaba si no tendría las mismas habilidades de manipulación que tenía su creador, Naraku, y que las estuviera usando en su contra, pero no tenía tiempo para distraerse con dudas cuando estaban así del precipicio. La deseaba y, por primera vez probablemente en toda su vida, deseaba que alguien más tuviese toda la libertad que él alguna vez tuvo cuando vivió y por la cual ahora también luchaba junto a la oportunidad de conservar su nueva vida de resurrección.

—Lo sé —susurró el moreno con voz grave, deteniéndose, pero sin soltar el cuerpo de la demonio, el cual mantenía firmemente apretado contra el suyo; si esa sería una de las últimas veces en que se verían antes de que todo explotara y se fuera a la mierda, aprovecharía para tocarla todo lo que pudiera—. Esto ya casi se acaba. ¿Nerviosa? —Soltó una confiada sonrisa, gesto ya natural en él que. en contra parte, le sacó una mueca de enojo a Kagura.

—No seas idiota. Sólo intenta que no te maten —Pareció estar a punto de soltar otro mordaz comentario, pero Bankotsu no le permitió hablar al estampar salvajemente sus labios contra los de ella a un ritmo demencial que la mujer enseguida correspondió y que ya tenía bien practicado gracias a los muchos besos que él le había dado. Luego tuvo que quitárselo de encima otra vez para poder decir lo que se había quedado atorado en su boca.

—Hablo en serio, Bankotsu. No tenemos tiempo para estas cosas. No ahora —Soltó un gemido cuando el guerrero, a pesar de haberla escuchado, dirigió sus labios a su cuello y comenzó a besarlo con desesperación, mordisqueándolo de vez en cuando la tersa piel como si se tratase de una golosina delicada, hecha para saborearse lentamente.

Fue en ese momento cuando ella no pudo evitar respirar con pesadez, tratando de mantener la mente clara y sus sentidos nivelados mientras sentía los labios de su amante atacar su piel con la gentileza hipócrita de un depredador que ha conseguido su presa.

Sin poder evitarlo estiró el cuello para permitirle más paso. Apretó entre sus puños la ropa del guerrero, sintiendo que en cualquier momento pasarían el punto sin retorno, y aunque deseaba con todas sus fuerzas hacerlo, conociendo y recordando los trucos perversos e indecorosos de quien ahora era su amante, esta vez no podían darse el lujo de ello.

—Bankotsu… deja de hacer eso… —Su órden no fue más que un gemido que escapó débilmente de la boca de Kagura. Él soltó una risilla traviesa al escucharla tan poco convencida y, en contra parte, tan excitada.

Kagura podía ser una demonio dispuesta a matar a todo aquel que se le atravesara sin sentir pizca de remordimiento, malhumorada, amarga y ácida, pero si se encontraban sus puntos débiles y la forma de cómo tratarla sin que antes intentase cortarte las bolas, con unas caricias que Bankotsu ya tenía bien dominadas, podía hacer que a ella le temblaran las rodillas con una falsa docilidad que encontraba deliciosa y la provocaban rápidamente, dejando que aquellas atenciones enviciaran su carácter de insufrible.

—¿Por qué dejar de hacerlo? Si te gusta —El mercenario estaba bien consciente de que el cuello era uno de los puntos débiles de Kagura, y aunque lo estaba atacando sin misericordia, también estaba muy consciente de lo que ella decía. Les quedaba poco tiempo—. No seas estrecha, no sabemos qué pueda pasar a partir de ahora; no perdemos nada si lo hacemos una vez más. Considéralo un hasta la próxima.

En respuesta ella intentó ahogar un gemido que no pasó desapercibido por ninguno de los dos, pero aunque por unos instantes su mente le gritó que mandara todo al diablo, se obligó a mantener la compostura.

—Sí, perdemos tiempo. Además creo que Naraku ya sabe de lo nuestro —La sentencia de Kagura hizo que él se detuviera y la mirara a los ojos. Cierto atisbo de celos enmarcó sus pupilas inusualmente azules y ella sólo pudo responder rodando los ojos, sin poder creer que a esa altura de las cosas aún tuvieran esas dudas encima de ellos.

