Para empezar decir que Haikyuu no me pertenece, y que la portada está hecha con fotografías y dibujos que me son ajenos pero que la edición sí es obra mía.

Este fic además tiene un coautor, Tentáculo terapeuta, y se puede encontrar el mismo fanfic también en su cuenta de wattpad.

También deseo desentenderme de cualquier idea moral que cualquiera crea que representa esta historia y/o sus personajes en sus acciones.


Capítulo 1


No es que yo me considere un capullo, ni mucho menos, pero si pienso en el yo de hace un año creo que era un poco capullo.

La gente cree que los cambios pasan de un día para otro, aprecian las diferencias cuando son tan grandes que suponen un abismo de cambio. Pero antes de que un tsunami llegue a la costa y reviente a cualquiera que esté cerca, antes hay un terremoto y antes un movimiento de placas tectónicas y... Es como cuando empiezan a caer las fichas de dominó, una tras otra.

La desgracia no llega la mañana a la que me remonto para explicar esto, digamos que esa mañana la mitad de las piezas de domino ya se habían caído. Y no, yo no me había dado cuenta de nada. No veía la sutileza con la que mi madre colocaba el desayuno en la mesa, fijándose en la posición exacta de los palillos, el bol de sopa con arroz y las sardinas perfectamente escurridas de aceite. Tampoco que ella se sentaba siempre en el lado de la cocina en el que no llegaba el sol para que lo disfrutáramos los demás.

Para mí todo eran tonterías magnánimas, menos importantes que las mariposas monarcas americanas que tan sólo vive meses y la mayor parte de ese tiempo solo viajan con el fin de poder reproducirse una única vez. Vaya mariconada, la verdad. Pero es en parte porque no veo los detalles escondidos. Podríamos decir que tengo una visión general y me quedo con eso.

En 365 días ¿puede cambiar una persona? Cualquiera diría que solo hacen falta 2 segundos y un impacto. Pero no, porque detrás de ese impacto se esconde la cadena de hechos que llevan a dicho impacto. Como todo el romance que tuvieron que vivir mis padres para que mi madre acabara pariéndome.

Cuando recibí la carta de la universidad de Tokio pensé que sabía los resultados. Nada de agonía afónica, nada de angustias, yo me sentía un ganador. Supongo que por eso me llevé una hostia tan grande.

El profesor nos las entregó en el orden que se los habían dado a él. Nadie podía saberlo, pero si mi deducción era correcta, las cartas de admisión de la universidad de Tokio venía en orden de mejor a peor posición en el examen de ingreso. No esperaba ser el primero dada la clasificación, pero tampoco el último. Mi lógica estaba en encontrarme entre los diez primeros y admitidos de todos los que habíamos realizado las pruebas.

Recuerdo la superioridad cuando anunciaron el momento de entregar las cartas. Solía fingir que a duras penas estudiaba la mayor parte del tiempo, y que lo único que me interesaba era el vóley, pero sí estudiaba. Estudiaba todas las noches y esperaba resultados a pesar de decirles a todos lo contrario. Para mí los estudios eran el nueve de mi escala de valores, lo que marcaría la diferencia de quien sería en un futuro y cuán alta sería la cifra de los cheques que ingresara en el banco. El dinero era una de las cosas más importantes para mí. Aunque debía admitir que me había confiado un poquito en los últimos exámenes trimestrales.

También podría recitar el orden exacto en el que el profesor Matsukawa fue llamando a algunos de mis compañeros antes de a mí, pero ellos no tienen nada que ver conmigo. Recogí mi carta y me senté en la mesa en la que había estado durante la mayor parte del curso. Al final y a la lado de la ventana, destacando mi "profundo desinterés" por los estudios.

Una parte de mí estaba seguro de que me admitían, y no quería abrir la carta en clase, pero al ver como mi compañera de pupitre leía la suya, quise ver la mía para no dejar de sentirme vencedor a su lado. La chica en cuestión salió corriendo con el timbre para que no la viéramos llorar, aunque lo hizo bastante mal porque todos pudimos ver su cara roja y la mueca amarga que tenía desde el primer momento.

Abrí el sobre rápido, tanto que rasgué una pequeña parte al hacerlo. No es que me hubiera inquietado el drama ocurrido ante mis ojos, pero mis dedos iban rápido a pesar de que me mantuviera en calma. Saqué el pliego, lo abrí y leí las pocas líneas del decano de la universidad, que en realidad era un "copia y pega" de su secretaria. Lo leí y lo releí varias veces, incrédulo.

