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1. Límite.

Los primeros rayos del sol despuntaban el día y el frescor nocturno aún se notaba en el aire, era el momento que más le gustaba del día, en el que todo permanecía aún tranquilo, en el que los más madrugadores no se han despertado aún y los más trasnochadores ya se han acostado, haciendo que todo estuviese tranquilo, en paz, y podía sumirse completamente en sus pensamientos sin que nada ni nadie lo molestase.

Sin embargo hacía varios días en los que esa tranquilidad era totalmente imposible de encontrar fuese la hora que fuese.

Suspiró. Estaba sentado en uno de los tejados más altos del Seireitei, observando ese paisaje tan familiar para él, ahora sumido en el caos, un caos que él mismo había contribuido a provocar, pero que casi todos achacaban a los Ryoka que habían penetrado a la Sociedad de Almas para salvar a Kuchiki Rukia de una ejecución que se celebraría ese mismo día, incluido el asesinato de uno de los capitanes.

Repasó una vez más el plan, más por aburrimiento que porque lo necesitase realmente, eran tantas las veces que lo habían machacado Aizen, Tousen y él... Para que todo saliese a pedir de boca, habían sopesado todas las posibles eventualidades que podrían surgir y el método para solucionarlas. Ya sólo faltaba esperar, esperar a que Aizen diese la orden, hacerse con el Hougyoku de una forma u otra, e ir hacia su nuevo hogar en Hueco Mundo. Relativamente fácil.

Era consciente de que algunos desconfiaban de él, sobre todo el pequeño capitán Hitsugaya, pero eso tampoco resultaba un problema, ni para el plan, ni para él. Nunca había destacado por levantar simpatías, ni tampoco lo había pretendido, alejando a todo el que se acercaba un poco a él con su actitud burlesca, con esa eterna sonrisa, con esa máscara perenne que nadie conseguía arrancar. Nadie excepto ella, esa niña que salvó de la muerte en el desierto, su amiga, su amante... su amor. En los últimos años había intentado alejarla de él, borrarla de su vida, y lo había conseguido... a medias. Porque a pesar de todo, ella seguía a su lado, apoyándolo, confiando en él

Ellos estaban luchando por algo en lo que creían, cada uno tenía sus razones. Aizen por conseguir el poder absoluto. Tousen para reestablecer el orden y la justicia que creía perdidas en la Sociedad de Almas, y que creía que Aizen impondría, una forma muy personal de definir la justicia, pero, ¿acaso se podía definir de otra manera que no fuese de forma personal?

El límite entre lo justo y lo injusto, entre el bien y el mal, es una línea tan fina, que fácilmente se puede traspasar, tan sólo basta con comparar dos puntos de vista distintos. ¿Cuál es el límite entre el héroe y el villano? ¿De verdad existe una diferencia clara entre ellos? La respuesta es clara, no. Los grandes héroes en tiempos de guerra podrían ser considerados grandes asesinos en tiempos de paz.

Él también tenía sus razones para aliarse con Aizen y traicionar a los que hasta ahora habían sido compañeros. Tenía muy claro que el "amable" capitán no sentía ningún tipo de afecto o simpatía hacia él, que lo consideraba como a un simple peón en su juego por llegar a ser dios, un peón peligroso, pues no demostraba la misma reverencia incondicional que demostraba Tousen. Él simplemente representaría su papel hasta que creyese conveniente, el sentimiento era mutuo, él no era un iluso idealista como el ciego.

Echó otro vistazo al paisaje, no iba a echar de menos aquello, siempre había tenido la facultad de no encariñarse con nada ni nadie, y como en toda regla hay una excepción, su excepción era Rangiku, ella era lo único que hacía que desease permanecer en el Seireitei, pero eso no ocurriría, como tampoco ella lo acompañaría a él, y esta separación inminente lo estaba torturando.

