¡Hola a todos! Espero que disfruten este fic, me he sentido inspirada y quiero aprovechar a la musa. Críticas, comentarios o simplemente decirme lo que piensan, queda a la distancia de un clic ^_^ Por cierto, los personajes que reconozcan son de J.K. Rowling, la situación es solo mía.
Quédate en silencio y permanece a mi lado
Era la primavera antes de sus veintidós años; el clima, sin embargo, no correspondía a la estación. El sol de ese día fue reemplazado con un cerrado cielo gris; el calor que suele arroparles en esa época, cambió por una suave y fría brisa; y los transeúntes, que podía observar desde el pequeño apartamento del quinto piso que compartía con su gato, caminaban apresurados bajo la protección de sus paraguas o abrigos. Se puso de pie junto a la ventana, removiendo un vino en lata con una mano, y retozando uno de sus rizos distraídamente con la otra.
Una mirada triste se posaba en sus ojos, había sido así desde hace unos cuantos meses, y los antidepresivos que el doctor Wood le había prescrito —al cual acudió luego de percibir en ella misma una actitud autodestructiva, evidenciadas por el consumo excesivo de calmantes, alcohol y sorprenderse pensando en que sería mejor nunca despertar— no estaban funcionando. Se sentía más adormilada, sus sentidos apaciguados, pero ni viva, ni mejor.
Escuchó el dulce maullido de Ron (su antiguo gato, Crookshanks, murió hace dos años aplastado por un conductor ebrio) y se giró para verlo. El animalillo se lamía la pata izquierda, única parte de su cuerpo que era de color blanco, exceptuando esto, era totalmente negro. Luego se acercó a ella y se paseó entre sus piernas, acariciándola con su pelaje.
Había rescatado al pequeño de un cajón al lado de un contenedor de basura en un callejón maloliente, cuando pasando por allí, luego de salir del bar donde trabajaba, escuchó los lastimeros gritos del felino. Se detuvo al instante y buscó la fuente del sonido hasta que lo encontró. El pobrecito estaba temblando de frío, y es que no era para menos, fue la noche más helada de ese otoño, que predijo el crudo invierno de ese año, aún se sorprendía de que no muriera. De inmediato supo que se quedaría con él y —sabría Dios por qué— lo nombró Ron. Desde ese día solo eran ella y su querido gato.
El teléfono timbró, sobresaltándola un poco, le dio un último vistazo a la calle antes de acudir a responder. —Esta es Hermione Granger, ¿con quién hablo? — preguntó sin el menor entusiasmo y fijó sus ojos en una mancha gris en la pared que daba a la puerta. Hace mucho que había notado la pequeña imperfección en la superficie blanca, pero no se había decidido a remediarlo. —Hola Hermione, es Luna, ¿cómo estás? —la voz entusiasta de la única amiga que le quedaba retumbó en sus tímpanos.
Luna era ese tipo de personas que solía contagiar a los demás con su buen humor y amabilidad. Trabajadora, idealista y paciente, la única que sin duda tenía las cualidades suficientes como para estar junto a ella luego de que cayera en la depresión. Después de la ruptura con Ronald, Ginny y Harry se alejaron de ella; la primera, porque se trataba de su hermano al cual creía y quería incondicionalmente; y el segundo, porque debía apoyar a su esposa, aunque de verdad no sintiera lo que decía sentir. De vez en cuando me envía una lechuza clandestina preguntando por mi bienestar, yo le contesto con el mismo secretismo.
—Estoy bien Luna, ¿cómo estás tú? —le preguntó.
—Ya sabes, preparándome para los exámenes de medimagia. Los chicos te extrañan mucho por aquí. — Así era su amiga, cada vez que podía intentaba hacerla recapacitar sobre retomar sus estudios. Había renunciado y perdido muchas cosas en su vida; la escuela de medimagia y con ella la beca a América, a sus antiguos amigos (aunque no tuvo mucha opción en este sentido), a Crookshanks, sus padres y a Ron; todo menos una cosa, lo único que la mantenía a flote en esos momentos, la música.
Miró de nuevo en dirección a la ventana donde estaba antes, junto a ella se encontraba un hermoso pianoforte negro, su posesión de valor, donde componía las canciones que cantaba en el bar hasta las dos de la mañana para poder subsistir.
—Hoy es tu día libre, ¿cierto Mía? — le dijo bastante animada. Hermione frunció el ceño y dudó si debía contestar o no con la verdad. Luna solo la llamaba por ese apodo cuando iba a pedirle algo que de seguro no le iba a gustar o le sería difícil llevar a cabo. —Sabes tanto como yo que el jueves es mi día libre.
