Tema: Día 1 – Tutoría.
Nota: Voltron no me pertenece ni sus personajes, únicamente la trama e historia de este One-shot (Fanfic).
La espada no es un gancho
Pidge odiaba a Coran… al menos hasta que le viera provecho a la tutoría a la que estaba sometida. Keith estaba delante de ella con ambas manos sobre el cuchillo perteneciente a la Espada de Marmora, callado y tranquilo, sólo examinando a la paladín verde que lo miraba sentada desde el piso con una expresión de aburrimiento con un próximo fastidio.
Desde que habían comenzado a atacar puntos estratégicos del imperio Galra, ahora que Lotor estaba encarcelado en el castillo, Coran había comentado que era esencial que los paladines se prepararan más para las próximas batallas que viniesen en camino. Aunque la sincronización con los leones rayaba la pura perfección sobrepasando el rango de 0 a 100, afirmando que los paladines tenían un 200/100 de empatía con sus leones, él insistía en que debían prepararse físicamente para cualquier imprevisto en medio de un enfrentamiento. Nadie lo cuestionó porque era cierto que cada 8 de 10 misiones tenían que salir de los leones a combatir al enemigo, pero las técnicas de entrenamiento que Coran proponía eran ridículas (o al menos así lo creía Pidge).
Los paladines tenían sus bayards asignados, y Coran le había pedido a Pidge que encontrara una forma de alterar su funcionamiento para que cualquier paladín, en caso de emergencia, pudiera usar el bayard de otro. Pero Pidge y Allura le habían dicho que era imposible que eso sucediera por la simple razón de que los bayards eran igual a los leones: únicamente reaccionaban con la persona a la que elegían. Como segunda opción, Coran decidió que todos entrenaran con distintos tipos de armas y técnicas de combate, así estarían preparados para todo. El primer entrenamiento lo había impartido Matt enseñándoles a usar el bo y los cetros, cualquier palo, tubo o bastón que tuvieran al alcance se convertía entonces en un arma letal. El segundo en entrenarlos fue Kolivan, quien amablemente había aceptado el favor que le solicitaron para enseñarles a ser sigilosos y escurridizos. Había sido un entrenamiento arduo y feroz, digno de los galra (aunque en su mayoría los soldados fuesen fáciles de derrotar)… Más bien, digno de un galra de la Espada de Marmora. Hunk y Lance se habían encargado de enseñarle a Pidge y a Allura a usar armas de fuego, pero esa parte había sido la más desastrosa considerando que era difícil tomar en serio las instrucciones de Lance cuando intentaba pasarse de chulo con su habilidad con su bayard. Después, Shiro les había enseñado a mejorar el combate cuerpo a cuerpo, y ese había sido el entrenamiento más fácil para todos tomando en cuenta la experiencia que tenían de ser derribados en pelea física, así que para esquivar habían aprendido demasiado, afinando lo más que pudieron sus habilidades de ataque. Pidge y Allura habían sido el penúltimo entrenamiento con cuerdas, ganchos, sogas y látigos, de lo cual no explicaron mucho por su fácil manejo, centrándose en el equilibrio de las suspensiones, el peso y la precisión de movimientos de la cuerda como arma. Aunque Shiro, Hunk y Lance no habían aprendido mucho de ello, lo mínimo era que sabían cómo usar una cuerda para colgarse de algún lado y evitar una caída. Pero el último, el último entrenamiento, era uno al que Pidge se rehusó a tomar por más de una semana: Manejo de espadas.
No, esa no era y nunca sería su arma.
Shiro trató de convencerla a su manera tranquila, explicándole los pros de saber usar una espada y los contras de no saber usarla. No la convenció.
Lance la había dicho que era necesario que aprendiera a usarla y que era un ejercicio fácil, que no tenía nada de que asustarse. No la motivó.
Hunk había tratado de convencerla manteniendo una plática en la cocina en la cual comparó miles de veces el uso del arma con las ventajas de comer las tres comidas diarias. No la intrigó.
