El príncipe de Asgard

Loki...

¿Loki?

¿Quién es Loki?

¿Dónde estoy?

Algo cálido me envuelve. ¿Mantas? No. Es un cuerpo, amplio, firme.

Deslizo las manos. La piel, una textura suave. El olor, una mezcla sutil de sales con una pizca de menta.

Intento liberarme de esa prisión que empieza a gustarme. La masculinidad protesta ante esta transgresión.

Sé que él ha despertado. Sé que me coloca en una posición en la que podemos abarcar los rostros.

Los ojos miran, muy adentro, sin importar espacios personales. El poder se extiende como telaraña: me impide apartar la vista, perder el descubrimiento de un color diferente. Son glaucos. Soñé que eran de ámbar.

¿Loki?

Callan mis preguntas con un beso. Conduce sus dedos a mi entrepierna. Ahoga el grito con esa boca que absorbe mi aliento. Me penetra...

Loki...

¿Nombre falso? Asgard no tiene príncipe. ¿Asgard existe? Él sí. La materialidad de su presencia me invade, me abruma. Pálido, sensual, demoníaco…

La cadencia de la danza envuelve. El largo y negro cabello ata. Nieve centelleante desparramada sobre nácar.

Mi princesa... Mi diosa... Palabras que vuelan en la atmósfera.

Sonrisas. Mías. Suyas. Incredulidad en mi expresión.

Te amo... La cama no me detiene. La ropa retorna a mi figura. Tengo prisa. Las escaleras carecen de escalones. El aire golpea el exterior.

Loki... Sí, eres un príncipe. Yo… Jamás seré una idiota Blancanieves o una ilusa y mártir Cenicienta.

Me sigues.

No te conozco. Toda mi vida soñé contigo, pero eres un extraño.

Parece no importarte. Caminas a mi lado en silencio. Miras las nubes. Hoy son grises y azules.

Detienes mi andar bloqueándome el paso. Otro beso que acalla protestas. La levedad del ser y el alma transfigurada en la explosión que arrastra mi resistencia.

Eres una niña... Observa con detenimiento mis pies descalzos. Me ha traído los zapatos rojos.