Los personajes así como todo lo relacionado a Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling


Capítulo 1

— ¡Maldición!

¡Lo que le faltaba! Ahora tenía que juntar de nuevo todas esas pacas de alfalfa y tardarse otras dos horas trasladándolas de nuevo. ¡Genial! En definitiva ese no era su día de suerte. Se limpió el sudor de la frente y tensó los hombros mientras hacía fuerza y cargaba una de las pacas y comenzaba a trasladarla al cuarto establo.

— ¡Será un inútil!... No comprende... ¡Idiota! —refunfuñaba entre dientes mientras trasladaba los pesados bultos desde el primer establo hasta el número cuatro.

El sol picaba con fuerza y daba de lleno a donde él estaba trabajando. El sudor corría por su frente y el calor lo estaba matando. Resopló con frustración y dejó caer el quinto bulto junto a los demás. Se quitó el sombrero y lo dejó colgando de un pequeño clavo que sobresalía de una de las paredes del establo. Su cabello pelirrojo se aplastaba contra su cráneo. Debía admitir que su hermana tenía razón: su cabello estaba demasiado largo.

Con un brusco movimiento de su mano se apartó el flequillo que sobrepasaba unos milímetros sus cejas. Entrecerró los ojos mientras observaba el establo; también tenía que limpiarlo. Y se suponía que era su día libre. ¡Vaya día libre!

—Debería despedirlo... —gruñó mientras se desabotonaba la típica camisa a cuadros que usaba y se quedaba solo con la camiseta blanca que contrastaba con su pálida piel, aunque ya un poco tostada por el fulgurante astro solar.

Decidiendo que más tarde arreglaría cuentas con Colín, su fiel y un poco torpe empleado, y que era mejor que terminara eso de una vez antes de que se le hiciera tarde y, por quinta ocasión en dos semanas, llegara con retraso a casa de su hermana. Ginny no lo perdonaría ésta vez. Y eso lo sabía porque ella misma se lo había advertido cuando había llamado por teléfono aquella mañana:

— ¡Y como llegues tarde, Ronald Weasley, veremos si puedes trabajar en una semana!

Había dictaminado antes de colgar estruendosamente y dejar a Ron con la palabra en la boca como sólo ella podía hacerlo.

Tal vez era por eso que quería tanto a su hermana menor, o porque era su única hermana mujer, ó porque simplemente era su hermana y ya.

Para cuando dejó de cavilar el sol ya había bajado un poco y sólo restaban dos pacas más que mover. Exhaló aliviado cuando sus brazos descansaron por fin; sentía los músculos un poco engarrotados, pero nada fuera de lo común: estaba acostumbrado al trabajo pesado.

— ¡Uf! —resopló mientras se dejaba caer sobre los bultos y respiraba aceleradamente. Tomó la camisa que se había quitado y se limpió el sudor de la frente con ella —Todo por hoy.

De un salto estuvo en pie y salió del establo. El sol ya había bajado un poco pero aún el ambiente se sentía caluroso. Ron Weasley caminó bajó los pequeños techos de los diferentes establos y de vez en cuando echaba un vistazo en ellos, asegurando que todo estuviera en orden. Recogió una pala y un rastrillo que estaban sobre el camino y las recargó sobre la pared de madera.

—Colín... —murmuró por lo bajo. Unos metros más allá se topó con un balón de fútbol. De una fuerte patada lo apartó al mismo tiempo que decía —: James.

James era su sobrino de siete años, hijo de Ginny y de Harry Potter (su mejor amigo desde los once años). James era todo un torbellino, siempre corriendo de un lado para otro. Su cabello alborotado y sus ojos color café, junto a sus rasgos infantiles, le conferían un aire de inocencia de la cual carecía.

Ron reía con ganas cuando las personas que no conocían a James lo veían a simple vista adulaban lo bueno que parecía y que, sin duda alguna, lo bien portado que sería.

—Sí, claro —respondía con ironía antes de alejarse con James y seguir su camino.

Dejó atrás los establos y comenzó a recorrer el sendero de tierra que lo llevaba a la enorme casa de estilo rústico que pronto comenzaría a ser invadida por los visitantes que cada verano llegaban a Ottery St. Catchpole, aunque aún tenía dos semanas por delante para terminar de preparar todo y darles una merecida bienvenida a sus clientes.

"La Madriguera" era el nombre que sus padres habían designado a la casa cuando, unos treinta años atrás, había sido adquirida a través de un juego de ajedrez entre su padre, Arthur Weasley, y un hombre que había vivido hacia más de sesenta años en aquel lugar y del que Ron ignoraba el nombre.

