Los Diarios de Grace Andrew
Historias dentro de la historia
Angie Jb /Angelina Velarde
2009 - Editado 2015
Parte 1
- ¿Por quién me has tomado William?... ¿Hasta cuándo pensabas decírmelo?
La reprimenda llegó justo en el recibidor, cuando él se encaminaba al auto después de recoger algunos enseres de su habitación. El reclamo de la tía Elroy era parcialmente válido. El se había comportado de forma impulsiva, sin embargo tenía suficientes razones para ello y no se arrepentía en absoluto. Albert se detuvo en seco y volteó a verla con severidad inclinando levemente la cabeza, solo el tiempo necesario para contestarle y proseguir su marcha.
- Bien tía, justo a su debido tiempo… ni antes ni después... Ya tendrá noticias mías. – respondió sin amedrentarse ante la mirada indignada de la dama
Pero ella no se conformó ante semejante respuesta, y replicó alzando la voz.
- Indiscutiblemente esta relación que sostienes con Candy, ya se había salido de control desde hace tiempo William. Pero ahora esa niña también te ha contagiado los malos modales… Nunca pensé que tomarías esta trascendental decisión tan a la ligera. ¡Organizar tu fiesta de compromiso así!… A hurtadillas, casi puedo decir que clandestinamente… ¡estás dando pie a habladurías con respecto a la familia Andrew y,…!
Albert se detuvo con el picaporte en la mano y exhaló un profundo suspiro con cansancio. Sin mirarla le espetó antes de cerrar la puerta tras sí.
- Tía, aunque así fuera, que no lo es,… ¡es lo que menos me interesa…!
La tía Elroy se quedó con la palabra en la boca. Estaba profundamente ofendida. Agotada se trasladó con pesadez hasta el estudio donde por fin se dejó caer en uno de los sillones y se recargó en el respaldo cerrando los ojos. La recurrente jaqueca de los últimos días atenazaba en punzadas sus sienes por horas... primero tenía que serenarse y actuar con dominio de sí misma. Quizás quedara alguna manera de hacerlo reflexionar… Nadie se había enterado aún del asunto, ni en los círculos sociales o de negocios de Chicago ni en la misma familia. Nadie salvo Archie, George y ahora ella sabían lo que tramaba William. En vano Elroy trataba de encontrar las palabras justas para oponerse a él. En el fondo sabía que ella había precipitado todo, pero se escudaba a su juicio, en que no podía dejar que cometiera el peor error de su vida.
Dos semanas atrás en el despacho de Albert, éste por fin se había sincerado con ella, pero las cosas no pudieron salir peor. Hace tiempo que la diplomacia entre ambos había fracasado y esta no fue la excepción; la conversación fue degenerando hasta terminar en un pleito campal, y en un definitivo portazo de Albert cuando salía de la Mansión momentos después. La anciana recordaba cada palabra...
"ERES EL AMOR DE MI VIDA, EL DESTINO LO SABÍA Y HOY TE PUSO ANTE MÍ…
Y CADA VEZ QUE MIRO AL PASADO, ES QUE ENTIENDO QUE A TU LADO, SIEMPRE PERTENECÍ"1
La escarcha de las últimas heladas de ese duro invierno, ofrecía débiles brillos cristalinos tras los ventanales del despacho de Albert, en la mansión de Chicago, durante esa noche despejada. El aguardaba ansioso la llegada de su tía. Su expresión denotaba preocupación y la arruga en su frente lo confirmaba. Frotó sus manos frías una con la otra para entrar en calor, a pesar de que el fuego en la chimenea mantenía una temperatura confortable en la habitación. Era por la tensión, lo sabía. Tenía la ventajosa habilidad de aparentar calma, aún en las situaciones más complicadas y de cualquier índole, pero el estrés se delataba en sus manos congeladas…, y ahora parecían dos pedazos de hielo.
Pospuso de más este momento y, al final el plazo se había cumplido. Era preciso hablar con ella y hacerla entender. George tenía razón, al fin de cuentas le debía por lo menos eso.
Albert tomó asiento tras su escritorio, descansando los brazos en el cómodo sillón de piel y echando la cabeza hacia atrás retirando con ese movimiento un mechón rubio que caía sobre su frente. El sweater de lana negro de cuello alto contrastaba elegantemente con su tez, pero no era suficiente para mantenerlo caliente así que Albert se puso en pie y tomó su abrigo del perchero. Los nervios lo mantenían alerta y no pudo evitar un estremecimiento que recorrió su piel cuando escuchó los pasos de la tía por el corredor. Se sentía como un niño a punto de confesar una travesura. Albert sonrió. No importaba… Nunca había sido tan feliz haciendo travesuras, como ahora.
