Capítulo 1: El segundo verano.

Hacía calor esa noche y se dijo a sí misma que probablemente por eso no podía conciliar el sueño. Miró hacia la desgastada mesilla de noche y con resignación y algo de fastidio, comprobó que pasaban dieciocho minutos de las tres de la mañana. Bufó mientras se colocaba sobre su costado izquierdo y su brazo formando un triángulo con su cuello, sostenía su cabeza. En la medida en que la oscuridad se lo permitía, intentó ver más allá de la desvencijada mesita laqueada, que seguramente había pertenecido a alguno de sus tíos o incluso, a su padre. Con un ritmo pausado y tranquilo, su prima dormía desde hacía horas y la envidió por la paz que irradiaba esa chica estando tanto despierta como descansando. En cambio ella no conocía lo que era esa paz. Lo cierto es que hacía meses que le costaba horrores conciliar el sueño, y luego por el día se sentía como un zombie, se perdiéndose en cada conversación. Por más que tratara de autoconvencerse y encontrar inútiles excusas como causas de su insomnio, ella sabía muy bien el verdadero origen de todo aquello. La vocecilla de su consciencia era más audible de lo que ella hubiese deseado alguna vez. Ella no siempre había sido así, más bien, todo lo contrario. No era una persona que se culpara por cosas que no le correspondían, como por ejemplo, su tía Hermione. "A esa mujer si le gusta llevar cargas ajenas" se dijo a sí misma.

Ella era vivaz, despreocupada, y según su padre, mostraba una pasión inigualable por defender a los suyos, digno comportamiento Weasley.

Suspiro de manera sonora, sin temer despertar a la muchacha con la que compartía el cuarto. Rose estaba profundamente dormida, y ella, que la conocía a la perfección, con certeza podía decir que no se despertaría hasta las siete de la mañana, cuando los primeros rayos de sol se colaran por la ventana. Entregándose de nuevo a sus pensamientos, ladeó sus labios que intentaron dibujar una sonrisa al momento que ella recordaba con nostalgia y tristeza como al final del verano anterior había deseado fervientemente que este verano llegase, por más que amaba Hogwarts. Pero ahora no quería estar allí. La casa de sus abuelos, La Madriguera, era su lugar favorito en el mundo. Pero él se encontraba allí. Y si bien, tampoco era fácil evitarlo en el colegio ya que pertenecían a la misma casa, siempre podía excusarse diciendo que tenía que dedicarle mayor tiempo a sus estudios porque "los TIMO's eran algo fundamental en la vida de cualquier mago o bruja". Citar en sus desvaríos a su prima Rose, quien era igual de responsable que su madre en sus épocas de colegio, le dibujó una sonrisa, esta vez completa en su rostro. Ella era tan distinta a la hija de su tío Ron y su tía Hermione que nadie apostaría por pensar que aquellas dos muchachas eran parientes, a no ser por el cabello rojo profundo que ambas llevaban, aunque el de su prima era rizado y el de ella caía en una cascada carmesí. Se sintió afortunada de tener esa familia, de cabelleras predominantemente granate, y con sus reuniones de mesas interminables. Si bien sus abuelos maternos eran muy cariñosos con ella y sus hermanos, no era lo mismo. Los Weasley eran absolutamente especiales y no podía sentirse más orgullosa de llevar ese apellido. Y entonces recordó que él también llevaba parte de esa sangre y su garganta se anudó otra vez. "Diablos" pensó. Esa sensación de culpabilidad mezclada con congoja la asaltaba cada vez más a menudo y no le gustaba para nada.

Las lágrimas comenzaron a brotar por sus ojos entornados, cayendo inconscientemente sobre la almohada donde su brazo izquierdo seguía apoyado. Al darse cuenta de su llanto involuntario, apuró su mano derecha de manera torpe hacia sus párpados ahora cerrados, al momento que susurraba de manera apenas audible.

—Contrólate, Dominique.

Comprendió que era totalmente ilusorio pensar que se dormiría aquella noche, mientras girando nuevamente hacia el reloj se sorprendió al ver que ya eran casi las cinco. Aquella vocecilla le había jugado una mala pasada por enésima vez.

