¡Hola! Este es mi primer fic y se lo dedico a mis personajes favoritos de Canción de hielo y fuego, Jaime y Brienne. A mi me encantan y espero que acaben juntos en un futuro no muy lejano.
Por supuesto todo (personajes, lugares...) pertenece al grandísimo George RR Martin, yo solo lo tomo prestado para dejar volar mi imaginación hacia donde yo quiero que vaya la historia.
Nota: La acción se sitúa tiempo después que los libros, pero hay flashbacks (en cursiva).
Gracias con antelación por leer y espero que os guste. Por favor, todas las reviews serán bienvenidas así que si me dais vuestra opinión estaré más que agradecida.
Si a Jaime le hubieran preguntado quién estaba al otro lado de la puerta cuando llamaron aquella tarde, ella sería la última persona en la que habría pensado. De hecho, desde hacía un tiempo, estaba seguro de que jamás volvería a verla y era muy feliz con la idea. Hacía ya un tiempo que le habían llegado rumores de que la Joven Reina Dragón estaba a punto de llegar a Desembarco del Rey, así que era cuestión de tiempo que la bonita cabeza de su melliza adornara la muralla de la ciudad clavada en una pica. Sin embargo, allí estaba, en la puerta de su casa en Braavos. En su hogar.
Una mirada bastó para ver que no había cambiado mucho. Estaba más vieja, de eso no había la menor duda, las primeras arrugas amenazaban con hacerse un lugar en su perfecto rostro y era obvio que había sufrido mucho recientemente, quizá demasiado para evitar que los efectos salieran a la luz. Pero cuando se mostró ante su hermano procuró tener su aspecto de siempre, aquel que Jaime había llegado a adorar con cada fibra de su cuerpo. Llevaba un vestido del color del vino, su bebida favorita y de la que abusaba a menudo, de cintura estrecha y amplio escote y el cabello dorado le caía rizado por la espalda con suaves ondas, recogido de la cara por dos finas trenzas.
Se miraron fijamente, viéndose reflejados en esos ojos verdes idénticos a los suyos propios que durante mucho tiempo se bebieron el cuerpo del otro con ansia y amor. Ahora no quedaba nada. Dos extraños.
Desde la perspectiva de ella, él había sido una piedra en su camino, uno más entre sus piernas, un amante si, un buen amante, el padre de sus hijos, pero un hombre sin la ambición suficiente por el poder para haberse mantenido a su lado. Juntos podrían haber llegado lejos, muy lejos, pero él había preferido rendirse, era un cobarde. Y los cobardes no podían jugar al Juego de Tronos.
Para él, en cambio, ella había sido su otra mitad, la única mujer de su vida a la que había amado cada mañana, cada noche, cuando estaba a su lado en la cama o cuando estaba lejos en el campo de batalla y que ahora sin embargo, era una mujer a la que despreciaba inmensamente, que le había utilizado comoa tantos otros en sus trucos y engaños en la corte, para seguir subiendo en un juego sin final. Lo cierto era que en su día le había costado aceptarlo, pero la mujer que tenía enfrente no era su amante, ni siquiera era su hermana. No, ya no, no en su nueva vida.
- Cersei... ¿qué haces aquí? - dijo con toda la serenidad que le fue posible, a pesar de que un escalofrío lo recorría la columna vertebral, si ella estaba allí, no podía pasar nada bueno.
- Vaya... esperaba una bienvenida más cálida por parte de un hermano mellizo al que hace que no veo... ¿Cuánto? ¿Cuatro, cinco años? - le reprochó ella con una sonrisa. Esas sonrisas tan típicas de una Cersei Lannister que se dispone a conseguir lo que quiere, cueste lo que cueste.
- ¿Quién es, Jaime? - preguntó una suave voz desde dentro de la casa. Cuando Brienne se asomó desde lo que Cersei supuso que era la cocina, pues se olía el guiso desde la puerta, el tiempo se detuvo. Jaime no hubiera sido capaz de decir cuál de las dos se quedó más sorprendida al ver a la otra mujer, si su hermana al ver a su esposa, o su esposa al ver a su hermana.
- ¿Qué hace ella aquí? - preguntó Brienne, pero al contrario que Jaime, ella no pudo evitar en su voz un tono de sorpresa. Pero desde luego no una sorpresa de las buenas - Fuera de mi casa - le espetó enseguida. No pensaba escuchar ni una palabra de esa mujer. No en su hogar.
