Fandom: Hetalia
Resumen: En el viento se escucha una canción y los límites de lo real se vuelven confusos. El aire está repleto del mortal olor de dulces y flores.
Beta: Hagobi Riench ¡Mil gracias por el beteo Haga! ^^
Advertencias: Semi AU, ¿BL?, insultos, ¿violencia?
Notas: La serie no es mía sino de Himaruya. Es la segunda vez que publico una historia de varios capítulos sin tenerla terminada, así que pido sean pacientes en lo de esperar actualizaciones. Hay una constante aparición de las Islas Británicas, a continuación les dejo sus nombres (dados por mí, nada oficial): Escocia = Ian, Gales = Oliver, Irlanda = Cian, Irlanda del Norte = Liam. Titania es el nombre de la reina de las hadas.
Eran las diez de la mañana de un día viernes, el clima estaba húmedo y frío como de costumbre, con probabilidades de lluvia y fuertes tormentas; el cielo estaba de un color gris oscuro, al igual que las nubes, muy de vez en cuando se dejaban entrever destellos blancos de luz en el cielo, junto al ensordecedor sonido de truenos, haciendo estremecer al hombre rubio que caminaba a toda prisa por una de las altamente abarrotadas calles de Manchester. El viento soplaba con fuerza, pero todavía no se veía obligado a buscar refugio en alguna tienda comercial.
—Al menos todavía no hay neblina —murmuró el rubio, ajustándose la bufanda color café y la gabardina de la misma tonalidad, sólo que un poco más oscura. Llevaba botas negras y las manos enguantadas ocultas bajo los brazos, para brindarles una mayor proporción de calor—. Al llegar a casa, ¿qué les parece una buena taza de té y algunos scones? —preguntó en voz baja a una de las hadas que flotaba cerca de su cabeza; tenía otras más sentadas sobre su nuca y hombros.
—Sí, sí, sería esplendido —respondieron a coro las hadas.
Siguió caminando por algunos minutos, poco a poco las calles principales de la ciudad quedaban atrás, y casas antiguas y abandonadas se alzaban imponentes a la vista. Habían varias personas junto a botes de basura que utilizaban como fogatas gigantes para calentarse las manos del inclemente clima. Entre más caminaba peor aspecto tenían las calles, paredes y callejones a su alrededor, y las caras de las personas se iban oscureciendo más, mostrándose más peligrosas, lo oscuro del día sólo hacía la situación más intimidante.
Se detuvo frente a una casa casi derrumbada, las paredes estaban descoloradas y poco quedaba del azul pastel que tuvo en un día, la cerca estaba caída y el jardín lleno de maleza, el césped crecía y se enrollaba en lo que debía haber sido banqueta. El hombre se detuvo, aspirando el olor extraño, era una mezcla entre el humo de las fabricas y antigüedad. La casa tenía las ventanas rotas, con las persianas semiabiertas, y la pintura blanca con la que estaban cubiertas se había votado en ciertas zonas.
—Ven, el lugar es perfecto, se cae a pedazos y no llama la atención. Además, sí lo reclamo como un lugar para mí, nadie podrá demolerlo —susurró, las hadas bajaron de su cuerpo para sobrevolar el lugar—. Pero sí quieren inspeccionarlo, adelante.
No esperaron otra indicación, volaron directamente sobre la casa, dejando una estela de polvos plateados a su paso. Unas sobrevolaban la parte trasera de la casa, donde sólo había un sótano de madera construido, había una cerca de unos cuatro metros, totalmente oxidada. Otras se aventuraron al interior de la casa, totalmente deshabitado, polvoriento con los muebles rotos, cristales y pedazos de cortinas caídas; las que fueron a la segunda planta encontraron a una niña sentada en una mecedora. Era pálida de cabello negro y ojos cafés claros. Les sonrió antes de comenzar a hacerles preguntas.
—¿Quiénes son?, hace muchos años que nadie viene aquí a visitarme.
Las hadas volaron a su alrededor, envolviéndola en el polvo plateado, la miraban minuciosamente, decidiendo si era o no un fantasma peligroso, al comprobar que no lo era, sonrieron antes de ponerse frente a la cara de la pequeña.
—Afuera, hay una persona que probablemente querrá conocerte —dijeron a coro, sobrevolando hasta la ventana.
La niña se asomó por la ventana un momento, alcanzando a distinguir la figura de un hombre joven y con cabello rubio.
—¿Están seguras de que quiere conocerme? No creo que pueda verme —murmuró afligida, nadie podía verla, y quienes lo habían hecho habían terminado lastimándose al tratar de salir de la casa, presas del miedo al ver un fantasma.