Allura le había dicho que una espada la haría ver más mujer, en un intento fallido de tocar por otros puntos que jamás llegaban a tratar con Pidge. Eso sólo desencadenó que Pidge se enojara y le preguntara si no se veía lo suficientemente mujer tal y como ella era, finalmente volviéndose a negar y dejándole de hablar a Allura por días. No la atrapó.
Finalmente Coran le propuso que Kolivan la entrenara, pero Pidge no estaba segura de que fuera una buena idea porque su relación con el galra no era tan profunda y amistosa como para considerar que aprendería algo o que no lo decepcionaría a él. No buscaba probarle a nadie que sabía usar la espada, pero Kolivan daba miedo; aunque fuera un gran tipo, daba miedo.
Una tarde, mientras estaba en la sala de entrenamiento del castillo, tumbada en el suelo con una espada de entrenamiento de las que tenía el castillo para quienes quisieran practicar, entre sus manos, Pidge se había quedado dormida tras tratar de aprender con un curso alteano en video que encontró en la base de datos de la cabina de mando de la sala de entrenamiento. Su lógica era: si no podía aprender de los demás, aprendería de ella misma y por su cuenta. No había sido tan terrible como pensó que se vería, pero no lograba defenderse del robot de combate programado en el nivel 1. Eso fue un golpe bajo a su autoestima. Estuvo dos horas entrenando contra el robot al que nunca venció, y finalmente desistió de la idea de seguir peleando bajo los efectos del agotamiento y apagó todo el sistema, dejándose caer en el piso con la expresión más derrotada que jamás tuvo.
Se quedó minutos ahí, no supo cuantos, ni siquiera si habían pasado horas, pero el indicador de tics en la pared había emitido una leve alarma que la despertó de golpe. No sabía si era una alarma programada por alguien más del castillo o si era la alarma que indicaba la media noche, pero se había levantado del piso y acercado a la pared más cercana para sentarse en una buena posición que le permitiera seguir descansando. Su habitación estaba muy lejos y ella muy cansada, ya luego se preocuparía por sus dolores musculares. Hubiese seguido su plan de dormir de no ser porque la puerta de la sala se abrió y por ella entró, para su sorpresa, Keith, vestido con su ropa habitual de la tierra. Era muy extraño encontrárselo sin su traje de la Espada de Marmora desde hacía bastantes meses, parecía que en realidad era su segunda piel, así que las mejillas de Pidge se encendieron en un leve rosado al verlo de nuevo vestido con esa característica chaqueta suya que lo resaltaba a donde fuera.
Keith se había acercado a ella y sentado a su lado contándole que él había sido llamado por Coran para que fuera su tutor en el uso de la espada, después de escuchar todos los intentos fallidos de sus compañeros de la coalición por convencerla de intentarlo. Pidge no le había negado lo que él sabía, pero le explicó su miedo al arma: el tamaño, el peso, su afilada hoja, el peligro de portar un objeto de tal calibre. Para ella era llevar la sentencia de muerte de alguien en las manos, por no decir que por hacer un movimiento en falso podía ser la muerte de ella misma. Le tenía miedo al arma, no era como su gancho al que estaba tan familiarizada y apegada.
—Entiendo eso, pero no puedes dejarla de lado arriesgándote a no poder defenderte en una pelea en la que sólo tengas al alcance una espada —le dijo él con calma, y con su impertérrito rostro—. No es fácil aprender a usarla, eso ya lo sabes, pero tampoco voy a forzarte a hacerlo como los demás. Cada quien es elegido por un arma, y cada quien elige un arma, por eso para algunos es más fácil usar una espada, para otros un arma de fuego —la miró de reojo—, y para otros un gancho. Es parte de tu identidad, así que no puedes forzarte a aprender a usar un arma porque es como forzarte a ser alguien que no eres.