Lo siguiente que recuerdo con la misma claridad es a Koganegawa delante de mí, robándome el papel y leyendo en voz alta. No tenía ni idea de cómo había llegado tan rápido de su clase a la mía, pero ahí estaba dejando en evidencia aquella desgracia de resultado.

—Le informamos de que su nota ha sido inferior a la necesaria, por tanto no ha sido admitido en nuestra institución — Se saltó toda la parte de los cordiales saludos del decano y dejó el papel sobre mi mesa —. Vamos a por pan dulce o comprarán el de chocolate que me gusta.

— No digas tonterías Koganegawa — dije con mi mejor sonrisa, guardé la carta en mi bolsillo sin meterla de nuevo en el sobre y me levanté para acompañarle a la tienda del colegio —. Que tú necesitaras seis años estudiando para aprobar el examen del acceso no te da derecho a fingir que lees como me rechazan.

— Ya, lo siento— dijo con una sonrisa que denotaba cierta preocupación. No sé por qué con lo desagradable que acababa de ser se limitó a asentir, y no lo pensé mucho en el momento —. Supongo que no necesitaré hacer ningún examen porque me ficharán para la selección japonesa.

— Sí, a lo mejor en tus sueños.

Cambié el tema por completo mientras caminábamos por el pasillo hasta la zona en que se ponían los panaderos. Yo siempre traía mi Bentô de casa, pero por algún motivo se había hecho costumbre ir con Koganegawa siempre hasta allí, ver como no era capaz de elegir uno solo de aquellos bollos, acababa comprando varios y me daba la mitad.

Aone a veces se nos unía, pero como no estaba en la misma clase a veces se perdía con Mai y se Iban ellos dos solos. Después de aquello nos quedábamos en el gimnasio para entrenar, pero en aquel momento yo ya no formaba parte del equipo, así que solo les gritaba como ex capitán preocupado por la imagen que dábamos como instituto.

No se lo conté a mis padres, ni tan siquiera a Aone, y no hice más exámenes para ninguna otra universidad. Mis profesores estaban claramente preocupados, pero lo único que pude decirles fue que no iba a rendirme por haber suspendido en mi primer intento. A pesar de que me sentía algo avergonzado de haberme confiado.

No tenía un plan fijo, pero podía estudiar en Tokio mientras mi familia creía que estaba en la universidad y hacer los exámenes de ingreso de la siguiente primavera. Nadie tenía por qué saber que no había entrado, les diría a todos que me tomaba un año sabático para saber qué quería estudiar. Mi único testigo cercano era Koganegawa.

Cuando llegó la hora preparé mi maleta con todo lo necesario, como si fuera a convertirme en un universitario más. Ropa para casi cualquier tipo de situación, un fajo de billetes como regalo de mis padres por ser tan buen estudiante, mi portátil, mi psp, unos cuantos comics que en realidad no he leído nunca, material escolar para rellenar mi interpretación con detalles y un largo etc que no recuerdo porque prácticamente nunca volví a abrir aquella maleta después de llegar a Tokio.

Cuando llegué, me dirigí directamente a casa de Aone. Él y Mai llevaban un año y poco más saliendo juntos. Él se había declarado durante la primera nevada de finales del segundo curso en la preparatoria, y tal como dice la leyenda, llevaban camino de casarse algún día. Era un poco asqueroso ver tanto amor, también era un poco adorable, no voy a mentir. Estaban los dos viviendo juntos en aquel piso ridículo y me dejaban quedarme porque, gracias al cielo, ambos eran buenas personas. No como yo, pero eso es totalmente irrelevante.

El piso era pequeño, pequeño para dos enamorados, más pequeño para dos enamorados y un infiltrado sin hogar que necesitaba un techo y una ducha de vez en cuando. De vez en cuando significa una vez al día, por cierto. Aunque el caso era que la maleta era potencialmente grande para quedarse allí dentro.

Como a Mai le molestaba que la maleta estuviera en medio todo el tiempo, me compré una mochila más grande y me decidí a llevar la mayoría de cosas a una taquilla de alquiler. Era un acto de buena voluntad, pero me sentía ligeramente fastidiado al respecto, así que me pasé la mayor parte del día haciendo horas para que hacerme notar. Quería que Mai apreciara mi gesto y así dejase de sentirse incomoda por mi presencia.