—Oh sí, él estará encantado de poder conocerte —respondió una de las hadas, antes de salir volando en busca del antes mencionado.
—Inglaterra, Inglaterra —dijo, tocando la nariz del país con cariño—. La casa es segura, nada pasará si entras. Pero no está deshabitada, hay un fantasma, una niña en una de las habitaciones. Seguro querrás conocerla —cantó el hada, tirando de una de las mangas del abrigo.
—¿Fue la niña que se asomó hace unos minutos, verdad? —el hada asintió, sin dejar de jalarlo. Estaba apunto de caminar en dirección a la casa cuando sintió una mano pesada sujetando su hombro derecho como si fuese una pinza de hierro, levantó la mirada para descubrir a un hombre alto, fornido y de facciones duras, su cabello era marrón y llevaba vestiduras viejas y rotas.
—Tú, rubio, ¿piensas entrar a esa casa embrujada? —le dijo con voz ronca y despreciativa, después, sonriendo agriamente dijo—. No cabe duda, los rubios son todos unos tontos cabezas de aire, si entras a esa casa seguro morirás —después lo soltó, alejándose de él como si le diese asco.
Inglaterra prefirió no hacer comentarios sobre lo ocurrido recién, tomó al hada en sus manos, antes de que matase al hombre que había osado tocarlo y se adentró en la casa. Subió con mucho cuidado las escaleras en forma de caracol, que se enroscaban hasta llegar a la segunda planta, los escalones estaban en malas condiciones, pero logró subir sin romperse nada. Al llegar al final de la escalera, la niña que había visto fugazmente por la ventana se encontraba ahí, dándole una sonrisa.
—Hola, soy Emma Bull, ¿cómo te llamas?
—Hola Emma, mucho gusto —respondió, sonriéndole al ver como las hadas jugaban con ella, antes de volver a sentarse sobre su cabeza—. Mi nombre es… Arthur Kirkland.
La niña sonrió, devolviendo el saludo, antes de correr hacia su habitación seguida por el país, una vez dentro la puerta se cerró despacio, el mayor se mantuvo tranquilo al ver que sus hadas seguían tranquilas, danzando sobre su cabeza, mientras otras revoloteaban por la habitación. La niña no era peligrosa, de lo contrario, el ya hubiera desaparecido, protegido por sus criaturas.
—¿Son tuyas? —Preguntó, señalando a las hadas que tenía en la cabeza—. ¿Puedo llamarte Arthur?
—Se podría decir que de alguna manera lo son. Sí gustas hacerlo.
Pasó horas charlando con la pequeña, quien le contó que murió en un pequeño derrumbe, lo cual explicaba el mal estado de la casa. También le platicó que sus padres se habían mudado poco después y que poseía un hermano mayor muy parecido a él, el país sonrió ante el comentario. La niña le relató que muchos chicos entraban a su casa o lanzaban piedras, y cuando se asomaba para decirles que lo dejaran, salían corriendo, aterrados. Luego pasó a preguntarle cosas a él, sobre sus padres, si tenía hermanos o algún familiar, Arthur le contó todo lo que pudo, haciéndola reír con anécdotas alegres o llorar con tragicomedias.
—Me has contado muchas cosas Arthur, pero… tengo curiosidad, ¿por qué estabas aquí en primer lugar?
Llegado ese punto, la nación se sonrojó en sobre medida, tartamudeó un poco y las hadas comenzaron a reír.
—Bu-bu-bueno yo, estaba buscando una casa abandonada para esconde algo, y tu hogar lo había visto hace algún tiempo, por lo que me parecía el lugar perfecto —comenzó, colorándose más a medida que hablaba—. Pe-pero, ¡yo no sabía que era tu hogar! De haberlo sabido, hubiese buscado otro sitio. Fue muy grosero de mi parte —terminó, las mejillas le ardían debido al sonrojo, estaba demasiado avergonzado de no haber tomado en cuenta a los seres sobrenaturales que podían habitar la casa.
La niña comenzó a reír, imitando a las hadas, las luces parpadearon nuevamente debido a la energía que producía el fantasma, Arthur puso una cara ofendida, haciéndola reír aún más, hasta que logró calmarse por completo, quedando el cuarto nuevamente oscuro.
—Si quieres mi casa para algo, sólo debes pedirlo, y por tratarse de ti accederé a que guardes lo que desees —respondió, aunque lo miraba curiosa—. ¿Qué querías esconder?