Subió los tres escalones que conducían al pequeño porche y luego abrió la puerta mosquetera. El aire fresco de la casa se sintió como gloria después del intenso calor que se sentía afuera. Sus botas resonaron contra el suelo de madera obscura mientras avanzaba por el rellano, atravesaba la enorme estancia con sillones, sofás y pufs suaves y limpios de variados colores, pasaba frente a la enorme chimenea que se mantenía encendida en el invierno y se enfilaba hasta un pequeño pasadizo que conducía a la gran cocina y a las habitaciones de los empleados. La primera puerta de la izquierda era la de la cocina.

Ésta era casi del tamaño de la estancia, con un fogón antiguo y dos estufas eléctricas. Encima de las dos estufas semi-idénticas había un largo palo de madera con clavos de los cuales colgaban un numeroso tipo de sartenes y algunas que otras cucharas, tenedores, pinzas y otros trastos de los cuales Ron ignoraba su uso.

Los aparatos estaban ensartados entre dos grandes encimeras de piedra gris cubiertas con baldosas de un color melón con diseños un poco extraños pero que eran bonitos. Había unas grandes alacenas después de la encimera, donde se guardaban todos los suministros, como era obvio. De ése lado de la pared estaban dos enormes frigoríficos de donde Ron tomó una botella de agua, la abrió con rapidez y de un trago se tomó la mitad del contenido.

Con la botella en mano se sentó en una de las mullidas sillas que acompañaban la alargada y cuadrada mesa de madera. Cruzó las piernas a la altura de los tobillos y se reclinó hacia atrás con las patas delanteras de la silla a unos centímetros del suelo. Aventó el sombrero encima de la mesa, el cual derrapó un poco.

—Ahhh... —suspiró mientras cerraba los ojos.

Amaba la tranquilidad de aquella casa. Era su gran refugio de todos los días después de un largo y cansado día de trabajo. Terminó de beber el agua de la botella y, con un muy acertado tiro, la aventó dentro del cesto de basura.

Se puso en pie tarareando una canción que había escuchado por la mañana, una de la cual no recordaba el nombre, y salió de la cocina. De nueva cuenta pasó la estancia y regresó al rellano, pero ésta vez se dirigió a las enormes escaleras en forma de espiral que llevaban a los dos pisos superiores.

Su habitación se encontraba en el último piso, donde solo había siete habitaciones. La suya estaba al final, donde el ruido casi no llegaba, y era la más grande que había en la casa. A él realmente le gustaba su habitación: era espaciosa, relajante, y sólo él podría entrar a ella.

Nadie, absolutamente nadie, tenía permitido entrar en aquella habitación, y quien se atreviera sufriría las consecuencias. Con Ron Weasley nadie se metía y él no se metía con nadie. Porque sí había dos cosas que Ron Weasley evitaba esas eran los problemas y las mujeres.

Abrió la puerta y la cerró tras de sí con el pie, mientras comenzaba a sacarse la camiseta. La aventó al suelo y se sentó en la cama para poder quitarse las botas. Se sacó el cinturón y tan sólo quedo con sus pantalones puestos. Se acercó a la cómoda de dónde sacó una camisa, un par de pantalones vaqueros y ropa interior y las aventó en la cama.

El chorro de agua cayó sobre él empapándolo por completo. Cerró los ojos disfrutando las gotas frías que calmaban el calor que sentía. Se duchó con rapidez y cuando hubo salido ató una toalla en su cintura y con otra se secó el húmedo cabello.

Quince minutos después estaba colocándose su cazadora desgastada y tomaba las llaves de su vieja Ranger color verde.

Salió de la casa, no sin antes asegurarla por completo (aunque no hacía falta: ése pueblo era el más tranquilo de todos; no había peligro de robo o de algún otro tipo), y se subió a su camioneta dispuesto a ir a casa de los Potter. No era un camino largo, si bien La Madriguera quedaba a las afueras del pueblo, éste estaba a tan solo unos quince minutos en coche, media hora a pie.

El pueblo no era tan grande por lo tanto todos los habitantes se conocían entre sí, lo cual era una ventaja y desventaja al mismo tiempo. Para él no, por supuesto; a él no le interesaba quien se había puesto ebrio hasta la médula, ó quien se había peleado con quién en el bar; tampoco qué hija de quién había salido embarazada, ó que mujer era la más descarada; todas esas cosas no le importaban en lo más mínimo. No señor, a Ronald Weasley los chismes le venía como el jabón: le resbalaban.

Pasó el pueblo rápidamente, avanzando entre las calles; la verdad es que no había nada de tráfico. La mayoría estaba a esas horas cenando en sus casa y algunos tomando algo en uno de los pubs que había. Varios niños correteaban por la plaza jugando en la fuente central. Ron sonrió pensando en sus sobrinos. No los había visto en mucho tiempo.

