Hola aki con otra historia se que no he publicado los capítulos de mis demás historias pero por alguna extraña razón no me deja poner los capítulos cada que selecciono la historia me manda error y no se que hacer. ayúdenme.


Capítulo 1

— ¿Cómo? ¿Que no puedes cumplir tu parte del trato? —Rukia Kuchiki se quedó mirando el ruborizado rostro del joven que estaba sentado con ella a la mesa—. Estaba todo arreglado y habíamos quedado a almorzar con el fin de ultimar los detalles de la boda. Dependo de ti.

—La situación ha cambiado por completo para mí, debes comprenderlo —dijo él con expresión obstinada— Cuando hicimos el trato, no me importaba nada. Había perdido a la chica a la que amaba y, en ese momento, me pareció una buena forma de ganarme una cantidad considerable de dinero e irme a dar la vuelta al mundo. Pero ahora, Tatsuki ha vuelto conmigo, nos vamos a casar y no voy a permitir que nadie ni nada se interponga entre nosotros.

—Pero si se lo explicaras...

— ¿Explicarle qué? —Renji Abarai lanzó una irónica carcajada—. ¿En serio quieres que le diga que mientras estábamos separados accedí a casarme con una completa desconocida por dinero?

—Podrías explicarle que no es un matrimonio de verdad, que sólo es un arreglo temporal que durará unos meses y es una cuestión de negocios exclusivamente. ¿No lo comprendería?

—No, claro que no —respondió él impaciente—. Tatsuki jamás aceptaría que yo me viera envuelto en una cosa tan extraña. Y aunque me creyera, pensaría que me he vuelto loco.

Renji sacudió la cabeza y añadió:

—Lo siento, señorita Kuchiki, pero no hay trato. No voy a arriesgarme a que Tatsuki me deje otra vez. Es lo único que me importa en el mundo. Debe comprenderlo.

—Y yo tengo una herencia que es igualmente importante para mí —contestó Rukia fríamente—. Y voy a perderla si no consigo un marido antes de mi próximo cumpleaños. También debes comprender tú eso.

Renji se levantó para marcharse; entonces, se detuvo y la miró con el ceño fruncido.

—Por el amor de Dios, señorita Kuchiki, Rukia, usted no necesita comprarse un marido. Si se pusiera otra ropa y se peinara de otra manera... podría resultar bastante atractiva. Así que considérelo una suerte y concéntrese en buscarse un marido de verdad, ¿no le parece?

—Gracias por darme un consejo que no he pedido —dijo ella—, pero prefiero hacer las cosas a mi manera. Y no estoy dispuesta a perder el tiempo tratando de ensalzar el poco atractivo que pueda tener con el fin de conseguirme un hombre. No, eso no voy a hacerlo ni ahora ni nunca, prefiero dedicar mi tiempo a mi trabajo.

—En ese caso, no me diga que yo soy el único que ha respondido a su anuncio porque no me lo creo. Llame a otro.

«Pero tú eres el único que mi abuelo creería que puede ser mi marido», pensó Rukia. «Te ajustas perfectamente a su idea de lo que un respetable y joven caballero inglés debe ser. Aunque, por lo que sé, el mismísimo Judas podría haber tenido tu aspecto».

—Espero que no te arrepientas de la decisión que has tomado —dijo Rukia sonriendo mientras sacaba el monedero del bolso para pagar la cuenta—. Te deseo lo mejor.

Por supuesto, no era verdad. A Rukia le habría gustado asesinarlo. A él y a su novia.

¿Y qué demonios iba a hacer respecto al ultimátum de su abuelo?, se preguntó a sí misma mientras lo veía marcharse.

En fin, aquella tarde no iba a poder solucionar nada. Tenía una reunión de trabajo difícil y debía concentrarse en ella.

Rukia llamó al camarero, que al llegar miró su plato de pasta casi sin tocar.

— ¿No le ha gustado la comida, señorita?

—Sí, estaba muy bien —le aseguró ella—. Es que no tenía apetito.

«Una persona me lo ha quitado», añadió ella en silencio. «Una persona bastante atractiva». ¿Y por qué se mostraba tan altiva?