Unos leves golpes en la puerta borraron automáticamente la sonrisa de su rostro. La tía entró sin esperar invitación, un poco más seria y rígida que de costumbre. No estaba para protocolos con William. Casi podía apostar cuál era el asunto tan importante del cual quería hablar con ella, pero prudentemente prefirió aguardar a que él mismo lo externara. Y si acaso la intuición le fallaba y no se lo decía ahora, ella misma lo desenmascararía. La situación lo ameritaba con urgencia.
- Tía, por favor tome asiento – dijo Albert poniéndose en pie mientras la tía se dirigía a uno de los sillones frente a él.
- Gracias William – fue la respuesta seca de la señora que pasó altiva frente a él.
El escritorio quedó, como símbolo de la muralla que realmente se erguía entre ambos. Una vez instalada en su lugar, Elroy levantó la vista hacia su sobrino. En su cara se leía una molesta impaciencia. Había tomado una determinación y no cedería un ápice. Las dos personas más poderosas del clan estaban a punto de librar una discusión largamente postergada… en ciertos aspectos eran muy parecidos, cualquiera lo hubiera visto. Tenaces, resueltos, directos y hasta temibles.
Albert caminó hacia la puerta para asegurarse que estaba cerrada adecuadamente. No podía darse el lujo de ninguna interrupción, por mínima que fuera. Luego, tras unos pasos lentos se situó frente a la tía Elroy recargándose en su escritorio y cruzando los brazos. La miró por un momento. Se veía rígida, a punto de saltar… Ella tenía miedo, se notaba a leguas. Albert sintió compasión por esa anciana aferrada a los convencionalismos y dispuesta a defenderlos al precio que fuera. Lo había tratado con dureza durante toda su vida, pero él sabía o ansiaba creer que a su manera lo amaba como a un hijo, y se aferraba a él como el último bastión directo de la familia Andrew.
Albert se acercó a su tía, poniéndose en cuclillas frente a ella y en un gesto totalmente inusual, alcanzó su mano ajada apresándola entre las suyas, lo que de entrada sorprendió a Elroy. Tomando su tiempo empezó a hablar con suavidad, eligiendo con prudencia cada palabra, sin soltarla.
- Tía, esto que le voy a comunicar es hasta ahora, la decisión más importante que he tomado en mi vida,… y es irrevocable… para bien mío…
Le ruego que al escucharme, considere ante todo que estamos hablando de mi vida…
Tras un ligero apretón en su mano, Albert se levantó para acercar una de las sillas de caoba a medio metro del sillón de piel de su tía y se sentó inclinándose un poco hacia ella. Su tono de voz seguía siendo amable y cuidadoso.
- Usted y yo tía, no hemos sido muy afines y tenemos nuestras diferencias…, pero en situaciones como ésta creo que debemos apoyarnos, como familia… anteponiendo el cariño antes que cualquier cosa...
Yo la respeto y la aprecio aunque usted no lo crea. Existen muchas razones por las cuales me interesa que usted comprenda mis motivaciones, mis anhelos, la razón por la cual he decidido…
Albert la miró con recelo, pero debía ofrecerle el beneficio de la duda… quizás entendería… lentamente repitió
- … la razón por la cual he decidido desposar a Candy… hacerla mi esposa….
Aún cuando la tía Elroy esperaba esas palabras que confirmaban sus sospechas más temidas, no pudo evitar un pequeño salto en el momento en que Albert lo corroboró. Contuvo el aliento pensado atropelladamente en todos los argumentos que había preparado concienzudamente en contra de esa idea descabellada, pero no pudo pronunciar una sola palabra. Su garganta se bloqueó. En el fondo, confiaba fervientemente estar equivocada a pesar del evidente comportamiento entre Candy y Albert en los últimos meses. Ese matrimonio no podía ser, era ilógico…
La tía cerró los ojos en un segundo de pánico tratando de controlarse, y luego dirigió toda su atención a Albert manteniendo su semblante inalterable.
Esa primera reacción de la tía Elroy, fue el indudable preludio de una batalla difícil que apenas iniciaba. No era la primera vez que discutían, así que el reconoció el gesto iracundo de la tía. Albert la miró directamente a los ojos antes de continuar
- La primer y única razón que puedo aducir a mi favor, es tan simple como contundente. Amo a Candy con toda mi alma.
