¿Ojos que no ven, corazón que no siente?

CAPÍTULO 1: PENUMBRA

Aquel era un día como cualquiera, uno como tantos; con un sol brillante y unas nubes adornando perfectamente ese hermoso lienzo que era el cielo. Por supuesto que estaban ocupados, ellos siempre tenían trabajo pendiente pues había todo un mundo por descubrir bajo esos potentes microscopios. Souichi mezclaba una que otra sustancia en los tubos de ensayo, observaba con cuidado sus reacciones y las iba anotando; Morinaga se dedicaba a vigilar el progreso de las colonias e igualmente realizaba las anotaciones que correspondían.

Trabajaban con gran maestría en el laboratorio y por ello podían mantener las mareas tranquilas aún cerca de huracanes, lástima que su convivencia en el departamento no era igual. Sus personalidades chocaban con frecuencia y era difícil que alguno cediera; uno más terco que el otro. Las peleas siempre provocaban estragos en ellos, física o mentalmente, y también en el ambiente que los rodeaba. Muchos percibían cuando las cosas no marchaban bien y era tiempo de mantenerse alejados de ese par, para el tirano casi recomendaban pedir una orden de restricción. Un rubio siempre furioso y de peor genio, y un triste ángel desanimado. Había tantas teorías sobre porqué o cómo lograban soportarse y ninguna se acercaba a la realidad. Entre paredes que esconden la verdad permanecía el silencio. Ambos querían disculparse, Morinaga por su comportamiento infantil y Souichi por su intolerancia. Sus corazones guardaban el mismo sentimiento pero sus labios no lograban expresarlo con la exactitud que deseaban.

- ¿Senpai me estará odiando? Seguro que sí.

- Yo y mi gran bocota. Ese idiota debe estar malinterpretando todo otra vez ¿Cómo puedo hacer para que me entienda?

Ninguno dejaba de pensarse pero ninguno se atrevía a romper con el silencio. Los dos eran tan iguales; eran humanos, eran inseguros, eran tontos y estaban enamorados. Quizá por eso les costaba embonar ¿Quién ha escuchado sobre dos piezas iguales que encajen en el mismo rompecabezas? Probablemente tampoco eran parte de algo tan pequeño y precisamente por eso era tan complicado.

Suspiraron, se voltearon a ver con asombro y sonrojándose regresaron a trabajar.

Nadie imaginó que en un día tan ordinario la desgracia se divirtiera paseando por los pasillos e instalándose en su recinto de investigación. No podía tratarse sólo de mala suerte provocada por un descuido pero sería injusto y cruel decir que se trató del destino. Incluso varios años después no dejarían de cuestionarse "¿Por qué a él? ¿Por qué no a mí? ¿Por qué en un momento tan crucial? ¿Por qué en un día tan corriente?"

El incidente fue extraño y sucedió con tal rapidez que fue impensable detenerlo. El otro chico deseó con tantas fuerzas tener súper poderes o una máquina del tiempo que le diera la posibilidad de cambiar lo inevitable. Era un procedimiento sencillo, lo había realizado infinidad de veces en el pasado, siempre fue precavido pues estaba consciente de lo peligrosas que eran esas sustancias; un diminuto error, una ligera omisión tuvo un alto precio que no estuvo dispuesto a pagar pero que a costa de su voluntad lo condenó. El frasco que sujetaba era nada más y nada menos que un ácido corrosivo. Tropezó. Observó en cámara lenta como salía el líquido e intentó maniobrar pero sus reflejos no estaban en su máxima capacidad. Cayó sobre su piel, sintió el fuerte ardor y comenzó con los gritos de desesperación. El dolor era insoportable.

- ¡AHHH! ¡MIS OJOS! ¿¡Q-QUÉ ES ESTO!? ¡AHHH! ¡DUELE! ¡MORINAGA AYÚDAME!

El asistente aventó los papeles que sostenía y corrió a su lado para auxiliarlo. Era incomprensible que algo así estuviera ocurriendo ¿Eso bajo sus pies era agua? ¿Pero de dónde provenía? Estaba aterrado pero no quería dejarse dominar por el miedo, perder tiempo podía significar una oportunidad importante para ayudarlo; un segundo hacía la diferencia. Sus manos temblaban pero de esa forma marcó el número de emergencias y pidió una ambulancia de inmediato. Mientras esperaba y los segundos se volvían eternos lo ayudaba a quitarse sus anteojos y enjugarse en el área designada para accidentes como estos.

- S-senpai todo va a estar bien.