Era ya media tarde cuando me decidí a ir a llevar mis cosas. Mai no tardaría en llegar a casa y Aone, que se había pasado el rato preguntándome si necesitaba ayuda para llevar las cosas, había decidido ir a buscarla a la estación. Dejé en casa la mayor parte de mi dinero, mi portátil un par de mudas, una libreta y un boli. No creía necesitar mucho más en el día a día, aunque contaba con ir a por los libros de texto que había traído de casa más adelante.

Me daba cuenta de cuan estúpida había sido mi decisión de llevarme tantas cosas de inicio, mientras veía como atardecía y me dirigía a la empresa que ofrecía el servicio de taquillas. Con una maleta la mitad de grande hubiera podido vivir tranquilamente, pero no. Era un poco cabezón, porque ni siquiera tenía planes de tener tiempo para jugar a la PSP, pero la había cogido y además sin juegos.

Entre aquellos pensamientos, un chico de pelo castaño de más o menos mi edad me paró para pedirme un favor. No es que yo estuviera para hacer favores a nadie con aquella maleta de ruedas, cansado y abrumado por tener que buscar una academia para preparar mi examen de ingreso a la universidad.

— Perdona, ¿podrías indicarme dónde está la estación de Shibuya? — me preguntó el idiota. Estábamos realmente lejos de Shibuya, ¿es que acaso estaba alelado o se había metido algo? Me irritó, en especial porque yo llevaba poco en Tokio pero podía saber eso. Lo peor de todo es que era un chico guapo, con el pelo castaño claro natural y ojos redondos y grandes, así que no podía mandarle a paseo sin más. Si señor Futakuchi Kenji tiene cierta debilidad por los ojos bonitos. Soy un anormal—. Soy de Miyagi y a duras penas llevo un par de días aquí.

Solté mi maleta para señalarle en un mapa que llevaba el chico. Que fuera de Miyagi me dio buena impresión, pero fue un error. En especial soltar la maleta.

— Estás súper lejos — dije señalando la zona del mapa en que nos encontrábamos. Seguidamente me dispuse a señalar la estación de Shibuya cuando noté que un tipo con mala pinta pasaba cerca de nosotros. Mi instinto me decía algo, pero ugh, simplemente estaba encandilado por aquel tipo sexy.

Me giré tan rápido como pude al notar que mi maleta desaparecía tras de mí. Aquel subnormal se la estaba llevando. Me volví hacia el primer chico para pedirle disculpas, y es que pretendía salir corriendo a por mi maleta, y vi como sonreía. Antes de que pudiera hablar me empujó tratando de tirarme al suelo. No era tan fácil de dejar KO, pero estaba seguro de que le habría salido bien con alguien algo más bajo que yo.

— ¿Llevas dinero? ¿Móvil?— dijo dándome a entender que tenía que dárselo.

— ¡Y qué más, gilipollas! — contesté devolviéndole el empujón. Quería partirle la cara y hacerle perder todos los dientes para que fuera imposible que impresionara a nadie más con su aspecto. Romperle la nariz, desfigurarle los pómulos, matarlo.

Se rió en mi cara y me pegó un puñetazo antes de salir corriendo en la misma dirección que lo había hecho el otro tipo. Su cabeza de cebolla y su cara se quedaron grabadas en mi mente en aquel instante, si lo encontraba tenía que vengarme de que él y su amigo me robaran. Y por encima de todo tenía que devolverle el puñetazo que acababa de asestarme.

Me sangraba la nariz y me sentía claramente desgraciado, más que un niño al que se le han agotado las pilas del coche teledirigido. Y ciertamente ese fue el inicio de mi vida como un mochilero. Aunque yo seguía sin ver todas las situaciones confusas y molestas que me estaba causando a mí mismo, me dije que era el inicio de mi vida adulta.

"Como si fueras un mochilero, Kenji" pensé mientras volvía a casa. La parte buena era que ya no tenía que pagar el alquiler de una taquilla para guardar mis cosas, la mala era que no sabía cómo iba a conseguir los libros que necesitaba para estudiar o qué haría sin ropa para una posible entrevista de trabajo.