Suponía que, en el aspecto físico, debía de parecerse a su desconocido padre. Lo mejor que más le gustaba de sí misma era el pelo: negro con reflejos luminosos; si se lo soltaba, la melena le llegaba a los hombros. Los ojos los tenía de un tono azul violáceo y con espesas pestañas; aparte de eso, el resto de sus facciones no tenían nada de especial. Si así había sido su padre, ¿qué demonios había visto en él la despampanante Hisana Kuchiki? A menos, por supuesto, que tuviera encantos ocultos.

En cuyo caso, eso sí que no lo había heredado ella de su padre.

Sin embargo, no permitía que ello le preocupara. No tenía ningún deseo en parecerse a su madre, ni en lo físico ni en lo psicológico.

Impaciente, se levantó, agarró el bolso, y con la chaqueta de lino negro en el brazo, cruzó el restaurante y se dirigió al mostrador para pagar, donde estaba Luigi, el propietario del establecimiento.

Pero Luigi estaba ocupado con un joven alto que acababa de entrar mientras ella cruzaba el comedor. Y no sabía por qué había entrado allí, pensó Rukia, resentida por tener que esperar. Y esperar por alguien como ese individuo.

Porque los vaqueros medio rotos, playeras viejas y usadas y las camisas gastadas no eran el atuendo acostumbrado de los clientes de Luigi. A lo que había que añadir un cabello naranja revuelto y un rostro que necesitaba un buen afeitado.

De hecho, Rukia había imaginado que Luigi haría salir a aquel individuo por la puerta que había entrado inmediatamente.

Sin embargo, Luigi se estaba deshaciendo en sonrisas y, para colmo, estaba sacando su talonario de cheques.

¿Iba a darle dinero para que se marchara?, se preguntó Rukia sin comprender nada.

Mientras aquel tipo aceptaba el cheque, ella notó que él lo guardaba en una vieja billetera que se había sacado del bolsillo trasero de los vaqueros.

Un intercambio de palabras, un estrechamiento de manos y el tipo se volvió para marcharse. Durante un momento, Rukia se encontró de cara a él y no pudo evitar fijarse en que, a pesar de parecer que acababa de levantarse de la cama, su rostro era frío y contenido, la nariz recta, la boca firme y la mandíbula cuadrada. Quizá no fuera guapo en el sentido estricto de la palabra, pero sí increíblemente atractivo, con unas anchas espaldas y un cuerpo esbelto y de buena musculatura.

También se fijó en sus ojos, de un color miel casi como ámbar, que la miraron brevemente con indiferencia mientras salía del restaurante.

Luigi estaba de buen humor y se negó a cobrarle.

—No ha comido nada, señorita Kuchiki, y sólo ha bebido agua. Su amigo tampoco ha tomado gran cosa. Espero que tenga mejor apetito en la próxima visita que nos haga.

«Cuando llegue ese momento, quizá ya haya perdido toda mi herencia», pensó Rukia con amargura mientras forzaba una sonrisa.

Al darse la vuelta para marcharse, Luigi bajó la voz y añadió en tono confidencial:

—Ese hombre que acaba de salir... lo ha visto, ¿verdad?, y creo que le ha extrañado...

Rukia, con disgusto, notó que acababa de enrojecer.

—No es asunto mío...

—No, no, espere, seguro que esto le interesa, porque me parece que es usted la primera persona que se fijó en el cuadro y me dijo que le gustaba mucho —Luigi indicó el lienzo amarillo pálido detrás del mostrador—. Debería habérselo dicho a él.

— ¿Decirle qué? ¿Quiere decir que ese hombre era... el pintor?

—Sí —Luigi asintió—. Y su aspecto es el típico de un artista tratando de sobrevivir, ¿verdad? Pero tiene mucho talento, como usted misma comentó, señorita.

Rukia volvió a mirar el cuadro. Sí, era verdad, le había gustado desde el primer momento de verlo, a pesar de no ser la clase de pintura que a ella le gustaba.