El semblante de Albert cambió notablemente ante esa revelación. Cada una de sus palabras lo envolvió al instante llevando ternura y brillo a sus ojos mientras dibujaba una sonrisa satisfecha en su rostro,… tanto en tan solo segundos, y nada más que al invocarla con el pensamiento.
Para Elroy no pasó desapercibida esa transformación,… pero eso, un enamoramiento tonto no era suficiente, se repetía una y otra vez resistiéndose a la realidad.
Albert se levantó y caminó lentamente hacia la chimenea para entrar en calor. Elroy estuvo a punto de intervenir pero Albert la detuvo levantando su mano solo un poco para que lo dejara continuar. La tía guardó silencio acatando la callada petición, por el momento… Albert ansiaba demostrarle a su tía cuán seria era su propuesta y sobre todo cuánto le enorgullecía que Candy hubiera aceptado. Tantos recuerdos, tantos eventos que lo llevaron paulatinamente hasta este momento. Albert se volvió hacia la tía, y empezó a hablar… más para si mismo que para ella.
- Durante años me he debatido entre ceder o no a este sentimiento que no apareció de repente…, no es una ocurrencia de último momento… este cariño maduró sin precipitarse, forjándose lenta y profundamente en todo lo que soy… cada parte de mí está enamorada de ella…, mi mente, mi corazón, mi voluntad…
Jamás vi a Candy del modo que un padre ve a su hija. Su frescura y juventud eran reflejo de la mía también. Yo estaba entrando a la pubertad apenas cuando la conocí así que me era inconcebible si quiera pensar en un trato tradicional de tutor.
La tía lo miró interrogante frunciendo levemente el ceño. Albert recapituló un poco para aclarar ese detalle a la tía Elroy.
- Conocí a Candy por primera vez en una colina no muy lejana a Lakewood, cuando yo tenía 14 años y ella 6. No puedo decir que me enamoré desde ese momento, porque ella era una niña pequeña y yo, apenas un adolescente. Para ser franco, en ese primer encuentro aparte de la mutua compatibilidad, lo que tuve más presente fue la certeza de que ella precisaba de mi protección… Y nunca nadie me había necesitado así, tan dulcemente… en esa forma tan sutil que no te pide nada, pero a la que de cualquier forma acabas dándole todo.
El amor fraternal que le dispensé espontáneamente la primera vez que la vi, resurgió de forma natural cuando nuevamente la encontré de casualidad, algunos años después…
Era un amor fraternal…, aunque tampoco puedo decir que es como el amor que sentí por mi hermana Rossemary… Candy era mi amiga…, una pequeña amiga con un alma sabia y añeja, en quien podía confiar ciegamente… La única aparte de George, que me brindó su amistad incondicional, y quien sin importarle mi origen me aceptó de forma inmediata tal cual soy,…
…Tía, Candy me abrió sus brazos cuando yo era un joven tremendamente solo...
Albert remarcó estas últimas palabras con lentitud, con cierto dejo de tristeza al recordar aquellos años lejanos antes de continuar
- Yo renegaba constantemente de ser quién soy, porque mi apellido me había apresado en un mundo rigorista desde pequeño… Y sin saberlo, esa pequeña niña me salvó de mi aislamiento, de mi negación… Hasta entonces empezó a tomar sentido para mí el poder y la responsabilidad que implicaba ser el heredero y cabeza Andrew… la repercusión de mi hacer o de mi no hacer, es decir, cuánto podía marcar yo una diferencia para muchas vidas, incluyendo claro la mía, precisamente siendo quien soy…
Asumí que ser el heredero de los Andrew podía darme tantas satisfacciones como las que he gozado siendo el libre tipo errante de los bosques de Lakewood…
La anciana, escuchaba a Albert esforzándose por no perder la perspectiva de los hechos. No quería dejarse llevar por la emoción de sus palabras. Pero Albert estaba incontenible… Esta era la primera vez que hablaba abiertamente del tema con ella. Su voz temblaba a ratos y luego se hinchaba de orgullo al dar cuenta de todo lo que habían compartido. Ya gesticulaba y movía sus manos con vehemencia dando grandes zancadas por la amplia habitación, ya volvía a sentarse mientras trataba de explicar que lo que sentía iba más allá de lo que pudo imaginar antes.
- …Candy me regaló en un momento crucial, un poco de esperanza y después me siguió llenando de paz, cada día más…
Cuando ella necesitaba un respiro o un abrazo, ahí estaba yo para brindárselo. Y todavía no sé decir en qué medida me alentó y cuánto y más recibí también de su persona... no lo pude evitar… desde que la volví a ver, ya no pude separarme de ella...