Y con eso le dejó en claro que él entendía por qué se negaba. Motivada por esa simple comparación de Keith, Pidge había aceptado que su miedo al arma también se debía a que los demás parecían poder usarla sin problemas cuando ella era un manojo de nervios con tan sólo ver el mango aun con la cuchilla dentro de la funda. Se sentía inexperta, como si no supiera a los peligros a los que diariamente estaban expuestos. Pero cuando Keith le propuso verla al día siguiente para entrenar, no se había negado. Era necesario que aprendiera lo más pronto posible, pues Lotor ya había dado muchos objetivos que era necesario eliminar a la brevedad, así que no podían retrasar más las misiones.
La mañana siguiente, Pidge se había reunido con Keith en el comedor del castillo. Él se había quedado a descansar en el castillo de su largo viaje desde la base la Espada a la nave de los leones, y a ojos de Pidge parecía que volvían a ser los días en los que el equipo Voltron apenas empezaba su misión de salvar el universo, esos días en los que Lance y Keith se la pasaban en competencia y peleando por todo, Hunk cocinando lo que parecía comestible en la extraña cocina Alteana, Shiro liderando al equipo mientras los mantenía como una familia unida, Allura y Coran redescubriendo el universo del que se habían dormido miles de años atrás, y ella experimentando con la tecnología avanzada del castillo. Se había sentido nostálgico, demasiado, al punto en el que se acercó a Keith al terminar su desayuno antes de irse a dar un buen baño, y le dirigió unas palabras que necesitaba expulsar de ella.
—Te extrañamos aquí, es bueno que estés por un tiempo. Y gracias por quedarte a ayudarme.
Pidge se había ido al instante, así que no pudo ver la reacción de Keith al comentario, pero realmente no le importaba, sólo quería que supiera que ella también le estimaba. Mientras preparaba el agua para su baño, se puso a pensar en lo tan apegados que eran realmente Keith y ella como paladines. Cuando Keith fue paladín, ambos compartieron el ser los brazos de Voltron, pilotos de los leones más pequeños y ligeros, ser quienes debían de atacar con la espada y defender con el escudo. También eran los paladines con menos relación en el equipo el uno con el otro, pero eso, de alguna manera, había formado confianza y respeto entre ellos, permitiéndoles convivir a solas sin tener alguna tensión de por medio. Aunque habían sido escasas las ocasiones en las que se quedaron solos en alguna parte del castillo o cuando hacían misiones, Keith y Pidge podían asegurar que su interacción no era nula ni meramente profesional, sino amistosa y agradable.
Talvez por eso Pidge se sentía tan tranquila de que fuera Keith quien la entrenara con la espada. Sabía de sus habilidades como espadachín, así que no ponía en duda su conocimiento. Él peleaba como si la espada fuese realmente no sólo una parte de él, sino él mismo en una afilada hoja, listo para destruir a quien quisiera hacerle daño a alguien que él estimaba o al mismo universo; comparando con que Keith sólo era como un bite en un yottabite como lo era el espacio, era de apreciarse y admirarse la lucha de él por poner la paz en todo lugar que pudiera alcanzar y que jamás alcanzaría, ya fuera porque estaban a millones de años luz de un planeta o a millones de años luz de que se creara una civilización en el futuro que fuera el resultado de la lucha de Voltron y la coalición. Keith era un soldado excepcional, y Pidge agradecía haber sido participe de las batallas en las que Keith demostró su destreza y experiencia. Por eso sabía que podía confiarle algo tan sencillo como un entrenamiento de espada, porque él le inspiraba la confianza de que le enseñaría no lo básico ni lo tradicional a lo que todos se apegaban, sino que le enseñaría a formar un verdadero lazo con el arma para usarla como un compañero en batalla.
Al salir del baño se dirigió hacia su habitación y se puso su traje de paladín para ir directo al entrenamiento. Cargaba su bayard por pura inercia de usar su gancho como arma principal, pero sabía que tendría que dejarlo de lado apenas comenzaran. Entró a la sala de entrenamiento y se encontró con Keith vestido con su traje de la Espada de Marmora, con la capucha baja y sin el cinturón que llevaba habitualmente. Únicamente cargaba un cinturón café en el que estaba la funda de su cuchillo de la Espada y una cuerda con dos pesos en esfera en cada extremo.
