N/A: ¡Hola, Larchos! ¿Cómo están? Como verán, esta es mi primera historia por esta sección pero no la primera que escribo. Me presento: Soy Charles/Carla/Carly o como prefieran llamarme. Espero que puedan disfrutar este Fanfic sobre MR, haciendo más énfasis en Minho y mi OC. En fin, los dejo con el capítulo :3
Disclaimer: Ninguno de los personajes de Maze Runner me pertenece. James Dashner es el único dueño.
I
Ascenso.
Sentía el ascenso del elevador por todo su cuerpo. Su estómago se retorcía al mismo tiempo que su corazón aumentaba de ritmo y la sensación de elevación le calaba los músculos provocando que estos se tensaran considerablemente. Tenía los ojos entrecerrados, intentando divisar algo con la vista pero la oscuridad imperaba y eso le causó frustración. No tenía idea de dónde estaba. Y es que no tenía idea de nada; y ese nada incluía el vacío total de en su mente. Solo un nombre vagaba por sus pensamientos —Ellie —, y aunque intentaba recrear otra memoria a partir de eso no lo logró. El ascensor, maltrecho y maloliente, se sacudió violentamente por un segundo. El pánico se apoderó de ella y la obligó a sujetarse de la reja que la rodeaba. El suelo sucio era un cuadrado de metal frio y hueco que resonaba con cada paso torpe que ella daba.
Respiró profundamente, intentado recobrar la compostura y de alguna manera muy pobre, sus recuerdos. Sus intentos fueron inútiles, provocando que en su cara se plasmara el horror, la frustración y la confusión, todo junto. El ascensor continuaba elevándose sin darle una pista de cuánto tiempo faltaba para que llegara a su destino. Y entonces pensó en su destino. ¿Dónde se encontraba? ¿Hacia dónde se dirigía?
El revoltijo de sus tripas no cesó e incluso creyó sentir que aumentaba. Se dejó caer hacia atrás, sentándose en el metal, y contuvo las ganas de devolver el contenido de su estómago —a pesar de que estaba totalmente vacío—. Un nuevo sacudón hizo que se aferrara con fuerza de la reja e instintivamente cerró los ojos con fuerza. Quería que esa pesadilla se detuviera aunque algo le decía que eso no era un mal sueño sino la más cruda realidad.
Tras unos minutos de larga espera y malestar estomacal, el ascensor se detuvo. La joven se puso de pie ágilmente. La molestia en su cuerpo se detuvo como por arte de magia y extendió sus brazos hacia arriba. En todo el tramo hasta su destino había comprobado que no había puertas en los costados por lo cual supuso que tarde o temprano debía salir por el techo del patético elevador. Palpó el metal que yacía encima de ella y luego lo golpeó con el puño cerrado. Al no obtener respuestas, dudó si gritar por ayuda o no, pero se rindió fácilmente ante la idea ya que no deseaba pasar un minuto más ahí dentro.
— ¡Auxilio! —dio un grito ahogado y atropellado— ¡Por favor! ¡Estoy encerrada! ¿Alguien me escucha?
Y como si sus plegarias se hubieran escuchado, la puerta de metal se deslizó hacia arriba y cayó a un costado. La luz iluminó el ascensor completamente y cegante y provocó que la joven tuviera que cubrirse el rostro con los brazos. Momentos después fue apartándolos lentamente a medida que se acostumbraba a la potente luz. Luz solar. Se sentía confundida. Quería averiguar dónde se encontraba y lo más cercano que llegó a percibir fue que era una zona exterior.
— ¿Quién es el novato? —escuchó la voz de un chico al cual todavía no se le acomodaban las hormonas. Era hosca y aguda.
—Veamos al nuevo Larcho —comentó otro. ¿Larcho?Pensó ella.
Vio que en la entrada se asomaban varias personas, todos hombres por lo que distinguió; eso la aterró. No todos llegaron a mirar dentro de su ubicación pero uno pegó un salto realmente rápido y se encontró con ella y su cara de horror. La joven lo miró asombrada, con una mirada esmeralda profunda, y los labios entreabiertos. El joven delante su ella no tenía más de diecisiete años, era bastante alto y se encontraba sucio con tierra y con ropa bastante arruinada. Poseía una mirada oscura, confundida, y la chica distinguió una gota de sudor caer desde su grasiento cabello oscuro.
