Bueno, hola a todos ustedes. Este es mi primer fic de Inuyasha, y espero les guste. Quisiera que me conocieran un poco más, así que les iré que la angustia, y el romance, me encantan y eso es lo que escribiré. Espero recibir buenas criticas, y las malas serán también recibidas.

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PERDÓNAME.

Capítulo I

Ahí estaba, con su piel color plata al reflejo de la luz de la luna y sus cabellos azabaches víctimas de un juego traicionero del viento. El ambiente era acompañado por un frío que calaba sus huesos y la hacía tiritar. La tensión se imponía al momento, el clima no favorecía y mucho menos sus sentimientos.

El invierno era crudo y sombrío.

Y como no era la primera vez que estaba en esa posición con ella, tampoco descartaba una última. Frente a frente, en silencio. Un silencio tan tortuoso que ensordecía.

Él… sereno, manteniendo su mirada fija en ella, clavado y embelesado por figura, y belleza espectral. Ella no se atrevía a hacer movimiento alguno, sus piedras marrones estaban bajas, como si de pronto algo en el suelo captara más su atención que el hombre que tenía en frente.

Todo a su alrededor o nada en particular podría ser más interesante de no ser porque él estaba ahí, con ella. Respirando el mismo aire.

Kagome. – La llamó sigilosamente, pero su murmullo se lo llevó el viento pese a que ella si lo había escuchado, más había decidido ignorarlo por segundos.

Observó como el rostro de la joven se contraía en angustia, en dolor; y no uno físico el cual se cura con el tiempo, si no uno del cual el alma no cicatriza nunca y la herida queda abierta expuesta a todo tipo de peligrosos que se atreviesen a dañarle aún más.

Esa herida era tan frágil y dolorosa como una física, la cual al presionar comienza a desangrarse, soltando borbotones de ese líquido vital.

Ella sangraba en esos momentos. Sufría.

…Y le dolía mucho.

No. – Contestó con un débil susurro resquebrajado. Alzó la mirada altiva, sólo para mostrarle que sus ojos habían perdido la vida que la caracterizaba. Él le había robado todo: su vida, su alegría… y su corazón.

Incapaz de parpadear, sabiendo que si lo hacía las lágrimas no dudarían en salir como cascada, guardó silencio. Sus ojos guardaban esas lágrimas que eran el lenguaje mudo de su cuerpo, de su alma.

Por favor. – El de ojos color ámbar estaba haciendo un esfuerzo sobre natural para ablandar la situación, le estaba rogando. En otro momento, quizá en otra circunstancia, hubiera empezado a pelear con ella, a mostrarle cuán violento era su carácter y cuán imponente era su hombría.

… esa vez no.

Temía actuar con la brusquedad que lo caracterizaba. El verla ahí, con su alma tan quebrantada y tan dolida, lo hacía enfurecer porque se sabía el culpable de todo su amargo sufrimiento. Como siempre volvía a ser el causante de cada gota salina que resbalaba por sus mejillas.

Pero la citación era diferente. Ya no eran unos jóvenes adolescentes.

…eran adultos.

¿Qué quieres de mí, Inuyasha? Ya no hay nada que yo pueda hacer en la época antigua. – Murmuró exhausta de seguir en pie, de buscar esa fuerza que ya no poseía para seguir viviendo.

Estoy tan acostumbrado a venir hasta acá para decirte que vuelvas, que había olvidado el verdadero propósito de mi visita. – Murmuró con voz ronca y vaga, deseando en realidad venir a convencerla de volver como en los viejos tiempos.

Perdió su vista en la habitación. Estaba tan cambiada, ya no tenía sus graciosos edredones con dibujos, y el color rosa había abandonado las paredes, cambiándolas por un simple blanco que reflejaba la creciente madurez en la joven. Aún a oscuras, su ágil vista podría vislumbrar que aquella ropa que portaba en esos momentos no era la misma, así como su fino olfato distinguía un elegante perfume en el aire.

Estaba tan cambiada, estaba preciosa.

Entonces¿A qué has venido? – Le preguntó confundida pero a la vez molesta por su comentario. Sus pálidas mejillas se encendieron en enojo, y no supo si las palabras que salieron de su boca fueron por despecho o simplemente por decirlas. – Tienes la perla, tienes la libertad de hacer lo que se te de tu gana con ella, tienes tu época a salvo, tu paz, tienes a tu Kikyou… - Calló de pronto al sentir que ése nombre había salido de sus labios.

Él la observó sobresaltarse y callar. Ladeó la cabeza, confundido…

Kikyou.

Si, se había prometido irse al infierno con ella, y no lo hizo. Simplemente no se sintió capaz de hacerlo, cuando sabía que entre las dos morenas había una que le había robado el corazón. Y no era Kikyou.

No te estés imaginando cosas que no son, Kagome. – Le susurró, acercándose a ella. Dio un brinco y saltó para poner sus pies descalzos en la mullida alfombra.