Finalmente estacionó la camioneta frente a la casa de los Potter. Aquella casa le agradaba. Ni grande, ni pequeña; tenía un tamaño justo: de dos pisos, hecha de ladrillo y con detalles en la fachada. Una norme ventana, cubierta con cortinas color vino, a un metro de la puerta principal, la cuál era de madera oscura.

Salió de la camioneta y se dirigió a la verja que protegía la propiedad. Estaba abierta, así que sólo la empujó con suavidad y la cerró detrás de él. Había dado a penas dos pasos cuando la puerta se abrió y James Sirius se asomó por ella.

— ¡Es el tío Ron, mamá! —gritó sobre su hombro, antes de volver a mirar a su tío y sonreír —Hoy si has llegado a tiempo, tío.

—Era eso o que tu madre me matara —rió Ron mientras se acercaba a la puerta —. Y no creo que eso fuera algo agradable.

—No, no lo sería —concordó el pequeño mostrando una sonrisa dentada. Le faltaban dos incisivos centrales, los inferiores.

— ¿Tu padre ya llegó? —preguntó Weasley mientras cerraba la puerta detrás de él, siguiendo al pequeño a la sala, que se encontraba inmediatamente al pasar la puerta principal.

—Está arriba cambiándose de ropa y mamá está en la cocina —informó el pequeño, dejándose caer en el piso, en el cual había regadas varias canicas y cartas.

—Bien. Iré con ella —dijo Ron a su sobrino, el niño asintió y comenzó a guardar las canicas en un bote. Ron sonrió y se dirigió a la cocina.

Ésta estaba bien amueblada pero no era tan grande como la cocina de La Madriguera; era, con diferencia, más pequeña y también se sentía más familiar, más llena. Sobre la mesa de madera, que era rectangular, había cuatro platos, cuatro vasos y cubiertos necesarios. Frente a la estufa estaba una mujer joven, pelirroja, apagando la lumbre.

— ¡Whoa! Huele delicioso —dijo Ron, sonriendo abiertamente.

La pelirroja se giró y mostró una sonrisa de satisfacción.

–Espero que te guste. Ensalada y empanadas de pollo con jamón y puré de papás —contó Ginny mientras se sacaba el delantal de cocina.

—Entonces estará bueno —aseguró Ron mientras se acercaba a su hermana y permitía que ésta le besara la mejilla.

—En serio, Ronald, debes de cortarte ese cabello —regañó Ginny estirando un mechón de cabello que cubría la frente del pelirrojo.

Ron frunció el ceño y resopló, frustrado y contrariado. Porque sabía que tenía razón y lo tenía demasiado largo, además con ese calor del demonio era mejor traer el cabello corto.

—Ya. Mañana iré a uno de esos lugares a que me lo corten —prometió logrando que Ginny hiciera un gesto de satisfacción.

— ¡Ya era hora! —Celebró mientras comenzaba a acomodar los platos, vasos y cubiertos en un orden —A ver si así consigues que alguien se fije en ti.

— ¿Y para que quiero que alguien se fije en mí? —Protestó Ron, mientras tomaba una manzana del frutero que había sobre la barra, cerca de la estufa, y le daba una gran mordida —Solo estoy y estaré mejor.

—Eso dices ahora —murmuró su hermana, negando fervientemente con la cabeza —. Pero en fin, algún día ya verás.

—Sí, claro —murmuró Ron en un tono cargado de sarcasmo —. Y ese día me pasearé por la plaza del pueblo en calzoncillos, botas y sombrero.

— ¡Pagaría por ver eso! —Exclamó una diferente voz, riendo a carcajadas —Sería digno de verte así, ¿verdad amor?

—Bueno, no tanto por ver a mi hermano en calzones pero si por lo gracioso que sería —repuso Ginny sonriendo ante la idea.

—Ya quisieras, Potter —dijo Ron aventando el corazón de la manzana a la papelera que había a un lado de la estufa —. Sólo no me vengas con que te has enamorado de mí y quieres abandonar a mi hermana para fugarte conmigo.

—Quien diría que tuvieras ese humor, Weasley —silbó Harry partiéndose de la risa por las palabras de su mejor amigo.

—Ya lo decía yo, que vivir un tiempo con George y Fred le haría mal a este zángano –Ginny chasqueó la lengua al terminar de acomodar los utensilios sobre la mesa.

— ¿Cómo va todo? —preguntó Harry Potter mientras se acercaba y le daba un abrazo a su mejor amigo.

—Por el momento bien —respondió Ron mientras los dos se sentaban a la mesa —. Pero deja que comience el verano y andaré de arriba abajo. No creo que tenga descansos.

— ¿No conseguiste quien dé el curso de equitación? —preguntó Harry sirviéndose agua en el vaso.