Inglaterra abrió la gabardina, sintiendo el aire frío colándose por su cuerpo, de un bolsillo interior sacó un espejo ovalado, no era excesivamente grande, pero sobresalía del lugar en donde estaba guardado, el marco que tenía era de color cobre, y varias figuras entrelazadas, aunque no se podían distinguir las formas, ni donde comenzaba la una y terminaba la otra. La parte donde estaba el vidrio estaba cubierto por un pedazo de papel periódico, pegado al marco con cinta adhesiva, y el mango del espejo era totalmente liso.
—¿Un… espejo? —murmuró, mirándolo el objeto con fascinación—. ¿Por qué te desharías de un espejo?
Las hadas dejaron de bailar sobre la cabeza de Inglaterra, quien interiormente agradeció el gesto; ahora silenciosas y con ojos incómodos y recelosos observaban aquel objeto. La acción no pasó desapercibida para la niña, que empezó a sentirse intranquila, casi pareciendo asustada.
—¿Maldito?...
—No estoy seguro. Mis hermanos mayores lo compraron en una tienda de antigüedades, y me lo obsequiaron hace varios años, pero hace poco recibí la visita de una muy querida amiga que en cuanto vio el espejo me exigió deshacerme de el, sin embargo desconozco si fue por qué el objeto le resultaba ofensivo o alarmante —admitió, Titania simplemente le había pedido deshacerse del espejo con tal fervor que él accedió al momento, ignorando que el objeto en sí era un obsequio.
—Ellas no parecen confiar tampoco en el espejo —murmuró, viendo a las hadas, todas estaban posadas en Inglaterra, sin perder de vista el objeto que tenía en las manos.
Inglaterra estaba consiente de que las hadas y el resto de sus criaturas había mostrado un gran descontento cada que pasaban frente al espejo, que solía estar en su habitación. Ese comportamiento había comenzado desde hacía un año, y aunque realmente no creía que Irlanda del Norte lo odiara tanto como maldecirlo, si Titania lo pedía entonces el simplemente accedería sin cuestionarla.
—Lo sé, por eso accedí a deshacerme de él, y dada su desconfianza, pensaba esconderlo en algún lugar deshabitado, para que nadie pudiese encontrarlo. Así que no podría pedirte que me dejes esconderlo aquí, Emma, no me perdonaría si algo llegase a pasarte.
La niña sintió una profunda conmoción, desde que estaba muerta nadie la había tratado con la naturalidad y afecto con el que Arthur lo hacía, ni se había preocupado por si algo podía o no llegar a pasarle, como si todavía estuviese respirando. Ahora entendía porque aquellas pequeñas criaturas estaban tan apegadas a él, seguramente las trataba con el mismo cariño y cuidado que el que le había demostrado a ella, probablemente más.
—Lo haré, Arthur. Escóndelo aquí, por todo el barrio se ha corrido la voz de que ésta casa está embrujada, sólo los adolescentes se aventuran a entrar y no pasan más allá de la reja, si lo entierras en el jardín o el sótano de atrás, entonces yo cuidaré que nadie que no seas tú se lleve el espejo de aquí. Conmigo estará seguro, ¡además no pueden hacerme nada! —rió divertida, como si acabase de hacer una travesura, después miró al rubio con ojos más serios—. Si accedes, tengo una única condición para ti.
—Supongamos que accedo, y no estoy diciendo que voy a hacerlo, es sólo un caso hipotético, pero, ¿cuál sería la condición? —tener a las hadas tan tensas comenzaba a afectarlo, él mismo comenzaba a ponerse nervioso, y nunca le había gustado hacer tratos con seres que apenas conocía, era una lección que había aprendido desde muy pequeño. Nunca accedas a un trato con espíritus si no sabes que desean a cambio, menos si acabas de conocerlos.
—Me la he pasado tan bien contigo hoy, ¡que quisiera que te quedaras a jugar conmigo para siempre! —apenas pronunciadas esas palabras, Inglaterra se sintió palidecer, pero la niña rápidamente agregó, para su buena suerte—. Sin embargo, eso no es posible, así que al menos desearía que vinieras una vez a verme cada año, así sabré que no te has olvidado de mí.
—Si haces un trato con ella y no cumple su parte, no podremos protegerte Arthur —susurró una de sus hadas consternada.
Las hadas comenzaron a murmurar en un idioma muerto, Inglaterra las oía y se sentía nervioso e intranquilo. Por todas partes ellas lo acosaban con las mismas preguntas, "¿qué pasaría si te engaña y quiere retenerte aquí?", "¡no puedes aceptar algo de desconocidos!", "¡Arthur, Arthur!", se sentía mareado y perdido, como cuando era un niño pequeño. Estaba apunto de abandonarse al murmullo de las hadas, hasta que un gritó lo sacó de su ensoñación.
