NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE RUMIKO TAKAHASHI, SOLO ME DIVIERTO ESCRIBIENDO HISTORIAS SIN FINES DE LUCRO.

¡Hola a todos!

Primero que nada, ESTE es mi fic NÚMERO 90

No puedo creer de dónde salió tanto, ni mucho menos el recibimiento tan bueno que han tenido en general mis historias. GRACIAS ENSERIO.

Y también FELICES FIESTAS Y FELIZ AÑO NUEVO.

A modo de doble festejo, les traigo esta historia. He estado trabajando en ella un par de meses y creo que ya está lista jeje. Hasta ahora, sólo he publicado un fic de Inuyasha, llamado "el último verano" en formado de One-Shor y Song-Fic. Pero éste será diferente.

Para empezar, esta historia es un Long-fic, ya tengo más o menos calculados los capítulos y el desarrollo de la trama. Está basado, muy libremente, en la película La Princesa Encantada, pero no se apuren, no habrá princesas cisnes ni escenas de canciones cursis. Irá teniendo un desarrollo distinto, ya ustedes lo verán c: Además, rompiendo mi formato usual, he puesto el prefacio y el capítulo 1 en el mismo documento... ojalá les guste (Notarán que ando nerviosa con este fic jeje)

Espero, de todo corazón, que esta idea sea de su agrado, y que disfruten de la lectura. Sin mayor preámbulo, aquí les dejo este nuevo proyecto =D


THE IDEA

By

Nefertari Queen


PREFACIO

Palacio de Shikon, Reino del Norte.

El rey Takahari Higurashi estaba sentado en la sala del trono con una expresión meditativa. La anciana sacerdotisa Kaede también estaba sentada, pero en un sillón colocado frente a una enorme ventana. Desde ahí, Kaede podía ver el esplendor de la hermosa capital del Reino del Norte, su patria desde que nació, y la cual había jurado proteger de todo y todos desde que tomó los votos sacerdotales.

Miró de reojo al rey, que seguía pensativo. No podía censurarle, después de todo Takahari estaba en una posición complicada. Ella misma no se esperaba la manera en que las cosas se desarrollaron, aunque tampoco terminaba de sorprenderla. Había escritos, muy viejos, que dejaban clara la posibilidad de los eventos presentes.

Takahari suspiró.

—¿Tienes alguna propuesta, Sacerdotisa Kaede?—preguntó.

—Es importante que la princesa tenga pleno conocimiento de esta situación—le dijo—Pero entiendo que deberá ser en un momento oportuno.

—En efecto, mi hija debe tener la madurez suficiente para comprender mejor las cosas.

—Definitivamente, pero usted deberá decidir cuándo sea el momento oportuno, majestad. Después de todo es su única hija.—el último comentario fue dicho con cierto dolor.

El rey se puso de pie y caminó por la mullida alfombra hasta la pared donde colgaba el retrato de él y su difunta esposa. La reina Saori, en toda su belleza, estaba retratada luciendo las gemas de la realeza que él mismo le regaló el día de su boda. A veces Takahari deseaba pensar que el destino era cruel, pero la realidad se imponía distinta, para su pesar.

Kaede miró al rey compungido, y ella misma se mostró entristecida. Recordaba a Saori desde que era una niña, la imagen de la pequeña cantando por los pasillos de su casa le hizo soltar un suspiro. Al menos la bella reina no se marchó del mundo sin haber dejado a su hija como heredera de su linaje. Esos pensamientos hicieron que la sacerdotisa recordara otros asuntos importantes.

—Hay otro detalle—dijo Kaede, con un tono de voz precavido—La princesa deberá ser esmeradamente protegida, como usted comprenderá.

—Sabes bien que nada podrá pasarle mientras esté en mi palacio.

—Tiene razón. Pero ella es una princesa, no puede estar encerrada toda la vida. Y usted no es eterno, majestad. Es importante pensar desde ahora qué círculo protegerá a la princesa el resto de su vida.

Quería creer que se trataba de una simple broma, pero Takahari sabía que no era el caso. Miró el retrato de su esposa otra vez, y de un gesto áspero dio la vuelta, yéndose hacia la mesita donde estaba el licor. Kaede contempló en silencio al soberano mientras bebía dos copas de vino como si fueran agua, y sintió lástima de toda la angustia que estaba sintiendo en esos momentos.

Su pequeña hija llevaba sólo tres días usando su cuna ¿realmente era tan grave la situación que debía buscarle desde ese momento protección especial? Con el último trago de vino pasándole la garganta, el rey pensó en todos los nombres de los caballeros que estaban mejor preparados y garantizarían protección a la princesa. Pero la inteligencia del rey Takahari no era famosa por simple halago, después de todo, había comprendido cada sentido de la oración de la sacerdotisa Kaede.

—La reina Izayoi me ha mandado sus sinceras felicitaciones por el nacimiento de mi hija—dijo—No sabe aún que mi amada esposa falleció en el parto. Izayoi fue amiga mía durante mi infancia, y está enterada de muchos de los secretos mágicos que esconde mi familia.

—¿Confía en ella, su majestad?

—Sí—bebió otro sorbo de vino, haciendo una mueca de resignación—Confío completamente en ella.

Takahari sonrió amargamente al recordar a la reina del Reino del Oeste. Después, conteniendo una mueca, agregó:

—Tiene un hijo pequeño…

El rostro de Kaede, hasta ese momento sereno, demostró una curiosidad genuina. La anciana se puso de pie, dejando que la larga falda roja característica de sus votos sacerdotales cayera como cascada al suelo, y dio cortos pasos acercándose al monarca.

—¿Está pensando lo que yo creo, majestad?—había esperanza en su voz.

—No será definitivo—dijo él en tono severo—Será simplemente mi primera opción. Si las cosas se desarrollan bien, estoy seguro de que la familia Taisho la protegerá con su vida si es necesario.

—¿Y si no?

—Si no, al menos mi hija contará con su aprecio y amistad. De cualquier manera, ella sale bien librada.

—Esto puede ser un poco riesgoso, su majestad.

