Una aclaración, solo son míos los pensamientos y acciones que no se describen en el libro. Todos los diálogos que siguen son parte de la obra de Manuel Puig al 100%.


- Estoy muy cansado, Valentín. Estoy cansado de sufrir. Vos no sabes, me duele todo por dentro.

No quería oírlo en ese estado tan lastimero, pero no sabía cómo consolarlo.

- ¿Adónde te duele? –solo acerté a preguntar.

- Adentro del pecho y en la garganta…. ¿Por qué será que la tristeza se siente siempre ahí?

- Es verdad.

- Y ahora vos me cortaste las ganas de llorar. No puedo seguir, llorando. Y es peor, el nudo en la garganta, como me está apretando, es algo terrible.

Y ahora de alguna forma parece que empeoré las cosas. ¿Es no puedo hacer nada bueno por él? Él siempre intenta darme lo mejor y yo ni siquiera puedo corresponderle como se debe. Me acerqué a su cama y me senté a su lado.

- Es cierto, Molina, ahí es donde se siente más la tristeza.

¿Qué hacer? Molina no me respondía.

- ¿Sentís muy fuerte… te aprieta muy fuerte ese nudo?

- Sí –al fin respondió con la voz quebrada.

Algo en mí se movió en ese momento. Alcé mi mano hacia su cuello y lo toqué, haciendo que Molina se sobresaltara un poco.

- ¿Es acá que te duele?

- Sí…

No sé qué fue lo que me llevó a ello, pero sentir su piel en mis dedos me hizo sentir extraño. Por lo general rechazaba el contacto físico con otras personas a menos que estas fueran muy allegadas a mí. Al parecer Molina ya se había convertido en una de esas personas.

- ¿No te puedo acariciar?

- Sí…

- ¿Acá? –dije tocando suavemente el cuello y los hombros.

- Sí…

- ¿Te hace bien?

- Sí… me hace bien –me alegraba oír eso.

- A mí también me hace bien.

- ¿De veras?

- Sí… que descanso…

- ¿Por qué descanso, Valentín?

- Porque no sé…

Nunca daba respuestas tan vagas, pero de que era cierto, era cierto. El acariciarlo tenía un doble efecto, uno en él, y otro en mí mismo.

- ¿Por qué? –volvió a preguntar.

- Debe ser porque no pienso en mí…

- Me hacés mucho bien.

- Debe ser porque pienso que me necesitas y puedo hacer algo por vos.

- Valentín… a todo le buscás explicación… que loco sos.

- Será porque no me gusta que las cosas me lleven por delante… quiero saber porque pasan las cosas.

- Valentín… ¿puedo tocarte a vos?

Aquello me sorprendió un poco, pero no de mala manera. Era justo que lo permitiera, después de todo.

- Sí…

- Quiero tocarte… ese lunar… un poco gordito, que tenés arriba de la ceja.

Sentí sus dedos tocando suavemente aquel punto. Molina tenía las manos un poco frías. Sus dedos fueron deslizándose por el contorno de mi rostro de manera delicada, tímida.

- ¿Y así puedo tocarte?

No respondí, solo deje que siguiera. Su mano fue bajando a hacia mi cuello, de manera lenta, hasta llegar a mi pecho, donde se detuvo.

- ¿Y así?

No quise responder, pero quería que siguiera. Extrañaba tanto el contacto con otro cuerpo. La sensación era muy reconfortante.

- ¿No te da asco que te acaricie?

- No… –Respondí casi inmediatamente. En ningún momento se me pasó aquello por la cabeza.

- Sos muy bueno…

Volví a acariciar su cuello, más por la necesidad de tocar su piel nuevamente.

- De veras sos muy bueno conmigo…

- No, sos vos el bueno.

Se quedó callado un momento. No imaginé lo que vendría después.

- Valentín… si querés, podés hacerme lo que quieras… porque yo sí quiero.

¿Qué hacer cuando estás ante una situación así?

Molina se había convertido, contra mi propio pronóstico, en un amigo confiable y muy cercano. Era excéntrico, histriónico, un dramático romántico y soñador; y, a pesar de ello, a pesar de nuestras diferencias, lo llegue a aceptar e incluso necesitar. Lo quería… pero no hasta ese punto. Yo no era homosexual, definitivamente nunca me había atraído un hombre. ¿Por qué? No había razones para no querer a una persona que fuera agradable para uno mismo. Lo de afuera, los rostros, los cuerpos, no deberían importar, eso es lo que siempre se dice, y aún así la sociedad no aprueba cuando dos personas del mismo género se aman. Tristemente me implantaron eso en la cabeza también. La maldita sociedad opresora estaba ahí otra vez, mandando en mis pensamientos aún sobre mi juicio.

- Si no te doy asco, claro.

Ahí estaba otra vez con eso. Molina no me daba asco. Pero claro, también estaba atrapado por esa sociedad estúpida que seguramente muchas veces le había dicho que él era un ser repulsivo y que generaba asco en los demás. Apreté los puños. ¿Por qué teníamos que seguir comportándonos así? Ya lo había dicho antes. Nuestros opresores están fuera de esta celda, pero adentro no. Esta era nuestra isla, solo para los dos.

- No digas esas cosas. Callado es mejor.

Me acerqué a él y lo recosté sobre la cama. No podía creer en lo que me estaba metiendo, pero no me sentía mal al respecto. ¿Acaso quería probarle algo a la sociedad? ¿Quería probarme algo a mí mismo? No lo sabía. La situación era completamente nueva para mí, pero eso mismo hizo que sintiera una excitación inesperada.

