ºDISCLAIMER: Los personajes y serie no me pertenecen, son propiedad de la mangaka Rumiko Takahashi. Únicamente el fanfic es de mi pertenencia, no se aceptan copias, adaptaciones y/o plagio. Muchas gracias.

ºSUMMARY: La batalla contra Naraku ha finalizado y Kagome se ve obligada a volver a su época al ser rechazada por InuYasha quien ya ha tomado una decisión.

—Como quisiera haber llegado antes que esa maldita mujer.

Kagome Higurashi, tu deseo ha sido escuchado... y concedido.

¿Y éste lugar? No, no puede ser posible... ¡No otra vez!

ºCapítulo 1º

—¿Qué dijiste?

—Lo que escuchaste.

—No… No puede ser. Dime que no es cierto.

—Por favor Kagome, no lo hagas más difícil de lo que ya es.

—¡No! Esto debe ser una equivocación, no puedes hacerme esto… no después de todo lo que hemos pasado juntos.

—Vamos niña, vete. ¿Acaso no lo escuchaste? Deja la perla y vuelve a tu tiempo —la azabache ignoró lo dicho por la pálida mujer y se limitó a mirar al oji dorado con ojos suplicantes.

—InuYasha… ¿Es esto lo que quieres? —aunque intentaba hallar sus ojos éste esquivaba su mirada — ¡Mírame, maldita sea! ¿Realmente quieres esto? —no se dignó a mirarla pero por lo menos contestó.

—Ya escuchaste lo que dije, no me hagas repetirlo —pudo percibir en su voz un deje de tristeza, pero sólo la que se siente por un amigo… no es que estuviera indeciso, simplemente le dolía verla así y ella pensaba ahorrarle la molestia de seguirla viendo destrozada.

—Bien.

Y sin más dio media vuelta dispuesta a marcharse. Sólo cuando estuvo lo suficientemente lejos se permitió correr tan rápido como pudo. Desacomodando su cabello con el viento, dejándose arañar violentamente por las ramas y espinas en su camino, inclusive por las piedras que arrancaron pequeños pedazos de su blanca piel en el momento que cayó al suelo. Maldito sea, ¡Una y mil veces maldito sea InuYasha! ¡Malditos sean esos dos!

¿Qué había pasado? ¿Cómo habían llegado a esta instancia? Todo parecía tan cercano a la felicidad hasta hace unos momentos, tanto que casi podía vislumbrar un futuro con InuYasha a su lado. Había olvidado que él deseaba a otra para estar con él y eso no hacía más que destrozarla, mierda. ¿Desde cuándo decía tantas groserías? Tal vez pasó demasiado tiempo junto a él y no reparó en su nuevo lenguaje.

Al reincorporarse pudo ver pequeñas esferas caer de sus mangas. Las miró inicialmente sorprendida, pero luego relajó el ceño y tomó una entre sus manos, dejando las otras cuatro regadas en el césped bajo ella.

—Y todo esto por tu culpa, estúpida perla.

Es cierto, habían derrotado a Naraku hace relativamente poco. Miroku y Sango se habían comprometido, Shippo estaba buscando a su clan de zorros para ir a entrenar con ellos muy pronto. Al ver como todos estaban avanzando creyó, erróneamente, que su futuro sería igual de prometedor y que tal vez podría vivir durante muchos, muchos años al lado de su amado peliplata.
El día anterior había viajado a su época para traer del templo algunos amuletos de la suerte para ofrecerle un recordatorio a sus amigos de todas sus batallas y aventuras juntos.

La de color azul sería para Miroku, la morada para Sango, la naranja para Shippo y la roja para InuYasha. Apretó fuertemente ésta última entre sus manos al recordar el nombre de aquel que ahora la había desplazado de su vida. Desvió su mirada a la perla más lejana, aquella de color rosa pálido que sería para ella… tan similar a la que ahora portaba en su cuello, casi podría engañarla de no ser porque no emanaba ese poder característico de ella. Las recogió del suelo una por una y volvió a meterlas en las mangas de su traje de sacerdotisa. Maldecía la hora en que fue a bañarse y aprovechó para lavar su uniforme escolar. Ese traje no hacía más que hacerla sentir miserable en este momento y sin poder evitarlo rompió a llorar mientras cubría su boca intentando no soltar ese grito desgarrador que anhelaba salir disparado por su garganta. Entre lágrimas rememoró el momento que la había llevado a esta instancia y las agrías palabras del oji dorado.