A Jaime y a ella les había costado mucho llegar hasta allí, construir la vida que tenían. Y si de algo estaba segura era que Cersei Lannister estaba allí para arrebatárselo todo y no se lo iba a permitir. Recordaba a la perfección el día donde habían empezado, donde comenzaron de cero y rompieron con todo lo que dejaban atrás.
Pero como todo momento de luz, viene precedido de un momento de oscuridad.
Cuando la soga apretó su cuello, Brienne de Tarth comprendió que era el fin. Mientras agonizaba tratando de respirar muchos pensamientos se agrupaban en su mente: Renly, Sansa Stark, su padre, Lady Catelyn, Pod, el pequeño Pod, que se agitaba con violencia a unos metros de ella, y aquel hombre al que odiaba y amaba, Jaime Lannister.
Se arrepentía más que nunca de haberlo dejado atrás. Cuando partió de Desembarco del Rey con Guardajuramentos colgando de su cinto, tenía una sola misión, la de encontrar viva a Sansa Stark y ponerla a salvo, o al menos eso era lo que le decía su honor. Pero por primera vez en su vida Brienne sintió que su honor y su corazón querían seguir caminos diferentes. Un fuerte dolor en el pecho la decía que debía quedarse, era como si su corazón quisiera permanecer en aquella apestosa ciudad con sus burdeles y posadas de poca monta, con su Fortaleza Roja, su corte y su Guardia Real... y con él. Pero se negó a admitirlo. Su corazón tenía que seguir con Renly, su rey al que le debía su vida y su honor y con Lady Catelyn, a la que había hecho una promesa. Aunque... ¿a quién quería engañar? Renly estaba muerto, al igual que Lady Catelyn y no podía hacer nada por ellos. Si quiera dudaba poder hacer nada por la pequeña Stark, la cual en caso de seguir con vida, lo estaría por poco tiempo, pues la mitad de los Siete Reinos la buscaba por regicidio. Pero si lo haría, lo haría por él, para recuperar su honor, el honor que desapareció el mismo día en que se convirtió en el Matareyes, porque le gustase o no, sentía algo por Jaime Lannister.
Ahora ya no le costaba admitirlo. Con la soga al cuello, nada parecía importante. No sentía el brazo roto, ni si quiera le dolía el pedazo de mejilla que le faltaba. Tampoco importaba ya que hubiese fracasado en su misión. Solo le dolía el corazón, porque no volvería a verle nunca. Pero el verdadero dolor era la certeza de que estuviese donde estuviese a Jaime Lannister ya le importaba poco la Doncella de Tarth. Nunca llegaría a saber si fue su cerebro, su corazón o la locura de estar muriéndose pero con las últimas fuerzas que le quedaban pronunció su nombre. Quizás fuera una llama de esperanza que se negaba a apagarse o quizás simplemente buscaba quitarse un peso de encima gritando su nombre.
- ¡Jaime!- volvió a gritar y lo último que escuchó fueron las risas y burlas de sus captores ante sus últimas palabras. Y entonces se dejó llevar por la oscuridad, cerró los ojos y se dispuso a morir. Poco a poco sintió como la vida la abandonaba y se adentraba en la oscuridad.
Pero sin previo aviso la soga cedió y Brienne calló de golpe al suelo tan bruscamente, que le hizo perder la consciencia por unos instantes.
- ¡Moza! ¡Espabila, moza!- gritó alguien dándole una bofetada.
Cuando Brienne se despertó, lo primero que vio fueron los ojos verde esmeralda de Jaime a unos centímetros de los suyos. "He muerto" pensó. Aunque ciertamente, estaba demasiado dolorida como para estar muerta.
- ¡Estas viva moza!- dijo Jaime con alegría - Levanta de una vez y échame una mano... que tenemos problemas. - dijo serenándose- Muchos problemas.