—Lo sé, pero es lo único que se me ocurre—el rey se terminó una tercera copa de vino y exclamó—¡Ella vivirá ahí! Si, pasar temporadas lejos de aquí sería benéfico….

—¿Cómo?—preguntó Kaede, que no comprendía los pensamientos de su rey. Mientras tanto, Takahari estaba desarrollando toda una idea en su mente, un plan de vida que brindaría protección a su hija, si todo salía bien.

—No siempre, desde luego, pero puede hacerles visitas… necesito hablar rápido con Izayoi. Ella debe estar enterada de todos mis planes.

—Majestad, tenemos a nuestro favor el hecho de que sólo nosotros dos conocemos la condición de la princesa. Revelársela a alguien más, aunque sea de su confianza, sigue siendo peligroso.

Takahari miró a Kaede directamente a los ojos, aquella anciana sacerdotisa no era la encargada del Santuario de las Cuatro Almas por simple vejez; era astuta, inteligente y comprendía que se estaba convirtiendo en su mejor aliada. Pero a pesar de todo eso, estaban hablando de su hija, la princesa, y la situación era más compleja aún de lo que Kaede podía comprender.

—Lo sé Kaede, pero no me quedan muchas opciones. Mi hija deberá contar con todos los planes posibles que garanticen su seguridad. Y sé que Izayoi será de mucha ayuda.—con eso, dejó en clara su postura.

Kaede simplemente bajó los ojos, no podía contradecir al rey.

—Como ordene, su majestad.

—Bien, pensaré en los demás detalles durante la tarde… Sacerdotisa Kaede, gracias por venir. Su presencia ha calmado muchas de mis angustias.

—Espero ser convocada por usted pronto, su majestad.

Hizo una reverencia y salió a pasos lentos de la sala del trono. Ya cuando estaba solo, el rey Takahari suspiró.

—Yo esperaría nunca más tener que convocarla…

Se sirvió un cuarto vaso de vino, y lo bebió de golpe.

El viaje de la capital al Santuario de las Cuatro Almas tardaba diez días, y Kaede no podía permitirse perder tanto tiempo. Así que, apenas salió de la sala del trono, pidió permiso al mayordomo y usó una recámara para descansar antes de partir. Sin que nadie la viera, Kaede sacó una bolsita de tela que contenía diferentes tipos de mirra, tierra e inciensos especiales. Vertió esos polvos en un platón de cobre, que puso a calentar a fuego lento, cuando el denso humo tuvo la consistencia deseada sacó de su manga dos cabellos y los echó a la lumbre.

El humo adoptó formas: la silueta de una dama, de pose fuerte y altiva, parada al lado de un hombre alto y fornido. El hombre y la mujer se acercaban y se alejaban, indecisos. Entonces, sin previo aviso, una bola de humo oscuro absorbió las siluetas y no dejó nada de ellos. Se formó un caballo, y un árbol, y también la forma de una montaña. Todas esas formas desaparecieron permitiendo que una flecha, perfectamente clara, se manifestara ante Kaede.

La sacerdotisa suspiró, ya se lo esperaba. Cosas muy buenas podían salir de un acuerdo entre el rey Takahari y la reina Izayoi, pero la más mínima discrepancia arruinaría siglos de tradiciones y de formas de vida. La oscuridad se estaba formando no muy lejos, y estaba al acecho. Podían verse vientos de guerra en el horizonte, y la clave seguía siendo la misma: la pequeña princesa de tres días de nacida.

—Princesa Kagome Higurashi… que los espíritus ye bendigan y de guíen a mí a tiempo—dicho esto, la anciana limpió todo y se marchó.


Capítulo 1

Seis años después, Reino del Oeste

—¡Ensillen mi caballo!—gritó el rey, Takahari Higurashi. El mozo inmediatamente saltó a las caballerizas para cumplir la orden.

Había un verdadero tumulto, apenas se divisaron las banderas con el sello de la familia Higurashi una gran comitiva llenó el puerto dándoles la bienvenida. El mensajero oficial había salido a trote rumbo al Palacio de los Vientos para notificar la llegada de los invitados ya mucho tiempo atrás, avisando en su carrera a toda persona que se encontró por la carretera. Pronto las carrozas de algunos nobles llegaron al muelle, escuchando los chismes de los plebeyos y comentándolos ellos mismos.

Las anclas se soltaron y las velas se guardaron, acomodándose el barco lo más cercano posible al pueblo. Todos vieron al rey cuando salió en cubierta y saludó con un gesto amable a la muchedumbre, antes de dirigir algunas órdenes a su tripulación. Las jóvenes casaderas y una que otra viuda comentó lo apuesto que se veía el rey, mientras que los hombres hablaban del enorme barco, último en tecnología marítima y de preciosas decoraciones en la cabina real.

Los marineros alistaban todas las cajas y pertenencias de su rey para bajarlas del barco, y meterlas adecuadamente en la carroza que les esperaba. Pero el rey no deseaba usar la carroza, él quería cabalgar y hacer una entrada más solemne al Palacio de los Vientos, después de todo se trataba de un evento especial. Un grupo de soldados del rey comenzó a disipar a la gente, permitiendo que el mozo bajara los caballos del barco.

El rey buscó con la mirada al mozo que estaba terminando de enlistar a su caballo, haciendo una media sonrisa miró a su hija, que estaba de pie a su lado contemplando todo con asombro. Era su primer viaje en barco, y soportó valientemente todos los mareos, demostrándose curiosa y extasiada ante la idea de las olas, el mar y los delfines que pudieron observar el segundo día de viaje. No podía estar más orgulloso de ella.

El mozo le avisó que el caballo estaba listo, vio su reloj y se fijó que estaban a tiempo perfecto.

—Usted se hará cargo del carruaje ¿entendido?—le dijo al mayordomo.

—Sí, majestad.

—Kagome—llamó a su pequeña hija—Dame la mano.

Ella estaba viendo fijamente hacia la multitud de personas que, aunque se había alejado, aún no se disipaba. Estiró su manita para sujetar la gran mano de su padre, y caminó a su lado en silencio, conteniendo su nerviosismo. Takahari la cargó para sentarla en la parte delantera de la silla de montar, luego él mismo se subió al caballo, asegurándose de que su hija estuviera bien acomodada frente a él.

