[Los personajes no me pertenecen, pertenecen a Yuri On Ice! Y sus respectivos autores.]
La historia se ambienta en un "Alternative Universe" conocido por sus siglas AU, teniendo como pareja principal a Viktor y Yuri. Se respeta la diferencia de edad de ambos personajes, así como su nacionalidad. No obstante, difiere del canon sus profesiones e incluso el lugar del que viene Yuri. Sí, he cambiado Hasetsu por Gokayama, un pueblo que es precioso y he decidido ambientar la historia en este pueblo porque me parece un lugar más austero y sencillo.
Asimismo, debo aclarar que la historia no excederá los cinco capítulos y cada uno será de cinco páginas. Es un short-fic, por lo que el desarrollo del mismo será un poco rápido pero, espero encarecidamente que os guste porque espero que os apetezca tan dulce como el café de sus mañanas o, si son como yo y no beben café, entonces al chocolate.
Las actualizaciones serán semanales. Días de actualización: miércoles.
Five Things About You
"En un campo de flores, conocí al dios de la música"
CAPITULO I. Lápiz y papel
San Petersburgo, Rusia.
Sonrió afable a las mujeres que le saludaban con timidez, correspondiéndoles sin algo que fuera más allá de la cortesía. Podía sentir la punta de su nariz fría y sus mejillas arreboladas en consecuencia al desafiante clima de San Petersburgo, en reiteradas ocasiones encogiéndose en su lugar del frío que calaba sus pesadas ropas y enfundando sus manos enguantadas en los bolsillos de su abrigo, preguntándose cuándo acabaría el invierno.
Viktor Nikiforov siempre se consideró una persona tranquila y madura, pero en ocasiones se cuestionaba si realmente conocía el significado de vivir y amar. Solía descubrirse mirando su alrededor, observando cómo la vida evolucionaba y transcurría siendo externa a él, quien sentado junto a su ventana acostumbraba a leer un libro de su gran biblioteca o a escribir como el escritor anónimo que era aclamado desde las sombras a la luz del día.
Se sentía muerto en vida, acostumbrado a mirar la vida pasar junto a él y a sumergirse en las palabras de una historia que, si bien le envolvía en un relato tan vívido como precioso, no lo vivía realmente.
Exhalando un exhaustivo suspiro, entornó sus ojos celestes a un lado, percibiendo la alta y delgada figura de Christopher Giacometti, un amigo de la infancia que volvía de Suiza. Chris, con quien tenía una nimia diferencia de edad, era un hombre de grandes ojos verdes y cabello rubio, nunca irrespetando su filosofía de lucir coqueto al público que atraía como la luz a las polillas. No obstante, no era como si él realmente pudiese decir algo al respecto.
— ¿Has estado esperando mucho? —le preguntó, posteriormente haberle saludado con una sonrisa de perfectas y alineadas perlas.
—Lo necesario—respondió, correspondiendo el saludo. Acto seguido, ambos se dispusieron a ingresar al bar más cercano, donde se presumía un perfecto y bien tallado mobiliario de madera caoba barnizado. Las luces eran tenues y su fulgor se derramaba sobre las botellas expuestas en la barra, donde el bartender se movía con una rapidez y agilidad sorprendentes.
—Hacía algún tiempo que no nos reuníamos en un lugar así, ¿hay algo que quieras contarme? —consultó, sosteniendo entre sus dedos su fina y transparente copa, líquido ámbar atrapado entre las paredes de cristal conforme se revolvía de un lugar a otro, burbujeando suavemente.
— ¿No puedo quedar contigo para beber una copa sin tener algo que decirte? —cuestionó, prefiriendo no ahogar su inquietud en la bebida. En respuesta a esto, el rubio le miró con una de sus oscuras y perfectamente depiladas cejas enarcadas, luciendo impolutas—. Bien—se rindió, riendo por lo bajo, el gesto no llegando a su mirada—. Creo que me iré de Rusia por un tiempo.
— ¿Yakov lo sabe? —inquirió, el otro negando—. Demonios, Viktor. ¿Y a dónde piensas ir? —se atrevió en averiguar, dejando su copa a un lado y centrando su atención en su amigo.
