Disclaimer: Todos los personajes de este fan fiction pertenecen a J. K. Rowling–sama, yo sólo les imbuí mi locura.
En un principio la pensé como una historia de Dumbledore y Grindelwald, pero me he dedo cuenta de que eso sería muy injusto para Albus. Trataré de ver más allá e interpretar los acontecimientos que lo hicieron tal cual fue. Aún así siempre me fascinó la idea de que el director de Hogwarts se saliera de la tradicional sexualidad "correcta" de los personajes de la literatura infantil. Aclaro que no es mi intención en ningún momento hacer un Slash, prefiero dejárselo a personas com mayor talento e imaginación para esa clase de situaciones, aun cuando trataré la homosexualidad de Dumbledore, procuraré tocarlo en lo posible desde el punto platónico que creo que Rowling ideó.
Este fic también es un homenaje a Oscar Wilde. Todos los fragmentos al principio de cada capítulo son de obras suyas. El mismo título del fic pertenece a uno de sus libros más personales
La Casa del Juicio
–Tu vida ha sido mala y has pagado el bien con el mal, y con la impostura la bondad. Has herido las manos que te alimentaron y has despreciado los senos que te amamantaron. El que vino a ti con agua se marchó sediento, y a los hombres fuera de la ley que te escondieron de noche en sus tiendas los traicionaste antes del alba. Tendiste una emboscada a tu enemigo que te había perdonado, y al amigo que caminaba en tu compañía lo vendiste por dinero, y a los que te trajeron amor les diste en pago lujuria.
Y el Hombre respondió:
–Si, eso hice también.
Oscar Wilde. Fragmento de La Casa del Juicio.
En el Valle de Godric las luces de las casas comenzaban a encenderse al caer la tarde. Una suave tranquilidad reinaba ahora que la mayoría de los niños (casi todos los mayores de 11 años) no se encontraban en casa. Esto era obviamente porque se encontraban en Hogwarts. La cantidad de muggles se limitaba a unas cuantas familias, todas metidas en sus propios asuntos con integrantes notablemente distraídos y olvidadizos debido a la gran cantidad de hechizos desmemorizadores y ofuscadores que sus vecinos habían arrojado sobre ellos. En la cocina, se oía el suave tintinear de los trastes en el fregadero, mientras la señora Dumbledore leía con profunda concentración lo que parecía un manual básico de tejido de punto. En el piso se enredaba una madeja de estambre, mientras que con sus manos sostenía un par de agujas, sintiéndose ridícula. No es que no supiera tejer, insistía. Es sólo que el estilo muggle no era el suyo. Sabía que con levantar la varita y las palabras adecuadas ella era capaz de terminar un complejo suéter en cuestión de una hora, pero era incapaz de hacer una simple bufanda sin magia. Todavía insistió otra media hora, pero sus dedos se movían torpemente dado que insistía en agarrar las agujas de la misma forma en que agarraba la varita. Frustrada, arrojó el estambre y las agujas al suelo de la sala. Parecía tan fácil tejer… definitivamente no se daría por vencida. El inusitado entusiasmo por aprender manualidades muggles había despertado un día que se atrevió a salir a las compras con Arianne. Era un día soleado y tranquilo, y Arianne se veía más relajada y entusiasta de lo normal. Al pasar junto a una mercería, Arianne se había quedado absorta mirando a la anciana señora Chellew mientras tejía en su tienda. Le había parecido buena idea aprender tejido muggle para enseñar a su hija. Ella había visto a su propia madre tejer muchas veces sin magia, pero ahora se daba cuenta que lograrlo iba a ser mucho más complicado. Arianne ya tenía catorce años, y no le importaba lo que dijeran, ella la sacaría adelante, tal vez nunca podría usar su magia otra vez, pero tenía la esperanza de al menos, salvarla de la completa inutilidad…
–Hola, madre– dijo Albus justo al entrar.