Supuso que no estaría nada mal bajar un momento al patio. Después de todo hacía una noche hermosa coronada por una brillante luna blanca. "En el patio estará un poco más fresco al menos" se dijo, y decidió que sería buena idea ir hasta los columpios que su abuelo Arthur había instalado cuando su hermana mayor, Victoire tenía unos dos años de edad. Además, su abuela Molly despertaría pronto para comenzar con los quehaceres hogareños, en los que se incluía el desayuno para todos sus nietos, su esposo y algunos de sus hijos que ya estaban disfrutando de unas merecidas vacaciones.

Tratando de hacer el menor ruido posible, salió de la cama y se dirigió hacia un pequeño armario que compartía con su prima. El modesto mueble rebosaba de prendas de ambas chicas, que si bien no eran muy aficionadas a la moda, les gustaba verse bien y sus padres podían permitirles algunos caprichos. De todas maneras, Rose siempre afirmaba que lo de afuera era insignificante comparado con el interior y la personalidad de alguien, y aunque ella no lo repitiera en voz alta sabía con certeza que una vez más, la inteligente y centrada Rose estaba en lo correcto. Eligió un vestido de tiras de un celeste muy claro con pequeñas flores blancas bordadas en la parte inferior. Se calzó unas sandalias bajas y levantó su pelo con una coleta alta. Aún atado, el cabello le llegaba hasta casi la cintura. Volviéndose hacia el espejo, se volteó un poco para ver el largo de su pelo y sonrió. Amaba su cabello. Era una de las cosas que más le gustaban de ella misma. Le daba como un sentido de pertenencia a aquella familia. Se alisó el vestido con las manos, cayendo en cuenta que le quedaba bastante más corto que el verano anterior, por no decir que realmente se preocupó al ver su busto, o mejor dicho, como intentaba escaparse del vestido. Pensó que la endemoniada prenda se había encogido a causa de algún lavado imprudente. Pero luego recordó la atención extra por parte del público masculino que había tenido aquel año en Hogwarts, y que sus primas le afirmaban a capa y espada que era porque sus tributos de veela se habían comenzado a desarrollar. Meneó la cabeza hacia los lados, con una expresión un tanto divertida cuando se acordó de la ocasión en la que durante un almuerzo, un tímido Hufflepuff de cuarto se le había acercado balbuceando que creía que ella era hermosa como ninguna chica que había visto en su vida y que lo haría tremendamente feliz si aceptara salir con él. Las chicas que la rodeaban en ese momento comenzaron a cotillear y a proferir risitas tontas, e incluso algunas de burla. Ella se giró y las fulminó con la mirada, haciendo que cesen esos comportamientos idiotas. Volvió a girarse hacia el asustado muchacho y le dijo que se sentía halagada en demasía, pero que no tenía intenciones de salir con nadie y que no se lo tomara de manera personal. El chico comprendió a la perfección y supo que ella no le mentía. No era nada personal. De hecho, el muchacho no era para nada desagradable a los ojos y su mirada era de las más amables que había visto. Ella se levantó de su sitio y le dejo un cálido beso en la mejilla del muchacho, a lo que él sonrió agradecido.

—¿Sabes? Tú deberías estar en Gryffindor. Eso fue muy valiente —le dijo y luego, volteó para salir del Gran Comedor y dirigirse a su clase de Pociones, mientras sentía que una mirada ambarina le quemaba la espalda.

Salió de su ensimismamiento gracias a que su prima se removía en su cama suspirando a algo que sonó muy parecido a "Scorpius", lo que la hizo sonreír nuevamente. Ella sabía muy bien que Rose se sentía atraída hacia el rubio amigo de Albus, y aunque lo negara a diestra y siniestra, se moría de celos cada vez que lo veía con su novia de turno, si es que se las podía llamar "novias".