—No lo sé—se encogió de hombros—. Estuve pensando en Gokayama en Japón. El novio de Yuri estuvo allí por un tiempo y sus fotografías en Instagram eran preciosas. Parece un lugar bonito—explicó, como si tal excusa le pudiese salvar de su padre.
—Veintisiete años y sigues comportándote como un niño, solo espero que no te enamores de ese lugar o de alguien en específico. Este es tu hogar—advirtió, frunciendo ligeramente el ceño ante la idea de verse separado del ojiazul de cabello platinado y piel pálida.
—Te escuchas como una novia celosa—bromeó, no queriendo admitir que, aunque haya pasado su vida entera en Rusia, nunca se sintió pertenecido a ese lugar. Quizá no buscaba pertenecer a un determinado lugar, sino a alguien pero, definitivamente, ese alguien no estaba en San Petersburgo.
—Soy una novia celosa—corroboró, enfatizando sus palabras y riendo de ellas una vez dichas, su grave voz burbujeando en su pecho en forma de una suave y casi inexistente risa floja.
—Además, yo no me enamoro tan fácilmente—continuó, siendo su turno de componer una mueca desentendida, incrédulo de ello.
—La última vez que te "enamoraste" —se detuvo, dibujando comillas en el aire, exaltando así su ironía—, fue de una chica que viste en la estación de metro. La invitaste enseguida a un café y a la semana, te cansaste de ella. Luego fue con este chico que trabajaba como profesor de—
—Suficiente—intervino, silenciando sus palabras—. Ya lo comprendí. Nada de enamoramientos.
Área de Gokayama, Japón.
En el área correspondiente a la ciudad de Nanto sobresaltaba la vivaz y oliva maleza de los campos y las montañas, el sonido de grillos y cigarras envolviendo el lugar que era bendecido por el astro mayor. Era verano, y podía ver niños corriendo de un lugar a otro en una interminable búsqueda y cacería de insectos, a los agricultores cuidando de sus plantaciones y a los ancianos en los pórticos de altas casas que resultaban tan antiguas como el número trescientos.
Era un lugar, ciertamente, tan encantador como la palabra misma. Había decidido disfrutar de una caminata desde la entrada del pueblo hasta su hotel, paseándose por distintos senderos en los que podía conocer más del pequeño poblado hasta detenerse delante de una casa en específico, reconociendo una melodía de piano que conocía muy bien y, además, acostumbraba a tocar en las noches solitarias en las que no podía dormir.
El toque era suave y profundo, un corazón abismalmente deprimido siendo el artista de la adaptación. Más sin embargo, la melodía era gentil y dulce, risueña y melancólica, como la voz que originalmente interpretaba la canción capaz de describir a la perfección la soledad y frustración de un hombre que lo tenía todo y, a su vez, nada. ¿Cómo era posible que alguien más conociese la canción de su alma?
Quiso saber quién podría ser el artista de tal beldad, pero se abstuvo y continuó su trayecto, convenciéndose de que debía llegar a su hotel y descansar tras un agotador viaje. Y, ajeno a la fascinación y conmoción que movió al extranjero que fuera reanudaba su camino, el pianista dejaba que sus dedos danzaran sobre las teclas blancas camufladas entre las delgadas y negras, su oído afinándose ante cualquier discordancia con su melodía.
En medio de la gran sala de estar era casi etérea la imagen que daba el muchacho sentado allí, sumido en las notas musicales y en la soledad que expresaba detrás de un gran y elegante piano de color negro. Pocas eran las veces en las que dejaba absorberse tanto por la música, pero siempre era el característico aroma de la nicotina lo que le devolvía a la realidad, su hermana haciendo acto de presencia para aplaudir su talento que él, sinceramente, creía no tener.
—Siempre que crees estar solo en casa, tocas esa melodía. ¿Cómo se llama? —preguntó, su hermano deslizándose sobre el asiento hasta quedar en pie, irguiéndose tímidamente en su metro setenta y tres de altura. No era extraordinariamente alto, pero tampoco era muy bajo.
