Disclaimer: los personajes no me pertenecen, pero la trama si.
Lo que está escrito "entre comillas" son los pensamientos de la gente.
Lo que está escrito en cursiva son conversaciones en la distancia o por teléfono.
La historia está escrita desde el punto de vista de Renesmee.
Los personajes son humanos.
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1.
Era mi primer día de trabajo y estaba bastante nerviosa. No por el trabajo en si, ya lo había hecho muchas veces, sino porque era en un lugar nuevo y distinto a los demás lugares en los que había trabajado.
Cogí mi ropa más formal y me maquillé un poco. No es que me gustara ir maquillada, pero quería causar buena impresión. Me puse mi traje azul marido, con una blusa blanca. Me recogí el pelo en un moño, cogí mi bolso y me fui.
Estaba tan nerviosa que, cuando me monté en el coche, me di cuenta de que aun llevaba puestas las zapatillas de estar por casa. Por mi pequeño descuido llegué tarde a mi primer día de trabajo.
El jefe estaba en la puerta cuando llegué corriendo a su lado. Abrió la puerta y, sin decir nada, entró en el edificio. Tuve que seguir corriendo para lograr alcanzarle. El muy capullo me estaba tratando como a una mierda sin siquiera haberme saludado. "Cuida tu vocabulario, Renesmee."
Llegamos a un despacho y me hizo sentar frente a su mesa.
- Señorita Masen.
- ¿Si?
- Espero que no vuelva a llegar tarde.
- No volverá a suceder.
- Bien. – cogió una carpeta y empezó a leerla. – Lleva nueve años trabajando con el señor Cullen.
- Así es.
- ¿Qué edad tiene?
- Veinticinco.
- Vaya… muy bien. ¿Sabe porque la hemos aceptado?
- Me lo imagino. – murmuré. Lo sabía muy bien.
- Bueno, hoy le enseñaré el lugar. Mañana empezará atrabajar.
- Como quiera.
- Vamos. – dejó la carpeta encima de la mesa y se puso en pie.
Esta vez me abrió la puerta y salió del despacho detrás de mí. Salimos de ese edificio, pasamos por una pasarela y entramos en otro edificio.
- Aquí es donde está la enfermería, el despacho del psiquiatra, o sea, su nuevo despacho, la sala de guardias, mi segundo despacho, el despacho de las doctoras, la sala de descanso… y bueno, otros despachos que no le interesan.
- Con saber donde voy a trabajar me vale. – dije, hablando el mismo tono despreciativo que él. - ¿Por qué no empiezo a trabajar hoy? Para ir pillando el ritmo, digo.
- De acuerdo. Le mandaré a tres o cuatro reclusos.
- Bien.
- Ese es su despacho. – sacó unas llaves de su bolsillo y me las dio. – Un guardia estará alerta. No queremos que en su primer día haya ningún incidente.
- Bien. ¿Señor alcalde? – dije abriendo la puerta.
- ¿Si?
- No le diga a nadie lo de mi otra profesión.
- ¿Por qué?
- Porque eso es solo cosa mía. – cerré la puerta y fui hacia mi mesa.
Dejé el bolso colgado en el respaldo de mi silla y fui hacia la ventana, esperando a que viniera alguien. Como en diez minutos no vino nadie, cogí mi cuaderno de mi bolso y me senté en mi silla.
Toc, toc, toc.
- Pase.
- Doctora Masen, le traigo a su primer paciente. – dijo un joven de unos veinte y pocos años, que vestía un uniforme de guardia. – Tenga, su expediente.
Me dio una carpeta e hizo sentar a un chico en la silla que tenía enfrente, que me había fijado que estaba clavada en el suelo. Le esposó a la silla y salió del despacho, aunque no se movió de la puerta.
- Hola. – dije poniéndome mis gafas, con la carpeta aun en mis manos.
- Hola guapa.
- Cuénteme. – dije ignorando el piropo.
- ¿El qué?
- Lo que le de la gana, señor Clearwater.
- Me he puesto muy cachondo al verla. Es muy sexy.
- Gracias.
