- Porque el universo lo pedía.
- Pre-The Mortal Instruments y Pre-The Magicians season one.


Un Mago y un Brujo entran a un club...

El sol alcanzaba su punto más alto cuando dos estudiantes bien vestidos atravesaban los límites de Brakebills. Sosiega y expectante, la oscuridad de la noche los recibía del otro lado. Una vez fuera se tomaron del brazo y, compartiendo una briosa sonrisa de complicidad, abandonaron aquel callejón solitario. Aún tendrían que recorrer unas cuadras más antes de avistar el letrero neón.

Originalmente su día consistiría en pasarse tarde y noche rodeados de libros en la biblioteca, estudiando para la evaluación que tendrían la mañana siguiente. O al menos eso era lo que sabían que tenían que hacer, pero la realidad era que de cualquier forma habrían terminado procrastinando hasta que fuera demasiado tarde y no les quedara de otra que encomendarse al mago famoso de turno.

Y en caso de no aprobar siempre podían culpar a Todd, quien a fin de cuentas había sido el causante de su cambio de planes al comentarles de un "alocado" club nocturno al que había ido la noche anterior. Básicamente trataba de impresionarlos haciéndoles saber que pocas personas en Brakebills sabían de su existencia y que, por el amor de Dumbledore, él resultaba ser uno de ellos, de algún modo creyendo que aquello automáticamente lo elevaba a la categoría de alguien tan popular y sofisticado como los reyes sin corona en los que en tan poco tiempo Margo Hanson y Eliot Waugh se habían convertido tras su llegada a la escuela. Por un momento Eliot creyó sentirse mal por él, excepto que en realidad era el bourbon haciendo efecto.

—Pero qué les estoy contando, si ustedes seguro ya han estado ahí, ¿cierto? —les preguntó cuando hubo terminado.

—¿Tú qué crees? —contestó Margo con voz irritada. Se negaba a aceptar que Todd supiera de algo guay que ellos aún desconocían.

Lo cierto es que se trataba de la primera vez que escuchaban del lugar, y siendo conscientes de que tenían que remediar aquella situación, el par acordó darse una escapada del campus al día siguiente para echar un vistazo al dichoso club.

PANDEMONIUM, se leía en brillantes letras rojas sobre un igual de iluminado fondo azul.

El ambiente en el interior era fascinante. La atronadora música controlaba la marea de cuerpos que se movían extasiados entre un mar de luces azuladas, y todos sin excepción parecían andar en algo. Eliot se preguntó si habría alguien repartiendo alucinógenos de cortesía.

Pero había algo más. Magia. Podían sentirla en el aire.

—Así que es uno de esos lugares —dijo Eliot mientras se deshacían de sus chaquetas y caminaban hacia la barra.

—Mhmm —reconoció ella a la vez que tomaban asiento—. Un coctel de criaturas mágicas y muggles. Lindo.


Tan solo iban en su tercera ronda cuando Margo comprendió que esa no sería su noche.

—Mierda, no me siento bien— dijo pasando una de sus manos sobre su cabello.

—¿Quieres que nos vayamos?

—No, tú quédate. ¿Ves a ese tipo por allá? El del saco chic brillante —señaló con la mirada. Eliot echó un rápido vistazo. Margo podía decir que lo poco que vio le gustó, lo que la instó a continuar—. El cabrón no te ha quitado el ojo de encima desde que entramos, y vaya que está bueno el condenado. Sería una lástima desaprovechar tu look de hoy, ve a divertirte. Yo puedo regresar sola.

—¿Segura?

Ella asintió y, asegurándole que bastaría con que se recostara un rato para que el dolor pasara, se puso la chaqueta de nuevo, tomó su bolso y se dirigió a la salida, no sin que antes Eliot la despidiera con un delicado beso en la frente.

El joven mago esperaba poder terminar su trago actual antes de decidir si ir o no tras el desconocido, pero éste se le adelantó y cinco minutos después de que su amiga se levantara de la silla ya lo tenía ahí, a su lado.

—Subterráneo, supongo —le dijo el extraño.