El moreno no encontraba nada de sorprendente en el hecho de que, posiblemente, Naraku estuviera enterado que él se estaba tirando a una de sus extensiones desde hace semanas. Después de todo, únicamente le ordenó que reviviera a sus hermanos y aniquilaran a sus enemigos, pero nunca le dijo que estuviera prohibido follar con Kagura, así que ese era su precario argumento si su mecenas se ponía en plan celoso por estar tentando cada que le daba la gana a esa obra de arte que había creado, aunque de vez en cuando sospechaba que, tal vez, la hechicera de los vientos y su creador eran amantes, y aunque la idea le pasó por la cabeza una vez más, enseguida la desechó.

Cuando ella finalmente le dio entrada, no le costó mucho darse cuenta de que él era el primero con el que tenía intimidad. La inexperiencia de Kagura fue clara a pesar de toda su apariencia de mujer fatal, pero sus ganas de aprender y descaro para luchar por el control, su desinhibición para complacerse cuando estaba con él, fue lo que dejó a Bankotsu como un idiota embrutecido que en un principio consideró a Kagura como una simple mujer para pasarla bien un rato, aprovechar la segunda oportunidad que tenía de vivir y experimentar lo que sería follar con una demonio, pero para cuando acordó se encontraba urdiendo un desesperado plan con ella para cortarle la cabeza a Naraku, o por lo menos lograr huir juntos.

—"¿Qué te puedo decir? Hiciste que cayera en mi propio juego, preciosa" —Le había confesado Bankotsu a Kagura en alguna ocasión, luego de tener uno de sus encuentros. Como la mayoría de los hombres, se quiso hacer el listo con ella, y al final terminó como su amante dispuesto a liberarla, y por muy sanguinario asesino que era, siempre había sido un hombre de palabra.

—¿Y qué? No me digas que es celoso —Volvió a acercarse a ella y la separó de la pared de piedra. Esta vez se dedicó a pasear sus manos tras su espalda, bajando con la lentitud propia de la tentación largamente anhelada por las suaves curvas de la mujer escondidas debajo de la ropa, jugueteando con desatarle el obi en cualquier momento.

Estaba muy insististe, para qué negarlo, y aunque Kagura estaba tan ansiosa como él, se vio forzada a poner ambas manos sobre su pecho, permitiéndole tocarla pero no llegar a más de eso.

—¿Sigues pensando que soy su amante? —Alzó una ceja, ahogando en el proceso una divertida y cruel risa—. Si lo fuera no estaría aquí contigo, planeando cómo asesinarlo y huir.

Bankotsu se encogió de hombros, dándole la razón. No tenía nada qué reclamarle a Kagura y mucho menos argumentos para hacerlo. Además, ella tenía razón. Ya no les quedaba tiempo.

Conociendo a InuYasha, este en cualquier momento lograría entrar al monte, y antes de hacer cualquier cosa, Bankotsu estaba dispuesto a vengar la muerte de sus compañeros asesinando al híbrido que les arrebató la vida, aunque incluso de esa manera todavía le debían un par de muertes el tipo ese que se decía su hermano y el hombre lobo.

Kagura ya estaba al tanto de las intenciones de honor del guerrero, y aunque le dijo que eso sólo lo ponía en un riesgo innecesario, él argumentó enérgicamente que no faltaría a la memoria de quienes no sólo fueron sus compañeros de violenta correría, sino a quienes consideró sus propios hermanos, incluso si había traidores entre ellos. Estaba aún rabioso por sus muertes, de verlos asesinados o matándose entre sí, aunado al hecho de que el mismo hombre que los había traído de regreso a la vida, más temprano que tarde los devolvería a la muerte de la cual los sacó con un trato demasiado condescendiente como para ser verdad.