Desde sus carrozas los nobles pudieron tener una mejor vista del rey y de su hija, los comentarios que hicieron sobre lo encantadora que se veía la princesa fueron oídos por los plebeyos, quienes agregaron a esos chismes los suyos propios. Para esa misma noche en todo el reino se hablaría del apuesto rey Takahari y de su hijita, tan bella como una muñeca y tan encantadora como una rosa.

Ajeno a los chismes, el rey Takahari agarró las riendas. Su Guardia personal ya estaba escoltándolo, tiró de las riendas empezando un ligero y elegante trote, saludando con una mano a la multitud que lo vitoreaba. Caminaron por el interior del pueblo, hasta que salieron por la carretera y las personas comenzaron a escasear. Ante el silencio, Kagome se sintió más nerviosa.

—Papá, tengo miedo—le confesó—¿Y si no hago algo bien?

—Eres una princesa, Kagome. Para esto has sido educada ¿no es cierto?—le recordó su padre, ligeramente divertido ante lo madura que se intentaba mostrar la pequeña.

—Pero es diferente, cuando lo practico con Miss Dokima sé que ella no es reina—comentó, intentando hacer que si tierna voz sonara menos dulce—¿Y si me equivoco con la reina Izayoi?

Takahari intentó no reír, pero no pudo evitar sonreír abiertamente.

—Ella es buena, y además sé que lo harás muy bien—aceleró un poco el trote del caballo—¿Y no te preocupa conocer a su hijo, el príncipe?

Kagome frunció el ceño. Su papá le había dicho que el motivo de ese viaje era que ella y el príncipe se hicieran buenos amigos. Ella era una princesa, y había sido educada para ser respetuosa y amable, pero no tenía muchos amigos, y menos hombres, así que no sabía qué esperar, por eso estaba emocionada ante la idea de hacerse amiga de un príncipe de renombre. En su inocencia infantil, imaginaba a un niño igual a ella con sus mismos gustos, educado y amable, que jugaría con ella alrededor de los jardines todos los días y comerían pasteles juntos en las tardes.

—No, papá—respondió segura, con esa imagen firme en su mente—Eso no me preocupaba.

Se sentía curiosa, el príncipe debería ser una buena compañía para jugar a tomar el té, a las escondidas y también a la rayuela. Con esa idea en mente ¿cómo iba a preocuparle conocer al hijo de la reina?

—Esa es mi hija—susurró Takahari, besándole la cabeza suavemente y asomándose para ver mejor el camino. Dieron una vuelta y, frente a ellos, se divisó la gran puerta que daba acceso al palacio.

El centinela hizo sonar la trompeta, haciendo que se abrieran las pesadas puertas de madera. Al interior estaban ya esperándolos una comitiva formada por la familia real, el mayordomo del palacio, las damas de compañía y un par de amigos. La reina Izayoi estaba al frente, lucía un precioso traje color morado con bordados en oro y una corona que adornaba su solemne peinado; era más bonita que los retratos que Kagome había visto, con una piel tersa y blanca, ojos grandes y un abundante cabello negro. Izayoi les sonreía, saludándoles con la mano izquierda, su mano derecha estaba colocada sobre el hombro de su hijo, el príncipe Inuyasha, un niño apuesto que heredó las facciones finas de su madre y vestía con la elegancia que requería la ocasión.

Takahari entró y detuvo el caballo frente a la comitiva, haciendo un saludo respetuoso.

—Majestad—dijo, dirigiéndose a la reina—Gracias por darnos su hospitalidad.

—Rey Takahari—la reina se inclinó respetuosamente—Espero que su viaje haya sido muy agradable.

—Lo fue ¡Y con perfecto clima!

Le dio al mozo las riendas, bajándose del caballo. Luego cargó a su hija para bajarla y ponerla en el suelo delicadamente. Kagome se irguió, poniéndose frente a la reina, e hizo una ceremoniosa reverencia.

—Bienvenida, princesa Kagome—saludó la reina, sonriendo ante la pequeña y educada niña.—Te conocí hace años, pero no creo que me recuerdes ¡eras apenas un bebé!

Ahora era una niña ¡Y qué mona se veía! Llevaba un bonito vestido rosado, con falda larga y abultada, escote circular y mangas largas; lo adornaban un bello listón en la cintura, un brocado en las mangas y un collar de oro, además de una linda tiara que recogía sus cabellos negros. Izayoi pensaba que no había visto niña más bonita en muchos años, y menos tan encantadora.

Ante la sonrisa amable de la reina, Kagome se relajó y se sintió más feliz. Puso al fin atención al niño que estaba al lado de la reina, y le miró fijamente. Tenía el cabello plateado, lo cual era curioso, y ojos de un color ámbar muy claro, casi dorado. Llevaba puesta una chaqueta bordada y bien abotonada de color rojo, así como unos pantalones negros de buena calidad y botas. Pero lo que más le sorprendió fue la expresión analizadora y poco amable de aquél niño.

—Te presento a mi hijo—dijo Izayoi—el príncipe Inuyasha Taisho.

Kagome sintió que su padre la empujaba suavemente hacia adelante, e Izayoi hizo lo mismo con Inuyasha. Los dos príncipes quedaron frente a frente, viéndose a los ojos. Él tenía una mueca de disgusto, y toda la curiosidad que sentía Kagome hacia él se desvaneció.

—Un gusto, princesa—le dijo, pero sus palabras sonaban forzadas—Bienvenida.

—El gusto es mío, príncipe Inu…

Kagome había hecho su mejor reverencia, levantando ligeramente la falda para poder agacharse y sonreír en todo momento, tal y como su Institutriz le había enseñado miles de veces. Pero no pudo terminar el saludo, porque Inuyasha le dio la espalda alejándose.

"¡Qué grosero!" pensó. Ese no era el amable y agradable niño que se había imaginado todo el viaje.

—Mmm—Izayoi miró desaprobatoriamente a su hijo, y con una señal le indicó que la saludara.

