LOS PERSONAJES PERTENECEN A STEPHENIE MEYER, LA HISTORIA ES UNA ADAPTACIÓN…

LA HISTORIA PERTENECE A ROBYN GRADY


CONFESIONES DE UNA AMANTE

Argumento:

Tal vez aquella pasión conseguiría hacerle sentir de nuevo

Cuando Bella Swan descubrió que el millonario Edward Cullen había comprado la empresa de su familia, decidió recuperarla como fuera. Pero el guapísimo Edward la atraía como ningún otro hombre y su bien urdido plan sólo conseguía llevarla a un sitio: su cama.

Edward dejó claro desde el principio que sólo podía ofrecerle una aventura. La pasión entre ellos era abrasadora, pero los sentimientos de Edward seguían helados y Bella sabía que sólo una dramática colisión con su difícil pasado podría derretir su corazón.


Capítulo 1

—No te pongas nerviosa, pero el guapísimo del esmoquin te está desnudando con los ojos.

Bella Swan tiró del brazo de su amiga para obligarla a apartar la mirada.

—Por favor, Alice, no lo animes.

El guapísimo extraño que acababa de llegar llamaba mucho la atención: pelo cobrizo, mentón cuadrado con sombra de barba, unos hombros anchos que hacían que se le doblasen un poco las rodillas…

Especímenes superiores como aquél no aparecían todos los días, pero aquella noche Bella no necesitaba distracciones.

Más de cien invitados habían acudido a la fiesta del genio de las franquicias Charlie Swan para celebrar el vigésimo aniversario de la empresa. Pero aquella fiesta significaba para Bella mucho más que eso. Aquella noche, su padre pensaba renunciar a su cargo como presidente de Mantenimiento y Paisajismo Swan para pasarle las riendas de la empresa a su única hija.

Tras la muerte de su esposa quince años atrás, Charlie Swan se había dedicado en exclusiva a los negocios, y eso había provocado que Bella y él se alejaran. Cuánto había esperado aquel momento, la oportunidad de ser visible en su mundo otra vez y hacer que se sintiera orgulloso. Nada le importaba más que eso.

Ni siquiera conocer a un hombre alto, y guapo.

Sin embargo, se atrevió a mirarlo una vez más.

El extraño estaba apoyado en la puerta que daba al jardín, con la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, en una pose masculina muy atractiva. Era guapo, de facciones duras y distinguidas a la vez; una torre de hombre con un esmoquin de Armani. Pero eran sus ojos lo que más la atraía… unas seductoras piscinas de vibrante verde. Cautivadores. Mirándola directamente a ella.

Bella se dio la vuelta de inmediato, pero seguía sintiendo esos ojos clavados en su espalda, en sus brazos, casi como si estuviera bajando su vestido…

—¿Quién será? —le preguntó Alice.

—No lo sé, y me da igual.

Tenía que concentrarse en el discurso que debería dar cuando su padre anunciase su retirada, y no quería ponerse nerviosa. Afortunadamente, ya no solía tartamudear. Después de años de tormento en el colegio, había aprendido a hablar más despacio, a pensar antes de hacerlo y a permanecer tranquila en todas las situaciones, incluso cuando eran tan abrumadoras como aquella noche. Alice arqueó una ceja.

—¿No te importa? Hemos ido juntas al colegio, hemos recorrido Europa con una mochila y nunca te había visto tan tímida con un hombre.

Bella no pudo disimular una sonrisa.

—Sí, bueno, es que no es sólo un hombre —murmuró, mirando hacia atrás.

Como un asesino a sueldo, el extraño estaba mirando alrededor, comprobando el territorio y buscando su objetivo, aparentemente. Parecía indiferente, pero ella tenía la impresión de que lo controlaba todo.

—Bella, hija, tengo que hablar contigo un momento.

Ella se dio la vuelta, agitada.

Cuando llegó a casa aquella tarde su padre le había hablado del futuro de la empresa, dándole a entender que tenía intención de retirarse y, sutilmente, dándole a entender también que ella debía ocupar su lugar. Le había preguntado si estaba contenta con la tienda de bolsos y accesorios que había abierto en Nueva York, y también si estaría interesada en hacer otra cosa, de modo que estaba claro.

