A Harry Potter nunca le gustó el té. Tal vez sea por apariencia o porque le recordaba a aquellas presuntuosas y regordetas mujeres de clase alta, que hacían su té cumplidamente cada día.

Oh sí, el elegido lo odiaba.

Pero luego veía a Luna, con sus saltones ojos y su cabello espelucado, hablando ocurrencias y observando el cielo azul. Ella no tenía una hermosa belleza como la de Ginny o Cho, era rara y no era tan bonita.

Pero era autentica, poco común y sencilla. Agradable, después de acostumbrarse y conocerla mejor.

Ella probaba el té y fruncía levemente la nariz; era adorable. Harry la observaba y no podía evitar pensar que tal vez, sólo tal vez, el té no era tan malo. Que es como la Lovegood y que sólo esta siendo prejuicioso, como antes era él con ella.

Que quizás sólo hay que probarlo un poco más y se dará cuenta que es sano, delicioso y único. Y si no es así, simplemente tiene que mirar a Luna, ya que ella cumple cada uno de aquellos requisitos raros y esplendidos.