—Deja los celos para después —espetó la mujer entrecerrando los ojos, sin poder evitar que un atisbo de sensualidad destellara en sus peligrosas orbes demoniacas—. Ya lo sabes, estaré en el centro de la montaña mientras tú peleas con InuYasha. Dudo mucho que Naraku se quiera quedar aquí más tiempo; su verdadero objetivo nunca ha sido realmente InuYasha y su séquito. En cualquier momento me dirá que salga, y cuando lo haga, te estaré esperando.

No le permitió besarla más. Le quitó las manos de encima cuando estas se detuvieron en su muslo, amenazando con abrirle el kimono y entrometerse debajo de él, como si jugara a explorar y ver qué era lo que ella le ocultaba con falso recelo. Bankotsu soltó un pequeño quejido acongojado, pero se contuvo a reclamar o decir cualquier cosa con respecto a eso, porque además Kagura era capaz de hacerlo tiritas con sus cuchillas si seguía colmándole más la paciencia.

Cuando se deshicieran de todos sus obstáculos, podría estar con ella todo el tiempo que le diera la gana. Aunque antes había que matar a Naraku, claro. Tarea difícil, sin contar todo el camino que aún había que recorrer antes de llegar a su verdadero objetivo, incluso si todo eso estaba por terminar. Había muchas cosas por hacer y muy poco tiempo, y depositó toda su confianza en su fuerza para salir vivo de esta y, por qué no, en la buena suerte.

Kagura se separó lentamente de él y se acomodó un poco la ropa. No podía regresar donde Naraku hecha un desastre, se delataría enseguida, y aunque según ella su amo no sabía nada del complot que ya se había gestado contra él, dentro de sus mismas líneas, de todas formas la ponía nerviosa el hecho de que muy probablemente sí supiera de su relación con Bankotsu.

Tal vez fueran los clásico celos de los hombres, o un simple sentimiento egoísta, porque si eso le hacía bien a ella, estaba segura de que Naraku no estaría contento con eso.

—Insisto en que pudimos hacerlo una vez más. Aunque tú eres de carrera larga —afirmó Bankotsu con una sonrisa, sacándole una risilla traviesa a su amante—. Por lo menos podrías hacer cierta cosa con tu boca sobre mí. Seguro sentiste cómo me dejaste, es injusto.

Mientras hablaba, el mercenario le guiñó un ojo con descarada galantería y se apuntó la entrepierna. Kagura miró hacia abajo y alzó una ceja casi con crueldad. Claro que había sentido el ánimo del guerrero mientras la tuvo entre sus brazos y se restregaba contra ella como si buscara calmar una ardiente picazón, pero esta vez no tenía ni tiempo para darle atención.

—Pues te aguantas, pero siempre puedes hacerlo tú mismo —respondió tajante, sin dejar de lado su actitud sensual, disfrutando de ver lo decepcionado que estaba y la mirada de fastidio que le mandó—. Cuando estemos libres lo haré cuantas veces quieras, y claro, si estoy de buen humor. Sólo no dejes que te maten.

Pegó media vuelta, dispuesta a irse y con todo claro, huyendo de la tentación que le provocaba tener la presencia de Bankotsu tan cerca y anhelante, pero antes de poder dar un paso más sintió cómo el moreno la tomaba con firmeza del brazo y le daba la vuelta hacia él, sin perder tiempo en poner la mano tras su espalda para que no se le escapara.

No tuvo tiempo de reclamar nada más. Le tomó el rostro y se lo levantó, besándola con una fiereza que ella respondió al instante, volviendo a sentir cómo le temblaban las rodillas mientras sentía sus fuertes manos sobre su cuerpo, sintiendo la necesidad de no apartarse, pero esta vez fue él quien momentos después rompió el beso.

—Tú tampoco dejes que te maten —Se dio la libertad de acariciar su mejilla con gentileza, y pudo sentir, fascinado y curioso, la suavidad sobrenatural de la piel de Kagura contra sus maltratadas manos endurecidas por los años de lucha, con los vestigios aún presentes después de resucitado y las muchas peleas que ya había tenido, aunque ella no pareció molestarse con eso.