Apuró el paso, ya que si seguía parada frente al espejo echaría raíces seguramente. Abrió la puerta del cuarto con suavidad y salió al pasillo, mirando hacia ambos lados, aunque no esperaba encontrar a nadie. Se aventuró hacia las escaleras, bajándolas con sigilo, aunque eso no evitó que la madera adentrada en años crujiera bajo sus pies. Al llegar a la cocina, vio que su abuela no se había levantado todavía. La Madriguera aún se hallaba en completo silencio. Quitó el pestillo de la puerta que daba hacia el patio trasero de la casa y salió presurosa hacia la noche que para nada se veía oscura, todo lo contrario de hecho, porque aunque hacia el Este el cielo comenzaba a aclararse, la luna seguía estando en lo alto del firmamento. Cruzó con parsimonia la extensión de césped que la separaba de aquellos árboles de los cuales pendían los columpios en los que tantas veces se había refugiado cuando su madre la regañaba por algo. Y esta vez, aunque su madre ni sospechaba lo que le ocurría a su segunda hija, sentía esa misma sensación que le hacía tragar con dificultad. Ese llanto que por mucho que trataba de reprimir, siempre terminaba por aflorar. Agradeció estar sola en ese momento y se echó a llorar sin tapujos. La soledad y el desasosiego que la atizaban eran difíciles de llevar, para ser sincera no sabía hasta cuando lo soportaría. Respirando con algo de trabajo por la congoja, se hizo una promesa, más que nada para ella, pero también para el mundo, y para hacerla sonar más real y convincente, la pronunció en voz alta.

—Yo, Dominique Weasley, juro alejarme de él, así me cueste cada sonrisa que pueda llegar a tener de ahora en más. Seré feliz por él, aun así encuentre una mujer que lo enamore. Yo tendré mi vida y él la suya.

Asintió para sí misma, satisfecha con su resolución, cuando una voz que conocía bien interrumpió sus cavilaciones.

—Definitivamente, el momento ha llegado Dom, te has vuelto loca —dijo el muchacho riendo por lo bajo y acercándose hacia el columpio donde se mecía ella.

—Sí, claro. Tú te lías con Lisa Boot y yo soy la desequilibrada —contestó ella, evidentemente molesta.

Lisa tenía la misma edad que ella y era hija de Terry Boot, un hombre que había sido compañero de colegio de sus tíos Harry, Hermione y Ron, y como este decía siempre que surgía el nombre de la chica en cuestión durante una conversación, le recordaba terriblemente a Lavender Brown. La cara de su tío se tornaba tan roja como su pelo cuando nombraba a la novia que tuvo durante la cursada de su sexto año y suspiraba con hastío, mientras su tía Hermione siempre le decía que solo había obtenido lo que se había buscado con un deje de reproche. Parecía increíble que después de tantos años ese tema continuara siendo algo peliagudo para la pareja. Cayendo en cuenta que esos ojos ambarinos idénticos a los de una cierta tía suya la observaban con curiosidad, recordó que no estaba sola y se giró hacia el dueño de esa mirada tan perturbadora para sus sentidos.

—De todas maneras —continuó ella —¿se puede saber por qué tienes la impresión que he enloquecido? Y más interesante aún, ¿qué haces levantado a estas horas, James Potter? Según recuerdo amas más dormir hasta el mediodía que a cualquiera de tus conquistas.

De nuevo, fue imposible para ella esconder su molestia por lo dicho por el chico, pero de pronto, su cara se torció en una mueca de espanto. Por Merlín, ¿acaso James la había escuchado recitar su promesa? ¿Qué excusa le pondría ahora? Sabía que si él la había oído con claridad preguntaría hasta el cansancio hasta enterarse de que hablaba con eso de "Yo tendré mi vida y él la suya". Intentó disimular lo más que pudo su expresión, tratando de relajarse, pero le resultó prácticamente imposible. James la conocía demasiado, habían sido tan compañeros y confidentes como ella misma lo era con Rose. Decidida a no demostrar lo mucho que la aterraba que él la interrogara, subió su mirada hasta la ambarina de James, con un tono de desafío.

James la contempló por un segundo más, antes de decidir que se sentaría en el columpio vacío al lado de Dominique. Seguramente algo le pasaba a esa chica desde hacía meses. Durante ese tiempo él había notado que la chica estaba distante, muchísimo más que de costumbre, pero que eso ocurría solo en ciertos momentos. Si él la observaba desde lejos, como por ejemplo, cuando por la tarde todas las primas se acercaban a la arboleda que había detrás de la casa para tratar sus "temas de mujeres", ella se comportaba de forma natural, como si nada le ocurriera. Reía con ellas a carcajadas. Esa risa tan particular de Dominique lo hacia sonreír sin siquiera notarlo. Entonces la veía. Cuando ella pensaba que nadie la observaba, su semblante cambiaba, como si recordara algo que la hiciera infinitamente desdichada.