Las verdes praderas, inmensas e interminables, junto a los enormes árboles que se encontraban frente al río donde las hadas del agua danzaban y cantaban para él en su infancia desaparecieron de su mente, ahora veía con claridad la habitación derruida en la que se encontraba, y a su recién conocida amiga fantasma que gritaba aterrada, mientras veía que su cuerpo empezaba a desaparecer poco a poco gracias a la magia de las hadas.
—¡No le haré daño! —gritó con los ojos llorosos—. ¡Sólo quería un amigo!, ¡Arthur, ayúdame!
Emma gritaba y lloraba, y las hadas que horas antes le había encantado con sus danzas y risas, ahora la aterrorizaban y atormentaban mientras reían. Inglaterra estaba nervioso, sabía bien que las hadas amaban tanto hacer travesuras como tomar venganza, pero la niña no había tratado de causarle ningún mal.
—¡Suéltenla, aún no hace nada! —gritó, todavía presa de la confusión.
—Estás cansado Arthur, cansado y confundido, ¿verdad? —una de sus hadas arrulló, mientras dejaba caer polvo dorado sobre él—. Nuestro pobre Arthur, tan cansado. Debes dormir un poco, cuando despiertes estarás en casa, a salvo —susurró.
Inglaterra sentía su cuerpo pesado y su mente somnolienta, viejos pasajes de su infancia golpeaban su cabeza, imágenes donde reía y danzaba en los bosques desiertos, o ayudaba a los druidas en los antiguos ritos a la naturaleza, pero había gritos, él no recordaba gritos en esas memorias tan felices.
—¡Arthur, ayúdame por favor! —los vidrios de las ventanas terminaron de romperse, manteniendo conciente a la nación—
Esa niña, ¿cómo se llamaba? Emma… sí, era Emma.
—Déjenla, no me obliguen a usar sus nombres, por favor —pidió, aunque sonaba más a una orden—. Si hubiese querido dañarme lo habría hecho antes, ¡así que paren de una vez!
Las hadas se miraron entre ellas y la magia cesó, Emma aterrada flotó hasta donde se encontraba Inglaterra, escondiéndose atrás de él, llorando. Jamás pensó que criaturas tan bellas pudiesen ser tan crueles, y Arthur parecía saber lo que pensaba, pues la miro con arrepentimiento.
—No las juzgues mal, ellas son encantadoras. Sólo pensaban protegerme —consoló, pasó su mano por la mejilla de la niña, la cual atravesó, y ella comenzó a tranquilizarse un poco—. Vendré a verte cada que pueda, pero no puedo prometerte que será cada año.
La niña asintió, olvidando el dolor pasado segundos antes, su cara volvía a estar radiante. Afuera la niebla comenzaba a propagarse por las calles de la ciudad, y Arthur sabía que era hora de volver a casa, las hadas seguían desconfiando del fantasma, por lo que se acercaron a la nación, haciendo que la niña retrocediera hasta estar a una distancia considerable.
—Entonces, yo protegeré ese espejo hasta que vengas a reclamarlo, te doy mi palabra.
—Nosotras esconderemos el espejo, así que cierra los ojos —dijeron las hadas a coro.
Inglaterra cerró los ojos, y las hadas quitaron el espejo de sus manos, haciéndolo transformarse en una vasija llena de conchas marinas, la vasija era de azul cobalto, con figuras de arcos y flechas en dorado en las partes laterales, tenía dos asas para sujetarla y la tapa era azul completamente. Las conchas marinas que se encontraban en el interior variaban desde el color blanco hasta un crema, pasado incluso por un rosa con franjas cafés.
Las hadas tomaron unos zapatos viejos y desgastados, donde escondieron la vasija, después, solo un pequeño grupo de ellas tomó el zapato y desapareció, las otras se quedaron a cuidar de Inglaterra y vigilar al fantasma; al cabo de varios minutos las hadas regresaron.
—Lo hemos escondido, y lo escondimos muy bien, y nadie podrá encontrarlo sin nuestra ayuda.
—Debo regresar, seguramente esos inútiles de mis hermanos ya comenzaron a tratar de vender mis cosas o algo parecido —dijo, mirando a la niña, quien sonrió comprendido.
—Nos veremos en un año, no lo olvides Arthur Kirkland.
