Summary completo:

Bella no tiene demasiado claro si abrazarle o, por el contrario, intentar asesinarle con un tenedor de plástico.

¿Lo mejor? No está sola, ya que ha ido a California acompañada por sus dos mejores amigas y está dispuesta a conquistar las playas de la zona y absorber los rayos del sol hasta estar totalmente bronceada.

¿Lo peor? Edward no solo le rompió el corazón una vez, dejándola plantada una semana antes de subir al altar, sino que parece dispuesto a que la trágica historia vuelva a repetirse ahora que se han reencontrado. ¿Serán posibles las segundas oportunidades?

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¿Que hay? Espero que todos estén teniendo un buen día, un día que mejoraran leyendo una buen fic :).

Acá les traigo una adaptación de la fabulosa historia de Alice Kellen, que me ha encantado. Esta es mi primera publicación en FF, pero confió plenamente en mis facultades de lectora como para decirles que la van a disfrutar un buen, al igual que yo al leer el libro. Sin mas que agregar, y con mucho amor de mi parte, enjoy it xD.

Disclaimer: Esta novela pertenece originalmente a Alice Kellen y los personajes son de la autoria de nuestra muy querida Stephenie Meyer. Yo solo la adapto a la saga Twilight.


Rose dejó tres mojitos en la mesa y parte del líquido, de color verde intenso, se derramó sobre la superficie. Me giré para coger una servilleta y advertí que, para los dueños de aquel antro caribeño, unos tristes trozos de celofán eran un lujo innecesario del que se debía prescindir.

Alice arrugó su pequeña naricilla cuando rozó la húmeda copa con los dedos. Era raro verla en aquel ambiente, teniendo en cuenta que parecía un ser angelical e inocente recién caído del cielo; no me sorprendería que el día menos pensado brotasen unas alas de su espalda. Presumiblemente, la hazaña más peligrosa que había realizado a lo largo de su vida, fue visitar a un amigo que residía en Brooklyn. Solía relatar aquel episodio cuando iba algo achispada, con los ojos brillantes de emoción, como si aquel día hubiese escapado de una banda de narcotraficantes armados con varias AK-47.

Sin embargo, aquello había ocurrido años atrás. Con el paso del tiempo, las tres habíamos cambiado mucho y, a pesar de nuestras diferencias, seguíamos siendo grandes amigas. A decir verdad, estaba convencida de que el hecho de que fuésemos tan distintas era el verdadero secreto de nuestra duradera amistad. No se me ocurría ninguna otra teoría válida.

Hacía dos noches que habíamos llegado a California. Siempre había fantaseado con vivir allí en algún momento y, aunque mi trabajo en la editorial me impedía cumplir tal propósito, pasar veinte días de vacaciones bajo el sol junto a mis dos mejores amigas, superaba con creces todas mis expectativas. A pesar de que tenía una edad considerable ― ¡sabía que el final estaba cerca, pues en apenas unos años traspasaría la barrera de los treinta!―, durante aquellos días me había sentido de nuevo como una quinceañera. En plan viaje de amigas unidas. En plan molamos mogollón. En plan… en fin, supongo que pilláis lo que intento decir.

Rose había propuesto hacer aquel viaje, alegando que estaba muy nerviosa por su inminente boda ―que se celebraría en septiembre― y que necesitaba tomarse un tiempo para sí misma, antes de embarcarse en una nueva etapa de su vida. Yo no había puesto ninguna objeción porque, al fin y al cabo, nada excepto mi trabajo me ataba a Nueva York y ya había planeado pasar las vacaciones tirada en la cama, comiendo helados y batidos de EJ's Luncheonette mientras volvía a ver de forma compulsiva ―y por cuarta vez consecutiva― la serie Friends.

Alice había tenido que consultar con sus padres el plan de pasar las vacaciones en California, a pesar de que tenía veintisiete años y hacía siglos que se había independizado, mudándose a un lujoso ático en la avenida más transitada de Nueva York. Supongo que tener unos controladores padres millonarios también tenía sus desventajas. Bueno, ¿qué digo?, en realidad creo que son billonarios con b, o multimillonarios. Debería mirar en un diccionario las diferencias entre esos términos, aunque la idea principal queda clara: pasta suficiente como para tirarte en la cama desnuda y lanzar billetes verdes al aire estilo escena cutre de película de sobremesa.

―Está un poco fuerte ―Ali tosió, dejando el mojito sobre la mesa.