- Llevo mucho tiempo sin sexo. Y cuando la he visto, se me ha puesto muy dura.
No se porque me sonrojé al oírle decir eso. Aunque debía de habérmelo imaginado. El chico llevaba unos diez años en la cárcel. Leí su expediente. Atraco a mano armada, violación e intento de violación.. "Tengo que ir con cuidado con este tío."
- ¿Le molesta que hable así?
- No. – mentí. – Hable con claridad. – dije mirándole directamente. Era guapo, de ojos castaños y piel un poco oscura.
- Llevo diez años aquí, sin una mujer a la que poder acariciar. – mientras hablaba, iba acariciando su muslo. – Me gustaría que fuera usted.
- Eso no va a suceder nunca.
- Ya, lo entiendo. Yo soy un preso y usted mi psiquiatra, pero podríamos hacerlo en secreto.
- No es mi tipo, señor Clearwater.
- Llámame seth, preciosa.
- Le voy a llamar señor Clearwater y usted me llamará doctora Masen. ¿Entendido?
- Si, doctora sexy.
- ¿Cómo llevas el encierro?
- Bien. Me pongo en forma, tengo amigos…
- ¿Y la falta de sexo?
- Mejor de lo que pensaba.
- ¿Se masturba?
- Lo haría ahora mismo si no estuviera esposado. – le creí. Se notaba que lo necesitaba. Podía ver su erección desde el otro lado del escritorio.
- ¿Le gusta que le miren? Eso es lo que hizo con la víctima de uno de sus atracos, ¿no? La que intentó violar.
- No. A esa si que me la follé.
- ¿Ella quiso hacerlo?
- No me molesté en preguntárselo.
Yo alucinaba. Estaba hablando de una violación como si fuera algo normal. "Este tío realmente necesita ayuda."
- Mañana seguiremos hablando, señor Clearwater.
- Cuando me la machaque esta noche, pensaré en usted.
- Guardia!
El guardia entró en el despacho y se llevó a Clearwater, que no dejaba de sonreírme. Que asco me daba la gente así. Ese tío estaba obsesionado con el sexo. Anoté unas cuantas cosas en el expediente y guardé la carpeta en el cajón. En diez minutos, el guardia trajo a otro chico y otra carpeta. Jasper Whitlock.
- Buenos días. – ese chico también era muy guapo.
No me respondió. Leí un poco el expediente. Asesinato. "oh, oh."
- Hábleme.
Siguió en silencio.
- ¿No quiere desahogarse? Hábleme de lo que sea.
- ¿Qué quiere que le diga? ¿Qué me arrepiento? – empezó a decir. Hablaba en un susurro bien audible. Hablaba con calma y frialdad. - ¿Qué quiero salir de aquí? ¿Sabe a lo que me dedico aquí dentro?
- No, pero me gustaría saberlo.
- Enseño a leer a los presos más ancianos y a los que vienen de los suburbios. La verdad, no tengo prisa en irme.
- Le da miedo salir. – no lo pregunté. Estaba claro que era así.
- A veces.
- ¿A quien mató?
- A mi hermano.
- ¿Por qué?
- Maltrataba a su chica. No podía permitir que la matara de una paliza. Solo tenía dieciséis años.
- Lo entiendo. – "aun asesino con principios." – pero, ¿no podía haberlo denunciado?
- Tenía muchas órdenes de alejamiento. ¿Cree que hizo caso de alguna? No! Tenía que interponerse entre nosotros e intentar matarla! – empezó a gritas.
Me quedó todo claro. Había matado a su hermano porque él se había enamorado de su cuñada.
- ¿Cree que lo hice por celos?
- Creo que usted ama a esa mujer, y que el matar a su hermano era la solución para que la chica no sufriera más daños.
- Más o menos. – volvía a estar calmado. "¿Este tío es bipolar o qué? - ¿Me puedo ir ya?
- Si.
- Que tenga un buen día. – dijo poniéndose en pie.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de que él no había estado esposado a la silla. No lo tenían por alguien peligroso.