—Deja tu bayard y toma una espada —indicó Keith señalando al fondo de la sala en donde las armas de entrenamiento se enfilaban ordenadas en repisas en anaqueles móviles y ganchos tipo percha metálicos. Pidge obedeció mientras él enrollaba una cuerda que había tomado de uno de los percheros gruesos—. Toma la que te parezca más adecuada para ti. No tomes una grande y pesada sólo por querer probar algo.
—¡No tengo que probarle nada a nadie! —se quejó mirándolo por sobre el hombro con una mano extendida hacia una repisa para dejar su bayard.
—El video de tu entrenamiento con Kolivan no me dijo lo mismo —contestó él cerrando los ojos, así que no pudo ver la cara roja de Pidge mientras esta se escabullía de su atención buscando una espada.
—Kolivan da miedo, tomé la espada grande porque creí que me sería más fácil defenderme de él —admitió tomando una espada sencilla, no muy larga, lisa y azul transparente con un mango tipo asa ovalada.
—Kolivan no es la clase de… galra —enarcó una ceja y torció la boca ante su denominación— que se muestra diferente con cada persona a la que conoce. No voy a negarte que en su momento también me dio miedo, pero lo último que él quiere es molestar a alguien. Es serio por naturaleza, jamás se muestra perturbado y es algo duro con sus normas y sus acciones, pero estoy seguro de que no quería incomodarte o hacerte sentir inferior.
—No me siento inferior al lado de ninguna persona, pero es algo complicado poder aprender de alguien a quien le tienes el mismo nivel de respeto que de temor. Quizá sólo quería probarme a mí misma que podía ser alguien con un valor contable y considerable frente a alguien con más experiencia en la guerra.
—Pidge, tú ya eres alguien, no necesitas probarte nada —dijo él con una sonrisa cuando ella se acercó—. Sólo necesitas más confianza para salir al campo, porque todo lo demás ya lo tienes. Eres valiente, obstinada, terca, decidida y temeraria. Haber ido a buscar a tu hermano sola y sin ayuda de nadie es la prueba de ello. Jamás te rendiste por encontrarlo, así que ¿por qué no usar esos mismos elementos para usar la espada?
Él tenía un buen punto. Jamás se había rendido ante nada, siempre intentando encontrar todo lo que estuviera a su alcance y no pudiese ver que le sirviera para estar un paso delante de Zarkon. Y si no se había rendido entonces, no podía hacerlo ahora con un objeto tan simple.
—Tienes razón —afirmó ella—. Necesito poner la misma confianza que puse en mí cuando buscaba a Matt.
—Esa confianza se logra conforme sientas que la espada no es algo más allá de ti, sino que eres tú misma. Cuando usas la espada no la estas dejando que te controle, tú la controlas a ella: le dices qué hacer, dónde moverse, qué atravesar o cortar, cómo defender. Sin tus movimientos la espada no tiene un uso, así que, para empezar, quiero que elimines esa idea de que la espada puede contigo. Vamos a entrenar.
Se sentó en el piso delante de Keith escuchándole hablar sobre lo que era la espada, atenta e intrigada más por la historia que podía esconder un arma de tal tipo. Luego él se quedó callado mientras ella caía en el aburrimiento. Finalmente le indicó que era el momento de enseñarle el aspecto físico, así que ambos se pusieron de pie listos para pelear.
No esperaba que Keith fuese blando en el entrenamiento, así que los ataques que él asestaba contra ella no le vinieron de sorpresa, aunque sí la pusieron más alerta de lo que creyó que estaría. Keith se movía fluidamente por toda el área, encerrándola dentro de un circulo imaginario que ella se planteó. Cada vez se iba encerrando más conforme Keith se acercaba a ella, y este, entre las estocadas, le gritaba y ordenaba que se abriera y no permitiera que su contrincante la restringiera.