— ¿Qué...? —musitó ella.
— ¿Qué miertera significa esto? —repuso. Miró rápidamente hacia arriba, abriendo más su boca y gritó: —Larchos... ¡es una chica!
El bullicio no se hizo esperar y la joven notó que más jóvenes se aceraban a su encuentro. Pánico. Mucho pánico fue lo que sintió.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó el chiquillo delante de ella.
—Ellie... —respondió— ¿Qué significa todo esto?
—Eh, Gally, no te la robes ¡Deja algo para los demás! —exclamó otro joven, éste poseía una voz más grave.
Un hombre de tez negra se asomó a mirar. Tenía el ceño fruncido y la expresión endurecida. Sus ojos marrones destellaban de incomprensión y, quizá, enojo.
—Ayúdala a subir, Larcho —ordenó y se volteó a mirar a sus compañeros—. No quiero que nadie toque o moleste a la chica. Recuerden que no tenemos tiempo para el bullicio y el caos así que solo la verán un momento y luego los quiero a todos devuelta a sus actividades —Ellie hoyó atentamente a sus palabras, sin comprender demasiado, y se volvió al joven llamado Gally.
— ¿Te gustaría explicarme?
—Ahora no, Larcha —Larcha ¿Qué significa eso?, pensó—. Venga, Alby te ayudará a subir.
Ella elevó la vista y se encontró con el tal Alby estirándole la mano. Ahora su expresión era más relajada e incluso creyó ver un atisbo de sonrisa en su rostro. Tomó su mano un poco insegura y él la apretó de forma amistosa y firme mientras hacía esfuerzo para elevarla. Ella apoyó un pie en uno de los hoyos de la reja e hizo fuerza con el otro pie que reposaba en el suelo. Gally la ayudó a subir las piernas y procuró que no tuviera muchos problemas. Ella exhaló cansada y dejó que su cuerpo fuera hacia adelante sintiendo el césped rozar su piel. Apoyó las manos y sintió la tierra entrar en sus uñas y ante esto no pudo evitar una expresión asqueada.
—Vaya, qué linda es —escuchó comentar. Hubiera mirado al tipo del comentario desubicado pero aún se sentía aturdida. Quería recordar. Alby se incorporó un poco y ayudó a que Gally saliera del elevador. Resopló rápidamente y se enfrentó a la chica.
—Eh, Larcha, ¿cómo te sientes? —quiso saber mientras se ponía de cuclillas y apoyaba su mano en el hombro izquierdo de ella.
—Súper... —indicó alzando la mirada. Movió su hombro con algo de desprecio, deshaciéndose del agarre y pensando que no podía esperar nada bueno de esa gente.
—No te pongas a la defensiva —advirtió el hombre de forma serena—. Ahora eres una de nosotros.
— ¿De qué estás hablando? —se mostró confundida y se volvió al grupo de hombres que la rodeaba con la mirada atenta. Ella se paró y escuchó el murmullo y las risas de los jóvenes, lo cual le produjo molestia— ¿De qué se ríen? ¿Quiénes son? ¿Qué...?
—Eh, tranquila, amiguita —la frenó el tipo, Alby—. Ya te irás enterando de cómo funciona el asunto. De momento te pido que comas algo, te des una ducha y descanses.
La joven frunció el ceño sin comprender y él le dedicó una leve sonrisa tratando de inspirarle algo de confianza. Ellie lo miró un momento más y luego recorrió al grupo con la vista. Rodó sobre sus pies y observó que esos hombres no llegaban ni siquiera a los veinte años. Al pensar en la edad de los jóvenes intentó recordar la suya pero todo estaba en blanco. Su cabeza era como un libro de recuerdos vacíos donde solo se encontraba escrita la palabra Ellie.
—Dijiste que te llamabas Ellie ¿no es así? —sintió como si le hubiera leído la mente. Se volvió hacia él y asintió.
— ¡Qué lindo nombre, Ellie! —hoyó desde la multitud.
— ¡Ya cállense, shanks! —gritó Alby—. Vamos, Ellie, te pondremos cómoda. Una mano áspera de Alby rodeó su brazo y la llevó con él. Sus pies se movieron de forma torpe y pasó entre medio de los jóvenes. Shanks, otra palabra extraña.