De hecho, un extraño nerviosismo se apoderó de su mente, causando un vuelco violento dentro de su pecho e imaginó que su corazón, donde quiera que estuviese, había latido con fuerza. Era la primera vez que Bankotsu tenía ese gesto con ella, y le dio la impresión de que se lo había estado guardando para la última vez que se vieran las caras, o al menos la que podía ser la última vez.

Tenían un plan trazado, pero de ahí a que funcionara había mucho trecho y podían pasar millares de cosas que ellos no habían tenido el tiempo de contemplar o siquiera imaginar. En esos momentos el único plan concreto y viable que tenían, era matar o huir del Diablo.

Ojalá no fuera la última vez que se vieran, pensó Kagura cuando dejó que él le acariciara el rostro como jamás había dejado que nadie más la tocara.

Bankotsu no era el amor de su vida, no se quería dejar engañar por ilusiones fantásticas de amores eternos y cursilerías que la distrajeran de su verdadero objetivo, al igual que él. Las intrincadas redes que podían aprisionar a los incautos que se dejaban arrastrar por la lujuria podían ser peligrosas y hacerlos actuar de formas que jamás habrían pensado, y Kagura ya era lo suficientemente impulsiva y rabiosa como para encima enamorarse; a su vez, Bankotsu ya era un perfecto ejemplo de adicto a la adrenalina como para permitirse perder la cabeza por una mujer, aunque la intriga que había preparado mano a mano con la que era la extensión preferida de su jefe, ya era suficiente razón como para que cualquiera les advirtiera a voz viva que habían perdido el juicio hace tiempo, con sus pretensiones idiotas de hacerse el mundo para ellos.

A Kagura, Bankotsu le gustaba de una manera incontrolable porque era un gran hombre para divertirse y pasar el rato, un hombre al que le gustaba descargarle encima su insidiosa lujuria y que él le respondiera de la misma forma con esa salvajidad descarada que lo caracterizaba. La hacía sentir deseada y podía asegurar que, de todos los hombres que conocía, era él quien mejor la había tratado. Era un hombre que se había ganado el deseo de vuelta de Kagura y la razón por la cual deseaba con todas sus fuerzas que sobreviviera con la misma intensidad con la cual se lo deseaba a Sesshōmaru, pero en esos momentos no se pondría pensar en aquel demonio que siempre fingía ignorarla.

—Nadie lo hará. Recuerda que soy la favorita de Naraku —aseguró Kagura con malicia, logrando que él frunciera el ceño, súbitamente picado por el bichito de los celos. Ante esto la hechicera de los vientos soltó una carcajada, pero se lo compensó estampándole un rápido beso en los labios y dándose la vuelta antes de que él intentara otra cosa.

La observó alejarse y pensó en gritarle que se verían pronto, pero prefería demostrárselo que solamente ir regando promesas que tenía toda la intención de cumplir, pero que no significaba que pudiera lograr hacerlo. Él tenía toda la confianza en lograrlo, pero después de tratar con InuYasha y su grupo, que si habían sobrevivido a ellos luego de tanto, significaba que no eran tan ineptos como creyó en un principio, prefería no ponerse en plan de predecir el futuro. Después de todo era un guerrero, no un adivino.

Pero, si se trataba de ponerse pretencioso y tratar de profetizar su futuro, el futuro más inmediato que quería vivir era el de tener nuevamente el don de la vida, sin ataduras para hacer lo que quisiera, y estar con Kagura el tiempo que les durara lo suyo.


Kagura sintió, como si fuese el golpe apabullante de una ola contra la playa, el justo momento en el cual el campo de protección del Monte de las Ánimas desapareció por completo, y en ese instante una gran cantidad de los demonios que se encontraban protegidos dentro, en los sitios donde el campo se debilitaba y su poder quedaba inhabilitado para hacerles daño, salieron a borbotones de entre sus cuevas y rincones como una maraña demoniaca de pieles duras, escamas de colores putrefactos y opacos, gruñidos grotescos que salían disparados entre dentaduras monstruosas que aspiraban el aroma de su próxima y anhelada comida, junto a sus vuelos movidos por el hambre de carne humana privada durante sus largos días de cautiverio.