Inuyasha la miró con el ceño fruncido, visiblemente molesto, mientras daba pesados y largos pasos hasta ella. Bruscamente tomó su muñeca y acercó su mano hasta su rostro, Kagome lo miraba con recelo, Inuyasha se notaba molesto e incómodo y eso no le gustaba en lo más mínimo. Finalmente, el príncipe besó el dorso de su mano, haciendo una expresión de asco y limpiándose los labios con su manga.

"¡Qué descarado!"

Indignada, Kagome también hizo acto de limpiarse el dorso de su mano en la falda. Inuyasha la miró alzando una ceja, y ella enfadada elevó sus dos manos como puños, haciendo que él retrocediera sorprendido.

"¡Qué rara!" pensó él.

Los dos príncipes se dieron la espalda, regresando con sus padres. Izayoi y Takahari habían estado platicando animosamente sobre sus planes con los niños, sin ponerle mucha atención a ese tosco y desagradable primer encuentro. Vieron a sus hijos alejarse, y decidieron que ocupaban diversiones, después de todo eran sólo niños.

—Inuyasha ¿por qué no le enseñas los jardines a la princesa Kagome? El rey y yo tenemos mucho de qué hablar.

—¡Pero mamá!

La dura mirada de Izayoi detuvo cualquier protesta, pero Kagome no se rendía.

—Papi—lo llamó, tirando suavemente de su capa—¿tengo que acompañarlo?

—¡Desde luego!—su voz sonó más firme de lo que hubiera querido—Diviértete, hija.

Takahari le ofreció su brazo a Izayoi, escoltándola hacia el palacio e ignorando el rostro desesperado de su hija. La comitiva los siguió de cerca, murmurando todos los acuerdos que los reyes podían hacer por el matrimonio de los príncipes. Todos planeaban y sonreían, nadie pareció percatarse de la gran tensión que había entre los dos niños, que fueron prácticamente abandonados en la entrada del palacio.

Con los últimos murmullos perdiéndose a la distancia, Kagome perdió toda esperanza de desentenderse de la situación. Miró de reojo a Inuyasha, con fastidio.

—¿Y ahora qué?—preguntó.

Él se cruzó de brazos.

—¿Y yo qué sé?—frunció el ceño.—Mamá dijo que te mostrara los jardines.

—¡Pero tengo hambre!—se quejó la niña, que no había comido mucho por los mareos en el barco.

—Keh, ese no es mi problema.

—Grosero.

—Chillona.

—¡Maleducado!

—¡Gritona!

Sus miradas se encontraron, y fue un largo duelo en donde intentaron fulminarse uno al otro, sin éxito.

Al final, Kagome le dio la espalda y levantó la falda de su vestido, comenzando a caminar hacia el palacio.

—¡Buscaré yo sola la cocina!—gritó, y caminó lo más rápido que sus pequeños pies le permitieron.

Inuyasha pensaba en dejarla ir, hasta que recordó la advertencia que le hizo su madre esa mañana: "La princesa Kagome es nuestra invitada y debe ser bien tratada, tú debes estar con ella en todo momento ¡Si la encuentro sola en el Palacio no tendrás postres en todo el verano!" y cuando madre hacía una amenaza, la cumplía.

"¡Argh! ¿es que tendré que estar detrás de ella todo el verano?" contestó malhumorado. Pensó en que podría estar perfectamente tres meses sin pastel de chocolate después de cenar, pero luego recordó las deliciosas tartas de frutos rojos que Nana preparaba sólo para invitados, y que se servirían esa noche en honor al rey.

¿Esas tartas de frutos rojos, chocolate blanco y espumosa crema batida valían la pena?

—¡Oye, niña!—le gritó, corriendo para alcanzarla—¡Espera!

Kagome se detuvo cuando Inuyasha se paró frente a ella, deteniéndole abruptamente el paso.

—Te llevaré a la cocina—tiró bruscamente de su mano, jalándola.

—¡Suéltame!—se liberó de su agarre con fuerza—Yo sola puedo encontrar la cocina.

—¡Si mi mamá te ve sola no me dejará comer postres todo el verano!

—Ese es tu problema.

—No seas fastidiosa.

—¡Debiste ser más amable conmigo!

—Anda ya, deja de ser tan chillona y vamos por manzanas.

—¡Suéltame!

—¡Que dejes de chillar!

Kagome corrió por el sendero e Inuyasha la siguió de cerca.

"¡Qué niño tan maleducado!"

"¡Que niña tan llorona!"

-o-

Como una carrera desenfrenada, Inuyasha consiguió llevar a Kagome hasta la cocina del Palacio, donde la presentó sin ánimo a las cocineras. Ellas quedaron encantadas ante la linda princesita, y sin perder tiempo le prepararon una rápida merienda: tostadas con mermelada, un trozo de jamón ahumado en salsa y rodajas de manzana con miel.

—¡Pronto será la cena, alteza!—le dijeron las cocineras—Así que no debemos alimentarla mucho, o no podrá comer las deliciosas tartas de Nana ni los bizcochos rellenos.

Kagome les dio las gracias y comió con la tranquila elegancia que le había enseñado incluso antes de que aprendiera a caminar. Inuyasha se cruzó los brazos, aburrido, recordando que si la dejaba sola y mamá la veía no podría comer postres. Pensándolo bien, él sólo quería las tartas de Nana, podía soportar una tarde con esa princesa y después al día siguiente hacer que se perdiera en la biblioteca. Ya antes se había resignado a pasar el verano sin pastel de chocolate.

Mientras comía, Kagome escuchaba los comentarios de las cocineras. Ellas estaban acostumbradas al inquieto hijo de la reina, pero no a la linda y educada princesa del Reino del Norte. Habían escuchado que los planes de los reyes era casar a los príncipes, y estaban encantadas con la romántica idea de una pareja que crecen juntos conociéndose y amándose ante toda adversidad ¡Y la princesa era tan linda! No paraban de elogiarla, lo cual hacia sonrojar a la niña.

—¡Qué bonito su cabello, alteza!—decía una—¡Y qué lindo vestido!

"¿Qué tienen las mujeres con el cabello?" pensó Inuyasha, recordando que su madre también se cepillaba su cabello por las noches con esmero "¿Por qué no puede comer más deprisa? ¡Me aburro aquí!"

