Disclaimer: Los personajes de Glee y Narnia no me pertenecen.
-¡Corred! -exclamaba el chico con la cara desvaída mientras desenfundaba su espada de la vaina. -Detrás de las rocas. -señaló con su estoque hacia una abertura que había en la superficie de la montaña.
Una vil multitud, con gritos salvajes y un ruido enloquecedor de trompetas y cuernos que sonaban chillones y penetrantes, marchaba desde la cima de la colina y bajaba la ladera. Asimismo una ráfaga de alas asquerosas, buitres muy negros y murciélagos gigantes sobrevoló el cielo, tornándolo de un color oscuro.
-¡Ahora! ¡Síganme! Emprenderemos la última batalla de esta guerra. -se escuchó a lo lejos, proveniente de un carro tirado por dos enormes bestias. No nos costará mucho aplastar a esos insectos humanos y al traidor, ahora que el gran Idiota, el gran Gato, yace muerto.
Las lágrimas inundaron el rostro de la más joven, quien permanecía en una esquina de la cueva agazapada de rodillas.
-Caspian, saca a Lucy de aquí. ¡YA! -gritó a lo lejos el Peter parado desde el peñasco de aquella montaña.
-Peter...
-Nuestra prioridad es salvarla a ella. -volvió a vociferar, mientras se preparaba para la inminente llegada del enemigo.
-Yo...-dijo limpiándose las mejillas.- quiero luchar.
-No. No eres lo suficientemente mayor para estar aquí, Lucy. -declaró, esta vez, la otra chica mientras enganchaba el arco a su espalda y la tomaba del brazo.
-Susan, me puedo defender, no soy una débil.
-Lucy, entiendelo.
-Sí que puedo, no toda la vida estaré a tu sombra.
-¡Vete de una vez! -gritó desesperada con lágrimas en sus ojos.
Una luz destelló en la cueva, todo se iluminó momentáneamente, para regresar a su color original cuando el portal se destruyó.
Otra vez ese sueño. Una lágrima se escapa de mis ojos y recorre mi rostro, decenas de ellas la siguen sin que yo pueda remediarlo.
No recuerdo el número de veces que me he levantado llorando, con la respiración agitada, y el pulso por las nubes. Parece tan real, como si de verdad yo fuera, un día, partícipe de aquella contienda. Como si yo fuese aquella Lucy, aquella chica compungida a la que no querían allí.
Esta angustia que me comprime el pecho, y que no me deja respirar, es una sensación familiar, han sido demasiadas las noches que me he levantado sudando y jadeando a las tantas de la mañana.
Otra noche más, que añadir a la lista de noches que solo duermo un par de horas, aún no se como no se han percatado del aspecto horrible y espantoso que tengo, o nadie se preocupa lo suficiente por mi, o el maquillaje que tengo es demasiado bueno.
Estoy cansada de mirar el techo, no se cuanto tiempo llevo contemplandolo, ya conozco todas las grietas y agujeros que tiene, demasiadas para mi gusto, creo que algún día se derrumbará. Espero que no sea durante alguna de mis horas de sueño.
¿Qué hora será?
Creo que es momento de que me levante, mi tía no tardará en llamarme, ya puedo percibir el olor a café. Creo que si quiero mantener el ritmo y no desmayarme en el entrenamiento de esta tarde, me voy a tener que beber la jarra entera.
Russel me gruñirá si lo hago, pero ¿cuando no lo hace? Aún no entiendo que sean hermanos de mi tía. Ella no era tan estirada e insoportable. Solo viven por y para las apariencias, del que dirán. Es agotador tener que inventarse una vida envidiable y lidiar con la que tengo al mismo tiempo.
-¡Quinn! -escucho desde la puerta a Judy.
Y ahí está la ya esperada llamada.
-¡Ya voy! -respondí, aunque seguramente no me oyese, nunca lo hace, suficiente que me avisa antes de empezar a recoger la cocina.
Tengo razón, acabo de escuchar el sonido de las escaleras, ese crujir tan característico de la madera bajo sus tacones.
Lo que no comprendo es si tan mal les caigo, ¿por qué aceptaron hacerse cargo de mi? Podía haberme quedado en mi amada Preston. Lejos de todo este ajetreo, y esta falsa e hipócrita comunidad.
Nunca en mi vida había llegado a odiar algo tanto como detesto el club de golf.
Me miro al espejo, ¿cuándo he dejado que la imagen y el aspecto sean tan importantes? ¿Cuándo me he transformado en lo que soy? ¿Dónde está la niña de pelo azafranado?
Muchas cosas han cambiado.
Ahora tengo el pelo pajizo, soy la rubia más deseada del instituto, tengo una nariz impresionante, un cuerpo de infarto, pertenezco al club de la castidad y soy la capitana de las animadoras.
No me puedo quejar o eso dicen. La verdad es que no lo soporto, no me gustan las animadoras, no me gustan los entrenamientos y, mucho menos, Sue Sylvester. ¿De qué psiquiátrico se ha escapado? Está desequilibrada, esa mujer no es normal.
Yo solo quería leer, es lo que me gusta, pero eso no es popular y mucho menos respetado y admirado, ¿qué más dará que lo sea o no?, ¿a quien le importa lo que haga o deje de hacer con mi vida? Al fin y al cabo, es mía y de nadie más. Si quiero leer un libro fantástico donde los personajes son magos, o tienen que cruzar toda la Tierra Media para destruir un anillo, ¿a quién molesto?
Y con este mal humor repentino que se ha apoderado de mí, bajo las escaleras y entro en la cocina.
-Buenos días. -musito mientras abro la nevera y saco el tarro de mermelada de melocotón.
Ninguna respuesta por su parte, ¿donde está ahora el talante y la clase Fabray de la que hacen gala todos los días?
Coloco un par de rebanadas en la tostadora y me preparo un zumo de naranja. Ya que no duermo, tendre que sacar las energías de otro sitio.
Mientras espero a que el pan se tueste, me doy la vuelta, y los observo. Judy está fregando y recogiendo los platos del desayuno y Russel leyendo la sección de deportes del periódico.
Como siempre.
Me apresuro, son las siete y media, solo queda media hora para que comiencen las clases, y aún tengo que preparar la mochila y conducir hasta allí, lo que me llevará unos veinte minutos. Quince si piso a fondo el acelerador, aunque más me vale ser precavida, lo último que quiero es acabar en el hospital por una tonteria como esa. Lo que me faltaba, mi vida sería aún más triste, ¿quién me vendría a visitar y a traerme flores?
Me miro una última vez en el espejo, aliso mi uniforme de Cheerio y bajo las escaleras.
-Adios. -me despido mientras cruzo la cocina dirección a entrada.
Ni siquiera 'un suerte en el instituto o un conduce con cuidado', solo apatía.
Salgo de mi casa con la cabeza en alto, lo último que quiero es que me vean vulnerable y débil. Si algo he aprendido, en todo este tiempo, de Russell es que : 'un Fabray nunca debe mostrarse frágil.'
Hay días, todos desde que puedo recordarlo, en los que creo que tienen un corazón de hielo, o bueno que ni siquiera lo tienen, incluso una piedra es más emotiva.
Pero...¿qué puedo hacer? Así es mi vida ahora.