Poco a poco el aire llenó los pulmones de Brienne, el oxígeno volvió a recorrer todas sus articulaciones y se sintió viva de nuevo. No sabía que hacia él allí pero gracias a él estaba viva, y eso la devolvió las fuerzas que necesitaba para levantarse. Pero cuando se incorporó no le gustó nada lo que vio. Había lo menos veinte hombres rodeándolos, aunque como Jaime les había pillado por sorpresa apenas la mitad iban armados, mientras que los cuerpos sin vida de Pod y Hyle colgaban encima suyo ya inertes, moviéndose tan solo con el vaivén del viento. Brienne se sintió tan culpable que notó como se le rompía el alma al sentir que no había podido salvar a aquel muchacho inocente de una muerte horrible, Pod había muerto por su culpa. Pero ya se lamentaría luego, ahora tenía que centrarse, tomó con fuerza la espada que le ofrecía Jaime, y para su sorpresa se dio cuenta de que se trataba de Guardajuramentos.
-¿Qué...?
- La he tenido que recuperar cuando he venido a rescatarte- dijo encogiéndose de hombros como si se estuviera justificando - Pero desde luego esta es la última espada que te regalo ¿eh moza? Para que la pierdas...
- Yo no la h...- iba a defenderse ella, pero se dio cuenta en seguida de que aquel no era el momento.
Brienne miró a su alrededor y llegó a la conclusión de que no tenían muchas posibilidades, al fin de al cabo, eran un tullido y una mujer contra un número muy superior de adversarios en mejores condiciones que ellos. Necesitaban un milagro.
- No dejes que el rescate haya sido en vano, moza- dijo Jaime mirándole a los ojos y lanzándole la que probablemente fuese su última sonrisa. -Que esto de rescatar doncellas se está convirtiendo en costumbre... porque sigues siendo doncella espero- volvió a preguntarle, como cuando la salvó de aquel terrible oso en Harrenal hacia una eternidad, o al menos eso le parecía a ella.
- Si- dijo simplemente ella mientras notaba como se ruborizaban sus mejillas a pesar de la situación en la que se hallaban.
- Vamos a darles lo que se merecen. Hazlo por mí, por ti, por el muchacho o por quien te dé la gana. Pero por los siete, mátalos a todos.
- ¡A por ellos!- gritó uno de los hombres que los rodeaban - ¡Como se escapen el Matareyes y su puta, vais a pagarlo caro!
A Brienne de Tarth le habían llamado muchas cosas a lo largo de su vida: mounstro, abominación... pero nunca la habían llamado puta. De hecho, hasta le hizo gracia, puta era probablemente la palabra menos adecuada para describirla.
- ¿Has oído lo que te han llamado, moza? ¡Que se traguen sus palabras! - dijo Jaime como si le hubiera leído el pensamiento mientras esquivaba un golpe dando un salto hacia atrás. A pesar de estar usando la mano izquierda, Brienne se dio cuenta de que Jaime lo hacía increíblemente bien con la espada, sin duda había estado practicando duro en Desembarco del Rey y sintió una punzada de orgullo interior al pensar en ello. Durante su camino a Desembarco del Rey, Jaime se había derrumbado muchas veces, sobre todo cuando perdió su mano derecha, pero con su ayuda se había levantado y ahora estaba allí, con su brillante armadura luchando codo con codo junto a ella. Ella por su parte estaba dolorida y cansada, pero por alguna razón sabía que tenían que salir de allí. Si la soga no la había matado, tampoco lo haría la espada. Atravesó a dos hombres con Guardajuramentos mientras se defendía del hacha de un tercer atacante.
- ¡Detrás de ti!- le gritó a Jaime cuando vio que un hombre armado corría hacia él. Jaime parecía no oír nada mientras se batía con fiereza con otro hombre dos palmos más grande que él así que Brienne se intentó quitar de encima al hombre del hacha para acudir en su ayuda. Lo tiró al suelo de un golpe, fue corriendo hacia donde estaba Jaime y de un tajo limpio le cortó la garganta al agresor antes de que éste levantase la espada contra Jaime.
- ¡Gracias moza! - gritó Jaime en cuanto se dio cuenta de lo que acababa de pasar- ¡Cuidado!
Pero fue demasiado tarde, para cuando Brienne quiso darse cuenta el hombre del hacha ya se había levantado y corría a toda velocidad hacia ella. Se dio la vuelta para defenderse y consiguió detener el golpe pero no lo suficiente como para evitar que el hacha se desviase hacia su pierna derecha. Soltó un grito de dolor cuando el frio acero se clavó en el muslo a dos dedos de profundidad pero fue capaz de rechazar el siguiente golpe, esta vez con más acierto y clavarle a Guardajuramentos en el corazón antes de que tuviera tiempo de realizar el siguiente movimiento.