—Oe, estoy aburrido. Termina pronto—le dijo.

Ella frunció el ceño, mirándolo con desdén.

—Si como más rápido eructaré, y Miss Dokima dice que es de muy mala educación.—la Institutriz de Kagome era muy severa, no era de sorprender que la niña de seis años pareciera de diez por sus modales.

—¿Y a quién le importa eso?—respingó—¡Ni tu padre ni mi madre están aquí!

—A mí sí me importa.

—Necia.

—Joven príncipe, deje tranquila a la princesa—le reprendió una cocinera mayor—Si la disgusta la comida puede enfermarla y su madre se molestará.

—Pero… ¡Argh!

¡Ni sus propios criados lo apoyaban! Ninguna tarta de frutas valía tanto la pena.

—¡Pues come aquí tu sola!—el niño resopló y salió pronto de la cocina.

Kagome le miró alejarse y suspiró, sin ese príncipe molesto se estaba mucho más a gusto.

-o-

—¡Qué hermosa es Kagome!—dijo Izayoi, una vez que ella y Takahari quedaron solas en un salón—Se parece a su bien amada madre, que en paz descanse. Tiene su belleza y elegancia, pero hay algo más…

—Tiene su carácter—reconoció Takahari—Es tímida al principio, pero irás conociéndola.

—Desde que la vi en la cuna intuí que sería una gran princesa ¿recuerdas que te lo dije?—abrió la licorera y sirvió dos copas de vino.

—Sí, pero es aún una niña. Aún le falta crecer—respondió, aceptando la copa de vino que le ofrecía la reina.

—Confía en mí, lo será.

—Tu muchacho también se ve bien—agregó—Cada vez se parece más a su difunto padre, que en paz descanse.

—Es su vivo retrato—sonrió la reina complacida con el comentario—Aunque tiene un carácter difícil, debo reconocerlo…

—Nada que no deba ser aprovechado por un buen rey.

—Y hablando de reyes, deberíamos empezar a negociar—Izayoi tomó un sorbo de vino, viéndolo fijamente—¿Se unirán los dos reinos?

Takahari bebió de su copa, meditando por unos segundos, antes de responder.

—El ancestral linaje Higurashi y la poderosa casa Taisho unidas por un matrimonio exitoso. Suena a un gran acuerdo.

Izayoi sonrió, alzando su copa.

—Pero… recuerdas el principal motivo ¿verdad?—inquirió—Tu hijo no sabe nada ¿verdad?

—No, como tampoco Kagome. Él no debe saber nada por ahora, sino hasta que crezca.

—Izayoi, mis palabras no alcanzan para decirte lo agradecido que estoy con este favor que me haces. Si las cosas salen como espero, me habrás otorgado la más infinita paz.

Aunque la reina sonreía, sus ojos delataban un rastro de melancolía. Bebió de su vino, sin responder a nada, porque no había palabras que pudiera decir.

—Pero… ¿los niños se llevarán bien?—se preguntó Takahari, repentinamente preocupado ante la idea de que su hija se desposara a la fuerza.

¿Su linda y hermosa niñita entregada a la fuerza a otro hombre? Tembló sólo de pensarlo. Era un rey rico y poderoso, lo menos que podía garantizarle a su hijita era una boda mágica, de ensueño y donde ella estuviera radiante de felicidad. Izayoi también se detuvo a pensar eso, como buena madre deseaba que su hijo fuera feliz y que tuviera a una buena mujer a su lado.

Sin embargo, la situación que enfrentaba Takahari regresaba a su mente. Era tan complicado callar algo tan grande. Ambos, rey y reina, se miraron fijamente ¡si hubiera alguna forma más sencilla! Bebieron más de sus copas en busca de consuelo. Sus hijos eran unos niños y si crecían juntos lo más seguro era que se llevaran bien, como él y ella…

…aunque ellos nunca se enamoraron.

Izayoi dejó de pensar en eso, colocando su copa de vino, ya vacía, sobre una mesita. Era atormentarse por cosas no definidas.

—No los obligaremos—sentenció Izayoi—Continuemos con nuestros planes y nuestras reuniones, pero que ellos tengan la última palabra.—no se le ocurría nada mejor.

—Pero no podrán decidir hasta que el acuerdo termine—Takahari pensaba en su hijita, y que al menos esos años ella estaría protegida, se lograra o no el acuerdo.

—Trato hecho—dijeron al mismo tiempo, y sonrieron.

Había una amarga dulzura en la sonrisa de ambos reyes.

"La idea es que todo salga de acuerdo al plan" pensó Takahari "Espíritus, sean buenos conmigo por favor"

De acuerdo al plan…

-o-

Kagome salió al jardín, había escuchado que el Palacio de los Vientos tenía los jardines más grandes y hermosos del continente y quería comprobarlo. Al salir, vio miles de arbustos, flores y árboles, quedando impresionada. Caminó emocionada hacia los arbustos de lavanda, bien podados, cuyas flores emanaban aquel suave olor que ella tanto adoraba.

"Papá dice que mamá adoraba las flores" pensó la niña, que siempre intentaba saber todo lo posible acerca de su madre "Y que la lavanda le gustaba mucho, pero no era su favorita. Esa era otra…"

Kagome volteó, buscando entre los arbustos por la flor que su padre le había enseñado. Al caminar escuchó unos ruidos, y se percató de que no estaba sola. Inuyasha estaba cerca, y tenía en sus manos una espada de madera con la cual practicaba. Kagome le miró, los guardias en su palacio hacían eso mismo, no sabía que los príncipes también lo hacían.

—¿Qué haces?—preguntó.

Inuyasha, que estaba practicando un ataque, se asustó. No la había visto ni escuchado.

—¡No me asustes así!—le recriminó, bajando la espada de madera.

Kagome se le acercó curiosa.

—¿Qué hacías?—insistió.

—Entrenaba—respondió como si fuera lo más normal del mundo—¿Qué, tu no lo haces?

Ella se inclinó para ver la espada de madera, agarrándola. Inuyasha intentó apartarla, pero ella fue más rápida y de un jalón se la quitó.

—¡Oye!