Salió del despacho y el guardia se lo llevó. Anoté un par de cosas en su expediente y la guardé. Mientras la guardaba, alguien entró en el despacho. Alcé lentamente la vista y me quedé paralizada. Hacía muchos años que no sentía una sensación similar. Primero, el corazón empezó a latirme muy deprisa, sentí como el calor invadía mi rostro y un ligero cosquilleo se formó en mi tripa. Cosquilleo que iba bajando lentamente.
- Ho-hola señor…
- Tenga, mi carpeta. – dijo. No dejaba de mirarme fijamente. Apenas vi el nombre que había escrito en la carpeta. - ¿Doctora? ¿Se encuentra bien?
- Si. Disculpe. Estaba pensando en otras cosas. Lo siento. – cogí la carpeta y la leí un poco por encima.
Jacob Black, algún robo y alguna pelea. Nada serio.
- Señor Black.
- Dígame, doctora.
- ¿Le apetece hablar?
- Supongo que me irá bien hablar con alguien que no sea un asesino.
Sonreí. No pude evitarlo. Era como si hablara con un chico con carrera, que nunca había roto un plato.
- Que puedo contarle… - se cruzó de brazos y fingió meditar. Me puse a reír sin quererlo y él se unió a mis risas. – por la mañana me levanto, hago mi cama, me visto, me lavo los dientes, hago gimnasia, como, trabajo un poco, ceno y me voy a dormir. No hay nada más.
- Veo que estás muy entretenido.
- No tengo ni un segundo libre. Hecho de menos la libertad.
- ¿Cuándo?
- Sobretodo por las noches. Es que no me dan ni una almohada…
Empecé a reír de nuevo, pero se me cortó la risa cuando vi al guardia al otro lado de la puerta de cristal. "Renesmee, serénate un poco. Se seria."
- Hecho de menos mi trabajo.
- ¿De que trabajabas?
- Era profesor de gimnasia en un colegio. Me encantan los peques.
- ¿Qué pasó?
- Estaba en el peor lugar en el momento menos oportuno. – dijo en un suspiro. El chico parecía triste. Me dio pena.
Por primera vez en mi carrera, le creí. "Es un preso. Suelen ser todos unos embusteros." Pero es que ese chico parecía tan distinto…
- No me cree, ¿Verdad?
- No importa lo que yo crea. – dijo guardando la ficha. – Señor Black, ¿quiere contarme algo más?
- Seguro que piensa que no tengo derecho a ser tan atrevido, y seguramente es así, pero antes de irme quiero decirle una cosa. – dijo, poniéndose en pie.
- Dígame, señor Black.
- Es usted un ángel.
- ¿Un ángel? – pregunté. Nunca me habían llamado algo similar.
- Una hermosa aparición que ha venido para ayudarnos.
- Tenía razón. – dije yendo hacia la ventana. No quería que me viera la cara. Estaba roja como un tomate. – Es un atrevido.
- Lo se. Disculpe si la he incomodado.
- Disculpas aceptadas. – murmuré. – Ya nos veremos.
En cuanto Black salió del despacho, volví a sentarme. Ese día no vino nadie más. Cogí mi bolso, guarde las carpetas con mis notas en el cajón y lo cerré con la llave. Guardé las gafas en mi bolso, lo colgué sobre mi hombro y fui en busca del alcalde.
Encontré al alcalde en la sala de guardias. Todos se me quedaron mirando. Me sentí muy incómoda. Ocho pares de ojos clavados en mí. Bueno, más bien estaban clavados en mi trasero. "Otro día me pongo una chaqueta más larga."
- ¿Cómo le ha ido? – preguntó el guardia que había llevado los presos a mi despacho.
- Muy bien, gracias.
- Señorita Masen, ¿podemos hablar?
- Claro, señor.
El guardia y yo salimos de la sala y fuimos a una ventana que había en el pasillo.
- Doctora Masen, comprendo que es usted una chica joven, y hay presos que saben muy bien como ganarse a la gente.
- No se porque lo dice. – mentí. Me había pillado de risitas con Jacob, digo, con Black.
- Creo que si lo sabe.
- No se porque, señor. Yo no estoy con hombres.