—Oh Hermione— le dijo riendo levemente —es sólo confirmándolo. Verás, es que esta noche se inaugura un local nuevo en el callejón Diagon y me preguntaba si querías ir conmigo. Antes que me des una negativa —se apresuró a decir— no iríamos a divertirnos, al menos no las dos. El asunto es que conozco al administrador y necesitan a alguien que cubra el piano, ya que su músico se enfermó de repente. Piénsalo, te pagarán bien, he dado buenas referencias de ti y sé que estás teniendo problemas con la renta.
—Sabes muy bien que no me acerco al callejón Diagon desde hace más de un año— le dijo con la voz apagada. A decir verdad, ella no se había acercado a ningún lugar mágico que pudiera herirla con recuerdos. Se había recluido de la magia, hasta tal punto que su varita permanecía guardada en un pequeño cofre de caoba que pertenecía a su madre; y todo porque no quería sentir que estaba ligada a Ronald en alguna forma.
—Por tanto, que mejor manera que esta de pagarle una visita. — Se hizo un silencio incómodo por unos segundos, que al parecer ninguna de las dos estaba dispuesta o lista en romper. —Vamos, Hermione— le suplicó —no puedes dejar que el pasado te siga afectando, aunque me estarías haciendo un gran favor, has esto por ti, te lo mereces. Por favor.
La aludida suspiró sonoramente, enrolló el cordón del teléfono entre sus manos como siempre hacía cada vez que el tema de conversación la ponía nerviosa. Quería mucho a Luna y le debía mucho, pero no se sentía preparada para enfrentar al mundo de nuevo, para ver a las personas que había dejado atrás, simplemente no estaba lista.
—Luna, sabes que yo…
—Por favor—la interrumpió y de nuevo se formó ese silencio tenso entre las dos.
—Está bien—terminó accediendo— pero sólo porque eres mi única amiga y te aprecio mucho. —La escuchó chillar de la emoción del otro lado del auricular y miró nerviosamente hacía la ventana que era golpeada por furiosas gotas de lluvia.
—Iré a tu apartamento en una hora, te ayudaré a arreglarte. ¡Nos vemos Mía!
No pudo despedirse, Luna colgó tan rápido como pudo para no darle oportunidad de que se arrepintiera. Ella dejó el auricular en su puesto lentamente y miró el apartamento. Se sentía perturbada, toda valentía se había esfumado. Fue a sentarse en el piano y empezó a tocar los acordes de su nueva canción.
Tal como había dicho, una hora después llegó una rubia de ojos azules profundos a su residencia, luciendo una radiante sonrisa y atuendo de fiesta. Llevaba en brazos una bolsa llena de cosméticos, un vestido y rizador de pelo. Luna esperó en la habitación mientras ella se daba un baño; cuando terminó y estuvo seca, le pasó la pieza de ropa que le había llevado. Era blanco y largo, de corte recto y escote en V de tirantes; la delicada tela de seda la acarició mientras se lo ponía. Le quedaba perfecto, una de las ventajas de ser la misma talla que su mejor amiga. Por último, se colocó unas zapatillas a juego.
Era el turno de maquillarla y peinar. Como si se tratara de una operación, la chica dispuso todo lo que iba a usar en la pequeña cómoda de roble viejo. Le hizo una media cola para despejar el rostro y le sacó unos cuantos mechones que definió con el rizador, lo demás lo dejó suelto. Muchas veces Luna se quejaba con ella porque no se soltaba el cabello con más frecuencia, era largo hasta más allá de la media espalda y hermoso. Ya que la conocía, le aplicó sólo el maquillaje suficiente para tapar sus ojeras y darle un poco de brillo a la cara. Después de 45 minutos ya estaba lista.
Se aparecieron en la parte trasera del lugar, era un nuevo piano bar moderno, con concepto de restaurante, llamado Portal de Medianoche. Un chico de algunos 17 años abrió la puerta y las condujo a un pequeño cuarto donde Hermione pudiera prepararse. Llevaba las partituras de sus canciones consigo, sólo tocaba piezas que no fueran de su autoría si se lo pedían.