Hizo el recorrido hasta la entrada, observando el gris del cielo, no había aclarado en lo absoluto, miró su reloj de pulsea y marcaba las siete con quince, gruñó por lo bajo, se había perdido la hora del té, pero se consoló con el pensamiento de que al menos el espejo ya estaba oculto. Volvió a ajustarse la chaqueta y bufanda, las hadas se mantuvieron cerca de él para darle calor, pero sus cuerpos estaban fríos.
—Será mejor darnos prisa, si no salimos de Manchester antes de que la niebla caiga, probablemente no saldremos hasta la mañana siguiente, y no se me apetece pasar la noche fuera de Londres —murmuró, antes de comenzar a correr por las calles casi desiertas.
—Arthur, date prisa, ese hombre viene siguiéndote —apuraron sus hadas.
Corrió con más fuerza, por naturaleza era de pies ligeros, algo que debía agradecer a sus hermanos, pues que constantemente lo persiguieran para molestarlo al fin servía de algo. Podía correr casi tan rápido como Italia cuando sus instintos de supervivencia se lo indicaban, como en ese momento. Escuchó el ruido de un cuerpo caer, dio las gracias mentales a sus hadas, que a pesar de sus modales seguían ahí para cuidarle. Finalmente tras unos minutos alcanzó a ver las concurridas calles de la ciudad, pero no se detuvo hasta estar en la estación de trenes.
Sin aliento, cansado y hambriento, compró su boleto para regresar a Londres, buscó el andén que le tocaba durante unos minutos, cuando lo encontró dio un suspiro de alivio antes de ingresar y buscar un lugar disponible.
—Al parecer tengo el vagón para mí solo —exclamó, instalándose en el lugar. Cerró la puerta y corrió las cortinas. Se acostó en el asiento y cerró sus ojos, tenía tres horas para dormir un poco, lo necesitaba.
—Duerme Inglaterra, nosotras cuidaremos que nadie te incomode.
La puerta quedó con seguro e insonorizada, Inglaterra cayó en un profundo sueño, mientras las criaturas trenzaban su cabello y vigilaban su sueño.
Despertó sobresaltado y sudando frío, tenía el presentimiento más horrible del mundo, buscó a las hadas con la mirada, encontrándose solo en el vagón, miró su reloj de pulsera que marcaba las diez con cuarenta. Abrió la puerta del vagón, siguiendo a las personas que iban caminando, pensando que las hadas ya aparecerían, quizás se habían molestado por algo, o habían decidido volver a casa para prepararle alguna sorpresa.
Al momento de poner un pie fuera del vagón, fue abordado por un peso desconocido, bajó el grito de "¡Al fin regresaste Arthur!", lo cual lo descolocó un poco. Levantó la mirada y se sorprendió de ver que quien se aferraba a su cuerpo como si este fuese un salvavidas era Peter. Más adelante pudo reconocer las figuras de sus hermanos mayores, su cuerpo se estremeció ligeramente, el verlos juntos nunca era bueno para él.
—Suéltalo Peter, también nosotros queremos darle la bienvenida a Arthur —habló Escocia, o al menos lo era en apariencia, pues las palabras habían sido pronunciadas sin el sarcasmo habitual.
Peter renegó un poco, pero al final lo soltó. Lo siguiente que Arthur pensó es que iba a ser humillado públicamente, pero lo que ocurrió lo dejó totalmente descolocado. Ian lo había levantado del piso en un abrazo rompe huesos, mientras le daba vueltas en el aire; Liam y Cian habían peleado por abrazarlo primero, para luego lanzarse los dos sobre él, acariciándole la cabeza como si fuese un niño pequeño, para luego ser empujados por Oliver, quien exigía derechos para poder consentirlo. Arthur pensó que moriría del susto.
—¿Se-se… se sienten bien, hermanos mayores? —preguntó sin ocultar el temblor en la voz, retrocediendo varios pasos—, ¿Peter, te sientes bien?, ¿dón-dónde quedó el "¡Eres un imbécil, reconóceme!"?
—Nosotros estamos bien, eres tú quien actúa raro Artie —dijo Oliver, poniendo su mano en la frente del menor—, ¿acaso ese pervertido francés y el cerdo yanqui te hicieron algo? —apenas terminar esa frase, los otros se tronaron los dedos.
—Les dijimos que no debíamos dejar a nuestro hermanito juntarse con esos dos, menos ir de vacaciones juntos —gruñeron los gemelos, de mal humor.
—¡Nunca te diría ese tipo de cosas Arthur! —Gritó Peter, con ojos brillosos—, ¡eres mi ejemplo a seguir!