—No, yo no entreno—respondió, viendo detenidamente la madera pulida—Pero los guardias en mi palacio si ¿A poco los príncipes también lo hacen?

—¡Pues claro, tonta!—exclamó, quitándole la espada de madera de un solo movimiento.—Si no ¿cómo van a proteger su reino?

Para Kagome esa explicación tenía sentido, pero su padre no le había dicho nunca nada sobre algún entrenamiento para princesas. Luego recordó que Inuyasha era dos años mayor que ella, quizá su entrenamiento empezaría después. Con una enorme sonrisa, Kagome se puso frente a Inuyasha.

—¡Enséñame!—le pidió, como si fuera un juego más.

—¿Qué?

—¡Enséñame a usar eso!

—Keh, no. Tengo cosas más importantes que hacer.

—¡No seas malo!

—¡No seas necia!

—Ash, qué maleducado.

—Tonta.

—¡No me digas así!—Kagome, visiblemente enfadada, saltó encima de Inuyasha tumbándolo en el suelo.

Sí, era una princesa educada y recatada… pero a final de cuentas también era una niña.

Inuyasha la empujó y ella en respuesta le jaló el cabello. Él gruñó, asustándola, y aprovechó para ponerse encima de ella, Kagome lanzó manotazos al azar para alejarlo e Inuyasha, intentando ponerse de pie, terminó tropezando y cayendo sobre ella, pegándole en el abdomen. Kagome empezó a llorar.

¡Esta no era la linda amistad que había imaginado!

—Oe ¿qué te pasa?—Inuyasha, que nunca había convivido con niñas, se asustó mucho al verla llorar—¡No hagas eso!

Kagome, sentada sobre el pasto, lloraba desconsoladamente. Le habían enseñado que las princesas lloran en silencio, procurando que sus lágrimas fueran solemnes. Pero ella no podía hacerlo, estaba enfadada, decepcionada y asustada ¡Y tenía muchas ganas de llorar! Inuyasha, desesperado, comenzó a saltar frente a ella para llamar su atención. Los verdaderos hombres no hacen llorar a las mujeres, o eso le había dicho su madre.

—¡Mírame, mírame!—decía, haciendo raras muecas—¡Mira, tonta!

Ella le miró, pero cuando le dijo "tonta" nuevamente volvió a llorar.

—¡Inuyasha, tonto!—gritó, poniéndose de pie y alejándose rápidamente.

"Este verano será tan largo…"

-o-

Lo dicho, fue un verano muy largo.

Esa noche se hizo un banquete en honor al rey Takahashi y la princesa Kagome. Muchos nobles les dieron la bienvenida y algunos regalos. Inuyasha sintió que sus esfuerzos por soportar a la niña valieron la pena cuando pudo comerse tres pequeñas tartas completas de frutos rojos. Kagome comió de esa misma tarta feliz, no había probado nunca nada tan delicioso.

El rey y la princesa recibieron cómodas y grandes habitaciones continuas, donde pudieron descansar. Kagome se dejó caer en la mullida y cómoda cama que le dieron, casi tan grande y bonita como la que tenía en su reino. Con su bata de dormir y bien arropada, la princesita descansó y soñó que regresaba a su casa, con su padre, lejos del tonto y malcriado de Inuyasha.

No obstante, al día siguiente, continuó el tormento. Los reyes habían planeado todo un día de juegos para ellos dos solos, pero su relación no había mejorado mucho desde el día anterior. Discutieron la mayor parte del tiempo, disfrutando poco o nada de las actividades que les habían planificado. En la noche cenaron silenciosos y los reyes interpretaron ese silencio pensando que sus hijos estaban cansados.

Así fueron pasando los días, Inuyasha solía entrenar en las mañanas y Kagome usaba esas horas para leer. Por las tardes prácticamente los arrojaban al jardín para que convivieran, y ellos aunque se resistían terminaban cediendo. Eran los únicos niños en el palacio e instintivamente se buscaban como cómplices de travesuras infantiles, las cuales solían desembocar en desastres por su tensa relación.

Inuyasha era un niño enérgico y de carácter difícil, aunque había mucha nobleza en su interior creció en un ambiente complicado. Le costaba confiar en las personas desconocidas, y a eso debía agregársele que nunca antes había convivido con niñas. No sabía cómo tratar a Kagome ni qué esperaba ella de él, y al mismo tiempo tampoco podía terminar de confiar en ella.

Kagome percibía el recelo de Inuyasha y se lo regresaba en un trato áspero. Era una niña inteligente y mimada, que en su corta vida había crecido en un ambiente ameno y femenino. La tosquedad en los modales de Inuyasha la desconcertaba y la desconfianza que él manifestaba la hería. Acostumbrada ser tratada con seda y mimos, Kagome se molestaba fácilmente con su obligado amigo y no tenía idea de cómo entenderse con él.

Ponían su mejor cara frente a sus padres, temiendo que los regañaran. Takahari e Izayoi se daban cuenta del trato en exceso cortés que mostraban, por lo que temían que los niños no se llevaran tan bien como decían hacerlo. Pero recordando que eran muy pequeños, ambos padres calmaban sus ansiedades diciéndose que aquella relación cambiaría con el tiempo… o eso esperaban.

Un par de semanas después, Takahari había decidido pasar un día con su hija, pues extrañaba pasar las tardes con ella. Estaban en los establos, enseñándole a la niña a montar por su cuenta. Kagome estaba encima del caballo más mansito que tenían en el Palacio de los Vientos, su padre sujetaba fuertemente las riendas y guiaba al animal con un ligero trote, para completa diversión de su hija.

—Ahora toma tú las riendas—le dijo, dándoselas.

Las enguantadas manitas de la princesa sujetaron fuertemente las riendas y tiraron de ellas tal y como su padre le explicaba. El caballo aceptó el cambio de rumbo y mantuvo su tranquilo trote. Kagome sonrió feliz y divertida, ante la orgullosa mirada de su padre.

—¡Muy bien hija!—la animó el rey, feliz de escuchar a su hija reír.

Kagome tiró de las riendas y el caballo comenzó a trotar más fuerte, alejándose un poco de las caballerizas.