― ¡No digas tonterías! ―Rose ondeó una mano en alto, tras beberse casi la mitad de su copa de un trago―. Me encanta el toque mentolado.

Alice arrugó nuevamente su diminuta nariz ―era el único gesto carente de elegancia que se permitía hacer a sí misma, a pesar de que su madre solía amonestarla por ello―, y rebuscó en su bolso hasta sacar un folleto turístico y depositarlo con sumo cuidado frente a nosotras.

―He pensado que mañana podríamos ir a la playa, ¿qué os parece? ―su uña, pintada de un brillante esmalte rosa, repiqueteó sobre la idílica imagen que se veía en el folleto―. Al parecer, las playas que están frente a nuestro bungaló son de las mejores de toda la zona.

― ¡Sí! ¡Quiero tostarme al sol como si no hubiese mañana! ―exclamé.

― ¡Ni hablar! Compraremos una sombrilla ―Ali me miró fijamente―. ¿Sabes lo perjudicial que es el sol para la piel?, ¿quieres tener un montón de manchas en cuanto cumplas los treinta?

Suspiré mientras Rose reía. Cuando su móvil comenzó a sonar, se disculpó explicando que era Royce y salió del local. En realidad, siempre era Royce, su maravilloso e increíble prometido. Rosalie había tenido la suerte de tropezar con el único prototipo masculino decente que quedaba sobre la faz de la tierra. Esperaba que procreasen pronto, expandiendo una nueva raza de hombres perfectos aunque, cuando eso sucediese, éstos me llamarían tía Bella y yo tendría la piel repleta de manchas de color café por no haber seguido los consejos de Alice.

― ¿En qué estás pensando? ―Ali se apartó con delicadeza algunos mechones de su sedoso cabello negro.

En los extraordinarios hijos que tendrán Rose y Royce

Descarté admitirlo en voz alta.

―En que si no quieres un mojito, puedo ir a pedirte otra cosa.

No hacía falta que Alice dijese lo cohibida que se sentía en aquel local caribeño atestado de gente. Probablemente, su aventura en Brooklyn acababa de convertirse en una saga, cuya segunda parte se titulaba Peligro en un antro de mala muerte.

― ¿Lo harías? ―abrió excesivamente sus ojos azules.

Asentí con la cabeza.

― ¡Gracias, Bells! ―sacó la billetera de su bolso, pero denegué su ofrecimiento―. Tomaré un San Francisco.

―Genial ―me terminé de un solo trago lo que quedaba de mi mojito―. ¡Qué sean dos!

Arrastré la silla hacia atrás para levantarme torpemente e intenté avanzar entre el gentío. Jamás había estado en un pub similar, ni que se le pareciese de lejos. En Nueva York, los locales solían ser sofisticados y aunque había todo tipo de gente ― ¿para qué mentir?―, podía asegurar que el noventa y nueve por ciento de los clientes solían ir vestidos. Ese nimio detalle no parecía ser un requisito en California.

Había numerosos chicos sin camiseta y jóvenes en biquini. Las que no iban en bañador, llevaban unos minúsculos pantaloncitos de tela vaquera o cinturones que usaban a modo de falda. Sonaba una música caribeña de fondo ―no podía distinguir si era salsa, bachata o algo similar― y un sinfín de sudorosos cuerpos se movían a un mismo ritmo, rozándose entre sí. El ambiente destilaba sexo. Era como si todos los clientes de ese bar llevasen escrito en la frente Fóllame, ¡fóllame!

Definitivamente, al lado de aquellas adolescentes desenfrenadas, ya no me sentía como una quinceañera, sino más bien como una anciana senil a punto de palmarla. Mi fantasía juvenil acababa de ser aniquilada de un modo cruel.

Respiré hondo mientras apartaba de mi camino a otra chica medio desnuda y conseguía llegar hasta la barra. En eso consistía ese local, en tener que hacer malabarismos para poder pedir una copa.

No, los camareros no se acercaban a tu mesa con una libretita y te atendían amablemente; eran los clientes quienes debían lograr ―no sé cómo, todo sea dicho― que uno de los bronceados camareros te prestase atención durante un segundo de su valiosísimo tiempo.

Mientras estaba en la barra, con los antebrazos apoyados sobre la superficie de madera oscura, me pregunté si Rose habría terminado la conversación telefónica con su inmejorable novio. No estaba segura de que Ali pudiese sobrevivir sola en aquel lugar durante más de cinco minutos.