—Stay Close To Me—respondió, esbozando una diminuta sonrisa nerviosa.
— ¡Yuri! ¡Apresúrate, tienes que entregar unas cajas al hotel de Minako! —desde el exterior de la casa, el muchacho escuchó su nombre, dando un salto sobre sus pasos para despedirse rápidamente de su hermana que, parecía ser, acostumbraba a ponerle incómodo en situaciones como aquella.
Su hermana era una mujer madura, con un divorcio sobre sus hombros y una personalidad desinteresada. Solía inmiscuirse en una situación cuando era necesario, pero últimamente no dejaba de insistir en conversar con él sobre su futuro como artista. Aparentemente, ella estaba particularmente interesada en lo que haría, y temía que esto tuviese como precedente su miedo a acabar como ella, en el pueblo en el que nació y siendo desdichada en el amor, atándose a un recuerdo.
Yuri Katsuki era joven, tenía veintitrés años y había asistido a la universidad en la ciudad. A pesar de ello, la carrera que había escogido no había sido de su total agrado y comenzaba a extrañar el poblado; así que, una vez con su título en manos y siendo asegurado el orgullo de sus padres, regresó Gokayama con la intención de quedarse. Era tranquilo, abundaba la armonía y tal era su paz que podía pintar con frecuencia.
En cuanto al amor, no le preocupaba mucho tener una relación ni tampoco le interesaba nadie. Era como si no perteneciera a nadie o, por el contrario, estuviese esperando a una persona especial; una persona que cambiaría su vida y su perspectiva de la misma por completo. Empero, aún no lo había encontrado y, naturalmente, esto le aliviaba.
Sacudiendo sus constantes pensamientos, esos que siempre parecían atormentarlo, se halló a sí mismo en el pórtico de su casa, recibiendo a ambos de sus padres en una vieja camioneta. En la parte trasera podía entrever parte de las cosechas que serían comercializadas en el pueblo y, asimismo, debía entregar a Minako Okukawa, dueña de uno de los principales hoteles del lugar y amiga de la familia.
En un salto, subió a la camioneta y se puso en marcha, dejando atrás su hogar preguntándose qué tenía de malo quedarse allí. La soledad no era tan mala una vez que te has acostumbrado a ella. No había nada de malo en amar su pueblo, en querer envejecer allí con un perro a su lado mientras pintaba los bosques que vestían las montañas que los rodeaban. Sinceramente, tenía aspiraciones que quería cumplir, pero sentía que lo iba arruinar y prefería quedarse en su zona de confort.
Recorrió el pueblo casi por completo, cruzando caminos de tierra y escuchando una vieja melodía en la emisora, tarareándola sin quererlo realmente. Era algo típico, como si de esa forma quisiera espantar sus pensamientos sobre su futuro laboral y sentimental. Quería terminar su trabajo y volver a casa, recoger sus materiales de pintura y escoger un lugar en el que relajarse y expresar lo que sentía a través de un lienzo.
De esta forma, visualizó a pocos metros el hotel de Minako, desacelerando inmediatamente el vehículo y apeando del mismo una vez estacionado, preparándose para bajar las cajas que serían dispuestas a su amiga. De tal modo, tomó una bocanada de aire insípido y comenzó a deslizar las cajas de madera, resintiendo entonces el peso de las verduras y hortalizas. Seguidamente, las depositó a un lado en el suelo con habilidad aprendida de la experiencia.
No recordaba cuándo ni cómo, pero desde que tenía memoria siempre realizaba los recados de sus padres y les ayudaba con la entrega de sus cosechas. Aun así, nunca aprendió realmente algo de ello. Es decir, era algo casi inconsciente su trabajo y francamente no le importaba. No quería aprender sobre cómo cosechar o pretendía seguir el negocio familiar, pero sentía que no había más opción que esa si se acobardaba con intentar algo con su sueño de ser un artista.