Ellie decidió mantenerse calmada. Aunque no conocía a nadie allí, había notado que no tenían malas intenciones. Mientras seguía el paso de su nuevo guía, miró con más atención a su alrededor. No fueron las casitas de maderas que adornaban el lugar ni el arduo trabajo que parecían soportar algunos de los habitantes sino que lo que realmente la vislumbró fueron unos enormes muros que rodeaban la zona, encerrándola en un cuadrado perfecto, y que se elevaban hacia el cielo con una altura de, aproximadamente, unos diez metros. Quiso preguntar respecto a eso pero guardó la pregunta para más tarde. Ya había comprendido que su guía no tenía mucho entusiasmo por contestarle o siquiera hablarle.
Caminó unos metros más hasta una de las casas de madera y se adentró a una con Alby. Parecía ser un comedor.
—Espera un momento —indicó. Ella permaneció parada, simplemente mirando y con la boca cerrada. El lugar olía a comida y podía distinguir una playa de madera que separaba la cocina de algunas mesas familiares y rectangulares. Un foco de luz colgaba del techo, alumbrando constantemente. Notó que el olor del lugar no era tan desagradable como el olor de las otras zonas por las que habían pasado. Alby volvió con ella y le ofreció un plato con un sándwich de quién sabe qué y un vaso de agua. —Debes estar hambrienta... come.
Ella lo dudó una par de veces pero el hambre que sentía le ganó a su dualismo interno y terminó comiendo la ofrenda. Estaba delicioso. El sándwich era de jamón y queso con un toque de mayonesa. Se sentó en una de las mesas para más comodidad y terminó de degustar el plato.
—Vaya... para ser una chica comes peor que esos Larchos —comentó divertido. La joven se ruborizó levemente, avergonzada.
— ¿Qué es este lugar? —cuestionó luego de dar un gran trago de agua.
—La cocina, Garlopa —rio. Ellie puso los ojos en blanco y ladeó la boca.
—Eso ya lo sé —repuso fastidiada—. Me refiero a este lugar... encerrado por esas paredes ¿Qué es? ¿Y por qué no recuerdo nada? —insistió.
—Larcha, tranquila. Ya contestaremos todas tus dudas pero de momento no estás preparada.
— ¿Para qué debería prepararme? —interrumpió. Alby suspiró.
—Siempre es lo mismo con todos los novatos. Ni uno me la pone fácil —se quejó distraídamente como si ella no estuviera presente. La joven arqueó una ceja y esperó una explicación—. Te guiaré hasta las duchas y le diré a Newt que te lleve a las literas. Mañana responderé a todas tus dudas.
— ¿Mañana? ¿Qué hora es? Dudo que sea hora de ir dormir —comentó irritada viendo cómo afuera el sol todavía estaba a la vista.
—Ya, cállate de una vez, Shank. Mañana sin falta te explicaré todo, o en su defecto le ordenaré a alguien que lo haga.
— ¿Por qué no tú?
—Soy un tipo ocupado —respondió medio sonriendo—. Vamos. Te mereces una ducha.
El dúo salió de la cocina y se encaminó hacia otra pequeña edificación de madera. Alby sacó una llave y guió a la muchacha hacia adentro.
—Por ahí están las duchas —señaló dentro del lugar—. Voy a encerrarte un rato para que nadie te moleste ya que... bueno... eres una chica y no confió mucho en estos Garlopos.
— ¿No confías en tus propios amigos?
—No son mis amigos —negó—. Estamos juntos por circunstancias de la vida, simplemente. Ahora entra. Tienes treinta minutos.
—Espera —dijo—. ¿Y con que se supone que me vista?
—Ah, casi lo olvido —expresó mientras se llevaba la mano a la frente.
Antes de que ella pudiera decir algo, dos jóvenes pasaron corriendo detrás de Alby. Ella los miró curiosa pero no parecieron notar su presencia. Alby volteó al sentirlos pasar por detrás y gritó: — ¡Minho, ven!