― ¿Qué te pongo, preciosa? ―preguntó un camarero, sin dejar de preparar alrededor de diez mojitos a un mismo tiempo, con los vasos colocados sobre la barra formando una larga fila recta.

Le miré asombrada. Es decir, tenía entendido que los hombres no podían hacer más de dos cosas a la vez, pero ese espécimen me estaba hablando… mientras movía las manos… Guau. Impresionante.

Seguro que habría hecho un máster en hostelería o algo similar.

―Dos San Francisco.

―En seguida ―contestó al tiempo que cogía varios vasos más del estante.

Permanecí muy quieta, como si fuese una estatua de hielo, ajena a la marabunta de gente que saltaba y bailaba animada a mi espalda. ¿Desaparecerían todos si cerraba los ojos y contaba hasta diez?

Definitivamente no, dado que alguien me estaba tocando el trasero.

Me giré bruscamente y aparté la mano del intruso de un manotazo. Un chico joven, que tenía el cabello muy rubio, sonrió y se tambaleó hacia un lado sin dejar de mirarme.

― ¿Qué crees que estás haciendo?

―Tocarte el cu…

No pudo terminar de pronunciar su elaborada excusa, puesto que un desconocido se abalanzó sobre él y la espalda del joven chocó contra la barra de madera, volcando a su paso varias bebidas recién preparadas, antes de que lograse escabullirse y huir corriendo como si acabase de ver la muerte muy de cerca.

Me froté las manos en los pantalones vaqueros, algo nerviosa.

―Oh, bueno, gracias, pero no era necesario ser tan…

Me quedé muda cuando mi supuesto salvador alzó la cabeza y nuestros ojos se encontraron.

Literalmente, dejé de respirar. Y estaba segura de que, a diferencia del chico que acababa de escapar, yo sí moriría de un momento a otro, por eso que dicen de que los humanos necesitamos oxígeno y tonterías varias para seguir con vida.

Porque os aseguro que, cuando hace más de un año que no ves a tu ex prometido y te lo encuentras de sopetón, no-puedes-seguir-respirando. Da igual lo mucho que te esfuerces por hacerlo, especialmente si él continúa mirándote fijamente con sus encantadores ojos verdes y, pasados unos instantes, te dedica su sonrisa más irresistible.

Y creedme, es verdaderamente la MÁS irresistible. Sé de primera mano que solía ensayarla frente al espejo, después de afeitarse por las mañanas, y que la utilizaba constantemente desde en sus entrevistas de trabajo, hasta para conseguir reservar mesa en los restaurantes más inaccesibles de Nueva York. Era un valor añadido al que recurría con frecuencia.

A mí también me hubiese parecido irresistible, si no fuese porque le odiaba profundamente como nunca, jamás de los jamases, había odiado a nadie más. Ni siquiera a los guionistas de Perdidos les guardaba un rencor semejante por ese cuestionable final de la serie.

Cuando Edward dio un paso al frente, acercándose más, mi cuerpo reaccionó de forma autómata dando un paso atrás. Y después otro paso más, otro y otro… hasta que mi espalda chocó contra un taburete y me obligué a frenar. Fue entonces cuando me pregunté por qué estaba huyendo, ¡era él quién debía sentirse avergonzado!

―Los San Francisco ya estaban servidos. Tendrá que pagarlos ―exigió el camarero, mientras limpiaba con un trapo el líquido que se había derramado por la barra.

― ¿San Francisco para ti? ―Edward me señaló y alzó las cejas en alto―. Bien. Yo pago. Ponga otros dos. Y para mí un ron con cola ―le dijo tras tenderle el dinero. Cuando el camarero volvió a sus quehaceres, me escrutó con la mirada de los pies a la cabeza, sin ningún tipo de disimulo―. No sabía que te gustase el San Francisco.

Puse los ojos en blanco.

―Eso confirma mi teoría de que nunca has sabido nada de mí ―farfullé, intentando controlar la rabia que parecía bullir en mi estómago. Dios, ¡quería matarle! Tenerle enfrente me convertía en una asesina en potencia―. Pero gracias por tu interés, de todos modos.

En realidad, todavía no había probado ese cóctel, así que teóricamente no podía saber a ciencia cierta si me gustaba a o no, pero una mentira tan insignificante no hacía daño a nadie. Existía tan solo un 50% de posibilidades de que tuviese razón y ese porcentaje me parecía más que suficiente.