- ¿Quiere decir que es lesbiana? – dijo y, al momento, pareció avergonzarse de lo que acababa de decir. – Disculpe, no es que sea nada malo, por supuesto, pero…
- Digamos que yo no mantengo relaciones, de ningún tipo, con nadie.
- Muy bien.
- Pero gracias por la advertencia. No me dejaré deslumbrar por las buenas palabras de ninguno de ellos.
- Por su bien. – dijo tendiéndome sus manos.
Estrechamos nuestras manos y volvimos a la sala de guardias. El alcalde me dijo cual era mi horario y, cuando íbamos hacia la salida, pasamos por otro lugar, cerca del patio de los presos. Estaba claro que lo que quería era intimidarme, pero yo solo me dediqué a observar a través de mis gafas de sol.
- ¿Qué le ha parecido?
- que es una cárcel tercermundista.
- Hacemos lo que podemos con el dinero que nos dan.
- Hasta mañana, señor. – dije, dejando atrás al alcalde.
Fui hacia mi coche, me monté en él y, cuando puse el coche en marcha, mi móvil comenzó a sonar. Miré de reojo el número y, cuando vi su nombre en la pantalla… "oh, no."
Descolgué el teléfono y lo dejé en el asiento del copiloto, con el manos libres puesto.
- Buenos días. – dijo con tono cantarín. Ese hombre siempre estaba alegre.
- Buenos días primo.
- ¿Cómo ha ido el primer día?
- Bien.
- ¿Has hablado con muchos reclusos hoy?
- Solo con tres.
- ¿Y?
- Uno no tiene remedio, pero los otros dos si.
- Ya me enviarás un informe a finales de semana.
- Si. El domingo, cuando vaya a la ciudad.
- Te noto un poco… no se…
- Solo tengo que cambiar el chip. Bueno, jefe, tengo que colgar. – cogí el móvil y lo dejé en mi muslo, a punto para colgar.
- De acuerdo. Come un poco y duerme bien.
- Si…
- No te comas la cabeza. Piensa en nuestro trabajo consiste en ayudar a la gente. Pero, ante todo, piensa en ti.
- Lo haré.
- No te creo. – dije empezando a reír. – no queremos que caigas rendida. Otra vez.
- Prometo que empezaré a cuidarme un poco más.
- De acuerdo. Adiós.
Colgué el teléfono y lo dejé de nuevo en el asiento de al lado. En parte, tenía razón. Cuando me centraba en algo, no pensaba en nada más. La última vez había terminado en el hospital, por cansancio, estrés y, bueno, es que me dio un ataque de ansiedad. "esta vez debo tomármelo con más calma. Por mi bien y por el de mi familia."
Al fin llegué a casa, aparqué mi pequeño volvo en mi plaza de aparcamiento, cogí mis cosas y fui hacia mi apartamento. Después de subir seis pisos por las escaleras y acabar rendida, me quité toda la ropa y me tumbé en la cama solo con ropa interior.
En el momento en que cerré los ojos, el hermoso rostro del último recluso con el que había hablado apareció ante mí. La misma sensación de cosquilleo se formó en mi vientre, cosquilleo que bajaba lentamente.
Hacía siete años que no me sentía así. Lo había ido llevando muy bien pero, desde el momento en que le vi, todo mi esfuerzo y mis años de no pensar en hombres se habían ido por el retrete.
Seguía pensando en él cuando me di cuenta de que mi mano iba acariciando mi tripa, metiéndola lentamente por debajo de mis braguitas. También hacia siete años que no hacía algo así, pero es que en ese momento lo necesitaba. La presión que se había formado en mi bajo vientre me lo pedía.
"No debería estar haciendo esto. Se supone que es pecado, pero es que Jacob me ha puesto tan cachonda…"
No me molesté en ahogar el orgasmo. No hubiera servido de nada.
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Historia nueva!
Que os ha parecido? Espero que os haya gustado. Va a haber muchas sorpresas, que espero que os gusten y que os sorprendan. En cuanto tengáis una teoría, contádmela. Me gustaría saber en que pensáis.
Besitos.