—¿Disculpa?

—Bueno, ciertamente no luces como un mundano. ¿Vampiro? No, te falta la palidez. ¿Hombre lobo? Mmm, tal vez. ¿Demonio? Dios, espero que no. Me voy a decantar por… ¿brujo? —«Por favor, todo menos nefilim», decía para sus adentros.

¿Subterráneo?, se preguntó Eliot, ¿era eso alguna clase de grupo indie? ¿Y Mundano? ¿Qué no era esa la palabra que la gente religiosa usaba para hacer sentir culpable a sus semejantes por gozar de los placeres de la vida? ¿De qué diablos le estaba hablando? Decidió responderle con otra pregunta.

—¿Y tú eres…? —de inmediato se dio cuenta del tono esquivo con que lo dijo, como si le molestara que le estuviera dirigiendo la palabra cuando en realidad estaba interesado en saber si él era una de las criaturas mágicas de las que había enumerado. —Quiero decir, hola. Soy Eliot —se apresuró a corregir.

Tan pronto como lo había mirado advirtió algo raro en su rostro. Sus ojos. Su color ámbar combinaba de manera armoniosa con su piel dorada, y sobre su contorno ligeramente rasgado el delineado oscuro —un poco más grueso que el suyo— los hacía resaltar de manera sublime, pero lo extraño residía en la peculiar forma de sus pupilas, una especie de rendijas verticales, como de gato. Continuó contemplándolo mientras él parecía hacer lo mismo. Una abundante mata de pelo negro peinada hacia arriba cual llamas dominaba la zona superior de su cabeza, y era difícil saberlo con la iluminación del lugar, pero le pareció captar unos reflejos morados. Era tan alto como él, quizá una pulgada menos dejando fuera el cabello, y también parecía de su edad, a lo mejor un año menos, si bien su cuidada barba de candado lo hacía lucir mayor.

—Magnus Bane —se presentó él extendiéndole la mano—. El Gran Brujo de Brooklyn.

—Oh, brujo del cerco entonces —la idea desanimó un poco a Eliot, quien ya se imaginaba hacia dónde iban las aguas. Pero qué más daba, se dijo, no sería la primera vez que se metía con uno. Aunque, tenía que admitirlo, sería el primero que sabía cómo vestir. Se contuvo para no preguntarle dónde había conseguido esa maravilla de americana plateada.

—Sólo brujo, en realidad —dijo Magnus confundido, nunca había escuchado que se usara ese otro término dentro de su círculo—. ¿Y tú?

—Mago.

—¿Mago?

—Mago.

—De acuerdo, esa es nueva. En serio que no te tomé por un mundano. ¿Haces trucos de magia o…?

Eliot sonrió. Le gustaba su tono atrevido. Le recordaba a alguien. A sí mismo, probablemente.

—Puedo mostrarte —declaró en su característica voz monótona que el brujo encontró fascinante, ¿cómo podía alguien sonar tan despreocupado e interesado a la vez? Mientras le devolvía la sonrisa se preguntaba si acaso él sonaba igual.

—Ven conmigo.

Magnus lo condujo entre los cuerpos sudados hasta llegar al fondo del local, donde cruzaron una puerta gris que se camuflaba con la pared.

—Encantador —comentó Eliot al observar el cuarto en el que se encontraban. Habían llegado a una salita que parecía sacada de una mansión del siglo diecinueve. El ensordecedor ruido del exterior quedó en segundo plano. Desplazándose como si estuviera en su casa, Magnus se dirigió a una mesita de noche y sirvió dos copas para después hacer aparecer una de ellas en la mano de Eliot. Champagne. —Aún más encantador.

Magnus no sólo se asemejaba a un gato en sus ojos, sus movimientos también asimilaban a los de un sagaz felino, mientras que los de Eliot recordaban a un elegante flamenco. Ambos desbordando cierta majestuosidad.

—Entonces… —comenzó Magnus acercándose al mago— sabes acerca de la magia—. Aquello salió de su boca más a modo de afirmación que de pregunta.