Hizo todo lo posible por alejar a Keith de ella en un segundo y salir del círculo, y cuando lo logró parecía que había subido de nivel porque ahora era Keith quien estaba dentro del circulo imaginario. Intentó imitar algunos movimientos de Keith para poder llevarle una ventaja, pero se dio cuenta rápidamente que él dejaba que la respuesta de su cuerpo a un ataque fuese aleatoria, nunca repitiendo un patrón o mecanismo de respuesta. No podía leerlo como fácilmente leía los disparos que Lance daba antes de correr a un lado, o la posición en la que Hunk se ponía cuando tenía que disparar desde un lugar específico. Tampoco era como Shiro, que al tener su arma, literalmente, agregada al cuerpo, el patrón que se repetía era dentro del rango se posibilidades en las que el brazo podía moverse. Allura no era alguien difícil de descifrar cuando el arma que usaba era un látigo parecido a la cuerda del gancho de Pidge, así que pasaba por alto cualquier movimiento nuevo de la princesa porque sabía que (al final) este tendría que verse ligado a ciertos movimientos base antes de ser usado. Conociendo esto entonces, Pidge trató de predecir menos lo que vendría, para actuar en el factor ahora. No podía darse el lujo de poner pausa a una pelea para preparar una secuencia de movimientos o un algoritmo para ganar, tenía que reaccionar al instante, y la única forma era llevando su propio cuerpo al límite que nunca se atrevió a tocar, alejándose, por primera vez, de toda la lógica que podía sacar de la situación.
Y gracias a eso, tras dos horas y media de entrenamiento continuo, Pidge logró derribar a Keith con un golpe de su espada directo a la espada de él, lo que la mandó a volar tras ser arrebatada de su mano, y Pidge aprovechó esto para arremeter con su cuerpo contra el pecho de Keith cayendo ambos al piso, ella encima de él, pero con la cuchilla de la espada de Pidge sobre el cuello de Keith a sólo milímetros de rozarlo. Eso daba por terminado el entrenamiento del día.
Jadeante, Keith miró a Pidge desde el piso tratando de recuperar el aire que había expulsado por el golpe del paladín verde contra su cuerpo.
No estaba sorprendido de que Pidge aprendiera rápidamente a usar la espada, se lo esperaba. Ella era una persona demasiado lista como para dejarse vencer por cualquier altibajo emocional contra su complexión o habilidades, por eso se había descolocado un poco cuando ella admitió que su miedo a la espada venía de la presión que los demás, sin darse cuenta, le inspiraban. Había estado planeando toda la noche cómo sacarla de la idea de que la espada era su peor enemiga a la que tenía que abrazarse si quería sobrevivir, y había determinado entonces que nada haría que Pidge dejara fuera ese pensamiento más que una sesión en la que nunca mencionara el gancho y las espadas, sólo dejar que ambos pelearan como en viejos tiempos de entrenamiento.
Todo el momento mantuvo contacto visual con ella, en ningún segundo despegaron su atención del otro, más porque él la obligaba con la mirada a no dejarlo de ver. Sabía que si lograba que Pidge se concentrara en algo más que en la espada, en el futuro no tendría problemas al usar el arma en caso de emergencia tomando en cuenta que pondría más atención a cualquier otro factor externo a la batalla sin necesidad de perder la noción del peligro que portaba entre manos. Pero Keith no tomó en cuenta que él sería quien terminaría distrayéndose en esa pelea.
