DISCLAIMER: Los personajes del manga y el anime Candy Candy no me pertenecen, si fuera así Candy y Anthony hubieran llegado de la mano juntos hasta viejitos, pero lastimosamente son propiedad de Kyoko Mizuki y Compañía. Yo solo juego con ellos por diversión y para dar rienda suelta a mi creatividad y romanticismo.

Este fic es un pequeño regalito para los lectores de "Un pequeño gran acto de amor"

¡Gracias por leer! =)

EL PRIMER DIA DEL RESTO JUNTO A TI

Capítulo I

Los trinos de los pájaros cerca de la ventana la despertaron, mientras sentía la tibia calidez de la luz del sol que se colaba entre las cortinas e inundaba la cama.

Candy soñolienta se movió un poco dentro del abrazo en el que estaba encerrada para quedar de frente a la persona que descansaba a su lado, y poder aferrarse mejor a él.

Esa posición resultaba ser tan confortable, el calor que emanaban sus cuerpos era ideal para aquella fría mañana de otoño.

No quería levantarse, hubiera dado lo que fuera en esos momentos por permanecer así para siempre. Con pereza deslizó su pequeño pie sobre la sábana sintiendo su suavidad, estaba tan cómoda.

La persona que estaba a su lado pareció inconscientemente sentir sus movimientos pues la apretó más fuerte entre sus brazos entrelazando su pierna por debajo de la suya, como en un silencioso reclamo de propiedad.

Candy sonrió aún con los ojos cerrados. A pesar de que aún era muy joven sintió la gran bendición que debía ser poder dormir y despertar así cada mañana con la persona amada al lado.

Con cuidado abrió primero un ojo y luego el otro para verificar si no estaba soñando o no, pero era real. Él efectivamente se encontraba allí.

"Mi Anthony" pensó "Mi futuro esposo". Sin poder contener una risita pícara. Se sentía muy felíz. La vida de pronto le parecía completamente nueva, parecía que un milagro había ocurrido para cambiarla, de seguro alguien allá arriba se había acordado de ella.

Los pajarillos volvieron a cantar despertando por fin a Anthony. El joven abrió los ojos lentamente y encontró a Candy observándolo con curiosidad. Aletargado se quedó contemplándola en silencio unos momentos, quizá convenciéndose también de que todo era cierto. Parpadeó entonces unas cuantas veces enviando el sueño lejos y sonrió.

-Buenos días Candy- le dijo suavemente con esa voz ronquita que ella tanto adoraba.

-Buenos días Anthony- respondió con cierta timidez, sin poder evitar ruborizarse y enseguida se recostó de espaldas, mirando el techo. Hacía ratos había estado deseando locamente volver a perderse en esa azul mirada pero en esos momentos no sabía como reaccionar, sobre todo por los recuerdos de la noche anterior.

Anthony notó su nerviosismo y con ternura le tomó un mechón de su cabello.

-¿Cómo ha dormido mi novia?- quiso saber

Candy dio un suspiro jugueteando con las manos encima de su vientre. Debía acostumbrarse a esa palabra que le producía chispas de electricidad al oírla.

-Muy bien ¿y Usted? – respondió fingiendo algo de formalidad - ¿Cómo ha dormido mi príncipe? – añadió con felicidad.

Anthony besó una de sus manos.

-Mejor que nunca, aunque debo confesar que me tomó tiempo poder conciliar el sueño- confesó

-¿Por qué?- quiso saber ella

-Porque no podía dejar de pensar en ti…en nosotros…en todo lo que pasó anoche-

Candy así acostada como estaba se volteó hasta quedar frente a él y bajó la cabeza sonrojada ante la intensidad de su mirada. Estaba ciertamente avergonzada pero para nada arrepentida.

