Quizá mi corazón permanece aún sellado bajo un hechizo, pues no siento absolutamente nada cuando presencio esos ataques sin razón. Quizás mi alma siempre seguirá rota, sin posibilidad alguna de poder cambiar el destino que le espera. Sin nadie a quien acudir, sin nadie a quien amar. Quizás soy aquella típica persona a la cual nadie va a echar de menos, esa que es necesaria solo para que el mundo descargue en ella su furia. Quizás todo lo que ocurre a mí alrededor es mi culpa, supongo que mi vida es un fracaso. Las personas agradables están tan lejos...

Sin duda alguna, el invierno es la peor estación que puede existir. Todo esta congelado, blanco, muerto. Ni siquiera los pájaros se atreven a volar. Lo peor del asunto es que yo sigo en esta tormenta blanca, aquí, parado, esperando morir de hipotermia. Estaría bien si muero, no quiero a la vida, no me aferro a ella. El crujido de la nieve me hace volver a la realidad. Kakashi se limita a tirarme una bufanda roja en la cara y a guiñarme el ojito feliz. Desde luego me gustaría poder tener esa alegría...

El cielo es de un color opaco, triste. Me siento incómodo ante esta fría estación. Todo muere en un silencio inaudible. Solo se escucha el viento, que susurra en un intento desesperado de que alguien lo escuche. Como yo, aunque ya me he cansado de intentar algo que no da ningún tipo de resultado. Rendirme es la mejor opción que he encontrado. Supongo que en el pasado eso era impensable, pero ahora todo es muy diferente.

No se si llevo dos, tres años ignorando a esos subnormales que intentan enterrarme bajo la nieve. Sí, las metáforas son cosa de Iruka-sensei, pero cuando la poesía me cala, no hay nada que hacer (que se note la ironía). En fin, espero pasar desapercibido por los pasillos, o al menos no acabar con dos moretones en las rodillas... Porque si, siempre acabo mal parado.

A medida que avanzo, parece que todo el recinto se da cuenta de mi presencia. Las chicas comienzan a cuchichear, los chicos a insultarme... Típico. Mi flequillo congelado no mejora la situación, ya que por extraña razón todo lo demás está bien, menos el flequillo ahora blanco, que se ha quedado fuera de la capucha naranja. Si, naranja. Si algo no puede llamar nunca la atención es el color naranja. Y por favor, que se note el sarcasmo, ya que me se de un personaje que no capta que significa dicho término. Y preguntareis porque tan cultas palabras y expresiones salen hoy de mi boca con sabor a menta y congelado frío. La razón es ese estúpido libro de literatura que nos teníamos que leer para hoy. Sí, sí, para hoy, con un plazo de quince días y 2455 páginas. Adivinad a quién se lo olvidó en la biblioteca y tuvo que leerlo ayer por la noche. Típico. Me gustaría desaparecer con la primavera, como el invierno. Todo es un círculo que se repite continuamente, sin parar. Nada tiene principio ni final. No comprendo por que, pero es cierto. Por ejemplo los números tienen esa extraña cualidad. Solo quiero tener un principio, y no me importa cual sea mi final, mientras sea pronto.

-Siento una presencia... ¡Oh dios mio, Jack Frost y la caperucita naranja se han fusionado para crear una abominación!

-Hola Kiba, bonito día el de hoy eh... Te regalaría una galleta, pero hoy no estoy de humor como para aguantar tus monólogos de perro, así que mejor ve a buscar el palito y déjame tranquilo de una puta vez...

-¿El zorrito quiere pelea de buena mañana?

-No, el zorrito quiere morir-se de una puñetera vez por culpa vuestra, pero que gracias a la puta directora de este colegio, que no le cabe en su alcohólica cabeza que deseo morir, no puede.

En esos instantes, el aire calla. Los insultos y los cuchicheos desaparecen; y con ellos me voy yo. Corro como nunca antes, empujando a los alumnos de esa jodida escuela, y me voy.

Mis músculos adormecidos por el frío comienzan a despertar, con un calor desagradable y cansado. Siento que la sangre hierve por mis venas, que el agua se acumula en mis ojos, que el aire se hace pesado, y que mis piernas son cada vez más veloces. Me voy por la puerta, consiguiendo atravesar la multitud. No sé a donde voy, así que solo corro por donde mis piernas me llevaban.

Frío y calor. Mi cuerpo arde, mi entorno se congela. Es la peor sensación. Me duele respirar, y me duele el pecho de tanto correr. Voy a parar a un lago, y parece estar congelado. Mi cuerpo se arrastra, resoplando del esfuerzo de hace poco, y me acerco a la gran orilla congelada. Un pie, dos pasos... Cuando me doy cuenta ya estoy cruzando esa masa helada. Y poco me importa caer y ahogarme, si ese es el destino que me espera, lo acepto. El crujido de mis pasos remueve mi mente, y comienzo a pensar en todo lo que no tuve. En todo lo que perdí sin darme cuenta.

Mis recuerdos están limitados, pero puedo reconocer que viví la felicidad, en algún punto lejano del pasado. Yo mismo quise olvidar al foco de ese sentimiento. Por eso mismo no sé quien o qué me lo provocó. Cuando intento con todos mis esfuerzos recordar a ese ser, aparece una mancha blanca, y luego la oscuridad. Son dos enemigos que se entrelazan y forman el dolor de cabeza que me invade cuando despierto. No es que duerma demasiado, pero cuando lo hago, preferiría no haberlo hecho.

Volviendo a la realidad, noto como mi cuerpo deja de responder correctamente. No sé cuanto tiempo llevo en este sitio, pero siento que mi rostro se esta escarchando. Observo mis manos con detenimiento, y están cubiertas por la nieve, por el hielo. Mi piel bronceada desaparece por completo, dejando paso a una blanca y con tonos azulados. La sensación de calor ha desaparecido por completo, ya hace bastante tiempo. Lo he decidido, moriré aquí, desapareceré con la primavera. Cierro los ojos. Otra vez esos recuerdos confusos y desordenados. Esta vez no veo en blanco. Reconozco una cabellera pelirroja, un cabello rubio como el sol, y una sonrisa desvanecida. La oscuridad no desaparece, y muero.