Aunque no bajó su rendimiento, intentando mantenerse siempre en buen estado de respuesta para no evidenciarse, Keith se distrajo al darse cuenta cuánto tiempo había pasado desde que había tenido un momento a solas con Pidge como ahora lo tenían. Jamás había sido muy afectuoso o apegado a los pequeños momentos que compartía con los que lo rodeaban, ni siquiera con Shiro, y se dio cuenta de cuán valiosos eran cuando descubrió la soledad que lo envolvía estando en la Espada de Marmora. Aunque eran un grupo muy unido y de confianza, realmente sus días ahí no se comparaban con los que tenía con el equipo Voltron, donde podía discutir con Lance por cualquier tontería que a la larga era divertida, comer los extraños platillos que Hunk preparaba para que todos pudiesen cenar algo más o menos comestible, las pláticas con Allura y Coran sobre los planetas que existían antes de la invasión del imperio Galra, y sus entrenamientos y conversaciones profundas con Shiro cuando se encontraba confundido acerca de diversos temas. Jamás admitió ante nadie, ante nadie, que en muchas ocasiones se había quedado mirando a Pidge trabajar en su león verde esperando aprender o entender algo de lo que hacía. Ella parecía no habérselo dicho a alguna persona de sus contactos, y lo creía porque, hasta el momento, Lance no había saltado para molestarlo con el tema. Ese nítido y corto recuerdo de Pidge explicándole sobre el sistema de invisibilidad del león verde y cómo había pensado implementarlo en los demás leones para que todos pudiesen moverse juntos en una misión sigilosa, lo azotaba muchas noches cuando, en su habitación en la base de la Espada, se encontraba pensando en su viejo equipo. Todas aquellas ocasiones había desembocado toda la historia de los recuerdos hasta Pidge, antes de caer dormido y dejar todos esos recuerdos atrás.
Se había forzado a analizar qué pasaba por su cabeza, porqué pensaba tanto en sus amigos y en especial en Pidge. Y una noche, cuando volvía a lo mismo, sentado contra la pared junto a su cama y con la mirada en el techo, apretando entre sus manos el cuchillo de la Espada, de su boca salió un leve susurro que le hizo paralizarse y entrar en un nervioso pánico tras emitirlo.
—Katie…
Después de eso, no podía dejar de distraerse pensando en la chica genio que vivía en el Castillo de los Leones a miles de kilómetros de distancia de él en la base de la Espada de Marmora. No necesitó pensarlo mucho después de lo ocurrido para saber que Pidge le gustaba, extrañamente, pero le gustaba.
Solucionó todo en que nunca hizo falta que compartieran grandes momentos juntos o una estrecha relación, sino que admiraba de ella, lo que él no sabía, que ella admiraba de él. Ambos decididos y entregados a sus propios propósitos. Él la veía como una chica valiente, demasiado; dispuesta a ir sola y dejar a Voltron si era necesario para encontrar a su padre y a su hermano, aun a sabiendas de que con el apoyo del equipo, del Castillo nave, y del gran robot de leones tenía más posibilidades de apresurar su búsqueda. Ella no iba a colgarse de nadie ni a depender de nadie para cumplir su objetivo, y que ella le hubiese dejado enseñarle a usar la espada lo hacía sentir realmente honrado y feliz, pues le hacía participe de su desarrollo como paladín. La había visto llegar completamente ajena a los demás, inclusive a Lance y a Hunk por mucho que estos dos fueran sus compañeros en la tierra; y verla ahora, como era ella, tan confiada y temeraria, tan enlazada al equipo Voltron, a la coalición, le hacía pensar que había una leve posibilidad de que en el futuro formaran un lazo más fuerte.
Pero para eso aún faltaba, por ahora se conformaba con una amistad irrompible a pesar de la distancia que existía entre ellos… físicamente hablando.
—¿Porqué sonríes?
Salió de su trance ante la pregunta de Pidge. Ella le miraba curiosa y ya recompuesta del cansancio de la práctica. Aún estaba sobre él con ambas manos y piernas a cada lado de su cuerpo y sosteniéndose con sus rodillas pegadas al piso. Keith estaba seguro de que tenía una expresión de sorpresa tras despertar en segundos de sus pensamientos, pero volvió a sonreír como ella decía que hacía unos segundos atrás.
—Estoy orgulloso de ti —admitió cerrando los ojos.
Pidge se puso de pie y lo miró confundida. Él volvió a mirarla. Le extendió una mano para ayudarlo a pararse, dejando la espada en la contraria.
—¿Porqué?
—Porque lograste superarte y usar la espada como creíste que nunca lo harías. Como resultado me derribaste fácilmente —contestó mientras se ponía de pie halando de la mano de ella.