-Sabes, cuando por fin pude dormir soñé que vivíamos juntos…los dos solos – continuó Anthony susurrándole al oído, tratando de distraerla de cualquier sentido de culpa que pudiera tener y captando todo su interés – Nuestra casa era un castillo en medio del bosque, y no había nadie para molestarnos, teníamos muchas comodidades, mucha comida y el dinero no nos faltaba, pero sobre todo éramos libres, podíamos hacer lo que queríamos. Bailábamos todos los días en un gran salón y por las tardes salíamos a cabalgar por nuestro vasto terreno…

-¡No más caballos por favor! – suplicó ella, Anthony sonrió y continuó

-Éramos el Señor y la Señora Brown… y por las noches…- el joven busco perderse en la mirada de la chica -te hacía mía… nos volvíamos uno-

Candy no supo que contestar, no era del tipo de chicas que acostumbraba a quedarse sin palabras pero él producía efectos mágicos en ella. Hacía que miles de mariposas volaran en su estómago.

-¡Qué…qué dices!- tomó una almohada y bromeando intentó golpearle con ella.

Anthony riendo la tomo de los brazos haciendo que quedara encima de él. Candy entonces se sentó a horcajadas sobre su cintura simulando una actitud de suficiencia y le dijo:

-Bien Sr. Brown, desde este punto de vista usted está bajo mi completo control-. Anthony seguía sonriendo

-Le doy permiso Señorita Candice White para hacer conmigo lo que quiera- mencionó noblemente, al tiempo que hacía una reverencia con la cabeza que a ella le dio gracia. Amaba a ese chico. Reparó en que estaba despeinado pero aún así lucía adorable.

Con ternura estiró su pequeña mano para tratar de acomodarle el cabello, mientras él la observaba e hizo lo mismo acariciándole el suyo y su mejilla también.

-Te amo Candy- le dijo. Ella cerró los ojos disfrutando de su caricia y de su dulce frase.

-yo también a ti Anthony- contestó.

Anthony deslizó su mano por su cuello y por la parte superior de su pecho hasta llegar a su corazón. Mientras ella sentía como su roce se grababa a fuego en su piel. De repente ambos parecieron reparar en la posición en la que estaban y de lo comprometedor que podría llegar a ser el sentir el roce de sus cuerpos, pero antes de que pudieran tomar una decisión al respecto. El sonido de unos pasos por el corredor los puso sobre alerta.

-Alguien viene-

Anthony se incorporó y Candy se quitó de encima de él, se mantuvieron muy cerca el uno del otro.

-¿Quién será? – Susurró Candy

No hubo tiempo para responder pues ese alguien intentó en ese momento abrir la puerta, el movimiento en la perilla fue la confirmación.

Anthony y Candy como por un impulso eléctrico se levantaron de la cama nerviosos y asustados.

La persona detrás de la puerta al no poder abrirla a la primera lo volvió a intentar unas veces más y al verificar su fracaso empezó a golpear.

-¡Candy! ¡Candy abre la puerta se trabó!- Era Dorothy, y aún confiaba en su inocencia, era un punto que tenían que aprovechar.

-¡No nos pueden descubrir aquí! – susurró Candy nerviosa

Anthony se acomodó sus ropas y ella se apresuró a tomar una bata marrón de cama que tenía encima de una silla al lado de su mesita de para él.

-Esto te protegerá del frío- le dijo entregándosela. Anthony le sonrió valorando su preocupación. Ambos se perdieron un instante en los ojos del otro, el hechizo del amor era realmente poderoso, pero no había tiempo para romanticismo en esos momentos.

-Gracias Candy, te veré mas tarde – le dijo poniéndosela rapidamente y corriendo hacia la ventana. Desde un principio había tenido en cuenta que al amanecer a lo mejor tendría que huir al estilo Romeo, pero esto era demasiado pronto.

-Hoy lo anunciaremos a todo el mundo – le dijo cuando se acomodaba en la ventana listo para salir. Mientras Dorothy seguía llamando...

-¡Candyyy!-

...Y la susodicha se mostraba cada vez más preocupada, mirando entre su amado y hacia la puerta, la cual temía pudiera abrirse en cualquier momento.

-Lo de nuestro amor- Le recordó Anthony. Candy asintió aunque en el fondo tenía miedo de ello.

Su príncipe debía huir pronto si querían que su noviazgo sobreviviera a más de una noche. Con premura se dieron el último beso y también el primero de esa mañana.

Dorothy entonces ya empezaba a sacar el llavero de su bolsillo.