Sus penas han sido las mías. Hemos crecido juntos a sabiendas de que siempre estaremos el uno para el otro, sin importar el lugar ni la hora. Me convertí en su protector y al paso de los años la amé con todo mí ser, mucho antes de que ella me correspondiera y sospechara mi verdadera identidad y sobre todo mis más escondidos sentimientos... Me mantuve al margen y traté de no forzarla aunque sabía que era mía… ¡mía en mi mente, en cada parte de mí que gritaba su nombre y memorizaba su olor, sus gestos, sus risas… todo!
Albert se sentó nuevamente para enseguida levantarse. No podía permanecer quieto, era consciente de ello… parecía que cada parte de su cuerpo estaba concentrada en demostrarle a esa anciana que estaba equivocada, que nada de lo que dijera le impediría compartir todo con la mujer que amaba con frenesí…
- Tía Elroy… este amor a la mujer, y ya no a la niña, llegó imparable. Yo la extrañaba, la presentía, la amparaba… y no pude ni quise detener este afecto que me invadió y me arrebató la vida de forma tan delicada y decisiva….
…Y cuando providencialmente perdí la memoria... ¡Si, fue una bendición del cielo perder la memoria!... ello me regaló la oportunidad que en otras circunstancias el destino me habría negado, oculto en las apariencias y en esa adopción que luego me llegó a pesar como un yunque atado al cuello… Yo no recordaba ni mi nombre, pero en su presencia me sentía en casa… fue cuestión de tiempo para caer rendido otra vez a su regazo... Y nunca…
Albert buscó la mirada de su tía nuevamente, pero ella tenía los ojos cerrados. Entonces se acercó y la obligó a verlo tomando su mentón con firmeza pero suavemente para terminar diciendo…
- … Y nunca he sido más feliz que cuando confirme que podía aspirar a su amor en serio y no solo en mis más preciados sueños…
Albert sonrió para sí mismo recordando los momentos pasados con Candy en el invernadero justo el día anterior, cuando empezaron a juguetear entre los rosedales y quedaron encerrados por un error del jardinero. El anciano encontró la puerta del invernadero abierta y sin percatarse de que hubiera alguien en el interior, cerró con llave. Tres horas después volvió, encontrándolos sentados en el suelo platicando animada e inocentemente como dos buenos amigos, seguros de no levantar sospechas. Pero el viejo jardinero sonrió con discreción bajo su sombrero, cuando la pareja partió entre risas camino a la casa. La complicidad en sus miradas los delataba sin querer… en el ambiente flotaban emociones conocidas y placenteras.
Momentos antes ambos habían dado cuenta de una persecución alocada y excitante en la que, cada vez que se alcanzaban, Albert la apresaba en sus brazos y la sometía una intensa sesión de húmedos besos furtivos que reconocían el camino andado en su boca y descubría otros nuevos, saboreando con alevosía y gozo la dulzura de sus labios… él la dejaba escapar cuando reconocía que se acercaba peligrosamente a esos límites someros del flirteo que se esfuman con delicia… y ella… era más que evidente que Candy se dejaba alcanzar con demasiada facilidad, lo cual era una placer adicional para Albert.
Volver al presente le costó un poco de esfuerzo, pero al fin terminó mirando a su tía con ansiedad.
- Tía… a pesar de todo lo que he hablado, creo que me he quedado corto… me faltan palabras para acercarme siquiera un poco a todo lo que siento… ¡necesito que usted comprenda!
La tía Elroy inclinó la cabeza mirando su falda por un momento eterno.
Una parte de ella quería abrazar a ese joven y admitir que un amor así no debía evitarse. Pero la otra parte se resistió y se impuso finalmente a pesar de saber que sus palabras herirían hondamente a su sobrino preferido.
- Bien William, todo lo que has dicho es realmente… conmovedor… Pero ahora requiero que me permitas explicarte mi punto de vista sobre este... "asunto".
Notas del autor
Este es mi séptimo minific a partir de la historia de Candy y Albert dentro de lo que he llamado "Historias dentro de la historia". Escrito en 2009, editado en 2015
En "Los Diarios de Grace Andrew, ¿Porqué Albert?…", los subtítulos marcados en azul fueron tomados de la letra de la canción "Solo para ti" (1) de Camila, El resto del relato es inédito, cualquier semejanza con otros fic o relatos de Candy, es mera coincidencia.