A lo lejos, mezclándose con la neblina tóxica de Naraku que rápidamente se apoderaba del ambiente, lucían como las espesas salpicaduras de sangre saliendo sin control de las venas cercenadas de un miembro amputado con brutalidad.

A diferencia de las aldeas cercanas y sus habitantes, que observaban aterrorizados y helados la escena desde pocos kilómetros a la distancia, Kagura no les prestó mayor atención: eran los demonios al servicio de Naraku, los demonios de baja categoría, los más bestiales, incapaces de pensar y tener una consciencia que los guiara más allá de su servicio a un ser superior e instintos, haciéndolos el perfecto ejercito para su creador.

Era curioso que al momento de recibir la órden de Naraku de salir junto al suave bulto que le entregó, se tuviera que mezclar entre esos mismos monstruos, ella, cargando un bebé que parecía dormido a pesar de todo el escándalo y el peligro que significaba hacer eso, y con el culminante punto de su plan casi al límite, parecía la imagen distorsionada de una madre desnaturalizada que intentaba huir de sus responsabilidades metiéndose en una locura de hambre y violencia, un vértice infernal de lucha por la vida.

Ni en un millón de años se esperaba que Naraku pusiera a su cargo a un bebé albino que sabrá el cielo de dónde había sacado (y nomas faltaba que Bankotsu lo viera y pensara que de pronto la había convertido en madre, con drama incluido en el proceso y la palidez mortal que el pobre seguramente sufriría), pero no se podía encargar de él, tuviera el propósito que tuviera.

En medio de todo el caos, interceptó lo más rápido que pudo a Kanna, sabiendo de antemano que Bankotsu ya había terminado su pelea con InuYasha, y le dejó el bebé a cargo, a pesar de que Kanna le advirtió que esa tarea se le había encomendado únicamente a ella. La dominadora del viento la ignoró por completo y se despidió rápido, con brevedad, no tenía tiempo para nada más.

Aquello la había distraído demasiado tiempo y no tenía una noción exacta de dónde se encontraba Bankotsu, sobre todo luego de la explosión que hizo temblar al monte poco después de que desapareciera el campo.

No se atrevió a irse hasta que lo encontró, en camino a ser tragado por las resbaladizas y repugnantes paredes en las que se había transformado el Monte de las Ánimas, seguramente para llevarlo hasta donde Naraku y quitarle los fragmentos que le quedaban.

Tuvo que usar sus cuchillas para romper las paredes; una de ellas golpeó y rasgó ligeramente la mejilla de Bankotsu, abriéndole una herida que, aunque no fue demasiado grande ni profunda, Kagura sintió como si le hubiese pasado a ella.

—¡Bankotsu, despierta! —Lo zarandeó violentamente con él sobre el suelo, desesperada por salir de ahí antes de que las paredes suavizadas se los tragaran a ambos y, entonces sí, estarían perdidos, literalmente en las pérfidas fauces de Naraku.

El guerrero no estaba muerto y seguramente le quedaba, por lo menos, un fragmento de Shikon que lo mantenía con vida, porque a juzgar por la sangre que brotaba de su brazo derecho y el cuello, le habían arrebatado parte de sus fragmentos violentamente, y apostaba lo que sea a que había sido obra de InuYasha.

No llevaba consigo su fiel Banryū, y estaba claramente lastimado, con la ropa desgastada y sucia, cortes y rasguños en el rostro y hematomas que comenzaban a formarse en sus maltratados nudillos y pómulos. Seguramente en algún momento terminó agarrado a puño limpio contra InuYasha, cosa que no le sorprendía de ninguno de los dos.

