Aclaración: La historia es de mi autoría. Solo los personajes de Candy Candy pertenecen a Kyoko Mizuki.


Prólogo

Abrió los ojos, todo a su alrededor era oscuridad. Sintió gruesas gotas de lluvia caer sobre su rostro. El calor agobiante y la humedad le dificultaban respirar. Tardó unos segundos en darse cuenta que no se encontraba en su hogar, en la comodidad de su cama. No, esto era diferente, no existían palabras para describir la situación que estaba viviendo. Nunca había estado en el infierno, pero suponía que no sería my diferente.

"Memorias de la guerra, de una noche oscura

y de claras estrellas, y de una blanca luna

y de cuerpos que murieron, defendiendo a su bandera,

de sangre, de odio, de miedo..."

Se incorporó para quedar sentado sobre la mojada hierba de la jungla vietnamita. Profirió un quejido al sentir un fuerte dolor en su pierna izquierda cuando intentó ponerse de pie. Rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar un encendedor, intentó prenderlo pero la fuerte lluvia se lo impedía. Espetó una maldición e intento ponerse de pie nuevamente, pero volvió a caer, el dolor era intenso, sospechó que podría haberse roto algún hueso.

Con dificultad, se arrastro hacía un edificio en ruinas que había logrado divisar gracias al resplandor producido por un relámpago. Era una estructura de piedra que, en mejores tiempos, podría haber sido un hospital o una escuela. Encontró un lugar seco donde refugiarse y volvió a sacar su encendedor, sus manos temblaban al intentar encenderlo, hasta que después de tres intentos apareció una pequeña llama naranja. Llevó la luz hacía su pierna, y con la otra mano rasgó su pantalón. Solo pudo ver su pierna cubierta de sangre, no podía apreciar el daño con claridad, pero a juzgar por el fuerte ardor que sintió al rozar sus dedos por la herida, supuso que sería grave.

Cerró sus ojos fuertemente, tratando de recordar lo que había sucedido. Algunas imágenes vinieron a su mente. Su pelotón había salido a una misión de reconocimiento, se suponía que él tenía que ir al frente con Rafe, su perro guía que se encargaba de detectar las minas ocultas bajo la tierra. Era un día más en ese país asiático al que había llegado hacía ocho meses y donde, en ese poco tiempo, había dejado de ser un joven idealista para convertirse en un hombre cuyo único objetivo era seguir con vida cada segundo que pasaba. Iba encabezando la marcha cuando un sonido detrás de los arbustos lo hiso detenerse para echar un vistazo. No se dio cuenta cuando uno de los miembros más jóvenes del pelotón dio unos pasos al frente, desobedeciendo el reglamento básico de los soldados. Todo lo que pudo sentir después, fue un fuerte estruendo y una fuerza invisible que lo golpeó haciéndolo perder el conocimiento, el solado novato había pisado una mina.

Golpeó el suelo con los puños, no era la primera vez que veía morir a sus compañeros, era una situación común a la cual debían acostumbrarse. Sintió unos quejidos y una humedad en la mano. Volvió el encendedor hacia su derecha y sonrió al ver a Rafe, su fiel compañero seguía con vida. Lo revisó superficialmente, y por fortuna no encontró heridas o fracturas en su cuerpo. El animal se acurrucó a su lado, y él pudo sentir el agradable calor de su pelaje.

Se permitió cerrar sus ojos unos segundo, esperando que alguien acudiera en su ayuda, pero sabía perfectamente que podían pasar días, incluso semanas, hasta que alguien encontrara su cuerpo sin vida. Entonces oyó unos pasos, dedujo que se trataba de dos o tres personas, tal vez algún soldado había escuchado el estruendo y se acercaba a corroborar si existían sobrevivientes. Pero sus esperanzas se esfumaron al sentir voces, voces que no eran americanas, sino norvietnamitas.

Todo había acabado para él, el enemigo lo capturaría y lo sometería a la más cruel y humillante de las torturas. Oyó como se acercaban cada vez más y más hasta que...

- ¡Terry! ¡Terry! ¿Qué tienes?

Abrió los ojos, se encontraba acostado en la cama de una habitación, iluminada solamente por la tenue luz de un velador que había en una pequeña mesita.

"Y aquí estás, perdido en el camino..."

Se llevó una mano a la cabeza, empapada en sudor. Una mujer de rizos rubios y ojos verdes estaba a su lado, con una mano apoyada en su hombro, mirándolo inquietamente. Observó su nariz respingada cubierta de pecas, era su esposa. En sus pies pudo sentir el calor y la suavidad del pelaje de Rafe.

- ¿Ha sido otra pesadilla? – Le preguntó ella preocupada.

Él asintió. Ya habían pasado varios meses desde que volviera de Vietnam, pero los tormentos vividos en aquel lugar, aún lo perseguían en sus sueños. Nada quedaba del hombre que había sido, en la guerra le habían quitado el alma, solo quienes estuvieron allí podían saber cómo se sentía él en aquellos momentos.

De repente sintió un llanto. A su mente vinieron recuerdos de niños gritando y llorando por el terror al encontrarse frente a un grupo de soldados armados, que sin piedad disparaban a todo aquel que no sea de su bando. Miró más allá de su esposa, había una cuna de madera, donde un bebe, que tendría pocos meses de nacido, agitaba sus brazos y piernas reclamando atención.

- ¡Oh! Bobby se ha despertado – Su esposa saltó de la cama y tomó al niño entre sus brazos, acunándolo mientras tarareaba una canción de cuna para calmarlo.

Ella volvió a recostarse en la cama con el bebe en brazos, entonces él pudo observarlo con detenimiento. Era un niño con una pelusa de color castaño sobre su cabeza, y sus grandes ojos eran color azul zafiro, iguales a los suyos.

- Lo siento, Candy – Murmuró él.

Rafe se había despertado al oír el llanto del bebe y caminó hasta postrarse a un costado de su amo. Él le acaricio detrás de las orejas, sin dejar de mirar en ningún momento al pequeño, a su hijo.

No era la primera vez que los despertaba a mitad de la noche a causa de sus pesadillas, y tampoco sería la última.

Candy había llegado a su vida poco tiempo después de haber regresado de la guerra, ella no había conocido su lado bueno, y tal vez nunca lo conociera, pero aún así había estado a su lado brindándole apoyo, y le había dado un hijo. Quizás no la mereciera, pero por más que intentara ser diferente, no podía. En Vietnam se había convertido en un monstruo sin corazón. No entendía como una mujer como ella podía seguir a su lado. Sabía que tenía que cambiar, que tenía que seguir adelante. Tenía que hacerlo por Candy, y por su hijo.

"Y temes por, enloquecer

y tienes miedo, miedo al amanecer

Miedo a las cosas, miedo a las calles, MIEDO A VIVIR!"

Continuará...