Mar de Perdición - Jim Mizuhara

Capítulo 1

Personajes: Kai, Max, Yuriy, Bryan.

Contenido: Yaoi, shota, lemon, AU.

Disclaimer: Ya saben .

Observaciones Generales: Este fic tendrá lemon explícito en los próximos capítulos, por lo tanto si no te agrada el género, favor no leer. Bien! Estuve pensando en algunas ideas para escribir este fic que les presento, y ahora quedarán con el primer capi. Deseo dedicar esta historia a todos mis lectores y lectoras, especialmente a A. C. por la inspiración (sí, me gustó la imagen mental de nuestro pequeño Maxie en trajes de marinero ¬). Ahora les dejo con la historia, espero que les guste y dejen sus opiniones.


El sol de mediodía estaba en su punto más alto, pero el viento glacial que soplaba no permitía que sus rayos calentaran la superficie del mar. La vasta extensión de agua era surcado apenas por una embarcación de metal, inmensa en tamaño pero minúscula contra el espejo marino, con un incesante traqueteo que era complementado por volutas de humo blanquecino que salían através de tres grandes chimeneas, pintadas de blanco con listas azules. No hacía mucho tiempo había salido de una región peligrosa, donde los témpanos de hielo y los icebergs escondidos bajo el agua acechaban siempre, sus aristas filosas estaban siempre apuntadas a destrozar el casco del barco que entre ellos pasaba; en las aguas que pasaban ahora no habían tales formaciones, pero mismo así conservaba su baja temperatura, no llegando a congelarse por la alta saturación de sal que presentaba esa región parada y de pocas ondas. Peces adaptados a tales regiones casi árticas se deslizaban raudamente, huyendo de la mole de metal que proseguía en su marcha, destellando brevemente sus escamas contra la poca luz solar que les llegaba; las aguas azul-verdosas eran fríamente letales, su temperatura bajo cero la transformaba en efectiva asesina para quienes se sumergieran en ella.

En el frente del vapor, había un puente de mando, cuyo acceso se daba por una escalerilla metálica, y un gran espacio libre, cuyo suelo era de chapas metálicas cuidadosamente remachadas, ocupadas apenas por eventuales rollos de cuerdas o barriles de madera. Bajo la cubierta, se ubicaban todas las dependencias que componían aquel navío de la Marina Rusa, cuya designación era la constante vigilancia de las aguas patrias contra posibles invasores, armado y preparado para atacar ante la inminencia de una emboscada. Los cañones de cubierta eran diariamente supervisionados por los marineros, mientras los armeros especializados cuidaban que las ametralladoras estuvieran siempre en condiciones; los camarotes de los marineros eran todos compartidos, habiendo dos o tres por cada camarote, no siempre contando con escotilla de ventilación. Además de dichas instalaciones estaban el salón de reuniones, el depósito de armas, la despensa, la cocina, el comedor y el "sótano", como designaban ciertas dependencias minúsculas que se ubicaban al ras del casco de la embarcación y que se utilizaban como calabozos de castigo, muy temidos pues el suelo de dichos calabozos eran los que más tenían contacto con el agua gélida, por esa causa no era posible mantenerse de pie mucho tiempo sobre el suelo, mucho menos estando descalzo. Finalmente estaba el corazón propulsor de aquella embarcación, una gigantesca caldera a vapor que ardía permanentemente, alimentado por leña y carbón debidamente acomodados en depósitos. En ciertos lugares sobrantes al lado de la caldera también se hicieron "sótanos", que al contrario de sus congéneres poseía paredes que simplemente hervían, siendo posible apenas mantenerse acurrucado en una estrecha litera de madera de forma a protegerse de las quemaduras, eso cuando no sufría la víctima de deshidratación por estar sudando copiosamente.

El Parmeniev, que era el nombre de la embarcación, era habitado por algunas docenas de marineros suficientemente rudos y de mala índole enviados a dicha misión con la finalidad de escarmentarlos y también de librarse de algunos indeseables por la mala conducta que presentaban. El pequeño cuerpo de vigilancia estaba bajo las órdenes del capitán Boris Kuznetzov, joven y hábil como pocos, y sádico como pocos también. Poseía métodos reglamentarios de los más rígidos, y para absolutamente todos los errores voluntarios e involuntarios habían sanciones previstas en su código de conducta particular, del cual, al parecer, apenas él estaba enterado. Castigos de toda clase eran aplicados en ese reducto alejado de toda civilización y donde apenas las leyes de los vivientes sobre aquellas planchas metálicas eran puestas en práctica.