Inglaterra amplió los ojos, asustado, ¿Gales utilizando diminutivos?, ¿Ambas Irlandas tratando de protegerlo de alguien?, ¿Sealand diciendo que él, precisamente él, era su ídolo? Entró en un estado de conmoción, comenzó a hiperventilar, y cayó al piso, inconciente.
Sus hermanos se asustaron al verlo desvanecerse, sin saber que era lo que estaba mal con su querido hermano menor, Ian al ser el mayor de todos lo tomó en brazos, mientras que Liam y Cian tomaron las maletas. Ninguno se explicaba aquél comportamiento, lo único que podían hacer era culpar al cansancio del viaje y a dos de los tres muchachos que se acercaban corriendo hacía ellos.
—Ay Matthew, si le pusieras el nombre a tus cosas no tendríamos que pasar por esto en cada viaje —se quejaba un chico rubio de ojos azules con gafas, mientras a su lado un chico similar a él sólo que con ojos violetas negaba con la cabeza.
—Yo pongo mi nombre —respondía, pero se interrumpió de seguir al ver a Arthur en brazos de sus hermanos—, ¡qué le ha pasado!
—Eso queremos saber nosotros —gruñeron los mayores—. ¿Qué le hicieron?
—A-Arthur estaba bien, i-incluso durmió un poco en el viaje de regreso —murmuró Matthew, intimidado por los mayores.
—Oh, no te asustes Matthew, sabemos que tú no hiciste nada malo, pero por otro lado, esos dos… —gruñó Ian, mirando fijo a los otros dos.
—Arthur estaba bien, como dijo mon ange —respondió Francis, a cierta distancia de los mayores.
Decidieron que sería mejor no discutir, y dejar que Arthur descansara, quizás sólo era el exceso de estrés al pasar dos semanas con Francis y Alfred sin más apoyo que el de Matthew, quien solía desaparecer frente a los ojos de todos. Arthur había dejado el desmayo para pasar a estar simplemente dormido, Peter también había caído dormido al igual que Francis, Matthew y Alfred, Oliver los miraba con una cara divertida. Todo había estado en silencio hasta que los gemelos lo rompieron.
—¿Por qué tenemos que traerlos a ellos también? —se quejaron los gemelos, mirando a Ian disgustados.
—Porque nuestros padres los invitaron a quedarse las ultimas dos semanas de vacaciones en la casa. Reclámenles a ellos.
—Como si estuvieran —dijo Oliver, rodando los ojos.
Después de varias horas en auto, finalmente llegaron a una gran casa situada en las afueras de Londres, la casa tenía un estilo victoriano, y estaba rodeada de pasto, casi aislada. Oliver movió a los durmientes, exceptuando únicamente a Peter.
—Ya llegamos, despierten —les dijo, antes de salir del auto con Peter en brazos.
Todos salieron, pero Arthur seguía sin despertar, y Alfred se ofreció a cargarlo, o más bien, lo hizo sin si quiera pedir permiso, llevándolo escaleras arriba hasta la habitación del inglés. Lo depositó en la cama, antes de negar con la cabeza, el cuarto de Arthur siempre le había dado escalofríos, demasiado ordenado para su gusto, sin decir que apenas entrar sentía como si estuviera en otro mundo, totalmente delirante.
Arthur comenzó a despertar y poco a poco empezó a enfocar los ojos, reconoció pronto la habitación como la suya, sólo que era parecida a la que poseía en su casa en el sur de Wiltshire. La cabeza le dolía, y había tenido un sueño bizarro, donde Sealand le llamaba su modelo a seguir, y sus hermanos dejaban de ser unos abusivos para convertirse en los hermanos que siempre había deseado de pequeño.
—Parece que la falta de té y comida me afecto, ¿eh? —río, hablando a sus hadas, aunque por una razón no las veía en ninguna parte, a quien si encontró fue a "Estados Unidos", mirándolo con una sonrisa aliviada, o algo por el estilo.
—¡Ya era hora de que despertaras Artie! —gritó, agravando el dolor de cabeza del otro—, por culpa de tu desmayo, casi nos hacen puré. Aunque claro, el héroe no se asusta de nada —después le plantó un beso en la mejilla.
—¡Qué crees que estás haciendo idiota!, ¿Y qué haces en mi casa Estados Unidos?, ¡Fuera de aquí! —gritó, incorporándose de golpe, mirando amenazante al menor.
—Te beso, ¿qué tiene de malo? Somos novios —parpadeó con fundido—, ¿y qué es eso de "Estados Unidos"?, ¡Soy Alfred! ¿Te sientes bien Arthur?
