MISTERIOS

Prólogo:

La bendición del señor de las tinieblas

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Quince años. Quince años esperando que despertase una vez más.

Un suspiro; un gesto del que disiente su definición: quizá por tristeza, quizá por aburrimiento. Pero…lo cierto era que Londres, dentro de todo, era una ciudad extraña. No era como París, que bullía de energía y de luz. No. Londres era una ciudad triste y oscura, con una lluvia perenne y con el macabro vuelo de los cuervos por la torre. Hasta Westminster Abbey tenía visos tétricos, de esos parecidos a los que Bram Stoker o Robert Louis Stevenson recrea en sus novelas.

La vida de un caballero, a falta de una mejor palabra, es una de eterna servidumbre. Y él, acostumbrado como nadie a servir sin chistar, pues buenísimo le quedaba el adjetivo. Sobretodo cuando la vida eterna cierra el círculo entre una vida de servilismo total…y de esperas interminables. Por supuesto, la otra parte de la vida de un caballero es proteger a su señor (en este caso, señora) a costa de lo que sea. Inclusive de su propia vida.

Haji volvió a suspirar, mientras contemplaba una oscurecida Londres desde lo alto del puente sobre el Támesis. Todavía faltaban diez años para el advenimiento de su señora, y francamente no sabía qué hacer. Con su cello al hombro y su mano vendada, era bastante pintoresco verlo paseando por el centro de una ciudad que se ha adentrado de pleno en el mundo rediseñado por la mano del hombre. Ya lejos están los días –aciagos y no tan aciagos– del zoológico, con Joel y Saya. Y Diva, claro. Prisionera en una torre que se antojaba idéntica a la horrorosa Torre de Londres.

La abstracción y la potencia de sus elucubraciones lo sacaron de la realidad, en lo que caminaba por los callejones atestados de oscuridad. De la nada, un tipo vestido a la usanza victoriana: botas de montar, un moño atado con bastante dedicación, un sombrero rojo sobredimiensionado y unos lentes de sol bastante…peculiares. Ambos caminantes se rozaron apenas un instante, pero el caballero no le prestó la más mínima atención, cosa que no sucedió con el otro actor, salido de nada.

–Oye, tú –masculló aquel vestido de atavío y sombrero escarlatina– ¿quién eres?

Haji, malamente interrumpido en su maquinar, se volvió a mirarlo. Su mirada celeste chocó contra el naranja de los lentes de su interlocutor.

–¿Quién desea saberlo? –fue la escueta respuesta

Una sonrisa.

–Eres un monstruo –dijo en un susurro, mirándole largamente a través de sus lentes– y me gustaría saber quién eres.

Haji guardó silencio, mirando a su extraño compañero de charlas.

–¿Quién eres tú? –preguntó de vuelta el caballero, sintiendo un particular aire en derredor. Como si fuese amenaza. Peligro.

–Mi nombre es Alucard, y soy un servidor de Hellsing…–dijo, con una sonrisa macabra dibujada en el rostro.

Fue sólo un momento, pero Haji creyó reconocer el anagrama, y su mente instintivamente lo leyó en reversa, sacándole un gesto de sorpresa.

–¿Y bien? –fue la pregunta de aquel vampiro– ¿no me dirás tu nombre?

–Haji. Me llamo Haji.

–Interesante –refirió Alucard, acercándose un poco con auténtica curiosidad– eres un monstruo, pero uno diferente de lo que soy yo. ¿Me equivoco?

–No sé qué llamas tú "un monstruo", pero ciertamente soy muy diferente a lo que tú eres.

–¿Acaso eres de esos mal llamados vampiros que creó Millenium? –susurró de vuelta, mientras se seguía acercando– porque si es así…

Dejó la frase en el aire, y Haji dejó caer el estuche de su cello. Al mismo tiempo, la venda de su mano caía suavemente, revelando su mano coronada de garras. Ahí se detuvo Alucard, sonriendo con sorna y con una pervertida emoción en la voz.

–No, no eres una de las escorias de Millenium, pero ciertamente eres un monstruo. Uno de verdad. Uno que no teme el combate –su sonrisa se hizo más amplia, mientras le miraba– por eso eres digno de confrontarme en una batalla…

Haji interpuso su mano frente a él, mientras le veía con toda la precaución del caso. No sabía a lo que se enfrentaba, y mucho menos qué clase de habilidades poseía un sujeto como él. Se esperaba, como mínimo, una muerte segura, hasta que algo brilló en la mano izquierda de Alucard. El emblema de su guante, coronado de símbolos ocultistas y con un rezo más bien poco convencional. El vampiro gruñó, como maldiciendo su suerte, y luego volvió a verlo con una media sonrisa fatal.

–Mientras mi amo humano no remueva la restricción a mi poder, no podré combatir contigo a placer –susurró, mientras retrocedía hacia las sombras, desapareciendo– pero a ti no te pienso dejar. Tú y yo nos volveremos a ver.

Haji quedó con dos palmos de narices, pero agradecido, extrañamente, de que aquel combate no se hubiese llevado a cabo. No sabía que estuvo a punto de combatir contra el señor de la oscuridad, y muy seguramente no le habría ido muy bien. Recogió su cello, y mientras se adentraba por el callejón, pensaba nuevamente en cuánto tiempo se despertaría su ama…y en cuánto tiempo volvería a ver a aquel engendro, que quería medirse con él en una lucha de poder.

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Notas varias: bueno…es mi primer escrito en esta aventura cibernética y espero francamente que no me den muy duro. Esto pretende ser –una especie– de crossover, pero limitado exclusivamente al uso de personajes de Hellsing, como ya pudieron darse cuenta. El resto de la trama corresponderá a mis desvaríos y mi reciente intoxicación…

Un saludo.