—Kagome, más despacio—el rey le indicó cómo disminuir la velocidad.

Pero la princesa no quería, así que animó al animal a ir más rápido. El caballo comenzó un trote considerable, alejándose ante el enorme susto de su padre. El mozo que estaba con ellos corrió hasta el caballo, intentando frenarlo, pero con gran maestría la princesa cambió la dirección del animal y retomó el trote de regreso a las caballerizas. Takahari sintió que su corazón iba a detenerse cuando vio a su pequeña hacer frenar al caballo casi frente a él.

Kagome prestaba mucha atención cuando su padre montaba con ella y llevar el conocimiento a la práctica le resultó más sencillo de lo que pensaba. Buena parte de su suerte se debió al carácter dócil del animal, pero incluso para ser un caballo tranquilo, haber dominado tan bien al caballo y sola hizo que Takahari mirara a su hija impresionado y orgulloso.

—Kagome, no quiero que vuelvas a desobedecerme—la amonestó con un tono fuerte—Pero lo has hecho tan bien que lo dejaré pasar por esta ocasión.

La niña le sonrió a su padre extasiada de felicidad, no se había divertido tanto en el Palacio de los Vientos hasta ese momento.

—Mozo, prepara mi caballo—pidió el rey.

Takahari montó a un trote ligero al lado de su hija, haciendo que la princesa llevara el animal hacia los jardines alrededor de los establos. Padre e hija platicaban trivialidades, dándole él consejos a su hija sobre cómo sujetar mejor las riendas y cómo controlar mejor al animal.

—Tienes talento innato—dedujo Takahari con mucha felicidad.

—Gracias papi—dijo Kagome, haciendo detener a su caballo. El rey se detuvo también con ella—Padre, quiero preguntarte algo.

—Dime.

—Papá ¿cuándo empezará mi entrenamiento de princesa?—inquirió la niña con gran curiosidad.

—¿Entrenamiento de princesa?

—Sí, ¿cuándo?

—No sé a qué te refieres Kagome.

—A lo que Inuyasha hace. Él entrena con la espada y escudos y sobre el combate, dice que es porque todos los príncipes deben proteger a su reino. Yo soy una princesa y también quiero proteger a mi reino ¿cuándo empezará mi entrenamiento, el próximo año? ¡Ya quiero empezar!

Takahari no supo qué responder. Su hija la miraba con gran seriedad. Era su única hija, y sabía que no tendría más. Había amado profundamente a su difunta esposa y no traicionaría su recuerdo con otro matrimonio, por eso solía consentir mucho a su hija, quien era la viva imagen de su difunta reina.

Pero… ¿entrenamiento de princesas?

—Kagome, las princesas no son entrenadas para pelear—le habló con seriedad—Son educadas en las artes y otras cosas…

—¿Entonces quién protegerá el reino cuando yo gobierne, papá?

—Pues, los generales y…

—¿Y yo qué haré?

Takahari suspiró.

—Por eso es importante conseguirte un buen esposo…

Kagome hizo un mohín, frunciendo el ceño, dicho gesto se veía gracioso en la niña pero detonaba su carácter fuerte.

—¡Pero yo no quiero eso!—dijo, elevando la voz—Yo quiero proteger a mi reino y mi gente con o sin mi esposo. Papá ¿acaso no quieres que sea una buena princesa?

Hizo la última pregunta con sentimiento de tristeza, lo cual hizo que su padre se contuviera de darle un abrazo, cómo odiaba ver a su niña triste.

—Claro que sí, pero las princesas son diferentes y…

—¡Papá, quiero aprender a pelear!—y había una convicción tan firme en su voz, que Takahari guardó silencio—Sé que soy más pequeña y menos fuerte que la mayoría de los niños ¡y por eso quiero aprender! Quizá no pueda usar la espada, pero algo debo de poder hacer…

—Pero Kagome…

—¡Papá, quiero aprender!

Takahari miró a su hija. Había tanta determinación en su rostro, que le inspiró admiración. Kagome era una buena hija y una princesa educada, siempre le hacía sentirse orgulloso y rara vez le pedía cosas.

Respiró profundamente.

¿Se arrepentiría de esto después?

—Cuando regresemos al reino… iniciaremos un entrenamiento ¿está bien?

Kagome no cedió.

—¡Pero debe ser un entrenamiento de verdad!

—Lo será, hija.

—¿Me lo prometes, papá?

—Sí, pero tú debes prometerme que no te rendirás—elevó un poco su tono de voz—Un entrenamiento no es un juego, y deberás aplicarte día tras día durante años ¿aceptas eso, Kagome?

—Claro que sí—respondió sin vacilar.

—Perfecto, entonces tenemos un trato.

Kagome, radiante de felicidad, estiró su manita para estrecharla con la de su padre.

—¡Gracias papi!

"Será una excelente reina" pensó Takahari, mientras los dos cabalgaban hacia las caballerizas. Al pensar en el futuro le asaltó una duda.

—Kagome ¿te has divertido con el príncipe Inuyasha?

Ante la mención del príncipe se esfumó el buen humor de Kagome.

—Es un malcriado—dijo sin reparos—Y un tonto. Me molesta siempre.

—¿Y tú qué haces?

—También lo molesto.

Takahari casi quiso reír. Escuchar de unos niños de ocho y seis años que se molestaban mutuamente porque eran tontos le hizo recordar sus propias travesuras de la infancia. A final de cuentas, los niños solían exagerar las cosas.

—Asumo que no has pasado un buen tiempo aquí en el Palacio de los Vientos…

Kagome pensó en las tartas de frutas, pastel de chocolate, la enorme biblioteca y los jardines florales…

—Sí papá, me gusta estar aquí, sólo me molesta Inuyasha.

Takahari rió, los niños sí que eran graciosos.

—¡No es divertido!—se quejó la niña.

—Perdona hija, sólo me acuerdo cuando era niño—dijo el rey, deteniendo el caballo frente al establo—Nos iremos en un mes hija ¿podrás aguantar ese tiempo?

Suspirando, la niña dejó que su papá la bajara del caballo, pues era muy pequeña como para saltar desde su silla de montar, y sintió las piernas ligeramente entumidas al estirarse para ponerse de pie.