A simple vista, era una composición bastante sencilla: una escena claramente mediterránea con un cielo azul, una playa y el mar; unas rocas y, encima de las rocas, una mesa con una botella de vino y dos copas, una de ellas caída que había dejado una mancha en la superficie blanca de la mesa. Justo bajo una piedra, medio escondida en la arena, una sandalia de tacón de mujer. Nada más.

Era un lienzo que invitaba a la especulación; sin embargo, no era eso lo que le había atraído del cuadro, sino la luz dorada que le había hecho tener la impresión de estar mirando la esencia del calor, de sentirlo en su piel.

Cuando lo vio por primera vez y le preguntó a Luigi sobre el cuadro, el dueño del restaurante le había contestado que se trataba de un experimento para ver la reacción de los clientes.

Ahora, contemplándolo otra vez, dijo en tono medido:

—Sí, creo que es muy bueno. Me gusta mucho... si eso le sirve de algo.

Al mismo tiempo, la pintura le producía cierto desasosiego. Era como si la ira contenida en ella le agrediera.

— ¿Está a la venta? —preguntó Rukia impulsivamente.

—Siento decirle que ya lo han comprado —respondió Luigi con pesar— Pero el pintor tiene más cuadros y yo ya le he enviado a gente interesada en ellos. También acepta encargos.

Luigi hizo una pausa y añadió:

—Lo que él necesita es un mecenas, señorita, alguien con contactos en el mundo del arte. Necesita una galería que quiere exponer su obra y que lo dé a conocer.

Luigi sacó de debajo del mostrador una tarjeta de impresión barata. La tarjeta sólo tenía la palabra Ichigo y un número de teléfono móvil.

—Los comienzos, en cualquier carrera, no son fáciles.

—No, supongo que no —Rukia se metió la tarjeta en el bolso con la intención de tirarla cuando llegara a su casa.

Además, tenía otras cosas en que pensar, reflexionó al salir a la calle londinense iluminada por el sol.

Rukia caminó a paso ligero camino a su oficina. Quería mucho a su abuelo y le debía mucho también, pero tampoco se hacía ilusiones respecto a él.

Ginrei Kuchiki era un dinosaurio carnívoro. Era un Thyrannosaurus Rex, vivito y coleando. Y por ridículas que fueran sus exigencias, no era buena política ignorarlas y esperar que su abuelo acabara olvidándose de ellas, tal y como estaba descubriendo con pesar.

No quería ni pensar en la escena que debió de desarrollarse cuando su madre a los dieciocho años y soltera le dijo a su padre que estaba embarazada, que no podía casarse con el padre de la criatura y que no estaba dispuesta a abortar. Y, por supuesto, tampoco quería dar a la criatura en adopción.

Al final, a Hisana Kuchiki se la echó del hogar paterno y no volvió a entrar en contacto con la familia hasta pasados seis años.

—Tu abuelo quiere conocerte, cariño —le había anunciado un día su madre—. Lo que significa que la hija pródiga quizá sea perdonada. Qué cosas más extrañas ocurren en la vida.

El compañero sentimental de su madre por aquella época, Bryn, un guitarrista en paro, la miró y le dijo:

—No lo estropees, princesa. No nos vendría mal algo de pasta.

Al día siguiente, fueron a Gracemead, y cuando el taxi que los llevó desde la estación de ferrocarril se detuvo delante de la casa, Rukia contuvo la respiración de puro éxtasis. Porque no le parecía posible que, después de los pisos baratos en los que habían vivido hasta ese momento, ella tuviera nada que ver con un lugar así.

Con el tiempo, llegó a darse cuenta de que Gracemead no era realmente bonito, que su antepasado Kuchiki, el rico comerciante Victoriano que había comprado una casa georgiana y la había adornado con una fachada gótica y unas torres imitaciones de las de la casa de vacaciones que la familia real tenía en Balmoral, había sido en sus tiempos una especie de vándalo.

El reencuentro entre Ginrei Kuchiki y su hija errante tuvo lugar en privado. A Rukia la llevó a la cocina una mujer entrada en carnes, que había sido la niñera de Hisana, y le dio leche y unas galletas en forma de rostro sonriente que la señora Wade, ama de llaves y cocinera, había preparado especialmente para ella.