—Por supuesto que sé sobre magia. Soy un mago, estudio magia.

—Quise decir, magia real.

Dijo aquello realzando la palabra real y un instante después llamas azules brotaban de entre los dedos de su mano libre. A Eliot le impresionó el modo en que lo hizo, veloz y sin esfuerzo, mas no permitió que la sorpresa se viera reflejada en su rostro. En su lugar resolvió que él también quería presumir.

—Magia real —lo imitó, y acto seguido sus dedos hicieron lo suyo. Una cegadora bola de luz verde emergió de ellos.

Claramente sus métodos eran distintos, pero no cabía duda: ambos eran iniciados en la magia.

—Interesante —reconoció Magnus a la par que ambos daban por terminada la demostración—. Pero… ¿mago? ¿No se supone que nos llamemos brujos, Eliot?

—Tú puedes llamarme brujo si quieres, brujo —dijo éste a modo de respuesta, sus palabras acompañadas de una ceja ligeramente alzada y una mirada insinuante.

Magnus se llevó la copa a los labios y observó al mago con detenimiento. Había algo magnético en él. No era exactamente su tipo, pero que tenía un cabello fabuloso era indiscutible (quizá no tanto como el suyo, pensó, pero no estaba nada mal) y sus ojos color avellana acompañaban una expresión serena y despreocupada que escondía algo más, algo interesante y posiblemente desastroso. Magnus nunca podía resistirse a un buen enigma. Y por supuesto, también estaba el hecho de que parecía ser la única persona en aquel club —además de él, claro— con un sentido de la moda decente. Estaba seguro de que en su armario había una camisa morada exactamente igual a la que llevaba, y curiosamente su elegante chaleco platino hacia parecer que iban combinados.

Con un chasquido de dedos el hechicero hizo desaparecer las copas de sus manos y, sin saber cómo exactamente, un segundo después las suyas se deslizaban sobre el cuello de Eliot, los labios de él presionándose con fuerza contra los suyos y sus cuerpos abalanzándose con urgencia el uno sobre el otro hasta llevarlos a tumbarse sobre el refinado sofá.

—Sólo por curiosidad —se detuvo Magnus mientras se sacaba el saco y Eliot comenzaba a desabotonarse el chaleco. —¿Cuántos años?

—Oh, vamos —dijo Eliot algo exasperado— no irás a decirme que luzco como un menor ¿o sí?

—Sabes a qué me refiero.

—Pues la verdad es que no. Veintitrés. ¿Tú?

—Cuatrocientos. Creo. Hmmm, ¿entonces aún no has dejado de envejecer?

—¿Dejado de envejecer? —bufoneó Eliot divertido—. Literalmente no tengo idea de qué estás hablando, y de alguna extraña manera eso me prende más— dijo atrayéndolo de vuelta hacia sí. Después de una segunda arrebatada sesión de besos, lo apartó de forma abrupta—. Espera, ¿dijiste cuatrocientos?

—Si, sí —apuró Magnus— como un buen vino, lo sé. El mejor, si me lo preguntas. Ganador anual del DWWA.

—Oh. De acuerdo… interesante. Cuatrocientos años. No envejeces. Tus ojos. —«Aunque esas podrían ser lentillas», pensó—. ¿Acaso eres…?

—¿Inmortal?

—Estaba pensando en algo más en la línea de hombre-gato, pero seamos honestos, sonaba un poco ridículo.

—Pues lamento decepcionarte, pero no, no soy el endemoniado Salem —aclaró entre ofendido y entretenido—. Cariño, los brujos somos inmortales, ¿es que no lo sabías?

—Sí, sobre eso —se enderezó un poco—. ¿Sabes? Comienzo pensar que no somos iguales.

—Sospecho lo mismo… —Magnus le lanzó una mirada inquisitiva—. Tal vez podrías contarme sobre esos magos.

—Tal vez —dijo Eliot como si realmente estuviera poniendo en duda la idea—. Pero primero lo primero.

Y fue así como el brujo y el mago procedieron a terminar lo que habían empezado.