Bella le había contestado que los beneficios de la tienda eran estupendos, pero que estaba lista para hacer algo nuevo. Evidentemente, su padre había querido confirmar su decisión antes de hacer el anuncio, y pronto todo el mundo estaría brindando por la nueva presidenta de la empresa Swan. Isabella Marie Swan.

Después de pedirle excusas a Alice, Bella acompañó a su padre por un amplio pasillo.

Había pensado ponerse un elegante traje de chaqueta oscuro, pero al final se decidió por algo más femenino, tal vez porque su madre decía siempre que era lo que mejor le quedaba. El tono melocotón del vestido destacaba su melena castaña y hacía juego con las pecas que se negaban a desaparecer de su nariz y sus hombros. Reneé Swan, su madre, solía decir que las pecas la hacían parecer un ángel. Nunca había entendido que Bella no quería brillar tanto.

Cuando llegaron al estudio, su padre cerró la puerta y le hizo un gesto para que se sentara frente al escritorio.

—En diez minutos voy a anunciar algo ahí fuera —le dijo—. Lo he pensado mucho, hija.

Ella intentó contener la emoción.

—Sí, ya me imagino.

—Mantenimiento y Paisajismo Swan se ha convertido en una empresa enorme con cientos de empleados y docenas de franquicias que controlar… la persona que la dirija debe estar involucrada en todos los sentidos. Ni siquiera puede estar por encima de empujar un cortacésped o talar un árbol.

Aunque Bella asintió con la cabeza, empezaba a ponerse nerviosa. Ella no pensaba estar tan involucrada y, además, en su opinión no tenía ningún sentido estarlo. La cuestión era rodearse de un buen equipo. Bella pensaba dedicarse a tareas ejecutivas e incorporar más sectores… por ejemplo una cadena de floristerías para grandes eventos, algo muy exclusivo, contratado sólo por grandes empresas. Esa sería su contribución personal a la expansión de la compañía.

Su padre se cruzó de brazos.

—Aún no hemos firmado nada, pero he invitado al señor Cullen a alojarse aquí durante unos días para ir explicándole cómo funciona el negocio.

—¿Quién es el señor Cullen?

¿El nuevo director administrativo? Últimamente, cada vez que iba a ver a su padre lo encontraba con la cabeza enterrada en los libros de cuentas, su rostro más arrugado de lo que recordaba… y no sólo por el tiempo que había pasado al aire libre. A los sesenta y cinco años debería relajarse y dejarle el trabajo a ella.

—El señor Cullen ha tenido una carrera meteórica en los últimos cinco años —siguió su padre—Se ha ofrecido a comprar la empresa, y he pensado que deberías conocerlo antes de que yo hable con los invitados.

Las paredes forradas de caoba del estudio parecieron cerrarse sobre ella.

—¿Quieres venderle la empresa Swan a un extraño?

Bella sintió el impulso de tomar a su padre por las solapas del esmoquin y gritarle que no podía hacer eso. Pero había aprendido mucho tiempo atrás que esas pataletas no servían de nada. De hecho, la última vez que tuvo una su padre la envió a un internado. Menos mal que allí se había encontrado con Alice.

Charlie Swan empezó a hablar de «una generosa oferta», de que «todo iba a ir bien», pero Bella sólo podía pensar que siempre había hecho lo que se esperaba de ella; había sacado las mejores notas en el colegio, había hecho la carrera que su padre esperaba y nunca se había metido en líos.

¿Cómo podía hacerle aquello? Y sobre todo, ¿cómo podía hacérselo a su madre?

—Tú sabías que yo quería ocupar tu puesto —le dijo—. Hemos hablado de ello hoy mismo.

—Cariño, hemos hablado de tu tienda de bolsos. Te pregunté si habías pensado ampliar el negocio…

—Creí que era una pista, que querías darme a entender… —Bella sacudió la cabeza, angustiada.

Ella siempre se había interesado por la empresa, había preguntado mil veces si podía ayudar en algo. ¡Maldita fuera, era algo esperado por todo el mundo!