Tales castigos iban de humillaciones públicas frente a los demás hasta azotes y ser arrojado por la borda del barco, de donde se rescataban a las víctimas algunos minutos después al borde de la hipotermía. Advertencias previas eran muy raras, por lo que los marineros siempre estaban recelosos que alguna sanción estuviera pendiendo sobre sus cabezas, además que eran frecuentes las estrategias para responzabilizar a otras personas de sus errores. También era práctica corriente la culpabilidad colectiva en caso del verdadero responsable ser bien visto y aceptado por todos, y en esos casos la pena era permanecer en la fría noche desnudos y sin cobijas hasta el amanecer, previsto en el código como "ocultación de culpable". Sanciones individuales eran llevadas a cabo también en los "sótanos", donde una estadía de menos de una semana era suficiente para no querer volver allá nunca.

En condiciones tan alejadas e inhóspitas así, muchos de los marineros poseían secretamente ciertas diversiones nocturnas con otros marineros. Era una cosa corriente de la que todos se abstenían de hablar, pues obviamente tales prácticas también tenían severos castigos. Utilizaban la información de "quién estaba con quién" para llevar a cabo chantajes o simplemente desquitarse de la futura víctima, quien muy probablemente estaría recibiendo azotes a la mañana siguiente de haber corrido el rumor. Lo que indignaba de cierta forma a todos, mismo que nadie lo expresara en voz alta y todo se mantuviera en conversaciones en voz baja en la parte más distante de la proa del barco, era que hasta el mismo capitán Kuznetzov tenía diversiones nocturnas con alguien no plenamente identificado. Sin embargo, lógicamente las sanciones no se aplicaban con él de la misma forma que los otros infortunados.

En aquel gélido día, podía divisarse varias hileras de marineros en posición de firmes, mirando todos hacia el puente de mando, sobre cuya plataforma podía verse al capitán Boris, cuyos cabellos platinados sobresalían de la gorra con visera. Su expresión dura denotaba que algo formal se llevaría a cabo. En una mano traía unos papeles, mientras la otra reposaba sobre la barandilla metálica. Con voz estentórea proclamó:

– .¡Camaradas!. Hoy someteremos al castigo ejemplar a dos marineros, que han demostrado ser de la más baja categoría, los cuales han practicado, individualmente, actos por los cuales son y serán repudiados. .¡Stanislaw Zeliabov, al frente!.

Dos marineros trajeron a empujones un tercer indivíduo, al parecer sometido a varios días de privación de alimento, el cual se derrumbó frente a las filas. Con las manos atadas atrás de la espalda, no pudo hacer mucha cosa por levantarse otra vez; sus compañeros enfrente no desviaron la mirada del alto, a su debido tiempo ya habían sufrido los mismos castigos y habían jurado que no mirarían al que lo estaba recibiendo, con el fin de amenizar el suplicio por el cual pasaban y no cumplir con el objetivo con el cual se hacía aquello, que era los marineros prestar atención. El prisionero se quejó débilmente cuando su rostro tocó el suelo metálico frío.

– .¡Zeliabov!. – exclamó Kuznetzov – serás penalizado por practicar actos deprimentes y vergonzosos del ser humano. .¿Qué significa eso de estar tocándose el propio órgano a altas horas de la noche, derramando inútilmente la semilla procreadora del hombre?. Es un atentado contra la moral, por eso te harás acreedor de treinta azotes.

El hombre abrió desmesuradamente los ojos, pero antes que pudiera replicar algo el par de marineros que lo trajo desató sus manos y de un tirón le sacaron la camisa, dejándolo desnudo de la cintura para arriba, mientras que lo esposaron por una columna metálica, obligando a Zeliabov a abrazarse a esa columna y dejando sus espaldas expuestas. Uno de los marineros, que también hacía las veces de verdugo en esas ocasiones, trajo un látigo de cuero crudo, empapado en agua; el hombre gimió al primer latigazo que recibió en el costado.