Edward se giró ligeramente para guardarse la cartera en el bolsillo de los vaqueros y aproveché el momento para echarle un rápido vistazo. Seguía teniendo el mismo cabello bronce, brillante y despeinado, que contrastaba con sus ojos verdes. Vestía una camiseta de color gris oscuro que se ceñía a su perfecto torso ―dolía admitirlo, sí― y la única diferencia con el Edward que tan bien conocía, era que éste estaba más bronceado.

Bien. Tendría manchas en apenas un par de años. Jódete, Edward. El sol actúa en consecuencia con el karma.

Sonrió cuando me pilló mirándole.

Mierda.

― ¿Qué estás haciendo aquí, Bella?

Me encogí de hombros.

―Pasar el rato, supongo.

No era la mejor contestación, dado que vivía en la otra punta del país. Pero tampoco era la mejor pregunta por su parte, si también tenemos en cuenta que la última vez que lo vi él residía en mi misma ciudad. ¿Qué hacía Edward allí? Ni idea. Pero me importaba entre cero y nada, aproximadamente.

Edward rompió la escasa distancia que nos separaba y maldecí interiormente al descubrir que utilizaba la misma atrayente colonia que, tiempo atrás, conseguía volverme loca. Ese tipo de increíbles colonias masculinas, que emanan testosterona sin ton ni son, deberían ser ilegales.

Algún día escribiría un informe detallado sobre el daño irreversible que tales diabólicos aromas causan en las mujeres. ¿Existía en la Casablanca un buzón de sugerencias o algo similar para aquellos ciudadanos que nos atrevíamos a alzar la voz? Vale, puede que a Obama no le importase, dado que tenía un pene, pero seguro que la Primera Dama estaría encantada de leer mi opinión y hacer algo al respecto.

―En serio, Bella―insistió. Y oh Dios, odiaba su encantador modo de pronunciar mi nombre―.

¿Qué demonios haces en California?

― ¿Por qué no me dices tú qué es lo que haces aquí?

―No, no me creerías ―rio estúpidamente―. Además, tu maravilloso ego estallaría en mil pedazos.

― ¿Cómo dices?

Atisbé la barra del local, a la espera de encontrar algo punzante. Quizá el tenedor que había más allá pudiese valer, a pesar de que estaba demasiado alejado y debería inclinarme sobre la barra si quería alcanzarlo. Eso dolería, ¿no? Lo de que le clavase un tenedor, digo. En el estómago. Así ninguna otra chica podría dormir plácidamente sobre su torso, al menos durante unas semanas, hasta que la herida sanase. ¡Dios, divagaba!

―Digo que no podrías soportar que las cosas me fuesen bien, ¿verdad? ―se inclinó más hacia mí―. Porque ya sabes, tal como solías repetir unas cuatrocientas veces al día, soy demasiado inconsciente e impulsivo como para ser constante en algo.

―Sí, cierto. ¡Me lo demostraste claramente cuando huiste una semana antes de nuestra boda! ―grité, perdiendo el control.

¡A la mierda todo!

En ese momento pude salir de mi cuerpo, a modo de revelación espiritual, para verme a mí misma desde un punto objetivo, montando una escena digna de cualquier loca psicópata. O de una novia despechada que, en esencia, viene a ser prácticamente lo mismo.

Era un alivio que aquel local fuese tan ruidoso y que nadie más pareciese oírme o prestarme atención. Edward pestañeó, haciéndose el sorprendido, como si acabase de descubrir que, oh, sí, me dejó plantada a escasos días de subir al maldito altar. Me pregunté si debía aplaudirle por su tardío descubrimiento.

― ¡Joder! ¿Tú te estás oyendo? ¡Me pediste que me marcharse! ―exclamó, alzando ligeramente los brazos. La vena en su cuello se tornó más visible, siempre empezaba a palpitar furiosamente cuando se cabreaba―. ¡Dijiste que querías cancelar la boda!

― ¡Dije muchas cosas a lo largo de nuestra relación y jamás me hiciste caso! ―le recordé―. Y ésa, ¡ésa fue la PRIMERA Y LA ÚLTIMA VEZ QUE HICISTE LO QUE TE PEDÍ!

Cogí los dos San Francisco, que llevaban un buen rato sobre la barra, y di media vuelta dispuesta a fingir que no me había encontrado con Edward y que, por el contrario, todavía llevábamos un año y dos meses sin vernos. Era lo mejor. Eliminaría el recuerdo de los últimos veinte minutos de mi vida y seguiría adelante. No volvería a mirar atrás. Nunca. Nunca. Nunca.

