Las muñecas de vudú
La prensa se equivoca, él no compró las muñecas en cualquier tienda de baratijas sobrenaturales. Las hizo con sus propias manos, evocando los días felices e infelices en su hogar para huérfanos de alto IQ. Suspirando canciones infantiles, con una sonrisa macabra en los labios, pinchando los ojos de los niños de paja, una y otra vez.
Hubiera querido hacer más que las correspondientes a esas pocas víctimas escogidas para llamar la atención de L. Una por cada vez que le mintieron en ese orfanato. Serían miles. Que serían la justicia algún día. Que los problemas mentales no influían mucho en la sucesión de L. Que lo conocería cuando lo considerara adecuado, al fin y al cabo era el más apto para sucederle.
Las pinchó con alfileres, imaginando cómo se retorcerían las víctimas en el dolor.
Por cada fracaso en su haber.
Ya sabría L. lo que es tener que correr detrás de alguien, envuelto en desesperación.
Ese era su sueño.
Cortó las lenguas imaginarias de los muñecos y los besó sin que pudieran gritar.
Recordó los bailes en privado que hacía en su habitación, apretando una almohada contra su pecho y usando un vestido que le robara a una niña de pasado aburguesado, embarrando la funda con cobertura chocolate para morderla y besarla, repitiendo la inicial de un nombre que anhelaba conocer pronto.
Todo vuelve a traducirse en un suspiro.