– .¡Uno!… .¡Dos!.… .¡Tres!.…

– .¡Por favor, señor!… .¡Agh!.… .¡No lo haré más, lo juro!… .¡Ahhh!.…

Ninguna súplica conmovió a Boris, el cual miraba fijamente el castigo siendo aplicado. Después de esa, Zeliabov no le daría más problemas por mucho tiempo; leyó el próximo expediente, teniendo las súplicas y gemidos del hombre como fondo, frunció el ceño. Cuando bajó el trigésimo latigazo, el pobre hombre ya estaba deshecho en lágrimas, con un dolor terrible, después lo soltaron.

– .¡Tienes poca resistencia, Zeliabov!. ¡Eres una vergüenza para la Marina!. – sentenció Boris, meneando la cabeza.

El peliplatinado se sumió brevemente en sus reflexiones respecto al próximo que llamaría, rascándose pensativamente el mentón. Mientras tanto retiraron al hombre castigado y la impecable fila se mantenía tiesa, con sus rostros indiferentes, su mirada perdida en el vacío.

– .¡Kai Hiwatari, al frente!.

El mismo par de marineros que trajeron a Zeliabov también se encargaron de Hiwatari, sin embargo el bicolor apareció incólume, con la cabeza levantada y observando fijamente a las filas de sus compañeros, los cuales parecían desviar más todavía la vista por tratarse de él; eso no era cuestión de traición, pero sí de la mezcla de respeto y miedo que le tenían. Con las manos atadas a la espalda, se paró frente al puente de mando, mirando directamente a Boris, el cual se sintió algo incómodo con la actitud algo desafiadora del marinero. Desde un principio percibió que Hiwatari poseía un algo inexplicable que lo tornaba superior fuera quien fuese la persona que estaba frente a él, hacía uso de ese algo para que sus demás compañeros sintieran una especie de reverencia hacia él y para socavar algo de la autoridad que detenía el capitán. Prontamente puso una expresión aburrida, que el bicolor sabía que Kuznetzov detestaba que lo hiciera en su frente.

– .¡Kai Hiwatari!. – dijo el capitán, algo titubeante – los demás camaradas te han sorprendido golpeando sin debida razón ni argumento al marineroYuriy Ivanov, acto reprobable que no merece más que la pena máxima… .¿Tienes algo para decir?.

– Por supuesto… si no me hubieran sujetado, ese bastardo recibiría una paliza mayor – dijo Kai en tono altanero.

Con los dientes apretados Boris hizo una enérgica seña, al tiempo que los marineros despojaron a Kai de su camisa y lo sujetaron contra la columna de metal. Sus espaldas poseían la marca de muchas cicatrices, y Boris lo detestaba por dos motivos: primeramente porque Kai siempre estaba causando problemas dentro de la embarcación, desde insubordinación hasta peleas violentas donde sus únicas y bien utilizadas armas eran los puños, y el segundo porque los castigos nunca hacían mella en él, soportaba con un estoicismo nacido quién sabe de dónde los latigazos, fueran cuantos fueran, y quince minutos después del suplicio ya estaba en perfectas condiciones de crear problemas de nuevo. Pero para aquel día Boris había concebido una nueva variante del castigo, y ordenaría aplicárselo a Kai primero.

– Kai Hiwatari… .¡Te harás acreedor de cien latigazos!. – bramó el peliplatinado.

Aquello alteró mínimamente la respiración de Kai, nada más. Su entretenimiento de aquellos momentos era hacer cuenta regresiva de los latigazos que aún debía recibir, teniendo una extraordinaria capacidad de enajenarse del dolor que le causaba. Pero algo le decía que esta vez sentiría algo distinto al acercarse el final del castigo, nunca se lo habían dado tanto. Con la frente apoyada firmemente contra la columna de metal y los ojos cerrados con fuerza, iba contando los sibilantes latigazos que se descargaban sobre su espalda.