A pesar de que estaba vivo, Kagura no lograba sacarlo de su inconsciencia. No respondía a los bruscos estímulos para despertarlo ni parecía estar por abrir los ojos, simplemente se mantenía como sumido en una especie de agotador sueño del cual le era imposible salir mientras ella, lanzando gritos intentando que estos penetrasen en sus oídos aunque se los reventara, seguía moviéndolo, golpeándolo en el pecho y zarandeándolo como posesa con la nula dulzura que poseía.

—¡Maldita sea, Bankotsu, no es momento para quedarte dormido! —Ya hastiada por la situación, y cada vez más desesperada por el caos que estaba formándose a su alrededor, con el grotesco escándalo de los monstruos escapando del monte y el temblor que sacudía toda la estructura antes de hecha de piedra, terminó por asestar una fuerte y certera bofetada al rostro del mercenario, esperando que eso lo despertara.

Funcionó, pero sólo en parte. Pareció reaccionar instintivamente al golpe cuando esta lastimó un poco más su ya maltratado rostro por los puñetazos que se había lanzado con InuYasha, pero sólo abrió los ojos unos instantes, agotado, sin ser capaz de enfocar lo que tenía enfrente, y justo cuando Kagura se dio cuenta lo zarandeó con más fuerza, volviendo a abofetearlo sin piedad ni cuidado.

—¡Que despiertes, nos tenemos que ir!

Lo movió con más ahínco y finalmente Bankotsu pareció responder. Soltó un gruñido, como molesto de ser despertado de una resaca terrible junto al dolor palpitante y ardiente en su mejilla, pero luego pudo ver el rostro desesperado de la demonio, sintió cómo el lugar a su alrededor temblaba al tiempo que ella seguía ordenándole que se despertara y se pusiera de pie, y recordó en lo que había quedado con ella, que el tiempo se les acababa y que era el momento justo para escapar. No podía darse el lujo de quedarse inconsciente recibiendo los dulces golpes que Kagura le daba para luego únicamente perder su vida, y perderla a ella también.

—Maldición… —masculló el guerrero débilmente, medio incorporándose sobre sus codos, adolorido y con el rostro contraído por el esfuerzo. Kagura no pudo evitar soltar un suspiro de alivio cuando lo vio despierto, jodido, pero vivo y despierto—. Maldito InuYasha… me ha dejado hecho mierda.

—Sí, sí, luego lo matas, ¡tenemos que irnos! —Kagura se levantó, jalando el brazo del hombre. Este, con ayuda de ella, logró incorporarse sobre sus piernas, que le temblaban por el esfuerzo que significaba ponerse de pie con tanto golpe que tenía encima. Incluso sabía que las piernas se le habían fracturado cuando el derrumbe de esas rocas cayó sobre su cuerpo con todo su descomunal peso, pero era increíble que para ese entonces el poder del fragmento de Shikon que aún tenía consigo sanara sus huesos tan rápidamente.

La demonio pasó uno de sus brazos tras uno de los de él y lo sujeto como pudo por la espalda hasta llegar a su hombro, ayudándolo a caminar, pero el peso del hombre era mucho más grande que el de ella al igual que su tamaño, así que aunque anduvieron a tropiezos al principio, Bankotsu se la quitó de encima con pose orgullosa, sin poder creer que una mujer le estuviera salvando el pellejo.

—No empieces con tus actitudes de macho —le reprendió ella, jalándolo de la mano bruscamente—. Si no caminas más rápido perderás tu vida y no podremos volver a divertirnos.

La amenaza pareció preocupar a Bankotsu mucho más de lo que le preocupaba ser salvado por una chica o el peligro inminente de que toda la mierda que los rodeaba se les cayera encima en cualquier momento. Alzó una ceja y aún con los golpes que tenía en el rostro, le sonrió a su amante, al tiempo que le seguía el paso con más ánimo y mejor estampa.

—Eso ni soñarlo, preciosa.