—Dices que aún no has firmado nada —empezó a decir, con voz entrecortada—. Pues bien, dile al señor Cullen que has cambiado de opinión, que tu hija va a dirigir la empresa.

—No lo siento, pero creo que así es mejor. Este es un negocio de hombres, hija, y te aseguro que he encontrado al hombre perfecto para llevar la empresa.

Bella apretó los labios. Ella era la persona perfecta para llevar la empresa. Y, además de robarle la oportunidad de hacer aquello para lo que se había preparado en la universidad, su padre estaba traicionando la memoria de su madre. Reneé Swan siempre había creído que Bella, su única hija, heredaría el negocio. Además, sin el dinero de su abuelo y los sabios consejos de Reneé, la empresa no existiría.

Un golpecito en la puerta interrumpió la conversación.

—Entra, Edward.

¿Edward? Edward Cullen, sí, el nombre le resultaba familiar. Un hombre muy rico, enigmático, filántropo, pero que solía alejarse de la prensa.

Aunque a ella le daba igual que fuera un monje, la empresa Swan era suya y no pensaba dejar que nadie se pusiera en su camino.

Pero cuando entró el enemigo, se quedó sin aire. Esos ojos…

—Siento ser grosera, pero mi padre y yo estamos hablando, señor Cullen.

—Ah, ya veo. Este no parece ser el mejor momento para presentaciones —sonrió Edward—. Y posiblemente esta noche tampoco sea el mejor momento para hacer anuncios.

Tenía una voz masculina, como un río de chocolate undulando sobre una roca.

—No, no —Charlie Swan se acercó, su metro ochenta empequeñecido al lado del otro hombre—. Pasa, por favor. Nosotros hemos terminado, ¿verdad, cariño?

¿Habían terminado? Bella lo miró, perpleja. ¿Sus sentimientos significaban tan poco para él?

—En realidad —dijo Edward Cullen— venía a decirte que una de tus invitadas… Sue Clearwater creo que se llama, estaba diciendo que quería despedirse de ti.

Su padre se aclaró la garganta, nervioso.

—Debo irme entonces. La señora Clearwater es una de mis mejores clientes.

—Sí, claro.

Charlie le dio una palmadita en la espalda a Edward y salió del estudio sin mirarla a ella siquiera, pero Bella intentó esconder su frustración. No tenía tiempo para auto compadecerse. Los empresarios no se lamentaban, sencillamente seguían adelante con las cartas que les hubieran tocado. Y, por mucho que le doliese, Edward Cullen podría ser su as en la manga.

—Por favor, siéntese.

—Como he dicho antes, tal vez sea mejor dejar las presentaciones para otro momento —repitió él, tomando el picaporte—. Buenas noches, señorita Swan.

No, de eso nada. Ella tenía un plan y aquel hombre era fundamental. Tenía que retenerlo allí y hablar con él.

—¿No le gusta estar a solas con una mujer?

—Eso nunca ha sido un problema para mí.

—Bueno, hay una primera vez para todo.

Edward Cullen se apoyó en la puerta.

—Parece usted una jovencita encantadora. No creo que tenga nada que temer.

—He notado que antes estaba mirándome.

¿De dónde había sacado valor para decir eso?, se preguntó. De la desesperación seguramente.

—No sabía que fuera usted la hija de Charlie.

—¿Y eso cambia algo?

—Tal vez.

—Aparte de ser la hija de Charlie, tengo un título en dirección de empresas y una empresa propia.

Cullen dio un paso adelante. Caminaba despacio, como un predador.

—Me parece muy interesante.

—¿Porque soy una mujer?

—No, por su edad. Es usted muy joven para tener una empresa propia.

Bella estaba harta de que le dijeran eso. Una mujer de 25 años no era una niña.

—Soy una persona muy decidida —le dijo, apoyándose en el escritorio—. Cuando quiero algo, no me rindo fácilmente.

El levantó una ceja, sorprendido, y eso la tranquilizó un poco. El asunto parecía estar funcionando.

—¿Y qué es lo que quiere, señorita Swan?

Bella respiró profundamente. Allá iba:

—Quiero conservar el negocio de mi familia.

