Huida

Dean Thomas tomó una decisión desde el mismo momento en que leyó aquella noticia en el periódico. Sabía que con Lord Voldemort manejando los hilos del Ministerio de Magia, los hijos de muggles, como él, lo iban a tener muy difícil. Su madre era muggle y no sabía nada de su padre biológico, así que no había manera de demostrar que tenía antepasados mágicos.

Dean estaba muy nervioso, las manos le temblaban al intentar empaquetar sus cosas. No podía ir muy cargado, así que solo llevaría una mochila con algo de ropa y sus objetos más preciados. Usando un hechizo para agrandar el espacio de la mochila, metió algo de ropa: unos vaqueros, algunas camisetas, un jersey grueso, una sudadera y la capa de Hogwarts. Metió un pequeño set de pociones, podría necesitarlas en algún momento. No se llevaría los libros de la escuela, no necesitaba aquel peso extra. Del material de acampa de su familia, había cogido un saco de dormir y una navaja multiusos. Sabía que no eran tan buenas como la del mundo mágico, pero era la única que tenía.

Su escoba, que estaba tendida sobre la cama, podía ser su vehículo de huida. Sin embargo, no era el más discreto, si algún muggle lo avistaba, se presentaría el Ministerio de Magia y eso podía acarrear graves consecuencias. De todos modos, si se la llevaba, podría dar una pista falsa y llevar por otro camino al ministerio. Decidió finalmente meterla, pensaría en ella en el momento. Si cogió una foto de su familia, otra del ED y una con su mejor amigo, Seamus. No había tenido tiempo de despedirse de su amigo, pero se pondría en contacto con él en cuanto pudiese.

Revisó de nuevo su cuarto buscando algo que pudiese llevarse, pero todo lo parecía inútil para su huida. Tampoco llevaría comida, la compraría en alguna tienda muggle en cuanto pudiese. Por suerte, había estado ahorrando tanto dinero muggle como mágico, y se lo guardó en el bolsillo. Por último, cogió su varita y se tumbó en la cama, esperando a que llegase la oscuridad. Sin embargo, esta llegó antes de lo que pensaba.

El timbre sonó en el piso de abajo y Dean se acercó a la puerta de su cuarto, abriéndola brevemente. Oyó los tacones de su madre acercándose a la puerta.

- Buenas noches, señora Thomas – saludo una voz masculina grave – Soy Carter Gamp, del Ministerio de Magia Británico.

- Buenas noches, señor Gamp – le devolvió el saludo la mujer – ¿A qué debo esta visita?

- Vengo a buscar a su hijo, Dean Alfred Thomas – prosiguió el hombre, con su grave voz – Necesitamos hablar con él.

- ¿Ha hecho algo malo? – preguntó, preocupada.

- Según como se mire – intervino una voz chillona – Señora Thomas, llévenos a ver a ese sangre sucia.

- ¿Sangre sucia? – el tono de ella ofendido, Dean les había hablado del significado de aquella palabra – ¿Cómo se atreve a llamar así a mi hijo?

- Así que una asquerosa muggle como usted sabe lo que es un sangre sucia ¿eh? – una tercera voz, socarrona, habló – ¡Apártese, muggle!

Lo siguiente que oyó Dean fue un fuerte golpe, el grito de un hombre y los sollozos de su madre. No tenía escapatoria, los del ministerio estaban allí. Dean sacó la escoba de su mochila, mediante un hechizo convocador. Ya habían derribado la puerta, cuando Dean se montaba en su escoba.

- ¡Detenle, Collins! – gritó la voz de Carter Gamp.

- ¡Reducto!

Dean dirigió su varita contra el cristal de la ventana, que se rompió en mis pedazos. El chico dio una fuerte patada al suelo y salió volando a través del cristal. Se aferró al palo de la escoba, apuntando hacia el cielo. Miró por encima de su hombro y vio que uno de los hombres del ministerio, le perseguía sobra una escoba.

- ¡Desmaius!

Un rayo rojo rozó la oreja de Dean, que logró esquivar el hechizo. Sin embargo, el hombre no se rindió y siguió lanzándole hechizos. Dean tuvo que virar en un par de ocasiones para evitar aquel hechizo. Nunca había lanzado un hechizo sobre una escoba, temía caerse si soltaba las manos del palo. Sin embargo, el mago se acercaba cada vez más a él, tenía que hacer algo. Claro que Dean manejaba mejor la escoba, por lo que podía utilizar sus nociones de quidditch para atacar. Descendió unos metros en picado y apuntó al hombre.

- ¡Impedimenta!

El hechizo surtió efecto, frenando al mago a que atacase. Dean sonrió victorioso y emprendió su vuelo. Sin embargo, el sabor de la victoria no duró mucho. Media docena de magos se acercaban hacia a él, volando a una velocidad vertiginosa.

- ¡Desmaius! ¡Desmaius!

Los magos esquivaron los hechizos del muchacho, y siguieron avanzando en su dirección. Dean entendió que no le quedaba otro remedio más que descender hacia las callas de Londres. El muchacho había vivido allí toda su vida, por lo que conocía muy bien sus rincones. Acercando su cuerpo a la escoba, descendió en picado, al más puro estilo de Viktor Krum. A los del ministerio aquella reacción les cogió por sorpresa, por lo que cuando empezaron a descender, el chico tenía sus pies sobre la calle.

Dean empezó a correr, ante la atónita mirada de los paseantes, que veían a un muchacho de diecisiete años, con una vieja escoba en la mano. Sabía que los del ministerio no se arriesgarían a volar por una bulliciosa calle londinense, por lo que podría perderse entre la multitud. El chico empujó a algunas personas en su carrera, pero no se detuvo a disculparse. Llegó a un abarrotado McDonalds, lleno de jóvenes de su misma edad. Muggles que no tenían que huir de un furioso grupo de magos. El chico se metió en un baño, encerrándose con nerviosismo. Era imposible que le hubiesen seguido, pero no podía arriesgarse.

- Tendré que abandonar la escoba y desaparecerme – murmuró el muchacho, para sí mismo – No puedo arriesgarme a que me identifiquen – puso la escoba en la taza y la miró con aprehensión – Adiós amiga. ¡Incendio!

Dean miró como su escoba se extinguía entre las llamas, sintiendo una terrible nostalgia al hacerlo. Cuando la escoba quedó reducida a cenizas, Dean se quedó muy quieto, concentrado en sus pensamientos. "Calle Mortimer, Oxford".

Cuando volvió a abrir los ojos, el chico estaba en un barrio residencial, cerca del centro de Oxford. Allí vivían sus tíos maternos, era el primer lugar que se le había ocurrido. Al mirar a su alrededor, Dean se dio cuenta de que acababa de convertirse en un fugitivo.

- De acuerdo – se dijo a sí mismo – Ha comenzado la aventura.