- Me corro un poco contra la pared –Lo escuché decir mientras sentía que se arrimaba para hacerme espacio, ya que las camas no eran muy grandes.

Me bajé los pantalones y escuché que él hacía lo mismo. Masturbé mi miembro para tenerlo a punto. Hacía mucho que no lo hacía y en poco tiempo ya estaba completamente erecto.

- No se ve nada, nada… en esta oscuridad.

Era cierto. Lo único que escuchaba era la respiración de Molina y la mía.

¿Cómo debía seguir ahora? Sabía, claro, que la cosa era insertarlo, solo que en un agujero diferente, pero aún así me sentía un total inexperto. Intenté recrear lo mismo que haría con una mujer, abrí sus piernas y dirigí mi miembro hacia su parte baja empezando a empujar para entrar en terreno desconocido.

- Despacio…

Era muy difícil. Sencillamente no entraba.

- No, así me duele mucho.

Paré al instante. ¿Cómo podía ser tan egoísta? Era su cuerpo el que sería atravesado y claro que debía doler. No sabía qué hacer.

- Espera, así es mejor, dejame que levante las piernas.

Entendí el mensaje y coloqué sus piernas levantadas sobre mis hombros. En esa posición él estaría más abierto y quizá podríamos continuar. De solo imaginar en la posición en que estábamos me daba un subidón de libido. Volví a dirigir mi miembro a su entrada mucho más disponible y froté un poco para que algo del preseminal sirviera de lubricante.

- Despacito, por favor, Valentín.

Empecé lentamente. El principio fue difícil y oía a Molina reprimir quejidos, pero no podía detenerme.

- Así…

El oírlo me dio más ánimos de seguir y llegué hasta el tope. Al fin estaba completamente adentro. Estaba tan caliente… No recordaba la última vez que había sentido ese placer. Comencé a moverme de a pocos, entrando y saliendo de tan apretada cavidad, tratando de controlar mi ritmo para evitar hacerle daño.

- Gracias… gracias… –Lo oí decir con la voz entrecortada.

- Gracias a vos también.

Oí a Molina quejarse cuando aceleré un poco mi ritmo, pero esta vez no pude hacer caso más que a mis instintos. Seguí empujando, más rápidamente, más fuerte. Mi mente se nubló unos instantes, en mi cabeza solo estaba llegar al clímax.

Y entonces lo escuche gemir.

- Ahora sí, ya estoy empezando a gozar, Valentín… Ya no me duele.

Al parecer había hecho algo muy bien, porque su espalda se arqueó y su respiración estaba más agitada.

- ¿Te sentís mejor?

- Sí…

Me sentí increíblemente bien. Estaba haciéndolo disfrutar y eso se sentía muchísimo mejor.

- ¿Y vos? Valentín, decime…

- No sé… no me preguntes… porque no sé nada

- Ay, qué lindo…

- No hablés… por un ratito Molinita.

Molina siempre con sus cosas. Hablar durante estas sesiones nunca ha sido de mi estilo, eso se lo llegué a decir a Martha incluso.

Martha… No...

- Siento… unas cosas tan raras…

Dios, gracias por interrumpir mi pensamientos.

- Ahora sin querer me llevé la mano a mi ceja, buscándome el lunar.

- ¿Qué lunar? –pregunté, bajando el ritmo para concentrarme un poco en lo que decía– Yo tengo un lunar, no vos.

- Sí, ya sé. Pero me llevé la mano a mi ceja, para tocarme el lunar… que no tengo. A vos te queda tan lindo, lástima que no te lo pueda ver…

Molina estaba… ¿empezando a filosofar? ¿Qué quería decir con lo del lunar?

- ¿Estás gozando, Valentín? –me sacó de mis preguntar mentales.

- Callado… quedate callado un poquito –"Porque no quiero pensar más".

- ¿Sabés qué otra cosa sentí, Valentín? Pero por un minuto, no más.

Tenía un tono que sugería que necesitaba decirlo de verdad.

- ¿Qué? Habla, pero quédate así, quietito… –Me afiancé a sus caderas, siguiendo un ritmo pausado.

- Por un minuto sólo, me pareció que yo no estaba acá, …ni acá, ni afuera… Me pareció que yo no estaba… que estabas vos solo… O que yo no era yo. Que ahora yo… eras vos.

¿Qué hacés pensando tanto? ¿Que eres yo decís? ¿Querés decir que estoy dentro de ti? ¿O que estoy penetrando algo más que tu cuerpo Molinita? ¿Y si eres yo, entonces quién soy? ¿Soy vos? ¿Una parte de vos? ¿Quién soy después de esto? ¿Quién soy ahora?

Me molestaba no tener respuestas. Me molestaba sentirme sin palabras. Ya no quería pensar más. Aceleré el ritmo, arremetiendo sin miramientos contra Molina. Me dejé hundir en la sofocante sensación, en la primaria necesidad... de él… Molina… Molina… Dios, que delicia…

En un punto ya no podía más, iba a venirme en cualquier momento. Salí de su interior justo a tiempo. Atrapé todo antes que terminara ensuciándolo. Me retiré a mi cama en silencio, tomando un trozo de papel y limpiando mi desastre.

Estaba rendido. Sentí que debía decir algo, pero seguía sin palabras. Molina no solo me había dado la oportunidad de desfogarme como hace mucho no lo hacía, sino que también me había hecho pensar. Pensar en qué es lo que era y lo que quería de ahora en adelante. Pero ya no tenía fuerzas.

Inconscientemente había olvidado la existencia de Martha esa noche, y, por primera vez, Molina apareció en mis sueños.