—¿Estamos siendo absolutamente francos?

—Sí, claro.

—Aunque su padre quisiera conservar la empresa, no le dejaría a usted el control.

Bella tuvo que contenerse. ¿Cómo se atrevía a presumir de conocer a su padre tan bien?

—¿Y por qué está tan seguro?

—Porque la empresa tiene serios problemas económicos.

Eso era imposible. Mantenimiento y Paisajismo Swan era una de las empresas de jardinería y suministros con más franquicias en todo el país. Su padre no había tenido problemas económicos desde antes de que muriera su madre.

—Charlie no quería preocuparla, por eso no se lo ha contado.

Bella se acercó a la ventana, pensativa. ¿Podría estar diciendo la verdad? Pero aunque la empresa tuviera problemas, ella no iba a asustarse porque eso significaba que sus innovadoras ideas eran más necesarias que nunca.

¿Pero qué significaría para su asesino a sueldo particular?

—Tengo entendido que es usted un inversor. ¿Por qué le interesa un negocio con problemas? A menos que sea para venderlo….

—No soy un simple inversor, soy un empresario. Y veo esta empresa como la oportunidad perfecta para mezclar los negocios con el placer. Jugar en la bolsa ha sido muy lucrativo, pero yo quiero un negocio en el que pueda involucrarme de verdad.

Ella lo estudió detenidamente, desde el pelo oscuro hasta la punta de los zapatos italianos.

—¿Quiere dedicarse a cortar el césped de todo Nueva York?

—Esta empresa necesita una persona que se involucre del todo si quiere sobrevivir —sonrió él.

—Y usted es un experto en primeros auxilios, claro.

—En las circunstancias adecuadas… —Edward Cullen miró sus labios— desde luego.

Bella empezó a sentir un cosquilleo, como si la hubiera tocado, aunque estaba a dos metros de ella. ¿Qué pasaría si la besara?, se preguntó.

«Rebobina, Bella, ése no era el plan».

Intentando calmarse, salió al balcón para mirar las luces de la ciudad en la distancia, pensando cuál debía ser su siguiente paso. Pero cuando Edward Cullen se acercó, el aroma a tierra mojada y eucaliptos se esfumó para dar paso a un aroma masculino, sensual.

—Mire, no tengo intención de discutir. Yo sólo quiero lo que es mío.

—Intuyo que es usted una mujer muy obstinada —sonrió él.

—Prefiero que me llamen persistente.

Bella miró su mano izquierda. Por supuesto, no llevaba alianza. ¿Tendría novia? Seguramente varias, aunque a ella le daba igual.

—Ojalá nos hubiéramos conocido en circunstancias diferentes. Podría haber sido…

—¿Beneficioso para los dos? —dijo Bella, irónica.

—Es una manera de decirlo.

—¿Qué tal memorable, significativo?

Edward la miró y esbozo una sonrisa.

—¿Está coqueteando conmigo, señorita Swan?

Al ver el brillo de sus ojos sintió un cosquilleo entre las piernas y, de pronto, en su mente apareció una imagen alarmantemente vivida de Edward Cullen y ella en la cama…

Intentando controlar aquella absurda excitación. Celeste se aclaró la garganta antes de explicar:

—En realidad, sólo estaba sugiriendo que fuera usted caballeroso y renunciase a la oferta de comprar la empresa Swan.

—Crea usted lo que crea, su padre sólo quiere lo mejor para usted.

—Sí, claro —dijo ella, irónica.

—Si la empresa Swan no está bien dirigida, podría perderlo todo.

—Gracias por la confianza. Cuando tenga tanto éxito como usted, espero ser igual de modesta.

El sonrió de nuevo.

—No se ponga sarcástica. Me gusta más cuando flirtea conmigo.

—¿No me diga?

—Es usted muy guapa, señorita Swan. Y, evidentemente, le gusta vestir bien y llevar las uñas arregladas…

—¿A usted le gusta vestir mal? ¿Lleva las uñas sucias?

El hizo un gesto con la cabeza, como reconociendo que tenía razón.