—Abriremos en quince minutos, en estos momentos el dueño está dando el discurso de apertura en la puerta principal, ya es hora de que salga—les informó el mismo chico que les atendió antes. Hermione miró nerviosa a Luna, y esta la animó con una amplia sonrisa. —No tienes de qué preocuparte—le dijo dulcemente— tienes una voz preciosa y tus canciones poseen una hermosa letra, lo harás bien.
—Eso espero Luna.
Salieron del camerino improvisado. Para llegar al salón debían pasar por la cocina, la cual era enorme y llena de cocineros moviéndose de un lugar a otro, preparándose para la gran noche. Cuando atravesaron la puerta pudieron apreciar la belleza y estilo del lugar. Los muebles tenían un diseño vanguardista y en la decoración predominaban los colores blanco y negro. Estaba dividido en tres secciones principales: las mesas, el bar y la pista de baila, donde se encontraba el piano, dispuesto al fondo.
Ambas se despidieron, Luna se fue a sentar en el bar y Hermione se sentó en el piano, organizando las partituras que tocaría, incluida su nueva canción. La puerta principal se abrió y las personas comenzaron a entrar. Se notaba que eran personas del más alto estrato social del mundo mágico. Demasiadas personas estiradas para el gusto de la castaña.
Para empezar eligió unas cuantas piezas suaves y sin letras, creando el ambiente mientras los clientes e invitados se acostumbraban al lugar. Tocaba delicadamente, era tan dedicada a la música como lo fue a sus estudios en Hogwarts. Después de una media hora, aproximadamente, ya había personas degustando la comida y bebida del lugar. Fue en este momento que decidió que cantaría.
Una vez creía tenerlo todo,
Para darme cuenta de que al final no tenía nada.
Fue muy amargo el proceso de abrir mis ojos,
Y sentir que ya nada había dentro de mi alma.
Pero sé que alguno de estos días
Levantaré la cabeza en alto
Sé que recuperaré el control de mi vida
Y estaré lista para dar el gran salto
Y pensé, llena de desesperanza,
En todo el tiempo que gasté a tu lado
Me quedé sola, perdiendo toda la confianza,
Llorando por aquel al que había amado.
Pero sé que alguno de estos días
Levantaré la cabeza en alto
Sé que recuperaré el control de mi vida
Y estaré lista para dar el gran salto
No me importará el pasado
Miraré sobre mi hombro y sólo sentiré paz
No quiero el papel de desconsolado,
Recuperaré mi capacidad de amar.
Pero sé que alguno de estos días
Levantaré la cabeza en alto
Sé que recuperaré el control de mi vida
Y estaré lista para dar el gran salto
Durante toda la canción sus ojos habían permanecido cerrados, por eso no pudo apreciar como toda la sala se quedaba en silencio escuchándola, como si estuvieran hipnotizados con su música. Cuando terminó de cantar la sala irrumpió en aplausos y se escucharon comentarios positivos sobre la ejecutante.
—Lo has hecho excelentemente— le dijo Luna cuando ya estaban cerrando el negocio. —Nunca había escuchado esa canción, es hermosa Hermione. El dueño del bar desea hablar contigo, me lo ha dicho el administrador. Tal vez ya no tengas que trabajar en ese bar y consigas este trabajo.
La castaña no sabía si debía sentirse contenta o no por lo que le comentaba, no podía negar que necesitaba un nuevo trabajo, pero no estaba segura si quería que fuera en el mundo mágico. Un hombre de cabello oscuro y ojos verdes se acercó a ellas, saludó a Luna y se dirigió a Hermione.
—Debo decirle que es usted una pianista maestrísima, señorita Granger, tanto al dueño del bar como a mí, nos agradaría hacer negocios con usted. Ha sido usted el centro de atención esta noche. Déjeme presentarme, mi nombre es Michael Nott. — dijo todo aquello con una sonrisa en sus labios.
— ¿Ha dicho Nott?
—Es el hermano mayor de Theodore. — ofreció Luna por explicación.
—Señor Nott, ser el centro de atención no es algo que me agrade particularmente.
—Tonterías— río Michael — y por favor, llámame por mi nombre de pila.
Antes de que ella pudiera decir nada más, otro hombre se aproximó a ellas, una persona que Hermione pensó que jamás volvería a ver en su vida, a una de las últimas personas que quería ver en ese momento. Alto, rubio, ojos grises como el acero, vestido con un traje caro, perfectamente peinado y un aire de confianza que lo envolvía.
—Señoritas déjenme presentarles a…—
—Malfoy.
—Granger. —dijeron sus nombres al mismo tiempo, con una expresión de sorpresa cruzando sus rostros.