Edward me cogió del brazo y me obligó a girarme hacia él.

El contacto de sus dedos sobre mi piel parecía quemarme, como si de una reacción química se tratase. Y estaba tan guapo… Y olía tan bien… ¡Y le odiaba tanto…!

― ¿Realmente no querías que me marcharse? ―preguntó casi en un susurro, mirándome fija e intensamente―. ¿No dijiste en serio lo de cancelar la boda?

Me debatí interiormente durante unos instantes. Dado el trágico final de nuestra relación, ¿servía de algo admitir ahora la verdad? No, definitivamente no.

―Lo dije en serio, Edward ―contesté, tras lo que pareció una eternidad―. Ya lo sabes, lo nuestro estaba… destrozado. Son cosas que pasan, supongo.

¿Por qué demonios sus dedos continuaban sobre mi brazo? Estaba casi segura de que éste se había tornado de color rojo, a causa del calor que su piel parecía desprender, y de que moriría por combustión espontánea de un momento a otro. Al menos, había un 30% de posibilidades de que eso sucediese.

―Vale, de acuerdo ―Edward se llevó al cabello la mano que tenía libre, despeinándoselo todavía más―. ¿Y qué estás haciendo aquí? Dímelo, por favor.

No sé si fue por el tono suave de su voz, por el hecho de que lo pidió por favor o porque su cercanía conseguía marearme, pero finalmente aflojé las riendas y noté que mi enfado disminuía alrededor de un 20%.

―He venido de vacaciones, durante veinte días ―tragué saliva despacio―. Con Rose y Alice.

Exactamente tal y como lo recordaba, sus labios se fruncieron ligeramente en cuanto pronuncié el nombre de mis dos mejores amigas. Porque, aunque era un misterio para mí descubrir la razón, Edward siempre las había detestado a las dos.

¿Lo más curioso de todo? Ellas le adoraban. O al menos lo hacían, antes de que me dejase tirada una semana antes de casarnos. Independientemente de este hecho, él siempre había estado convencido de que en realidad le odiaban cuando, no, no era cierto. Sin embargo, dado que Edward jamás cambiaba de opinión cuando una idea se incrustaba en su cabeza como una garrapata, con el paso del tiempo había dejado de intentar explicarle lo mucho que ambas le apreciaban. Era inútil. Era como hablar con una maldita pared, con la excepción de que algunas paredes producen eco y, al menos, eso puede considerarse como una especie de respuesta.

―Así que de vacaciones… ―nos miramos en silencio―. ¿Y dónde te hospedas? Y ese era el momento exacto en el que debía decir una frase brillante como, por ejemplo, Edward, eso no es de tu incumbencia. Además, un latino de metro noventa me está esperando ahora mismo en la cama. Tengo que irme. Chao. Pásalo bien. Lanzar el típico beso al aire podía ser el perfecto toque final.

Pero por el contrario, dije:

―En el bungaló 47, al final de esta misma calle.

Él me mostró su famosa sonrisa irresistible, seguramente siendo consciente de que acababa de anular y pisotear toda mi brillantez. Aunque algo tardío, conseguí recuperar la compostura.

―Lo siento, pero me están esperando las chicas… ―Edward apartó su mano de mi brazo y el frío que sentí me golpeó de súbito―. Espero que todo te vaya bien. Asintió, sin murmurar ni una palabra, y yo seguí mi camino, preguntándome por qué no dejaban de temblarme las piernas y haciendo un análisis mental sobre cómo la vida de una persona puede trastocarse desde los cimientos en apenas veinte miserables minutos._


¿Que tal? ¿Les ha gustado? Yo espero que si xd.
Bueno, les cuento que esta es mi primera incursión en fanfiction, en lo que respecta a la publicación, claro, porque de leer ya llevo unos cuantos fabulosos añines. Yo esperaba estrenarme con una historia de mi autoria, pero la verdad es que aun me hace falta el valor xD, pronto.

De todos modos, me he decidido a publicar cuando he leído esta historia tan linda y me ha parecido perfecta para hacer una adaptación. Es una novela de lo mas divertida y romántica, que les alegrara el día, ¡se los prometo!

Espero estar actualizando de dos a tres veces a la semana, según mi disponibilidad.

Estoy ansiosa por conocer lectoras y hacer muchas amigas, por favor dejen reviews a esta pobre chica :'( , jaja. ¡Besotes!