Escucha, Inuyasha. Sólo te pido que me regreses mi paz, mi vida. – Su voz sonó tan dolida que cada palabra le llegó al Hanyou hasta en lo más profundo de su ser. – Y eso lo vas a lograr dejando las cosas como deben de ser, tú en tu época y yo en la mía.

¿Me estás echando, niña tonta? – Se acercó tanto a la pelinegra que su alta y fornida figura se impuso, más no la hizo retroceder ni un solo segundo. Se quedó con la cabeza en alto y sus ojos cristalizados, su ceño fruncido y una expresión de completo asombro y enojo. ¿Encima se atrevía a llamarla tonta?

Vete. – Una sola palabra con dos sílabas que lo hicieron temblar.

Sabes bien que eso no hará que me marche. – Murmuró pasivamente sabiendo que si explotaba, ella también lo haría.

Por favor, Inuyasha. Déjame vivir tranquila. – Suplicó con una mano en su rostro. ¿Por qué había venido de nuevo a quitarle su vida? Había pasado años enteros tratando de recuperarse, y cuando por fin lo había logrado, llegaba él.

Me iré… te devolveré la paz que tanto deseas. – Anunció haciendo que la joven recobrara un brillo de esperanza en su rostro. Pero… - Con la condición de que me digas dónde está. – La miko lo observó confusa.

¿Quién¿De quién hablas?

El de cabellos plateados, no soportó que le guardara secretos nuevamente, y explotó. La tomó de las muñecas violentamente, casi alzándola del suelo. Ella apretó los dientes, en una muestra de odio inexistente y de sorpresa.

Suéltame. – Siseó furiosa.

No lo haré hasta que me digas dónde está. Deja de ocultármelo. – Kagome lo miró con ojos desorbitados. ¿De quién hablaba¿Acaso había enloquecido?

No se de que hablas, Inuyasha. Así que suéltame o gritaré. – Le advirtió.

No hay nadie en este lugar, nadie más que tú y yo, así que puedes gritar todo lo que quieras. – La mirada de él estaba dolida también, igual que la de ella. – Kagome, no te sigas haciendo la tonta. Sabes muy bien de lo que hablo. – La morena se remolineó entre sus brazos, intentando salir, más él era más fuerte que ella, y le fue imposible.

¡Si me explicaras, posiblemente pudiera darte una respuesta! – Le gritó de sobremanera para quedarse quieta, al sentir como su cuerpo era estrellado casi con delicadeza en la pared, quedando completamente inmóvil y sin salida.

La noche en que te fuiste, te marqué como mía. Aún puedo ver la marca en tu cuello. – Le recordó haciéndola sonrojar. – Quiero ver a mi cachorro… - Ella lo observó boquiabierta, como si no quisiera creer lo que él le estaba diciendo. – No me preguntes cómo me enteré, sólo quiero saber si es mío, sólo quiero verlo. Después me iré. – Soltó el contacto de sus manos con las muñecas de ella, y lo primero que sintió fue una bofetada que le rozó la mejilla con fuerza, dejando su cabeza de lado.

Cerró los ojos y ladeó nuevamente su cabeza para observar a la miko.

… se sorprendió.

Estaba furiosa y las lágrimas que sus ojos guardaron momentos antes, salieron a flote, surcando sus mejillas.

No hay cachorro, Inuyasha. – Sus pupilas se dilataron al escuchar tal confesión. La joven ahogó un sollozo, intentando parecer fuerte, intentando no cambiar el semblante de furia por uno de tristeza. – Murió en mi vientre.

Kagome… yo… - Murmuró conmocionado. No estaba enterado de eso.

Fue mi culpa… - Murmuró con la mirada perdida para después abalanzarse hacia él, golpeando su pecho. - ¡Y también la tuya¡Si no te hubieras resignado a cumplir esa estúpida promesa!… - Su arranque de desesperación cesó, y simplemente dio espacio a más lágrimas, a más dolor. – Si no te hubieras ido, aún sabiendo que te amaba, yo no hubiera… - Calló, derrotada por los constantes gimoteos que salían de su boca. Él la tomó de los hombros…

¿No hubieras hecho qué? – Le preguntó, congestionado por la inmensa tristeza que sentía. Ella no contestó, sólo negó con la cabeza y se abrazó a él, buscando consuelo. – Kagome… ¿Qué demonios hiciste? – Preguntó buscando su mirada enlagrimada.

No hubiera intentado suicidarme. – El corazón del mitad bestia se encogió. – Yo no sabía que estaba embarazada… Lo supe cuando ya era demasiado tarde. – Después, silencio.

Demasiado tarde. Una frase que conocía como si fuese la palma de su mano. Había llegado tarde…

Tarde para salvarla.

Tarde para amarla…

Simplemente tarde.


Continuará

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