Se paró a respirar. La cabeza le latía con fuerza debido al sobreesfuerzo y la pierna no paraba de sangrar. Sin embargo, los dioses estaban a su favor. Había lo menos seis hombres muertos en el suelo y otros tantos heridos. De los tres hombres que quedaban en pie, Jaime luchaba con dos, más bien, contra uno pues acababa de clavarle la espada en el estómago a uno de ellos, y el tercero se acercaba a Brienne con la espada en alto. Esquivó el primer golpe y el segundo pero notaban como las fuerzas le abandonaban a cada minuto que pasaba. Estaba perdiendo demasiada sangre.
- ¡Corre moza! - le gritó Jaime- Por los dioses, Brienne, ¡vete! ¡Estás herida! ¡Yo me ocupo!
No, desde luego que no. Ella no era ninguna doncella en apuros a la que un príncipe tuviera que rescatar. Se defendió de un tercer golpe pero la falta de fuerzas le jugó una mala pasada y al chocar las dos espadas, Guardajuramentos salió despedida a unos metros de ella. Pero Brienne no se rindió, así que con las pocas fuerzas que le quedaban cogió una piedra y cuando su atacante se disponía a darle el golpe final, levantó el brazo y le golpeó en la cabeza lo más fuerte que pudo. El movimiento tuvo el efecto deseado y cuando piedra y carne chocaron se oyó un ligero "clac" y el hombre cayó muerto a sus pies, con la cabeza reventada. Cuando se giró para ver la situación de Jaime, él corría hacia ella gritándole cosas que no llegaba a entender.
- ¡Corre! ¡Vienen más! - entendió por fin. Habían llegado más hombres, lo menos una docena y esta vez no podrían sobrevivir, ni un milagro les salvaría. Cuando pasó por su lado la agarró del brazo con fuerza y tiró de ella detrás de unos arbustos, donde la sentó para examinar su herida.
-Eso no tiene muy buena pinta ¿eh moza? Escucha, al final del camino, - dijo señalando un estrecho sendero- están los caballos. ¿Serás capaz de llegar?
- S-si- dijo incorporándose. Un poco más, solo tenía que aguantar un poco.
-¿Dónde coño se han metido?- gritó una voz ronca al otro lado de la maleza - ¡Encontrarlos o Lady Corazón de Piedra se encargará personalmente de vosotros!
- Ahora o nunca - musitó Brienne mientras apretaba los dientes por el dolor.
-¡Ahora! - gritó Jaime.
Brienne corrió como no lo había hecho nunca. Si no llega a ser porque Jaime la agarraba fuertemente de la mano, posiblemente habría tropezado más de una vez y habría sido el fin para ambos. El dolor de la pierna era insoportable, pero no podía parar, no cuando estaban tan cerca de la libertad. Doblaron un recodo en el camino y por fin los vieron. Eran dos buenos sementales, uno color canela y otro negro azabache, iban equipados, bien ensillados y con alforjas que Brienne supuso que estaban llenas de provisiones aunque no llegaba a entender para qué.
- ¿Puedes montar? -preguntó él.
- Sí. Y lo mejor será que lo hagamos rápido, no tardarán en saber por dónde hemos huido - respondió intentando subir al caballo, reprimiendo una mueca de cuando pasó la pierna herida por encima de la silla.
Una vez montados en los caballos decidieron alejarse lo más posible del Camino Real pues no les interesaba nada ser vistos. Cabalgaron durante horas, pasando por bosques de árboles tan altos que tapaban la luz del sol y por praderas de helechos, que por el contrario, les dejaba indefensos ante la claridad del día. Cuando cayó la noche decidieron acampar, era poco probable que todavía les siguieran y de todas maneras estaban agotados para continuar así que lo mejor sería descansar hasta el amanecer. Desmontaron en silencio, como habían estado durante todo el camino, solamente interrumpido cuando Jaime le preguntaba a Brienne si le dolía la pierna y ella asentía ligeramente con la cabeza pero encogiéndose de hombros decía que podían continuar sin problema. No podían arriesgarse a parar antes de tiempo, podrían alcanzarles. Prepararon una pequeña hoguera, pero suficientemente grande para calentarles aquella noche. Tal y como decía el lema de los Stark, el invierno se acercaba y las noches eran cada vez más frías y gélidas y las heladas nocturnas eran tan peligrosas y se llevaban a tantos hombres como cualquier batalla.