—Intentaré, papá.

El rey volvió a reír con fuerza, dándole la mano a su hija para entrar al Palacio.

-o-

Inuyasha peleaba contra un mozo con las espadas de entrenamiento, a pesar de ser pequeño sus movimientos eran fluidos y empuñaba con fuerza el arma de madera. Izayoi miraba la práctica a distancia, con una mano sobre el corazón. No se imaginaba la preocupación que sentiría cuando empezaran a usar espadas de verdad. Su difunto marido, Inu-no Taisho, era un espadachín extraordinario, como todos los Taisho, y sabía que su hijo debía y quería continuar con la tradición. Pero su pobre corazón no lo asimilaba.

La práctica terminó, el príncipe estaba sudado y cansado, pero feliz porque casi desarmaba al mozo en dos ocasiones, estaba mejorando mucho en poco tiempo.

—¡Bien hecho!—le animó Izayoi.

Inuyasha aceptó un vaso de agua que le dio otro mozo y le sonrió a su madre.

—¿Verdad que mejoro rápido?

—Sí, encanto. Serás un gran guerrero como tu padre.

El príncipe asintió emocionado. No recordaba a su padre, pero quería hacer que se sintiera orgulloso. Sabía que había sido un rey poderoso y una persona intachable, y él quería llegar a ser igual a él.

—Kagome está en los establos con su padre—le dijo, al ver que el niño miraba a su alrededor, como buscando algo.

—¡Mejor!

—Hijo ¿cómo te las has pasado aquí con la princesa?

—¡Mal! Es una mimada, apenas la tolero.

Izayoi sonrió ante tal franqueza, indudablemente heredada de su linaje Taisho…

—¿Tan mala compañía es?

—Mamá, es muy berrinchuda. No sabe jugar con las espadas ni a las carreras.

—Recuerda que es una niña.

—¡Pues no me gustan las niñas!

Era de esperarse, después de todo tenía ocho años. Izayoi miró con ternura a su hijito, su único y amado hijo, y se conmovió aún más.

—Será nuestra invitada un mes más, junto con su padre el rey Takahari Higurashi. Encanto, sé que eres muy pequeño, pero confío en que los trataras como corresponde ¿verdad?

Inuyasha suspiró con mal humor.

—Sí, mamá—dijo, pues no podía negarle nada a su madre.

Izayoi sonrió complacida con la obediencia de su hijo. Era un buen niño y sería un gran príncipe, pero todavía era pequeño. Tomó su mano y la apretó en un gesto cariñoso, llevando a su hijo hacia sus aposentos para que tomara un baño antes de la cena.

-o-

Finalmente terminó el verano y la carroza del rey Takahari fue alistada para su viaje de regreso. Inuyasha y Kagome se despidieron rápidamente, queriendo terminar con eso lo más pronto posible. Takahari e Izayoi platicaron, los niños no se llevaban completamente bien, pero era natural debido a que eran muy pequeños. Acordaron seguir con su plan y se despidieron, deseando que el año siguiente fuera mejor.

Kagome subió al caballo de su padre, algo molesta pues quería cabalgar, pero su padre le dijo que ya le daría su propio caballo de regreso a casa. Inuyasha se quedó hasta que el cortejo desapareció a la distancia, ya que su madre le obligó, pero apenas pudo se escapó a su habitación a disfrutar del silencio ¡No extrañaría nunca a esa princesa mocosa, nunca!

-o-

Sacerdotisa Kaede

Ha terminado el verano, y debo decirle que mi hija la princesa Kagome ha pasado un buen tiempo con el príncipe Inuyasha. Se molestan mutuamente, pero nada fuera de lo común en dos niños pequeños. La reina Izayoi ha correspondido mi confianza siendo totalmente discreta, y ambos tenemos todas nuestras esperanzas puestas en este acuerdo.

La idea es que de tanta convivencia Inuyasha y Kagome se enamoren, así mi hija gozará de su eterna protección. Izayoi me respalda y espera también que este enlace no sólo beneficie a mi hija, sino a su reino, con una alianza territorial. Naturalmente lo consentí, pues es lo menos que puedo ofrecerle considerando el enorme favor que me está haciendo.

Debo recordarle que Izayoi conoció bien a mi difunta Saori y le tenía estima. Ha elogiado las virtudes de Kagome recordándome cuáles ha heredado de su madre, para hacerme saber que no la olvida y que en parte consiente este acuerdo por honor a su memoria. De mis lejanos años de la infancia puedo corroborar que Izayoi siempre fue así: amable, sincera, pero ante todo agradecida.

Verá usted, la reina Izayoi aún no olvida que fue mi amada Saori quien le presentó a Inu-no Taisho, y ayudó a que se realizara ese matrimonio.

Pero temo que esos temas no corresponden al caso. El motivo de esta carta, además de informarle la continuidad de mis planes y notificarle que mi hija sigue bien, es preguntarle si existe algún problema conque Kagome entrene. Mi hija me ha hecho prometerle que llevará un "entrenamiento de princesa", el equivalente al entrenamiento militar que tienen todos los príncipes varones. Dejando de lado la obviedad del escándalo que esto sería en la corte –no hay princesa en todos los reinos que levante un escudo, menos un arma– me preocupa que pueda afectarla en las cuestiones que tan bien usted conoce. Dígame ¿es posible?

Esperaré impaciente su respuesta. Me despido deseándole salud, paz y una larga vida. Mis más profundas bendiciones y sinceros buenos deseos.

Firma, Rey Takahari Higurashi.


Y aquí termina el capítulo 1...

Espero que haya sido de su agrado, si lo fue, agradezco todos sus comentarios, háganme saber qué les gustó y en qué puedo trabajar para mejorar.

Ahora, la parte triste: actualizaré hasta el 8 de enero. La razón es que tengo viaje y se atraviesan las fiestas de fin de año. Creo que lo comprenderán. Pero el 8, sin falta, tendrán su capítulo nuevo.

Muchísimas gracias por leer!

Que pasen hermosas fiestas y que este nuevo año se llene de bendiciones.

saludos!