La tomó de la mano y comenzó a caminar junto a ella a prisa. El camino se les dificultaba al tiempo que el suelo debajo de ellos seguía suavizándose. El temblor del sitio hacía que sus cuerpos se balancearan de un lado a otro, amenazando con hacerlos perder el control en cualquier momento y caer en el suelo de piedra que ahora se asemejaba más a un repugnante ambiente de arenas movedizas, pero la inestabilidad grotesca del suelo que pisaban quedó en el olvido cuando lograron ver un atisbo de cielo al final de una de las cuevas que recorrían.

Llegaron a la orilla de la salida, que no era más que un amplio agujero a mitad del Monte de las Ánimas, rodeado de piedras afiladas que se elevaban como cañones modificados durante el temblor, al tiempo que caían enormes piedras sobre ellas que las destruían o las volvían aún más peligrosas. Bankotsu se preguntó cómo diablos bajarían de la montaña sin romperse la caja de dientes o empalarse en uno de los sobresalientes picos de piedra.

Para toda respuesta Kagura se llevó una mano al tocado y sacó una de sus plumas, que no tardó en agrandarse y se echó sobre ella a toda prisa. Su acompañante la miró con una mezcla de asombro y espanto ante el peculiar transporte de su amante, y se quedó a orillas de la cueva observándola como idiota; luego pensó que no tenía mucho que decir, sobre todo luego de la bizarra maquina que había creado Renkotsu con Ginkotsu.

—¡¿Qué esperas?! ¡Sube de una vez! —El guerrero reaccionó al instante y se montó sobre la pluma, sentándose tras ella. Kagura se puso en marcha y se alejó a toda prisa del monte, intentando evitar que alguna roca les cayera encima y los tirara, lo cual funcionó gracias a los reflejos rápidos de la demonio y su dominio para viajar junto al viento, a pesar de que el mismo elemento corría alrededor de toda la estructura de piedra que se desmoronaba de a poco cada vez que se sacudía con violencia, como si fuese una extensión del mismo corazón de la tierra latiendo agitado, sin poder contener toda su fuerza y saliendo a la superficie sólo para encontrar su propia destrucción.

Aquello era una erupción de rocas y niebla venenosa que se movía caótica por todos lados, impulsada con violencia por los aleteos de los monstruos que todavía escapaban de la montaña y el rugido escalofriante que indicaba que se estaba cayendo a pedazos junto a los monstruos, los mismos que seguían saliendo del sitio como expulsados de una cruel matriz.

Kagura no perdió tiempo y se alejó lo suficiente para no estar al alcance de ninguno de esos peligros. No habían recorrido tanto para terminar muertos por un maldito derrumbe.

No se dio cuenta cuando Bankotsu se abrazó a su cintura tras ella y recargó la cabeza sobre su hombro, cansado, dándose un momento para cerrar los ojos luego de toda la pelea y el daño a su cuerpo, sintiendo a la vez la tranquilidad de haber escapado de allí con Kagura, y por eso mismo se apretó más a ella a pesar de estar a punto de caer nuevamente en la inconsciencia y ante la idea de que, prácticamente, una mujer le había salvado el pellejo, cuando siempre tuvo la firme convicción y fin de salvar él a Kagura.

Ah, si lo supieran sus antiguos compañeros… se habrían muerto de la risa.

La mujer de los vientos se alejó un poco más, elevándose en los cielos, pero se detuvo unos instantes ya cuando estuvo lo bastante alejada. Sintió la pausada y cálida respiración de Bankotsu contra el recoveco de su cuello, pero lo ignoró y miró hacia atrás, al Monte de las Ánimas, antes de irse definitivamente de ese lugar ahora maldito que, seguramente, forjaría leyendas escalofriantes para asustar a los niños de futuras generaciones y que mantendrían alejada toda clase de vida durante muchos años.

La neblina que antes había sido parte del campo sagrado todavía rodeaba la estructura de piedra, pero a cada segundo ésta parecía oscurecerse hasta tomar una tonalidad purpura que flotaba con pesar, intoxicada por la energía maligna de Naraku cubriendo todo el sitio, una energía que parecía más densa y potente que nunca. A Kagura esa idea la aterrorizó. ¿Y si el bastardo de su creador se había vuelto más fuerte?