—¡Mentiroso! —le gritó, después procedió a calmarse, por último le dio una mirada acida—, ¿tú y mis hermanos por fin encontraron algo en lo que congenian?, pues se acabó la broma. Ya pueden sacar la cámara escondida y desmontar este teatro.
—¿De qué estás hablando Arthur?
—Quita la cara de preocupación, no me convence, ¿quién tuvo la idea?, ¿Gales y su mente retorcida?, ¿Irlanda?, ¿Norte?, ¿"Sealand" en un ataqué de ira infantil?, ¿Escocia?, ¿O todos juntos y tú sólo te uniste al final, como broche de oro? —las palabras derrochaban su sarcasmo habitual, pero la cara de "Estados Unidos" carecía de ese brillo travieso, propio de él al hacer alguna maldad.
—Arthur, no tengo ni la más mínima idea de lo que estás diciendo, ¡y menos si utilizas nombres de países para referirte a nosotros!
Arthur estaba apunto de gritarle algo, o quizás lanzarle lo que tuviese más próximo a él, y lo hubiera hecho de no ser por el hecho de que Matthew entró, preocupado de escuchar tanto alboroto. Cuando el inglés notó su presencia dio un suspiro de alivio que fue notado por el canadiense.
—Matthew, al fin alguien con un poco de cordura en este lugar —dijo, relajando su expresión considerablemente, Matthew negó con la cabeza, mirando reprochadoramente al estadounidense.
—Alfred, deja descansar a Arthur —reprendió.
— ¡Es él! —chilló al instante—, hay algo muy mal con este Kirkland, y no hablo de "lo que suele estar mal con él" diario, ¡es algo realmente malo! —respiró hondo, Arthur iba a decir algo en su defensa, pero Alfred seguía hablando, elevando la voz y logrando llamar la atención del resto de habitantes del lugar, que subieron para oír la última parte de su discurso—, ¡Niega que somos amigos!, ¡Nos llama utilizando nombre de países!, Me estaba diciendo "Estados Unidos", y a sus hermanos los llamaba por los nombres de "Escocia", "Gales", "Irlanda e Irlanda del Norte", ¿y qué es eso de "Sealand"?
Los recién llegados, amontonados en la puerta y pasillo, dirigieron sus miradas hacia Arthur, quien comenzaba a sentirse más que incomodo, además de un extraño sentimiento de mareo recorriéndole desde el estomago a la boca, ¿por qué negaban lo obvio?, ¿creían que iba a caer en esa estúpida broma?
—¿Seguro que no te sientes mal Arthur?
Y ahí no lo soportó más, incluso parecía que Canadá les estaba siguiendo el juego. Avanzó lentamente hasta uno de los armarios, dispuesto a buscar uno de sus libros de hechizos, si sus hermanos creían que esa broma era divertida, ya se enterarían; estiró la mano hasta el segundo estante, pero al posar su mirada en las pastas de los libros estos no eran los suyos. ¿Dónde estaban sus libros de pociones, encantos y magia negra? Ahí sólo había libros de ciencia, matemáticas aplicadas, física, química, historia y todo de nivel preparatoria. Gruñó molesto, la broma había llegado demasiado lejos. Nadie debía tocar sus cosas. Jamás.
—Muy bien, buena broma. Perfecto, ¿se rieron lo suficiente al verme salir de mis casillas? —comenzó, hablando despacio, conteniendo toda la rabia—. No me importa quien comenzó o ideó todo, pero más les vale que mis libros de magia estén aquí en menos de cinco minutos o se arrepentirán del día en que se hicieron naciones, ¿entendido?
Todos tragaron en silencio, Arthur lucía realmente amenazador. Los murmullos llenaron la sala.
—Es tu hermano menor, cálmalo tú —fue la dedición unánime del grupo, que empujó a Ian hasta quedar éste frente a un irritado Arthur.
—Escucha, Artie-Arthur, seguro el viaje fue realmente estresante, y tal vez aún no terminas de relajarte de tus obligaciones escolares, muy bien entendemos eso. Si hay algo que te molesta estaremos encantados de discutirlo contigo mañana, una vez que hayas descansado lo suficiente. Ahora regresa a dormir, estás delirando de cansancio.
—No necesito descansar Ian, y no me hables como si tuviera cinco años, porque claramente eso quedó muy atrás. Escocia, sé muy bien que nuestra relación en la última década ha estado tensa, pero entrando el año estaremos oficialmente separados, ¿no estás conforme con eso que necesitan molestarme más? —volteó a mirar al resto de sus hermanos, que se veían confundidos y preocupados, como si estuviesen frente a un demente—. ¿Alguien más que quiera su independencia y no me haya enterado?, es una forma muy infantil de pedirla, de verdad.