–¡Ah, hola Albus! –dijo Kendra, y al voltear a ver a su hijo, muchas de las prematuras arrugas que tenía se desvanecieron un poco. – No me he acostumbrado a que te quedes en casa.
Kendra se levantó, y apreció una vez más el cuerpo de su joven y apuesto hijo. Su imagen alta y fuerte provocó una sonrisa de su madre.
–Estoy tan orgullosa de ti… hijo mío, sé que llegaras lejos.
–Gracias, madre.– Albus se sonrojó un poco, avergonzado. No es que no estuviera acostumbrado a los elogios, sólo que se sentía un poco ridículo de esperarlos y recibirlos de su madre, justo ahora que trataba de buscar, como otros jóvenes, la independencia y el reconocimiento como adulto. – He hablado con Elphias. Partiremos mañana, al medio día.
Parte de las arrugas de Kendra volvieron a su rostro. Ella sabía de sobra que era ridículo preocuparse de su hijo, quien ya era todo un hombre, y no solo eso, era un mago excepcional capaz de hacer cosas que ella nunca hubiera imaginado. El tenía el mundo por delante, y de alguna u otra forma quería empezar con el pie derecho por la vida adulta. Tener unas cuantas aventuras, conocer el mundo, hacerse de cierta fama lejos del mundo académico.
–Prométeme que tendrás cuidado, Albus.
El hijo tomo las manos de su madre, y con una sonrisa suave y segura, aseguró que ella no tenía nada que temer.
–¿Qué haces?–
–Nada –respondió la madre mientras trataba de esconder el manual, pero Albus fue más rápido–
–¿Qué es ese libro? –El joven leyó rápidamente, y entonces entendió– Madre, no puedes seguir haciéndote esto.
–Oh, Albus, ¿es que no lo comprendes? Tengo que intentarlo, ella era tan inteligente… ¿lo recuerdas? Sólo tenía seis años y era capaz de hacer florecer los lirios del jardín…
–… y fue por eso que esos niños la atacaron…
– ¡Albus! Esto es tan injusto, tal vez si la motivamos un poco…
– Madre, por favor, ya lo hablamos miles de veces. Ella está enferma, atrapada en la mente de una niña de seis años. No puede aprender, ni hablar, ni hacer magia. Lo mejor que podrías hacer por ella es llevarla a San Mun…
–¡CÁLLATE! –Una bofetada cruzó el rostro de Albus, el cual enrojeció de ira, pero no retiró la cara.
– Es la verdad, y tú lo sabes –continuó–. No importa cuánto hagas, ella es una inútil. Apenas te reconoce, ¿por qué te esfuerzas con ella?
– ¡ALBUS WOLFRIC BRIAN! –Los ojos de Kendra desprendían toda la furia que una mujer puede crear– Eres un egoísta.
– ¿Egoísta? ¡Te diré lo que es egoísta! –Respondió Albus, fuera de sí – ¡Por culpa de esa niña nos quedamos sin papá! ¿Acaso lo has olvidado? ¡Estoy harto! Todo porque se le ocurrió jugar a los hechizos en el jardín. Tú no la cuidaste lo suficiente. Y ella, no sólo se hizo daño sola, por su culpa mi padre fue a Azkabán, ¡y murió allí! ¿Has… has olvidado lo que tu vimos que pasar? ¡Perdiste la granja de la familia, y luego tuviste que vender pociones para mantenernos! ¿Cómo crees que me sentía? Y luego todos esos idiotas que creían que yo odiaba a los muggles… No, mamá, yo no los odiaba, eran unos ignorantes, pero papá decidió que era más importante vengar a su consentida antes que preocuparse por todos nosotros.
La aparente fortaleza de la señora Dumbledore se había desplomado. Ahora lucía dolorosamente triste, y sus ojos brillaban con una intensa decepción.
–Albus, no…
– En serio, madre ¿crees que esta vida es normal? ¡Ni siquiera cuando obtuve una beca para darte dinero pudimos tener una vida normal! Vivimos todo el tiempo escondidos, sólo porque tienes miedo de que se lleven a tu hija, ¡una hija que desde hace ocho años no ha podido llamarte mamá, que se orina en la cama y que podría matarte en cualquier instante!