- ¿Puedo mirarte la herida? - preguntó Jaime, casi rogando. Tenía miedo que se complicase, por su experiencia, una herida así mal curada, podría llevar a la muerte.
Brienne asintió, aunque se arrepintió en seguida cuando se dio cuenta de que la herida estaba más arriba de lo que había pensado en un principio. Ya no había vuelta atrás, así que se subió las calzas que llevaba hasta por encima del muslo, pues no pensaba quitárselas, y se armó de fuerzas para mirar. No era tan malo, pensó. La herida tenía como diez centímetros de largo y dos de ancho, aún no se había cerrado, tenía un color blanquecino por el pus y aunque ya sangraba menos, tenía toda la pierna llena de sangre seca, desde el muslo hasta el tobillo.
- Voy a limpiarla un poco, a ver si podemos mejorar eso - ofreció Jaime con una sonrisa- y no acepto un no por respuesta Brienne - añadió por si acaso ella se negaba. Él conocía de sobra lo terca que podía llegar a ser Brienne.
Cuando Jaime la llamaba por su nombre siempre la pillaba por sorpresa. Acostumbrada a su típico "moza", que la llamara Brienne le hacía pensar que ella era importante, que significaba algo para él. Pero no quería ser tan tonta. Un hombre como Jaime jamás se fijaría en ella, una mujer fea y corpulenta que solo sabe pelear no es un buen partido cuando tienes a tus pies a todas las mujeres de Poniente.
Sin decir una palabra Jaime cogió un paño, lo humedeció en un riachuelo que pasaba por donde habían acampado y se lo paso con suavidad por la pierna limpiando todo rastro de sangre de su blanca piel. El frío del agua en comparación con la sangre caliente que manaba de la herida, hizo que se le pusiera la carne de gallina y se sintió avergonzada, pero Jaime no hizo ningún comentario al respecto y siguió limpiando la zona con cariño. Durante un rato no se dijeron nada, ninguno de ellos se atrevía a romper el silencio absoluto que reinaba entre ambos para llenarlo de preguntas, respuestas y confesiones que darían paso a sentimientos desconocidos. Jaime terminó de limpiar la herida, se levantó y sacó de las alforjas un trozo de venda limpia, que enrollo con torpeza alrededor de la herida, ayudándose con su mano dorada, pero con el mayor cuidado posible para no hacerla daño.
- Ahora tiene mejor aspecto, ¿a qué si? -preguntó satisfecho por su trabajo.
- Jaime... - dijo Brienne por toda respuesta. Tenía tantas cosas en la cabeza que no sabía por dónde empezar. La armadura en torno a sus sentimientos que tenía tanto miedo a abrir a alguien estaba quebrándose, pero ¿y si algo fallaba?... Acababa de acariciar a la muerte y solo había podido pensar en él, tenía que arriesgarse. Si volvía a dejarlo marchar se arrepentiría toda su vida, de eso estaba segura. - ¿Por qué? - preguntó simplemente.
- ¿Por qué qué, Brienne? ¿Por qué he curado tu herida? ¿Por qué te he salvado? ¿Por qué volví a por ti? - cada pregunta que hacia acercaba más su cara a la de ella - ¿Por qué gritaste tu mi nombre?
Brienne no dijo nada, aquella pregunta la había pillado totalmente por sorpresa. Sin esperar una respuesta Jaime acortó la distancia que había entre sus labios y la besó. Fue un beso corto, apenas se rozaron sus labios o se abrieron sus bocas, pero fue el beso más perfecto que Brienne hubiese podido desear, un beso lleno de amor. Cuando se separaron, ambos sonreían. Para sorpresa de Jaime, fue Brienne la que se lanzó de nuevo y esta vez fue un beso largo y apasionado, con amor, si, pero también rebosante de pasión y de ganas de más. Esta vez, cuando separaron sus labios se quedaron mirándose un rato, no importaba cuanto tiempo lo hicieran, no se cansarían ni en un millón de años.