El nombrado disminuyó la velocidad hasta frenar por completo. Se llevó las manos a las rodillas y respiró profunda y rápidamente. Ellie pudo notar que era un tipo alto con una espalda ancha y fornida. El joven volteó hacia ellos y dejó a la vista su rostro. Sus ojos eran rasgados, típicos de una persona asiática, y tenía el cabello negro hacia atrás con la frente al descubierto. Sus labios eras carnosos y sonrosados y se mantenían abiertos mientras tomaba grandes bocanadas de aire. Se acercó a ellos caminando y miró a Ellie de arriba a abajo con una expresión confundida.
— ¿Qué miertera...?
—No digas nada —lo detuvo—. Es la novata.
— ¿Una chica? —levantó una ceja— De lejos pensé que era un tipejo con el pelo largo.
—No entendemos muy bien qué sucede pero la Larcha ya forma parte de nosotros —explicó encogiéndose de hombros y luego masajeando su frente—. Necesito que me hagas un favor.
—Siempre necesitas de mí, Garlopo —dijo en tono burlón y Alby lo miró severo.
—Consigue algo de ropa para nuestra amiga ¿sí?
—Ese no es mi trabajo —se quejó—. ¿Por qué no se lo pides a alguno de los fregones?
—Porque tú estabas más cerca —alegó—. No me hagas perder la paciencia, Minho, y ve a buscar lo que te pedí.
Minho miró a Ellie nuevamente, y reparó unos segundos en su rostro. Sonrió levemente y comentó: —Qué cara de terror que tiene esta Shank —rio.
Ella elevó ambas cejas y se acercó.
— ¿Disculpa? —recargó una mano sobre su cintura y lo miró incrédula.
—Tranquila, Larcha, estoy jugando contigo —sin más, se retiró a buscar lo encargado. Ellie bufó y al rato volvió a su expresión desconcertada con la que había lidiado casi todo el recorrido.
—Shank, tengo cosas que hacer —anunció Alby y le extendió la llave de la puerta de la sala de baños—. Se cierra desde afuera así que espera a Minho y luego dásela. Dile que vuelva a abrirte en treinta minutos.
Ella tomó la llave y asintió. Antes de que Alby se fuera, se sentó junto a la puerta y lo observó irse. Pasaron diez minutos hasta que Minho reapareció con una bolsa sobre el hombro, se posicionó frente a ella y le lanzó las cosas.
—Para ti, princesa.
—Supongo que debo darte las gracias —dijo ella con cierto desagrado.
—De nada, Larcha —respondió con superioridad—. ¿Cómo te llamas?
— ¿Qué no estabas cuando me encontraron? —dudó con la mirada perdida a lo lejos, justo en el hueco del ascensor.
—Nah, no estaba cuando la caja llegó —explicó.
— ¿La caja?
—Ajá —asintió—. Supongo que por ahí subiste ¿no?
—Eso creo... —alegó insegura.
—Bueno, dime tu nombre, Larcha —volvió a pedir impacientemente.
—Me llamo Ellie.
—Que miertera de nombre —exclamó sonriente—. Al menos tu cara no es tan fea.
Ella lo miró furiosa y notó que era la primera vez que lo miraba a los ojos. Él le sostuvo la mirada con orgullo y ella se vio obligada a apartarla luego de un momento.
— ¿Siempre eres tan agradable? —inquirió frustrada.
—Ya, novata, vete a bañar —ordenó mientras abría la puerta.
Se puso de pie y se adentró a la sala sin decir nada. Minho cerró la puerta detrás de ella con llave. Recorrió con la mirada la habitación. El lugar era oscuro y lúgubre, iluminado a penas por los tenues rayos de luz que se colaban por la madera. Se encaminó hacia el centro y encontró colgando encima de ella un foco de luz. Una cuerdita caía a su lado y la jaló para que se iluminara. La luz no hacía mucha diferencia.
Solo había tres duchas, cada una separada por un panel improvisado de madera. Se acercó a la ducha del medio y sintió un leve olor a humedad y moho que se desprendía del material. El suelo se basaba en cemento rustico y grisáceo.
Se quitó los borceguís con los que llegó al lugar y se desvistió lentamente. Una vez desnuda, abrió una de las canillas y el agua caliente comenzó a fluir por la regadera. Se relajó y con los ojos cerrados dejó que todas sus preocupaciones se alejaran poco a poco. El agua caliente sobre su cuerpo se sentía como la gloría misma. No tenían productos de higiene para el pelo pero se conformó con una barra de jabón; eso ya era demasiado.