– Al–albus, por favor…
–Por culpa de esa niña nunca tuviste tiempo suficiente para Aberforth, no lo mandaste a la escuela, ¡ni siquiera le enseñaste a leer! ¿Tienes idea de los problemas que ha tenido por eso? Y peor aún, ¡mírate! Has envejecido como nunca, te pasas la noche en vela para evitar que ella escape en la noche, la mantienes en el sótano por días, a veces ni siquiera comes por quedarte junto a ella, has malgastado tu vida cuando deberías deshacerte de esa mocosa…
¡BAM!
Ambos se quedaron quietos, justo cuando oyeron la puerta del sótano azotarse con fuerza. Arianne lo había escuchado todo. Tras la puerta, se alcanzaban a oír los desesperados sollozos de la adolescente, mientras empezaba a golpearse la cabeza contra la pared.
–¡Ay, no! ¡Mira lo que has hecho!
–¿Lo que yo he hecho? Arianne ni siquiera ha de entender de qué hablamos. Es tu culpa por no admitir lo que es verdad. Me largo.
–¡Albus, no!
El joven salió de la casa dando grandes zancadas. Apenas pasado el pórtico se desapareció. Tenía ganas de una cerveza de mantequilla. Kendra, la madre, vaciló unos instantes entre el impulso de correr tras su hijo o bajar al sótano a consolar a su hija. Cuando lo vio desaparecerse se abalanzó por las escaleras del sótano abriendo la puerta con un golpe de varita.
–¡Arianne!
El suelo estaba cubierto por una masa viscosa, cuyo color ante la mustia luz de las velas era indefinible. La menor de los Dumbledore estaba cubierta también, o mejor dicho, era quien producía la extraña secreción. Su vestido demasiado infantil para alguien de su edad estaba roto, al parecer ella misma había tratado de arrancárselo, y ahora, en un movimiento obsesivo y dañino se golpeaba la frente contra una columna de la casa.
–Arianne, ven –dijo, la madre asustada–. Ya pasó.
La hija hizo caso omiso de su madre. Ésta apunto a la masa viscosa del suelo puesto que le impedía acercarse a su hija
–¡Fregotego!– La masa no desapareció, y la madre trató de avanzar pesadamente a través de la masa viscosa– Ven, hija, ¡por favor!
Arianne paró una décima de segundo, y luego continuó golpeándose con fuerza. Kendra se acercó a duras penas. Cuando llegó a su hija, la abrazó con fuerza, tratando de parar los golpes que se daba.
–Ya, cariño. Ven conmigo.
–…
Al parecer Arianne susurraba algo, trataba de hablar pero como siempre, la voz se quedaba en su garganta debido al miedo permanente en el que vivía.
–¿Qué dices, cariño?
–..te.
–¿Qué?
–Ve…te –murmuró– vete, vete, vete, vete, vete, vete, ¡ Vete, vete! ¡ VETE, VETE, VETE!
–¡Calma, nena! –dijo la señora Dumbledore, si bien estaba cada vez más asustada.
– ¡ VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE, VETE VETE, VETE, VETE!
Arianna parecía estar sujetada fuertemente de la columna, pero su madre no podía ver de dónde, así que levantó su varita.
–¡Lumos!
La potente luz de su varita llenó la habitación. La mujer, al mirar alrededor del suelo, reconoció la sustancia que lo cubría todo. Era sangre. Sangre amplificada y gelificada mágicamente rodeaba a la jovencita, mientras su rostro se iba deformando más y más mientras trataba desesperadamente de contener la magia que trataba de salir de su interior.
–¡VETE! –gritó de nuevo.
Kendra trató de irse, pero era demasiado tarde.
Bueno, este es el primer capítulo, espero no tardar tanto con los que siguen, y que les haya gustado.
Saludos, y como siempre, críticas y mentadas serán bien recibidas…
