Hola!! Este es mi primer fic aunque toda la vida he estado escribiendo sobre un tema u otro, aunque nunca me había decidido a publicar nada. Pero este libro me ha enganchado como ningún otro hasta ahora: me leí Crepúsculo y Luna Nueva ¡en menos de seis días los dos juntos!

Espero que os guste y dejad RR, plis!!


Cuando se acabó ese verano no podía creer que Edward siguiera a mi lado. Nunca me habría imaginado que ese ser tan perfecto estuviera hecho para mí. Estaba despertando en mí cosas que jamás creí que estuvieran. El amor, por ejemplo. Querer tanto a alguien como para arriesgar tu vida para salvar la suya. Nunca antes me había planteado la necesidad de estar junto a alguien, de mirar a mi lado y verle a él, de saber exactamente cuando le voy a ver, porque si no me pongo mala y comienza la ansiedad.

Cuando Alice me dijo que Edward había decidido "suicidarse" por mí, que la única manera de que no ocurriera era ir a Italia y que me viera, no dudé. Si él estaba dispuesto a morir porque creía que no me iba a volver a ver¿por qué yo no iba a intentar hacerle ver que no era así? Me arriesgué para salvarle, para demostrarle que seguía viva y que no tenía que hacer ninguna locura por mí. Si no lo hubiera hecho no me lo habría perdonado nunca. Yo tampoco podría vivir sin él. Bastante me costó seguir viva cuando él se fue para protegerme. Una vida entera sin él... no podía siquiera imaginármelo.
Pero ahora todo ha cambiado, él sigue aquí, conmigo, después de tantos años. Más de los que cualquier humano podría aguantar.


Capítulo Uno:

Me desperté al sonar la alarma del despertador. Remoloneé un poco entre las sábanas, pero su frío aliento me sacó del sopor. Abrí los ojos definitivamente y ahí estaba él, resplandeciente, mirándome con sus ojos del color del caramelo fundido. Sonreí tontamente, como cada vez que le veía en mi cuarto, esperando a que yo me levantara. Estaba sentado en el suelo, a la altura de la cabecera de mi cama, con la cabeza apoyada en mi almohada y su cara a menos de diez centímetros de la mía.

Miré el reloj, las siete y media, hora de ir a clase. Pero ese día no había clase. Y prometía ser el mejor día de mi vida: mi graduación. Bueno, la mía y la de Edward. - Buenos días. ¿Qué tal has dormido?- dijo sonriendo de medio lado, mi sonrisa pícara favorita.
- Bien. ¿Qué tal tu noche?- dije mientras bostezaba con tal intensidad que hasta me lloraron los ojos.
Me había tenido hasta las tres de la madrugada en vela, contándome como pasó los diez años que había pasado fuera de la tutela de Carlisle al poco de transformarse en vampiro. En ningún momento de su relato dejó de acariciarme el pelo, la cara, los labios... - Hum... Aburrida. Hoy no hablaste. Creo que voy a tener que empezar a traerme un libro, últimamente no es divertido verte dormir.
- ¿Se supone que eso es un halago?

Me desordenó el pelo cariñosamente con una mano y salió por la puerta de mi habitación, para que yo pudiera vestirme y tener mi "momento de humana" mañanero. Bostece por última vez mientras me estiraba y recogí el neceser de aseo del escritorio.

Abrí el grifo del agua caliente, para que fuera cogiendo temperatura, mientras me cepillaba los dientes con fruición. Me deslicé dentro de la ducha y dejé que el chorro me cayera en la espalda con fuerza para desentumecer mis músculos dormidos.

Comencé a divagar sobre cómo sería el día de hoy mientras giraba la cabeza de un lado a otro para que el agua me diera en las cervicales. Llevaría un vestido amarillo de gasa por debajo de las rodillas, con escote palabra de honor y ribeteado en azul cielo debajo de la toga. En el instituto de Forks la toga era de color carmesí, tirando a granate, con el escudo del colegio bordado en dorado. Los zapatos iban a ser del mismo color que los ribetes del vestido, con tacón bajo de unos cinco centímetros. No quería arriesgarme a caerme cuando me estuvieran entregando el diploma.

Me enrollé en una toalla y fui corriendo a mi cuarto para no perder calor. Abrí el armario y saqué unos vaqueros y una camiseta de manga larga de color caqui. Era nueva, acababa de regalármela Alice hacía dos días cuando fuimos juntas a comprar los zapatos para la graduación. Miré por la ventana para saber si necesitaría el chubasquero. El cielo estaba encapotado pero no parecía que fuera a llover. Alice había vaticinado un día nublado, sin sol y sin lluvia. Y Alice nunca se equivocaba en esas cosas.

Me puse frente al espejo, intentando alisar la maraña que era mi pelo. Había decidido no lavármelo, porque si esa tarde iba a tener que volver a mojármelo para poder peinarlo, ya me lo lavaría cuando llegara la hora de coger el cepillo y el secador. Resultó imposible dejarlo suelto y que no pareciera que acababa de salir de la cama, así que cogí una goma de color negro del neceser y me lo recogí en una coleta.

Cuando bajé a la cocina, Edward estaba sentado en una de las viejas sillas que allí había, alrededor de la mesa de los mismos años. - ¿Qué vamos a hacer hoy?- le pregunté al mismo tiempo que abría el armario de los cereales.
- Vamos a ir al instituto a recoger las togas, iremos a comer a algún sitio que decidas y luego te llevaré a mi casa.- Nunca quitaba los ojos de mí, era una cosa a la que ya me había acostumbrado después de más de un año de estar con él. - ¿A tu casa?- dije extrañada cogiendo la leche de la nevera. Me senté en la silla de al lado a la suya y me preparé el cuenco con los cereales de avena. - Sí, Alice me ha dicho que te lleve, que quiere que os preparéis juntas para lo de esta tarde. - dijo de forma despreocupada mientras observaba de cerca un copo de avena.- ¿De verdad que esto es comestible?
- Pero... ¿y mi padre?- obvié su comentario sobre mi desayuno. - Alice habló con él ayer. Creo que se lo encontró por la calle o algo así. Por cierto, me gusta esa camiseta.
Si Charlie estaba enterado suponía que me daba permiso, aunque no había dado señales de que el toque de queda se hubiera suprimido. - ¿Y esta noche? Es el día de nuestra graduación, el paso a una nueva etapa- dije ceremoniosamente, levantando una mano estirada.- ¿Qué me estás preparando?
- Sorpresa. - dijo escuetamente. Era perfectamente consciente de que esa "sorpresa" no sería lo que yo más ansiaba en estos momentos. La verdad es que hacía al menos una semana que no hablábamos de mi transformación, porque cada vez que yo intentaba preguntarle por eso, él sacaba el tema de la boda, y esa era una de las cosas que yo intentaba evitar a toda costa.

Me quedé con ganas de preguntar más, pero sabía que era una tontería intentarlo, no iba a conseguir que soltara prenda por más que me pusiera pesada.

Me levanté y fregué el cuenco del desayuno y bebí un trago de zumo de naranja a morro de la botella.

Seguía con las zapatillas de estar por casa, así que subí rápidamente a mi cuarto y me puse las deportivas. Si esa tarde iba a sufrir, por la mañana, al menos, mejor estar cómoda.