Naraku, su amo. No tenía idea de qué había pasado con él. Lo último que supo es que Miroku y Sango cayeron al centro del monte, gracias a ella, cabe mencionar, y aunque seguramente pensaban que lo había hecho con el fin de que se matasen en el trayecto intentando proteger el escondite de quien parecía ser el enemigo público número uno de la región, la realidad es que lo había hecho para dirigirlos justo al lugar al cual querían llegar, a donde Naraku, a ver si ya lo mataban de una puta vez y dejaban de fanfarronear.

También supo que InuYasha, Kagome y Kōga se dirigían hacia allá, y probablemente Kanna y Kohaku, sin opciones, habían escapado ya con el bebé que en un principio Naraku había puesto a su cuidado.

¿Tendría sentido todo eso? Había muchos enemigos corriendo directo a su amo, presas de la rabia y sus intensas ganas de venganza que ella comprendía a la perfección, y Naraku estaba solo; puede que ya estuviera muerto, o que el grupo de InuYasha estuviera por acabar con él.

—Ojalá sea así —murmuró angustiada, algo que intentó disimular frunciendo el ceño con fuerza, observando sin sobresalto alguno como el Monte de las Ánimas, antes amado y considerado lugar sagrado al cuidado de un ilustre monje momificado, parecía desbaratarse de a poco sobre sí mismo, aún con la neblina rodeándolo todo, incluso a ellos, esperando que eso sirviera como una cortina para alejarlos de ojos enemigos.

Kagura se dio unos instantes más para ver, y pensar, que Naraku estaba siendo exterminado en su interior. Por lo menos no parecía haber rastro de él. ¿Sería posible que estuviera muerto?

Sea como sea, la neblina había sido su salvación y gracias a ella también podía apreciar el fin de aquel mal.

El fin de Naraku.

De verdad esperaba que fuera así, se dijo al tiempo que retomaba la marcha sobre la pluma, no dispuesta a quedarse ahí para averiguarlo y con Bankotsu completamente rendido tras ella, con su mente danzando en un precario punto entre la consciencia y la inconsciencia.


¡Lo que me costó esto! Creo que me costó tanto como cuando escribí un fic medio yuri de Kikyō/Kagura o.ó

No sé si habrá sido por lo largo o porque la idea es un poquito compleja y me exigió bastante. La verdad no sé cómo me haya quedado, y pues el fic, cuando lo terminé, quedó de 40 hojas sólo con el borrador. Tenía pensado que fuera sólo un oneshot, pero debido a la extensión, decidí dividirlo en cuatro capítulos de entre 10 y 13 hojas para que no resultara tan pesado leerlo. Por las actualizaciones creo que no habrá problema, porque ya todo está hecho.

La pareja me chifla, es de mis favoritas, y no sé qué tuvo la frase que me encantó y no pude evitar endeudarme.

También aprovecho para dar gracias a Erly Misaki, a quien le conté sobre el reto de cumpleaños de Eagle Gold sin tener ni puta idea de qué hacer con ella y me sugirió escribir un What if…? de Bankotsu y Kagura logrando escapar del Monte de las Ánimas y de Naraku, obviamente cambiando algunas cosas de la trama canon. Mujer, sin ti seguiría en las mismas, ¡es decir, sin puta idea de qué hacer!

También muchísimas gracias a Ari's Madness, que cuando le conté la base de la idea me ayudó a estructurar la trama, cómo justificar los cambios al canon, las motivaciones de los personajes, sacar diálogos que me volvieron loca y situaciones que, se los juro, me hicieron llorar mientras las escribía (ella es la Reina del Drama, así que imagínense). ¡Muchísimas gracias, guapa!

No tengo más que aclarar. Sólo me queda decir que espero hayan disfrutado del primer capítulo y muchas gracias por tomarse el tiempo de leer.

[A favor de la Campaña"Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo]

Me despido

Agatha Romaniev