Al terminar, la chica cerró el agua y se incorporó sintiendo la suave briza enfriar su piel. Tomó una toalla y cubrió su cuerpo. Se acercó a un banco de madera donde apoyó el recado de Minho y lo abrió. Dentro había una musculosa blanca y limpia, unos jeans azules, calcetines y ropa interior de mujer. La joven observó que la ropa era a medida lo cual la llamó la atención. Revisó el exterior de la bolsa y se encontró un cartel que decía: Para la chica.
—Eso explica todo —musitó.
Pensó que quién la haya enviado a ese lugar la había enviado junto a sus cosas personales, sino no se explicaría por qué ese pequeño pueblo lleno de hombres tendría guardada ropa de mujer. Se vistió rápidamente y arregló levemente su cabello. Antes de salir por la puerta dio un último vistazo al cuarto y notó que al fondo yacía un espejo viejo y sucio. Desde lejos podía divisar su propia figura. Y entonces la curiosidad la invadió. Avanzó a paso lento, con cierto temor, hasta encontrarse con su reflejo. Escondió los mechones de pelos que molestaban en su cara detrás de la oreja y se observó con determinación.
Tenía los ojos de color verde; eran grandes, adornados por pestañas larguísimas y por arriba sus cejas formaban una sutil v. Su nariz era fina y levemente respingada, con orificios pequeños. Sus pómulos tenían una mínima elevación y sus labios eran carnosos y un poco gruesos. Su expresión era curiosa ya que no recordaba su cara y ahora, frente a ella, tenía una imagen muy clara. Sonrió lentamente, observando sus dientes blancos y perfectos; no había ni uno chueco. Por último comprobó que su pelo negro azabache le llegaba hasta por debajo de la cintura.
—Así que... ésta soy yo.
Suspiró ampliamente y se apartó del espejo. Agachó la vista pensativa y finalmente se decidió a salir; pero al llegar a la puerta recordó que Minho la había encerrado y tendría que esperar treinta minutos. Trató de pensar cuántos minutos llevaba ahí dentro y llegó a la conclusión de que Minho ya debería estar en camino. Sin embargo ella no salió de la habitación hasta una hora después cuando un Minho preocupado apareció por la puerta luego de abrirla con mucha prisa.
Ellie se encontraba en un rincón hecha una bolita, cansada ya de gritar para que le abrieran. Elevó la mirada al ver a Minho allí presente pero no pronunció palabra alguna.
—Lo siento, Larcha —se disculpó rápidamente—. Me había olvidado de ti.
La chica no dijo nada y lo miró inexpresiva. Se paró, tomó la bolsa con su ropa sucia dentro y salió del lugar, ignorándolo. Al salir del recinto, se dio cuenta de que la noche ya estaba cerca y que el sol se encontraba por el horizonte, perdiéndose detrás de uno de los muros. Caminó con más prisa pero Minho la siguió.
—Eh, Ellie —pronunció—. En serio, lo siento. Estaba ocupado y cuando Newt me preguntó por ti recordé que se me pasó el tiempo —se excusó mientras se llevaba una mano a la nuca.
Ellie se dirigió hacia él con un deje de enojo.
—Me tuviste encerrada una hora y media ahí —soltó—. No sé lo que sucede en este lugar, nadie me explica nada. Me obligan a comer, a bañarme ¡y me tienen encerrada una hora y media! —gritó—. Con ese horrible hedor... —recordó— ¡Estoy harta de esta situación!
—Eh, Larcha, tranquila. Ya te dije que lo siento —repuso—. Y es muy difícil lograr que yo me disculpe —aclaró—. Pero esta vez me equivoqué. Lamento haberme olvidado de ti y dejarte en ese apestoso lugar. Todos estamos muy ocupados en este lugar ¿sabes?
— ¿Y para qué me mandaron aquí entonces? Si nadie va a hacerse cargo de mí —se quejó.