Comenzando a mecerse en el columpio, volvió la vista a Dominique una vez más. Dado a la cercanía que tenía en ese momento, él pudo notar claramente que ella había estado llorando, pero decidió que esperaría que la conversación avance antes de preguntar por las causas de su llanto.

—Respondiendo a tu primera pregunta, no niegues que es bastante extraño encontrarte a las seis de la mañana columpiándote y hablando sola… Es una situación bastante graciosa de ver, créeme —ésta vez, riendo de manera audible —. Y para responder a tu segunda pregunta, no sé de dónde has sacado eso de que yo no me levanto temprano —terminó, levantando el mentón con falso enojo.

Dominique sonrió por primera vez de manera genuina. Le encantaba ver a James hacerse el ofendido. El muchacho lo noto y sonrió también. Sin saber bien por qué, tomo la mano de la joven entre la suya y ella no supo bien qué hacer. Simplemente se quedo allí, inmóvil, contemplando las manos de ambos entrelazadas. Entonces James habló.

—Quiero saber por qué llorabas —le espetó de pronto, pero cuando ella estaba por abrir la boca para replicar, él volvió a preguntar —. ¿O debería preguntar por quién?

Ahí estaba, la pregunta que Dominique más había temido. ¿Qué se suponía que debía contestarle? ¿La verdad? No, eso jamás. James nunca lo iba a saber. Ni James ni nadie lo sabría. Además, ella ya se había hecho a sí misma cierta promesa que no rompería apenas a diez minutos de haberla jurado. Tendría que pensar rápido, muy rápido, pero más relevante aún, lo que sea que se le ocurriera debería ser convincente. James no era ningún idiota en estos casos y la conocía como la palma de su mano.

—James, sabes bien que confío plenamente en ti, pero hablar en este momento no me ayudaría en nada —dijo ella mientras soltaba la mano que la sostenía firmemente, pero aún así de manera tierna —. No pienses que no deseo hablarlo contigo, no tengo ánimos para hablarlo con nadie, la verdad —se apresuró a aclarar viendo que la mirada del moreno se inundaba en dudas.

—Dom… —Comenzó el, con cierto titubeo —. Me preocupas, y mucho.

El muchacho de ojos ambarinos hizo una pausa, tomando aire, como si lo que fuese a decir le pesara toneladas. Y así era. James estaba alarmado por su prima favorita. A lo largo de los años ellos se habían vuelto inseparables. Compartían una conexión especial, toda la familia lo afirmaba. Ambos eran casi de la misma edad y sus personalidades eran explosivas como pocas, una clara herencia Weasley. Pero había más que eso. Era como si tuvieran la capacidad para leer los pensamientos del otro con solo una mirada, sin intercambiar palabras. Pero desde hacía tiempo, ella se hallaba abstraída, sumida en algo que James no lograba descifrar. Sabía que no era el único que lo notaba, pero también sabía que era quien más había notado el rotundo cambio. Dominique era de comentarios ácidos y sarcasmo, valiente hasta el cansancio, como buena Gryffindor, disfrutaba de las bromas pesadas de su tío George y lo vitoreaba cuando hacía alguna de las suyas, mientras la mayoría de la familia lo miraba con ojos de reproche. Ahora todas esas características perecían haberse esfumado junto con ese vínculo del que tan orgulloso se sentía. Y eso lo ponía nervioso. Necesitaba saber que ocurría.

—Potter, ¿desde cuándo estas tu tan intranquilo por los demás? —largó ella tratando de esquivar las preguntas inquisitivas y aunque odiaba admitirlo, sinceras. Ella se daba cuenta que James se preocupaba y que claramente había notado el cambio. Sin embargo, no permitiría que el chico llegara al fondo de todo eso.