—Bueno, eso jamás lo hubiese logrado de no ser porque tú me enseñaste a cómo confiar en ella —contestó mirando la cuchilla descansando junto a su pierna—. No es como lo imaginé. Creí que sería realmente complicado usarla, pero fue como mi gancho.
—La espada no es un gancho —dijo él sonriente.
—No, sé que es diferente, pero ahora puedo sentir que puedo usarla con la misma confianza con la que uso mi bayard. Sin miedo a fallar. No siento el mismo terror que me daba el arma cuando la vi en manos de Kolivan, o de Shiro, inclusive de ti.
Keith abrió los ojos con desconcierto y enarcó las cejas.
—¿De-De mí? —preguntó confundido.
Pidge le sonrió con pena y un sonrojo asaltó sus mejillas mientras se rascaba el cuello con la mano libre.
—Es que te vez tan seguro con la espada que es como si tuvieras a Rojo rugiéndome a tus espaldas por acercarme a menos de diez metros de ti —contestó con voz temblorosa—. Inspiras respeto, pero con la espada das miedo.
—Bien, ahora ya sé en qué nos concentraremos en los próximos entrenamientos. Vamos a quitarte ese miedo a las espadas —dijo Keith con una sonrisa juguetona y arqueando una ceja con diversión.
Pidge soltó una leve risa y asintió.
—Por ahora lo dejaremos hasta aquí. Vamos a refrescarnos un poco, nos hace falta —dijo Keith dando media vuelta y caminando a la salida—. Me vendría bien una malteada de Kaltenecker, hace bastante que no pruebo una.
Pidge le siguió con la mirada y se apresuró a alcanzarlo. Sí, una malteada no les vendría mal.
—¡Oh, adelántate! —le dijo Pidge a Keith cuando apenas se alejaban de la sala de entrenamiento—. Voy a dejar la espada a su lugar.
Keith asintió y se alejó caminando por el pasillo al mismo tiempo que Pidge regresaba trotando hacia la sala. Se apresuró a llegar a los anaqueles y colocó la espada de donde la había tomado, mirándola un par de segundos antes de volver a la salida y correr con dirección a la cocina.
La espada no daba tanto miedo una vez que te familiarizabas con ella, eso pensaba Pidge ahora. Sí había tenido sus dudas acerca de usarla, pero se había dado cuenta de que eran tan funcional y confiable como su gancho. Lo mismo pasaba con Keith.
Aunque en un principio, por su decisión de abandonar el equipo, Pidge no se había visto tan intrigada por conocerlo tras el regaño que recibió de él, Keith había demostrado que era un gran compañero y alguien en quien podía confiar a pesar de lo que, en el exterior, él dejaba ver. Era un chico serio, decidido, y parecía que no necesitaba de nadie para salir adelante, pero la realidad era que Keith formaba lazos en silencio, ganándose el cariño de la gente con su lealtad y valor. Cuando había decidido salvar a Voltron en Naxzela, había sido el tope de la confianza para todos. No era necesario que quisiera arriesgarse a tanto, pero les había mostrado que, sin dudarlo, aceptaría el destino que le viniera con tal de salvar a sus amigos y lograr que Voltron ganara la batalla, que la coalición lograra su objetivo. Era alguien especial, y para Pidge lo era aún más. Su enamoramiento tipo adolescente estaba apenas naciendo, así que ella no podía percibirlo con las pocas señales que tenía a su alcance. Ni siquiera podría entenderlo cuando despertara y ella lo notara, ese sería su conflicto principal. Pero Pidge aún estaba lejos de saber de ese pequeño amor que nacía por su compañero, y esa misma distancia es la que Keith estaba dispuesto a pasar para poder abrirse con sus sentimientos a ella.
La espada no era un gancho, eso estaba claro, era lo más alejado a lo que ella prefería como arma. Pero, inevitablemente, esa afilada hoja de metal había terminado por enganchar el corazón de Pidge al de Keith.