En algunas noches, el delirio se apoderaba de él y pensaba en secuestrarla y llevársela con él, pero pronto desechaba esa idea como lo que era, una locura, Rangiku no se merecía eso, ni él era una persona que se dejara llevar por impulsos. Y era en eso en lo que pensaba en ese momento, en llevársela con él, el echo de que una persona tan egoísta como él se hubiese enamorado de alguien, lo hacía tremendamente necesitado de ella, incluso algo posesivo.

Definitivamente, tendría que hacer algo para matar el tiempo que quedaba y no hacer ninguna estupidez.

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Se veía tranquila, aceptando su propia muerte. Caminaba con seguridad aplastante sobre aquel puente, escoltada por los guardias, mientras dirigía sus pasos hacia el Soukyoku. Se detuvo un momento, seguramente al notar la desaparición de la energía espiritual de su querido amigo Renji.

- Buenas, ¿qué tal todo Rukia-chan?

- Ichimaru Gin.

- Muy mal, tan malhablada como siempre. No soy "Gin", sino "Capitán Ichimaru". Si no cambias de actitud te llevarás una buena bronca de tu hermanito.

- Disculpe, Capitán Ichimaru - no pudo evitar reírse, podría sonar cruel, pero en ese momento su retorcida mente buscaba torturar a otro que no fuera él mismo, necesitaba olvidar que quedaban apenas horas para separarse de Rangiku, y no había mejor manera que esa.

- Venga, venga, ¿te lo has tomado en serio? No he venido a cuchichear contigo. No te preocupes, creo que nos llevamos bien.

- ¿Por qué? ¿Por qué estás aquí Capitán Ichimaru?

- Ah... nada en especial. Estaba dando una vuelta y he venido a hacerte rabiar un poco - la chica lo miró con una mezcla de odio y miedo, siempre la había aterrorizado con su mera presencia - ¿qué pasa estás en las nubes?

- Nada.

- Vaya, parece que no ha muerto... Abarai-kun - sus palabras surgieron el efecto deseado, la chica abrió los ojos esperanzada, buscando con la mirada a su amigo - No tardará... en morir. No estés triste, sólo porque haya intentado salvarte, Rukia-chan - lo dijo sin perder su sonrisa tan característica, haciendo que ella se enfadara aún más.

- ¡No digas lo primero que se te pase por la cabeza!

- ¿Asustada?

- ¿Qué has dicho?

- No quieres que Abarai y los demás mueran, ¿verdad? Cuando una persona no quiere que otros mueran, de repente le asusta morir ella misma - la miró, acentuando la sonrisa - ¿Quieres que te salve?

Pudo percibir un atisbo de esperanza en sus ojos, eso lo alegró, significaba que en el fondo de su ser, no había aceptado del todo que su ejecución estuviese próxima, que aún esperaba que todo se solucionara, aunque fuese un sentimiento muy escondido dentro de sí misma.

- ¡¿C-capitán Ichimaru?! ¡¿Qué está... diciendo?!

Los guardias lo miraron asustados.

- ¿Qué te parece? - añadió, sin hacerle caso a los guardias, mientras se acercaba a Rukia - Si tuviese ganas podría salvarte ahora mismo. A ti, y a Abarai-kun... y a todos los demás.

Posó su mano sobre la cabeza de la chica y se agachó para ponerse a su altura. Podía notar perfectamente la confusión que le habían provocado sus palabras.

- Era coña - se dio la vuelta, alejándose - bye bye, Rukia-chan, nos vemos en el Soukyoku.

A lo lejos escuchó el grito de desesperación de Rukia, sonrió aún más y siguió su camino.


Aquí el primer momento, ya tengo subido algunos en otras páginas, en concreto hasta el 7, así que los primeros "vicios" los subiré rápido, pero, como dije en mi profile, suelo tardar en actualizar las cosas.

También quería decir que, como los momentos no tienen nada que ver, lo he puesto rated M, porque llegará un momento en el que la cosa se pondrá más subida de tono, aunque la mayoría de los capítulos tengan una temática bastante tonta. Bueno, nada más, gracias por leer.