Su voz era entrecortada, estaba sumamente nervioso y los gritos de su Senpai no le ayudaban. Souichi sentía un ardor increíble y ganas no le faltaban para arrancarse la piel. El agua no le ayudaba, no sentía ningún alivio y no dejaba de pensar en lo estúpido que se sentía. Un error lo cometía cualquiera, pero él no era cualquier persona, se suponía que errores como estos no debían de ocurrir por más distraído que estuviera. Sentía como un fuego abrazador se concentraba únicamente en sus orbes y la piel alrededor, el dolor era casi indescriptible pero para Morinaga se veía como algo realmente serio. Nunca lo escuchó tan desesperado en su vida, podía ver la piel hincharse y sangre salir por los bordes de sus parpados ¿Había entrado en sus ojos? De ser así era una situación de gran riesgo.

Durante el traslado se desmayó un par de veces pero Morinaga estuvo junto a él sosteniendo firmemente su mano, trató de darle aliento a pesar del pavor que emergía minuto a minuto de su pecho. Tragó grueso, se resistió a quebrarse y llorar en su presencia. No quería alterarlo. Un vacío comenzó a formarse cuando vio como lo ingresaban de emergencia y la camilla se alejaba por el interminable pasillo. Su brazo quedó en el aire; como si estuviera despidiéndose, como si quisiera alcanzarlo, como si no quisiera dejarlo ir. Su mano se empuñó y la acercó a su corazón. Las lágrimas cayeron como si se tratara de lluvia y por fin perdió la compostura. Se arrodilló en dolor y pidió lo dejaran solo, que no se preocuparan por él, estaría bien pero necesitaba tiempo para procesar los hechos. Todo estaría bien una vez que confirmara que nada malo le sucedió al amor de su vida. Una parte de su corazón se encogió, latía con lentitud. Se encontraba en un limbo.

La calidez de una mano se posó en su hombro y al voltear se encontró con el doctor que atendía a su Senpai. Lo atacó con mil preguntas pero como todo en esta vida debía de esperar. Asistió puntual a la mañana siguiente y le permitieron entrar a la habitación. Dudó al girar la perilla pero fue valiente, él no era quien sufría. Se sentó junto al rubio e hizo lo que sabía hacer mejor que nadie: guardar silencio y aferrarse al borde de la cama. Continuó cuánto fue necesario hasta que Souichi despertó.

En un gran respiro sus pulmones se llenaron de aire, como si regresara a la vida, y se movió con la calma con la que pocas veces despertaba. No tardó en notar el ardor y punzante dolor que dejó rastros en su piel.

- ¿Qué? ¿En dónde estoy?

Estaba inquieto y Morinaga quería tranquilizarlo.

- Estás en el hospital Senpai. Yo estoy aquí contigo.

Souichi oía con atención mientras todo permanecía entre tinieblas. Pasó los dedos por su rostro y se percató de la venda que cubría sus ojos ¿Esa era la razón de la oscuridad que lo perturbaba? Tenía impaciencia por arrancarla y desmentir sus miedos.

- ¿Morinaga tú sabes qué pasará con mis ojos? Preguntó directamente y sin rechistar.

- Me dijeron que teníamos que esperar.

- ¡Esperar, esperar! ¡Esperar nunca le ha servido a la humanidad! Golpeó con fuerza sobre la camilla. Estaba frustrado.

Su ceño se frunció, también interrogó al médico por sus dudas pero no encontró la respuesta que esperaba. Pasó una semana y media y el día llegó. Se sentó en una silla guiado por la enfermera y Morinaga lo asistía con todo el apoyo moral que necesitaba. Empezaron a remover con lentitud la venda y Souichi estuvo por llamar al médico incompetente por hacer el tiempo transcurrir más despacio de lo que debía de ser. Apretó con fuerza sus puños y frunció sus labios al sentir como se deslizaba el último pedazo de tela.

- Por favor ábralos con calma. Sea paciente a que la luz se adecue y no los fuerce.

Con trabajo los abría lentamente y una brillante luz lo cegaba. Obligado a cerrar los ojos parpadeó varias veces hasta que la luminosidad se fue perdiendo. Al abrir por completo sus parpados observó un par de manchas frente a él y con horror presenció como la nitidez desaparecía. Vio como todo aquello que tocaban los rayos del sol se desvanecía para no regresar jamás. Sus ojos se ensancharon y empezaron a gotear con agua salada. Los demás espectadores se alarmaron y con voz ronca les respondió.

- Y-ya no puedo ver nada ¿E-en dónde estás Morinaga? Háblame, dime que sigues aquí.

Alzó una de sus manos y se movía ante el pánico que sentía, suplicaba por encontrar algo que le diera la fuerza que estaba perdiendo. Esa voz débil resonó en la habitación y un pequeño Kouhai se acercó uniendo sus manos. Lo arropó entre sus brazos. El nudo en su garganta sólo le dejó pronunciar dos palabras.

- E-estoy aquí.

= Continuará =