Prólogo – Recuerdos de un sueño
La nieve caía con lentitud. Eran más o menos las dos de la madrugada y afuera había una tormenta de nieve, como acostumbraba a caer a esas horas. No podía dormir, estaba algo pensativa. El verano solía serlo. Estaba más cerca del otoño y el invierno, por ello era una de las estaciones más proliferas para recolectar provisiones. El otoño se aprovechaba para tirar leña, y el invierno para el descanso. Así era en el reino de Hyrule. Y más concretamente, en la región de Hebra.
Sintió un pequeño escalofrió recorrerle el cuerpo, se acobijó pronto. Cerró sus ojos lentamente y comenzó a recordar ese instante. Era el mismo sueño que le atrapaba en recuerdos de su infancia…
Aquello se había repetido una y otra vez desde el día del "juicio final", donde los hylianos habían ganado. "Las diosas han perdonado nuestros pecados o lo que fuese", pensaba la gente, pero ella y su difunto padre sabían la verdad de todas las cosas.
Ante ella había estado el mismo mal, la oscuridad más profunda y maligna que jamás hubiese imaginado. Y frente a esa enorme bestia desquiciada y maldita, un caballero de leyenda se alzaba en su caballo, armado sólo con una espada, escudo y un destellante arco lanzado desde el cielo por la misma diosa blanca, Hylia.
Alrededor de ese campo de batalla, se había dibujado una barrera que les había impedido salir a lo seguro, y aunque el padre estaba desesperado por salir, la niña quería preséncialo todo más y más de cerca.
El joven rubio cabalgaba alrededor del pequeño campo disponible y escapaba de los rayos ígneos que la bestia lanzaba desde el hocico y sus dos grandes colmillos. Esta era lenta pero mortífera. El joven estaba lleno del abrazador calor y parecía a la lejanía que su cuerpo se movía con algo de cansancio y dificultad, pero seguía la lucha con valentía y coraje.
En el mismo lugar, tanto ella como su padre, escuchaban la voz de alguien. La voz de una mujer que sonaba melodiosa. Por un momento el hombre que, impresionado por el suceso, pensaba era la mismísima diosa, pero cayendo en cuenta y recordando la leyenda de los cien años, sabía o suponía que se trataba de la princesa que había dejado cautiva a esa bestia, de seguro, con los dones que la diosa le habían dejado. Y aquel joven sería entonces el caballero sumergido en el sueño hasta el nuevo despertar que traería paz a esta tierra de una vez por todas.
La batalla ya era una eternidad desde su inicio, pero la bestia parecía agonizar al fin. Los dos espectadores tenían fe en el caballero de la espada que doblega a la oscuridad, y en la princesa con el poder de la diosa.
Más pronto que tarde, el joven hyliano se elevó con un artefacto de tela y madera, y disparó lo que parecía ser el último golpe, según las palabras de aquella melodiosa voz. En cuanto disparó la flecha, su padre y ella se dieron cuenta de que sobre la frente de la bestia gigante había salido un destello sin igual.
El hombre, a lado de su pequeña, volvió a retractarse de sus palabras, pues lo que veía no era una princesa ni una hyliana… No…. aquello parecía ser la mismísima diosa blanca, flotando hasta llegar al suelo y mirar con desafío a la agonizante bestia.
Cuando esta soltó un chirrido espantoso, se lazó en el aire y posteriormente trató de abalanzarse contra la joven divinidad, pero no contaba con que esta al sólo alzar un brazo un destello con la marca de las diosas creció hasta absorber la oscuridad y desaparecerla de este mundo.
Su padre cayó al suelo con una expresión de alivio inmenso, abrazó a su hija y le dijo con cuidado: "Hija mía, el tormento por fin se acabó" El hombre salió disparado con su hija en brazo y la niña sólo miro hacia el espadachín con anhelo "Algún día seré como ese espadachín" se dijo a si misma con felicidad en el rostro.
Sin embargo, después de eso no volvió a ver esa pradera jamás.
Despertó con un suspiro hondo de por medio, mirando al techo de su habitación y con ojos perdidos hizo un gesto de desaliento "otra vez fue un simple sueño"
…