—Hey, you need some help? —escuchó una suave voz dirigirse hacia él, sorprendiéndole inmediatamente. Se enderezó en su lugar y giró su rostro a un lado, pudiendo fascinarse con la belleza que reflejaba un alto hombre a su lado—. Sorry, I don´t speak Japanese. I think that I understand more than I speak, but I prefer talk in English— sucedió, nerviosismo inexplicable moviéndose en su impecable acento inglés.
El japonés admiró en milésimas de segundos los rasgos delicados del extranjero, dedicándose a contemplar sus altos pómulos y finos labios, nariz recta y pequeña que era un tanto respingada, sus cejas rectas que impedían advertir sus pensamientos y unos pequeños pero deslumbrantes ojos celestes, cuyos eran enmarcados por largas pestañas del mismo tono de su cabello peinado hacia un lado. Era un hombre atractivo físicamente, con un aspecto afable y que no perdía su masculinidad por ello.
—Realmente no importa—le respondió, sintiéndose orgulloso de haber tomado clases de idiomas durante la universidad—. Son solo un par de cajas y—
—Te ayudaré—esta vez afirmó el desconocido, dejando su equipaje a un lado y moviéndose junto a él, acompañándolo a bajar las cajas restantes.
Yuri no quiso sentirse cohibido, pero era extraña la sensación que le dejaba en el paladar el tener a tal hombre a su lado. Sentía que lo conocía o algo semejante a la sensación de familiaridad invadía su pecho inquieto. El aroma almizclado oprimía sus fosas nasales, aturdiéndole un poco el fuerte perfume que portaba el impecable visitante. No le molestaba, pero sí picaba su nariz hasta hacerle estornudar en más de una ocasión a lo que, divertido, el más alto le respondía con suavidad.
El extranjero, por otra parte, parecía olvidar completamente su promesa de no enamorarse. Pero, francamente, ¿cómo podría no hacerlo si un chico como aquel se le cruzaba en el camino? No era exactamente una belleza extravagante, en cambio era natural y simple. Era de piel suavemente bronceada pero aun así, pálido. Sus mejillas eran tiernas, pudiendo leer que el muchacho era susceptible a la ansiedad y al sobrepeso. Sin embargo, conservaba una figura delgada y atlética.
Su cabello oscuro estaba desordenado, grandes y expresivos ojos color chocolate escondidos tras unos grandes lentes que resultaban agradables en su rostro. Tenía un fino mentón, una pequeña nariz y unas cejas tan expresivas como su mirada. Era alto, pero no tanto como él y, siendo honesto consigo mismo, eso le había hecho verse cautivado por él.
Aparentemente, Chris tenía razones para considerarlo un niño. Pero no lo hacía con malas intenciones, naturalmente era así.
Cuando todas las cajas fueron dejadas en el lobby, les sorprendió la delgada y alta figura de una mujer que rondaba sus treinta años. Tenía las piernas largas y un cuerpo que parecía de bailarina, cabello largo rozando su oscilante cintura y rasgos que la delataban como una mujer con ascendencia extranjera. Vestía con simplicidad, pero de alguna forma lucía atractiva.
— ¡Yuri! —fue lo primero que dijo, frunciendo sus finas cejas sobre almendrados y severos ojos de irises color plomo, largas y rizadas pestañas condecorando la fuerza de su mirada—. ¿Has dejado que un cliente cargue las cajas? —le cuestionó, ubicando ambos de sus brazos en sus costados como en forma de jarra, frunciendo sus finos labios en una línea neutra.
—Disculpe, yo insistí en ayudarle—intervino con amabilidad, su acento japonés evidenciando su origen ruso. Seguido de esto, el muchachito le miró con curiosidad, él no teniendo más opción que guiñarle un ojo coqueto, queriendo transmitir un mensaje de seguridad y de control con la situación.
La mujer le miró con desconfianza, cruzada de brazos y examinándolo con pétrea mirada, asintiendo conforme cuando no descubrió mentira alguna en el ojiazul que le sonreía con gentileza. Acto seguido, le invitó a pasar y advirtió al Katsuki que, algo así, no podía volver a suceder. En vista de esto, el ojicafé asintió y exhaló un suspiro resignado. Aquellos ojos azules le habían robado el corazón.