Los jóvenes se perdieron en la caricia de sus labios, el beso se volvió apasionado, un intercambio de almas. Ninguno de los dos quería separarse del abrazo, pero era necesario.

-Ten cuidado- rogó Candy, mientras Anthony se subía al árbol cerca de su ventana y empezaba el descenso. –Te amo – le recordó mientras lo veía bajar y brincar con agilidad al suelo.

Una vez que estuvo abajo Anthony se volteó hacia la ventana

-¡Y yo a ti princesa! – le gritó. Se palpó el corazón y luego la señaló a ella. Candy le sonrió, luego lo vio huir hasta confundirse entre los árboles del jardín. De seguro bordearía la mansión y luego entraría por una de las puertas de servicio para evitar sospechas.

Candy volvió entonces de su ensoñación medieval y cayó en cuenta de que Dorothy estaba probando diferentes llaves en la cerradura.

Se apresuró a cerrar la ventana y verificar que no hubiera ninguna huella delatora de la presencia de Anthony en la habitación, más cuando revisaba la cama la puerta se abrió.

-¡Candy!- exclamó Dorothy sorprendida de encontrarla despierta

-¡Dorothy! – exclamó Candy a su vez

-¿Qué haces levantada, ya te sientes bien?-

-Sí, mucho mejor. Me levanté porque te oí llamar- Mintió. Si la Srta. Pony y la Hermana María la hubieran visto, se culpó secretamente.

-¿Seguro? – interrogó Dorothy al verla dubitativa y entró en la habitación, inspeccionando con la vista el lugar.

-Estoy bien-repitió Candy

-¿Y por qué habías cerrado con llave?-

-Pues…-Candy por un momento no supo que responder -…Ayer de noche…tuve miedo. Tenía miedo de una historia de fantasmas que los chicos me contaron una vez. No quería que el fantasma del hombre con sombrero de copa de la torre norte viniera a mi cuarto en medio de la noche y me atacara – Su imaginación de repente pareció desbordarse en carretilla, al fin y a cabo no había sido del todo mentira. Dorothy le creyó.

-Candy…pequeña tontita, ya estás grande como para saber que los fantasmas no existen y si lo hicieran podrían atravesar paredes-

A Candy no le quedó más que fingir sorpresa.

-¡Qué horror! – exclamó sobándose los brazos. La mirada de Dorothy cambió de repente a una de preocupación reparando en algo que Candy no le había dado la debida importancia.

-¡Oye Candy cierto que te pasa, estás toda roja!- indagó

-¿De verdad? – exclamó Candy topándose la cabeza sin saber que más inventar, con todo lo de la primera excusa había olvidado que estaba sonrojada debido a tanta emoción junta.

-¿De verdad te sientes bien o me estás mintiendo?- Dorothy se acercó para inspeccionarla de cerca. Candy dio un brinco hacia atrás como si pensara que esto podría sacarle alguna pista de culpabilidad.

-En serio estás extraña, solo quiero comprobar que no tengas fiebre- dijo Dorothy tocándole la frente. La joven mucama hizo una mueca de extrañeza – Uhm, no, no tienes, estás fresca como una lechuga- la miró con curiosidad.

Sería posible que estuviera adivinando el por qué de su sonrojo, Candy dudó.

-¡Ay Debe ser que tengo fiebre interna! – exclamó tocándose la frente y el cuello con preocupación.

-Entonces llamaré al Doctor – resolvió Dorothy dirigiéndose enseguida a la puerta.

-¡No! – Candy gritó, pasmando a la pobre Dorothy en su sitio.

-¡No, no más inyecciones y medicinas por favor!- suplicó, respirando con dificultad. – Solo voy a abrir la ventana – y se dirigió a ella – para tomar aire fresco. Quizá se me pase pronto. Aquí también hace mucho calor-

Candy abrió de nuevo el ventanal que hacía pocos minutos había cerrado, pensando en que se estaba volviendo una mentirosa de primera.

-Está bien…- dijo Dorothy – Sí que estás rara hoy. Iré a traerte tus vestidos-

Candy vio como Dorothy se retiraba y se dejó caer sentada en la cama exhalando profundamente. Debía saber actuar mejor en situaciones así la próxima vez.