—¿Por qué no acepta el dinero que le corresponda de la venta y compra un par de boutiques?

Bella apretó los labios, furiosa.

—No sé qué me molesta más, ese comentario tan machista o que de verdad crea que es un buen consejo.

Tal vez Edward Cullen era más rico que ella y tenía más experiencia, pero Bella pensaba luchar por lo que era suyo. Y su madre la animaría hasta el final.

—¿Qué me propone entonces?

—Puede usted comprar el negocio que quiera, pero la empresa Swan es algo muy personal para mí. Mis padres trabajaron como no se puede imaginar para levantarla… de hecho, salió adelante gracias a un préstamo de mi abuelo, el padre de mi madre.

—¿Y bien?

—Dice usted que lo único que le interesa es sacar adelante la empresa… pues demuéstrelo. Deme tres meses para probarle a mi padre que yo puedo levantarla.

Edward Cullen se quedó mirándola, en silencio.

—Un mes —asintió por fin.

—Dos —dijo Bella, intentando contener una sonrisa.

—Seis semanas y con una condición: que yo estaré a su lado.

—No necesito que me eche una mano.

—Se puede hacer mucho daño en seis semanas, y yo no tengo intención de solucionar más problemas de los que sean necesarios.

—Si no le tuviera tanto cariño a la empresa de mi familia, me sentina insultada.

Tener a Edward Cullen a su lado sería una distracción innecesaria y, además, le molestaría que estuviera vigilándola. Tal vez debería utilizar otra táctica… halagarlo, por ejemplo.

—Cuando lo vi esta noche, pensé que era usted un hombre a quien le gustaban los riesgos, pero veo que estaba equivocada.

Bella iba a darse la vuelta cuando él la tomó por la muñeca. Y, de inmediato, algo parecido a una corriente eléctrica subió por su brazo. ¿Cuál era el secreto de aquel hombre?

—Ese es el trato, o lo toma o lo deja. Pero hay algo más que debemos dejar claro —dijo Cullen entonces—. No sé si podríamos trabajar juntos durante seis semanas sin que… hubiera consecuencias.

El calor que emanaba de su cuerpo encendía sitios en el cuerpo de Bella que no deberían encenderse.

—Veo que han cambiado mucho las cosas desde «éste no es el mejor momento para presentaciones».

—No me malinterprete, las consecuencias me parecen bien mientras usted sepa que no estoy buscando una señora Cullen, sea la hija de quien sea.

Bella lo miró, perpleja. ¡Estaba sugiriendo que podría manipularlo para que se casara con ella con objeto de conservar el negocio! ¿Cuántas bofetadas le darían a aquel hombre a la semana?

—Siento decepcionarlo, pero no estoy interesada.

—¿No?

—¡No!

—Yo no estoy tan convencido —dijo él—. Soy un hombre más bien cínico y antes de nada necesitaría pruebas.

No le dio tiempo para pensar. Tomándola por la cintura con un brazo, su boca cayó sobre la de Bella.

Durante los primeros segundos le pareció que había habido un apagón… y todas sus funciones cerebrales quedaron paralizadas. Luego, como si estuviera despertando de un coma, una por una todas las zonas erógenas de su cuerpo despertaron a la vida.

Aquello no era un beso.

Era un asesinato.

Bella se apartó, pero sólo hasta que la punta de su nariz rozaba la de Edward porque él no la soltaba. Cuando inclinó a un lado la cabeza, pensó que iba a volver a besarla y contuvo el aliento. Afortunadamente, él la soltó.

—Voy a quedarme aquí esta semana. Si sigue interesada, mañana podemos seguir hablando… o tal vez tomar una copa.

Bella consiguió respirar por fin.

—Una copa suena bien. Pero le advierto que yo tomo las mías con hielo —le dijo, dando un paso atrás—. Y usted, señor Cullen, también debería enfriarse un poco.


HOLA A TODAS (OS) ESPERO LES GUSTE LA NUEVA ADAPTACIÓN, COMENTEN, Y ME AVISAN SI ESTA HISTORIA YA HA SIDO ADAPTADA PARA SUSPENDERLA, GRACIAS… BESOS…. :)