When angels deserve to die.
Prólogo.
Confesión número uno:
Había unas cuantas rosas secas en mi mesa de luz, las hojas tristes colgaban del florero como un ahorcado. Mi cama olía a cenizas y la única ventana que tapizaba la pared tenía una rendija por la cual ingresaba un lento e inconstante soplido de aire. Tantas cosas han pasado, sin embargo, no hay mucho para contar, todos los relojes de esta casa se han parado y todos los rincones se dejaron ensuciar.
Padre insiste con que así guardamos la memoria, y el dolor nos raspa la piel, recordamos que hemos sido hijos del rigor y que, si Dios así lo quiere, nos erguiremos ante el sol. De todas maneras, Padre también insiste que con que el mundo esta demasiado sucio, lleno de maldad con forma de humano, "el Diablo, Isabella" suele decir, apuntándome con el dedo, mientras la luz del comedor titila con debilidad.
Las calles de Forks no estan tan vacías, pero tampoco están vivas, todos los inviernos cae una espesa capa de nieve que nos sepulta en la soledad. Aquí siempre llueve, siempre hace frío, siempre se oculta el sol, por alguna razón. Las noches se alargan y los días se acortan, se que el tiempo pasa distinto aquí pero no estoy segura porqué.
Padre era sacerdote, o al menos lo fue hasta que conoció a Madre y la dejó embarazada. Ella tenía un bebé en su vientre y él la mirada acusatoria de todo el episcopado. Renee Dwyer era menor de edad cuando conoció a Charles Swan, diez años de diferencia entre una jovencita bronceada de dieciséis años proveniente de Phoenix, contra los veintiséis años del único hijo de la familia Swan, nacido en Washington.
Y, aunque dicen que el tiempo cura las heridas, aquello no sucedió. Luego de darme a luz, Renee decidió que la vida no era tan colorida como ella creía, y que el pozo sin fondo que significaba morir era lo justo y necesario.
Forks nos mantuvo y nos mantiene, una casa estilo inglés un tanto alejada del centro nos ve respirar y vivir. El mundo no se detuvo como la mayoría suele creer, siguió caminando incluso sin nosotros.