—¡Ya me cansé! —gritó Cian, arremangándose la camiseta, se acercó hasta los dos y mirando a Arthur levantó un dedo de forma acusadora—. ¡No entiendo nada de lo que estas hablando y ya perdí la paciencia! —Reprendió, antes de darle un fuerte golpe en la cabeza que desconcertó a la mayoría—. Si es una nueva manía tuya esa de llamarnos por el nombre de un país, no me importa, adelante con tus excentricidades. Pero no intentes hacerte la victima ni él indignado en donde claramente no lo eres.
—Eh… Cian, dudo que golpearlo le aclaré mucho las ideas —murmuró su gemelo, algo avergonzado de la acción.
—No soporto que se ponga en ese plan, y no te pongas de su lado Liam.
Arthur estaba desconcertado, aterrado nuevamente, como lo estuvo al ver que sus hermanos eran amables con él. Eran sus hermanos, no, lucían como sus hermanos. Físicamente eran idénticos a Gales, Escocia, Irlanda, Irlanda del Norte y Sealand, pero no eran ellos. No importa si tenían algunas actitudes iguales, como la agresividad de Irlanda, o la forma tan desagradable en que Escocia le hablaba, como si él fuese un retrasado que no entendía nada, no importaba si trataban de parecerse, no eran sus hermanos. Porque sus hermanos jamás negarían lo que son, y jamás le dirían "Artie", sería "Arthur", "Inglaterra" o "Britania", si querían hacerlo enojar.
Se alejó unos pasos, quería estar lo más lejos de esas personas con apariencia similar. Estaba seguro que Canadá tampoco era Canadá, pues aún podía verlo, y normalmente Canadá poseía un don para volverse invisible casi imposible de destruir. También Estados Unidos… mantenía una relación demasiado agradable con el menor, mucho menos un noviazgo por mucho que sus jefes calificaran de especial dicha relación, y ¿dónde habían quedado el "Iggy" y "viejo"?, además, ese tampoco podía ser Francia, no sentía las ganas de pelear que siempre le despertaba ese país, y éste aún no trataba de meterle mano.
—Me… asfixio —murmuró, trataba de respirar con fuerza y desesperación. Eso no era una broma, no podía ser una broma, eso era una maldición—, ¿me… han maldecido? —murmuró, casi conteniendo la risa, por primera vez en muchos años sentía que no podía escapar y ni si quiera podía darse el lujo de sentir consuelo en sus amadas criaturas mágicas.
Cuando volvió a despertar se encontraba acostado en su cama, y había un plato tapado en un buró al lado de la cama, junto con un vaso de jugo y una taza de té. Se incorporó lentamente hasta quedar sentado en el colchón, ignoró la comida, tenía el estomago tan revuelto que dudaba poder comer algo sin tener ganas de vomitar.
—Un baño despejará mis ideas —se dijo, tratando de sonar convincente. Estaba cansado de pasar la mayor parte del día desmayado.
Si esa imitación de su casa estaba bien hecha, entonces el baño estaría a dos puertas de la suya. Salió del cuarto y marchó al baño, se sacó toda la ropa y abrió la llave del agua caliente se metió bajo el chorro del agua y comenzó a masajearse las sienes, estaba agotado emocionalmente y necesitaba descansar y no pensar.
Tomó el shampoo y comenzó a lavarse la cabeza, después agarró el jabón junto al estropajo y estaba apunto de pasarlo por su cuerpo cuando notó algo que estaba mal con él. Algo que debía estar, pero sin embarga no estaba. Sus cicatrices habían desaparecido.
—Esto… no puede estar pasándome —
Estaba asustado, ¡no había forma de que eso estuviese sucediendo!, se enjuagó la cabeza y sólo colocándose la toalla salió del baño a toda prisa, regresó a su habitación y se paró frente al espejo de cuerpo completo que tenía ahí. Comenzó a buscar minuciosamente, pero no había nada que hacer. Su piel se encontraba completamente lisa, no había ni una sola marca ni si quiera en su espalda.
—¿Qué está pasando? —su voz salió rota y temblorosa, sus manos frotaban la piel de su cintura y cadera, como si al hacer eso pudiera traer de vuelta lo que no estaba.
Una vez más, su mente se nubló y cayó ante el mundo del sueño, esperando que todo eso no fuese más que una horrible pesadilla o una broma por parte de las hadas.