—Bueno, tampoco vayas a creer que te cuidaremos todo el tiempo —objetó mientras se cruzaba de brazos—. No tengo idea de por qué estoy yo aquí y menos entenderé la razón de tu llegada. Escucha, Ellie —la volvió a llamar al ver que ella apartaba la mirada—, mañana comprenderás todo... bueno, casi todo —se corrigió—. Sabrás un poco más de tu situación y de lo que pasa pero no te desanimes porque te dejé encerrada un rato.
— ¿Un rato? —repitió incrédula.
—Hora y media, lo que sea... —puso los ojos en blanco—. Ahora ven, harán una pequeña celebración por tu llegada.
Ella suspiró y siguió a Minho quién había comenzado a caminar sin esperar respuesta. Al recorrer unos metros, el asiático se volteó a verla.
—Antes que nada, Newt te dirá dónde dormir —indicó. Frenó la marcha y ella se tropezó levemente con su espalda, él era mucho más alto. Lo miró atenta—. ¿Sabes? Te ves más linda después de una ducha. O quizá el encierro te hizo bien —rio.
Ella abrió la boca para decir algo a pesar de su sonrojo pero un sonido proveniente de los muros la interrumpió. Ella pegó un salto hacia atrás y Minho la miró divertido.
— ¿Qué sucede? ¿Esas puertas...? —susurró al ubicar una con la mirada. Poco a poco, una tonelada de piedra se deslizaba de derecha a izquierda, sellando la salida. Y no sólo se cerraba una, sino que otras tres se movían al mismo tiempo.
—Las puertas se cierran por la noche —explicó.
— ¿Por qué nos encierran aquí?
—Es más seguro aquí dentro —aseguró—. No seas curiosa, mañana entenderás.
Minho siguió caminando mientras el sonido de sus pasos se opacaba por el chirrido de las puertas. Ellie volvió a mirar impresionada hasta que el sonido cesó y las cuatro salidas quedaron cerradas. Inhaló y exhaló.
—Rápido, princesa —la apuró. Ella prosiguió y pronto se encontraron con Newt cerca de la cocina. El chico era un rubio de pelo ligeramente largo, de tez muy pálida y cuerpo fornido. El joven le dedicó una sonrisa amistosa y se volvió hacia Minho.
— ¿Me toca hacerme cargo?
—Por favor —imploró Minho—. Me cansa hacer de niñera. Los fregones deberían hacer esa clase de trabajo miertero.
—En realidad nosotros deberíamos hacerlo ya que llevamos más tiempo, Minho —le recordó—. Soy Newt –extendió su mano a la chica y ella la tomó. Iba a decir su nombre pero la interrumpió—. Ellie ¿verdad? —ella asintió en silencio— Lo recordaré puesto a que eres la única chica.
— ¿Ya intentas ligar, Newt? —dijo Minho.
—Cierra la boca, Garlopo —gruñó divertido—. Ven, Ellie, seguro estás cansada de escuchar a este Shank.
—En realidad estoy cansada de oír esas palabras raras que desconozco —aclaró —. ¿Qué diablos significa todo eso?
Minho carcajeó divertidamente y le echó una mirada a ambos. Finalmente se alejó dejando escapar un: —que te diviertas— para su amigo. Newt le hizo una seña para que la siguiera y la guió hacia una edificación, al parecer la más grande y alta de todas. Era de madera al igual que muchas otras pero esta consistía en varios pisos. Ahí parecían dormir.
—Aunque muchos duermen afuera, allí adentro quizá se te haga más cómodo —explicó—. Minho por ejemplo duerme en una de las habitaciones. Como veras, no tolera mucho a los demás —sonrió.
—Sí, me di cuenta...
—Dentro también está la enfermería y un baño adicional —indicó—. Bien, solo dime dónde quieres dormir y te armaré una bolsa de dormir.
—Me parece que dentro está bien. No me agrada mucho la idea de dormir rodeada de tantos hombres.
—Mmmm... bien... es cierto. Pero, escucha, aquí nadie puede hacerte daño ¿de acuerdo? —advirtió— Ya verás que pronto te acostumbrarás.
—Como digas...
—Bueno, puedes hacer lo que quieras a partir de ahora. Por allá —señaló hacia un grupo de chicos reuniendo madera— harán una fogata y una pequeña celebración por tu llegada. Acércate cuando estés lista. Yo iré en un momento pero primero te prepararé la bolsa —sonrió—. Bienvenida al Área.