- Cásate conmigo, Brienne. - dijo él, aun sosteniendo la mirada en los ojos azul zafiro de ella.
- ¿Q-qué? - preguntó ella, a pesar de que había entendido perfectamente lo que él acababa de decir, solo que le parecía imposible.
- Que te cases conmigo, ¿es que además de herida estás sorda?- respondió de nuevo con una sonrisa - Vámonos de aquí. Tú y yo. Juntos.
- ¿Estás diciéndolo en serio? Porque como no... - dijo ella frunciendo el ceño. Tenía tanto miedo a que aquello fuese mentira, a que la hicieran daño…
- ¡Pero mira que eres cabezota! - se quejó Jaime - Cásate conmigo, vámonos lejos de aquí, dejemos todo atrás y...
- Eres caballero de la Guardia Real, eres el heredero de Roca Casterly - le interrumpió ella- ¿Por qué lo ibas a dejar todo por...?
- ¿Por ti? ¿Tanto te cuesta imaginarlo?- preguntó. Pero antes de que ella abriera la boca para contestar continuó - Pues si por ti, Brienne. Obviamente las circunstancias en las que te conocí no fueron las ideales pero ¿sabes qué? Desde que te fuiste de Desembarco del Rey no he podido parar de pensar en otra cosa que no fueras tú. Eres la única persona que no me ve como el Matareyes o como Jaime Lannister, tú me ves como Jaime, simplemente Jaime. Durante toda mi vida me he cruzado con gente que me juzgaba con miradas acusatorias allá donde iba pero entonces llegaste tú, con tu cabezonería y tu honor por las nubes, y me enseñaste que aún tenía honor, solo tenía que encontrarlo. Y lo he encontrado a tu lado.
- Pero Cersei... – murmuró ella.
- ¿Cersei?- dijo el soltando una carcajada - Oh no Brienne, Cersei no. Está demasiado ocupada follándose a media corte como para darse cuenta si quiera de que hace daño a todas las personas a las que la quieren. O la querían - se corrigió - Yo solo he venido a por ti porque quiero dejarlo todo, mi familia, mi herencia, la Guardia... y solo quiero quedarme contigo. Dejemos Poniente, vámonos a Braavos, a las ciudades libres o a donde tú quieras. Construiré un hogar para ti y formaremos una familia. Seamos felices Brienne, creo que nos lo merecemos.- continuó- Yo te quiero, Brienne de Tarth, y quiero casarme contigo. La pregunta es, ¿quieres tú?
- Jaime yo... - los ojos azules de Brienne estaban vidriosos por la emoción ante el significado de las palabras que acaba de oír. Mientras intentaba articular una respuesta coherente Jaime le acarició la mejilla suavemente mientras le dedicaba una tierna sonrisa - Si - respondió emocionada - ¡Sí! Oh, Jaime, ¡claro que quiero!- exclamó lanzándose a sus brazos y fundiéndose en un cálido beso.
Ahora ya hacía casi cinco años de eso, y Jaime y Brienne tenían una nueva vida, distinta de su vida anterior, y mucho más feliz. No vivían en un castillo, sino en una modesta casita rural y tampoco eran ricos, tan solo tenían el dinero suficiente para sobrevivir día a día. Pero su vida era perfecta. Y Brienne no quería que nadie se la arrebatase.
- Vaya Brienne, que sorpresa. - sonrió falsamente Cersei - Un placer volver a verte.
- Me temo que no puedo decir lo mismo - respondió ella bruscamente - Repito: ¿A qué has venido Cersei?- preguntó de nuevo, esta vez sin esforzarse por ocultar la amargura en su voz. En su vida anterior jamás se habría atrevido a hablarle así a la Reina Regente, pero ahora Brienne era dueña de su propia vida y desde luego, Cersei Lannister no se merecía ningún respeto por su parte.
- Ah sí, sobre eso, casi se me olvidaba. Vengo a por ti, Jaime. -hizo una pausa para observar la reacción de ambos - Vengo a llevarte de vuelta a Desembarco del Rey.
Espero que os haya gustado, porque tengo la esperanza de subir más capítulos. Gracias de nuevo por leer y por favor, dejar reviews con vuestra opinión. ¡Hasta pronto!