– .¡Seis!.… .¡siete!.… .¡ocho!.… .¡nueve!.…

Respiraba profundamente en los intervalos de los azotes, conteniendo la respiración cada vez que sentía el aguijonazo de la punta de cuero mojado. Cada diez latigazos soltaba una bocanada de aire, como si aquello le produjera exhaustión en vez de sufrimiento. El capitán bien sabía que los primeros nunca eran considerados por Hiwatari, le daban lo mismo que nada.

– .¡Treinta y siete!.… .¡treinta y ocho!.… .¡treinta y nueve!.…

Al pasar de los cincuenta azotes, no podía negar que ya comenzaba a sentir un escozor terrible en la espalda, aún faltaban otros tanto como esos. Intentaba concentrarse cada vez más en sus pensamientos, alejarse de aquello, no pensar en el ardor que ahora lo estremecía levemente.

– .¡Ochenta y uno!.… .¡ochenta y dos!.… .¡ochenta y tres!.…

Hiwatari no sentía más picaduras en la espalda, pero sí un dolor escalofriante. El sonido seco que hacía el látigo al estallar en su costado fue reemplazado por otro, como si estuviera empapándose en algún líquido. Sintió algo escurriéndose por la espina, una pequeña salpicadura que recibió en el rostro y en la columna indicó que era sangre.

– .¡Noventa y seis!.… .¡noventa y siete!.… .¡noventa y ocho!.… .¡noventa y nueve!.…

Los últimos diez golpes le habían dolido más que nada, sus lágrimas se escurrian por su rostro de forma convulsiva, pero en ningún momento abrió la boca, ni un solo gemido, ni una sola lamentación escucharon sus compañeros, quienes agacharon ligeramente la cabeza, consternados por las innúmeras heridas que ahora veían en su espalda, manchado de encarnado. El centésimo lo recibió con las piernas tambaleantes, todo su cuerpo se estremecía de dolor, su respiración entrecortada y jadeante demostraban el suplicio que sus dientes trabados se negaban a dar satisfacción. Boris miró aquello con desprecio, no permitiría dejar a Hiwatari suelto sin haberle arrancado aunque sea un gemido, por eso bajó del puente de mando y cogió un balde de latón con una cuerda atada al extremo; arrojó el balde por la borda del barco, alzándola llena de agua salada y casi congelada.

– .¡¿No vamos a querer que esto se infecte, verdad, Hiwatari?! – exclamó Kuznetzov, despeñando toda esa agua en la espalda de Kai.

Un grito desgarrador retumbó por toda la embarcación. El agua salada provocó en sus heridas expuestas el dolor de mil azotes al mismo tiempo, como si incontables agujas se enterraran en sus carnes, acabando con su resistencia, privando de aire sus pulmones hasta el ahogamiento, en un paroxismo de dolor que estremecieron todos sus órganos internos, llevándolos casi al colapso, tanto los suyos como los de algunos de sus compañeros que se descompusieron al ver tal escena. Tal fue el dolor y sufrimiento que sus piernas no le sostuvieron más, su vista le falló y se desvaneció, derrumbándose sobre el suelo de metal sin que nadie le sostuviera. Con una sonrisa satisfecha, Boris se dio vuelta.

– Llévenlo de aquí – ordenó, apuntando el cuerpo exánime de Kai – y limpien todo eso – concluyó, señalando las salpicaduras de sangre en el suelo.

Las filas de marineros fueron deshechas, cada uno debía volver a sus puestos. Entre los primeros de la fila estaba un joven pelirrojo, Yuriy Ivanov, cuyo rostro presentaba algunas escoriaciones y rasguños, quien no pudo evitar también, junto con Boris, sonreír de satisfacción al ver el castigo que Kai se llevó. Más atrás, entre los últimos, sobresalía un pequeño de cabellera rubia, el grumete novato Max Tate, quien había contemplado todo con un profundo sentimiento de culpa y cabizbajo se retiraba de allí, con los labios temblorosos y algunas lágrimas escurriéndose por las mejillas, secándolos prontamente con la manga de su camisa para que nadie lo notara.


Y el primer capi hasta aquí... en el próximo capi entenderán mejor cuál es la relación que une a Kai, Max, Yuriy y Boris en esta trama. De resto... creo que Kai tiene bastante resistencia, no? Jeje!... Bien, de momento es todo, hasta la próxima!