Sango había intentado cocinar ramen para todo el grupo, pero al intentar ajustar el reloj que Kagome trajo de su época terminó frustrándose y pidiéndole ayuda a la azabache quien programó diestramente el aparato. La comida no tardaría mucho en estar lista y luego de eso cada quien se iría a dormir para celebrar al día siguiente en la aldea que aquel ser, causante de tantas calamidades, finalmente había sido derrotado por el extraño grupo de héroes.

A Kagome no le pareció mala idea ir a darse una ducha rápida en la cascada cercana a la aldea, ya que era verano el frío no representaría un problema para ella. Por lo que tomó una muda de sacerdotisa prestada de la cabaña de la anciana Kaede, donde se encontraban todos reunidos —a excepción de cierto peliplata que había ido a verificar el terreno hace alrededor de una hora— y caminó rumbo a la casacada, aprovechando para lavar sus ropas y pensar en lo que haría a continuación. Estaba ansiosa por darle a todos aquel pequeño presente, seguro sería algo apreciado por todos y muy significativo. No pudo evitar sonreír con entusiasmo al pensar en ello, hasta que un ruido en la copa de los árboles la alertó, mas no por eso se asustó.

—Oye, InuYasha —comenzó una vez que el joven aterrizó frente a ella con total elegancia— no me digas que me has estado espiando porque si es así te juro que…

—Sube —la interrumpió, agazapándose frente a ella. Aquello la inquietó, pero al ver su semblante serio se limitó a obedecer como un manso animal.

—¿Qué sucede, InuYasha? ¿Hay problemas?

Pero él no contestó, siguió centrado en el camino y en esquivar las ramas que podrían hacerle daño a alguno de los dos. Ella guardó silencio mientras intentaba pensar en lo que pudo haber pasado, hasta que vio el árbol sagrado cada vez más cerca y su corazón se aceleró considerablemente… por un momento.

Una mujer, que conocía a la perfección, se hallaba a los pies de dicho árbol y miraba a ambos con detenimiento, pero había algo más que no supo descifrar. Estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta cuando InuYasha aterrizó nuevamente en tierra firme y le ordenó bajar.

—¿Eh? —se atrevió a preguntar, aún confundida y sin poder dejar de mirar a la que una vez fue su encarnación.

—Que bajes —respondió fríamente, aunque con algo de cóngoja.

—S-sí… lo siento —se bajó lentamente, casi sintiéndose temerosa de lo que podría pasar, aquello realmente le daba mala espina.

—Ya la he traído, Kikyo. Ahora habla tú, sabes que no soy bueno para estas cosas.

—¿Qué? ¿Qué está pasando? —no podía evitar preguntar. Esto definitivamente no era bueno. La mujer frente a ella fijó sus helados ojos en los suyos ante lo mencionado anteriormente.

—Deja de parecer un cordero a punto de ser sacrificado, niña. No te haremos nada, si es lo que piensas —y no supo por qué, aquello no la alivió ni un poco—. Le he pedido a InuYasha que te traiga aquí para decirte…

—¡No!

—Ni siquiera sabes lo que te diré.

—No, no lo sé. Pero de seguro es lo suficientemente malo como para que ustedes dos me dejen participar de sus encuentros —se volteó entonces hacia el joven detrás suyo—. Pero prefiero escuchar esta noticia de ti, InuYasha. Creo que aunque sea me merezco eso —no era sólo eso, tenía la esperanza de que al ponerlo nervioso aquello quedase en la nada y no dijera nada de lo que tenía pensado decirle.

—¿Estás segura?

—Sí.