—No. Aunque mantengo la esperanza de que alguien se presente antes de que comience la temporada –contestó Ron jugueteando con la cuchara —. No me anima mucho tener que dar yo el curso.

—Lástima que Ryan tuviera que irse —se lamentó Ginny antes de salir de la cocina.

La oyeron llamar a James, indicándole que se lavara las manos y luego fuera a cenar. Luego volvió y comenzó a dejar las bandejas de comida en la mesa para que cada quien se sirviera.

—Sí. Era bueno, después de todo —Ron se encogió de hombros y comenzó a servirse una buena guarnición de puré de papás y ensalada.

James entró en ese momento, secándose las manos en los pantalones vaqueros. Ginny lo miró con cara de reproche, Harry resignado y Ron divertido.

—Así que dos semanas y eres libre del colegio —le dijo Ron al pequeño cuando éste se hubo sentado a su lado.

—Sí. ¡Pero mamá ya me ha inscrito en la temporada de críquet del verano! —contó el niño, emocionado.

— ¡Vaya! Eso es bueno. Por fin tendremos a quien animar —comentó Ron sorprendido.

—Sólo esperemos que no lo saquen —rezó Ginny pero sonrió.

— ¡Mamá! —reprochó el pequeño, moviendo su cabecita en un gesto negativo —No me sacaran. No haré nada malo ésta vez ¡lo prometo!

—Veremos cuanto te dura la promesa —susurró Ron haciendo enojar al pequeño.

— ¡Lo digo en serio, tío Ronald! —Insistió el niño antes de probar bocado —Además no quiero conocer a la nueva enfermera. ¿Y si es fea y gruñona como la última?

— ¿Hay una enfermera ya en el colegio? —inquirió Ron, extrañado, mirando a su hermana y cuñado.

—Llegó hoy por la tarde —le informó Harry, haciendo una pausa para beber agua —. Es la nueva noticia del pueblo.

—Bien sabes que no me gustan los chismes —le recordó Ron, escondiendo su irritación.

—Bueno. El caso es que sí, hay una nueva enfermera. Y déjame decirte James —añadió Ginny, mirando a su hijo —que no es gruñona y tampoco fea. En realidad es muy amable.

— ¿Ya la has conocido? —preguntaron Harry, Ron y James al mismo tiempo.

—Sí. Pasó por la oficina buscando el periódico y a pedir informes —explicó la pelirroja ante la mirada de todos ellos —. Pero eso no quiere decir que puedes hacer travesuras y herirte de nuevo solo para ir a la enfermería —advirtió Ginny mirando fijamente a su primogénito.

— ¡Pero si yo sería incapaz de hacer eso! —se indignó James, cosa que provocó que su padre y tío rieran.

—Claro —ironizó Ginny —. Nada más no me salgas con que andarás semi-desnudo por el pueblo como tu tío.

— ¡No! Ni loco haría eso —aseguró James aterrorizado.

—Lo que no entiendo —terció Ron, hablando con la boca un poco llena. Tragó antes de continuar, por la mirada que le echó su hermana —, es por qué vino hasta ahora. Se quedaron sin enfermera hace meses, y ahora, justo dos semanas antes de que termine el curso, ¡viene! Eso es estúpido.

— ¡Ron! No digas esas palabras frente a James —le regañó Ginny, fulminándolo con la mirada.

—Ya, ya. Lo siento —se disculpó Ron, un poco acobardado por esa mirada.

—Es que no sólo será enfermera del colegio —dijo Harry, mirando a su cuñado —. Se hará cargo del centro de salud.

— ¿En serio? —volvió a extrañarse el pelirrojo.

—Sí. Por fin nos han enviado a un doctor, bueno, en este caso doctora —se corrigió Ginny, aliviada –. Ya no tendremos que ir al otro pueblo o a la ciudad.

— ¿Y cómo se llama la dichosa doctora? —inquirió Ron, con indiferencia mientras se concentraba en atacar su plato.

—Hermione Granger —respondió Ginny.

Luego, se enzarzaron en una conversación sobre sí ese verano verían a algún miembro más de la familia. Sobre cómo iba la prensa local, aunque sin mucha participación por parte de Ron en ese tema. Después del postre James los había entretenido con la historia de cómo habían matado, él y sus amigos, a unas enormes lagartijas que atemorizaban a unas niñas de su clase.

Y, al final, tras otra larga plática con su hermana y con su cuñado, Ron volvió a su casa sintiéndose agotado y con unas tremendas ganas de dormir hasta el medio día.


El primer capítulo de esta nueva historia de Ron y Hermione.

Este Ron me agrada demasiado; si les ha gustado la historia, las invito al próximo capítulo.

Espero hayan disfrutado esta breve lectura.

¡Saludos!

Lunita.