James la miró con cierto recelo por el intento de la muchacha de esquivar la situación. Eso hizo que su curiosidad aumentara. ¿Qué podría ser tan importante para afectarla así? ¿Algún chico? ¿Un amor no correspondido quizás? Eso era imposible. Quien estuviera en su sano juicio y tuviera la oportunidad de ver y conocer a Dominique caería rendido a sus pies sin segunda chance. Ella tenía un humor incomparable, era independiente y resuelta. Y qué decir de su belleza. Era preciosa. Su cabellera interminable del rojo más intenso, ojos azules profundos, como el más bonito cielo de primavera. Sus gestos, como arrugaba su nariz al reír, cerrando sus ojos y ocultando parcialmente sus pecas. El desgraciado que la estuviera haciendo sufrir, si es que sus sospechas eran ciertas, era un tremendo idiota. Y él, si en algún momento lograba dar con el tipo en cuestión, lo molería a golpes, solo por ser tan estúpido.

—Ni lo intentes, Weasley. Puedes hacerlo mejor que eso. Conociéndome, y sé que lo haces, no podías pretender ni por un segundo que me despistarías con un ataque tan tonto —advirtió él manteniendo una mirada seria, aunque tranquila. Volvió a tomar aire y prosiguió —. Sé muy bien que algo ha ocurrido. Los cambios no aparecen de la nada, por no decir que todo esto no es nada nuevo. Me atrevería a decir que desde que empezamos el curso anterior, en septiembre has dado un giro de ciento ochenta grados. Me encantaría saber cuáles son las causas para que cada vez que volteo a ver te encuentro cabizbaja, apesadumbrada. Por no mencionar que últimamente me evitas como si sufriera de spattergroit.

Había llegado el momento, y aunque no quería hacerlo, era necesario. No quería mentirle justamente a él. Habían compartido demasiado durante toda su vida como para empezar con falsedades en ese momento. Pero pensándolo con detenimiento, Dominique asumió que era lo mejor para la familia, para James y para ella. Podría superarlo sola y sin problemas se dijo a sí misma, aunque no estaba del todo segura de aquello. Aun así, tenía que intentarlo.

—Serás pesado, James... —bufó antes de inventarse el cuento más grande de su vida —. Bien, quieres saberlo, gran entrometido, te lo diré. El asunto es que...

No pudo terminar su inventada frase ya que escucho una voz potente, pero adorable y familiar que la llamaba. Miró hacia delante y vio a su abuela Molly de pie en la puerta de la cocina que daba salida al patio. James oyó claramente el llamado, al momento que su abuela se dirigía a él también.

—¡Niños! —exclamó su abuela en un tono afable y con una gran sonrisa en sus labios, mientras ambos chicos rodaban los ojos por tal trato infantil. Dominique comenzaría el sexto curso en Hogwarts al término de ese verano, y James el séptimo.

—Niños —repitió Molly —, ya que han madrugado hoy, entren a la cocina y ayúdenme con el desayuno, ¿sí?

La muchacha había encontrado su oportunidad para huir. Encogiéndose de hombros, miró a su primo que aún ansiaba una respuesta que ella no daría. Se levantó del columpio que había ocupado por casi una hora murmurando algo como "Será mejor que vayamos" y echó a correr mojando sus pies con el rocío que cubría el pasto anunciando el alba. La luna había desaparecido definitivamente, pero el cielo se aclaraba cada vez más. Un nuevo día comenzaba. Otro día interminable, al igual que el anterior, y al que hubo antes de ese. Esto de evitar a James constantemente le suponía un trabajo bastante arduo y que en el fondo ella no disfrutaba para nada. Deseó volver el tiempo atrás, antes que sus ojos empezaran a ver más allá. Cuando podía disfrutar de su primo, su amigo incondicional desde pequeños. Quien a menudo lograba sacarla de las casillas, pero que la defendía sin miramientos cuando alguien le lastimaba. Y justo en ese momento, mientras escapaba de él, comprendió en su totalidad lo cuesta arriba que se le haría ese trayecto. Le dolía el solo imaginar lo vacía que sería su vida de ahora en más. Pero se esforzó por creer y confiar que sería lo mejor. Sí, sin dudas lo sería.