—Bien… —ambas mujeres guardaron silencio, aunque una llevaba tiempo sin pronunciar palabra— Kikyo se convertirá en humana con la ayuda de la perla de Shikon, la que tú posees ahora en tu cuello —mencionó, apuntando al cuello de la fémina— y, ya que no puedes viajar sin la perla, todo quedará aquí. Aprecio mucho todo lo que hiciste por mí y nuestro viaje juntos, pero este es el final —casi pareció decir aquello por mera lástima. Su plan evidentemente no funcionó.

—¿Qué dijiste?

Nuevamente volvió a dejar salir otro sollozo de sus labios. Aún apretando con fuerza el collar entre sus manos. Tal parece que esos dos, en su intento por no verla lloriquear, olvidaron que ella seguía poseyendo la verdadera perla de Shikon. Aquella que podría brindarles felicidad, pero que le arrebataría la suya. Sí, suya. ¿Por qué siempre tenía que dejar su propia felicidad de lado por la de otros? No, estaba cansada. Si querían que se fuera, lo haría, pero no sin antes llevarse lo que por derecho le correspondía.
Se puso de pie y ocultó su presencia al disminuir su poder espiritual, un pequeño truco aprendido en el largo trayecto que llevaban como recolectores de los fragmentos. Corrió a toda prisa hacia la cabaña de la anciana Kaede, donde ya todos dormían y tomó uno de los bolsos tejidos de paja, típicos de la época. Metió en su interior todo lo que le pertenecía, cualquier cosa que les pudiese llegar a recordar a ella. Revistas, condimentos, perfumes y shampoos, inclusive su reloj de mesa. Aquel que InuYasha había roto tiempo atrás y tuvo que llevar a una relojería para que lo arreglaran.
No demoró mucho y volvió a encaminarse al bosque, rumbo al pozo devora-huesos. Intentando no derramar más lágrimas en un intento casi patético y reprochándose por haberse metido en una relación que desde el principio le había cerrado la puerta en la cara.

—Como quisiera haber llegado antes que esa maldita mujer.

Pronunció esas palabras al tiempo que se tiraba al pozo, sin mirar atrás e intentando enjuagarse las lágrimas mientras que todo su entorno se volvía de color azul. Pero algo cambió, algo pasaba porque el fondo, que normalmente era azul violáceo, ahora parecía cada vez más claro a medida que pasaban los segundos y estaba casi segura de que su "viaje" estaba tardando más de lo normal. Sintió un agradable calor en el pecho y no pudo evitar mirar.

—La perla… está… brillando.

Soltó el pequeño bolso por inercia y de su interior salieron todos sus objetos, flotando con ella en aquella extraña atmósfera. Las revistas fueron desintegrándose, al igual que los accesorios de baño… todo desaparecía a excepción de un pequeño objeto.

—El reloj.

Pronunció con asombro. Viendo como éste seguía con ella en el interior del pozo. Estiró su mano, intentando alcanzarlo pero nada más tocarlo las manecillas comenzaron a girar con frenesí y todo el fondo del pozo pareció alterarse. Sintió náuseas, todo se movía y se estaba asustando, esto no era normal. ¿Qué mierda estaba pasando?

—Kagome Higurashi, tu deseo ha sido escuchado… y concedido.

Escuchó una voz susurrarle aquellas palabras junto al pitido alarmante de su reloj. Finalmente, cayó en la inconsciencia.

Continuará...

¡Volví después de tanto tiempo! Retomé el fandom de mi infancia tras una corta estadía en el fandom de Kamisama Hajimemashita.

Como ya son vacaciones de invierno, al menos aquí en Argentina, tengo 15 DÍAS para contentarlos con mis historias. He aquí un fanfic que quise hacer desde los doce años y que finalmente, ahora con diecisiete, puedo publicar. Ya tengo editado hasta el segundo capítulo y estoy trabajando en el tercero.

Estaré publicando en mis dos perfiles: AimeTsukinami (Wattpad) y Zio Takumi ( ) para que puedan leerme en ambas plataformas.

Espero que les guste esta historia y me lo hagan saber con sus comentarios, ¡Si tienen alguna idea no duden en decirme! Toda opinión será tomada en cuenta. Los amo ❤