Su madre también sonreía cuando se reunió con ella, a pesar de que tenía los ojos enrojecidos.

—Qué bonito esto, ¿verdad, cariño? Vas a quedarte aquí con el abuelo y lo vas a pasar de maravilla. Te va a mimar mucho, ¿no te parece, Nanny? —le preguntó a su antigua niñera.

— ¿No vas a quedarte tú también? —preguntó Rukia a su madre con pánico.

Pero Hisana sacudió la cabeza.

—Yo me voy con Bryn, querida. Va a hacer una gira por América con un famoso cantante. Vamos a pasar mucho tiempo fuera, así que será mejor que tú te quedes aquí. Es un sitio estupendo para que te críes en él —dijo su madre con algo parecido a pesar.

Y así había sido, pensó Rukia. Después de ese momento, nunca había vivido con su madre, sólo se veían de vez en cuando y cada vez con menos frecuencia.

La casa se convirtió en una constante en su vida, se convirtió en su hogar. Seguía produciéndole asombro, a pesar de los años transcurridos. Era el lugar al que pertenecía.

Gracemead había sido para ella un sitio mágico para jugar y explorar. Y la niñera y la señora Wade habían hecho todo lo que estaba en sus manos por proporcionarle comodidad y seguridad en la vida.

Establecer una relación con su abuelo le había costado más. A veces, le había sorprendido mirándola con expresión especulativa, como si hubiera algo que él no comprendía.

Entonces, un día, su abuelo la encontró en su estudio absorta en la lectura de Belleza Negra y, a partir de ese momento, todo cambió entre ellos.

Su abuelo la miró con una sonrisa tierna y le dijo:

—Ése era el libro preferido de tu madre.

Luego, se sentó en un sillón orejero que había delante de la chimenea y comenzó a hablarle, a escuchar pacientemente las respuestas entrecortadas de ella y a animarla a que fuera menos tímida y dijera lo que le pareciera.

Ahora, al mirar atrás, Rukia incluso podía decir que había tenido una buena infancia, a pesar de la continua y prolongada ausencia de su madre. Al principio, recibía postales de ella de Estados Unidos, Luego, tras su ruptura con Bryn y muchas otras, de diversas ciudades europeas.

Con el transcurso de los años, la correspondencia se hizo más infrecuente. En la última carta que Rukia había recibido, una tarjeta de felicitación por su vigésimo primer cumpleaños, Hisana decía estar en Argentina viviendo con un jugador de polo. Pero en el sobre no había remite y, desde entonces, no había vuelto a dar señales de vida.

Al mismo tiempo, la vida con su abuelo, aunque muy afectuosa, empezaba a ser más complicada.

Ginrei Kuchiki estaba decidido a que su nieta no siguiera el ejemplo de su madre si él podía evitarlo. Y así Rukia se encontró sometida a un despotismo benevolente, con la libertad restringida y su sentido común puesto siempre en tela de juicio.

Y el hecho de que fuera comprensible no evitaba que fuera molesto.

El principal enfrentamiento entre su abuelo y ella había ocurrido cuando Rukia tenía dieciocho años, acababa de terminar el bachiller y su abuelo le anunció que había encontrado una escuela para señoritas en Suiza donde perfeccionaría sus idiomas y emprendería un curso de cocina cordon blue.

Rukia se le había quedado mirando boquiabierta.

—¿Quieres decir que se ha acabado todo para mí? Abuelo, no es posible que hables en serio. Cualquiera pensaría que vivimos con un siglo de retraso.

Las cejas de su abuelo se juntaron.

— ¿Se te ocurre una idea mejor?

—Claro que sí —Rukia se esforzó por dedicarle la mejor de sus sonrisas—. He decidido meterme en el negocio familiar.

— ¿Que quieres... trabajar en Kuchiki Genryuusai? —Su abuelo lanzó una carcajada—. ¿Y de dónde has sacado esa ridícula idea?

—Me ha parecido lo natural.

—Pues para mí no lo es. ¿Qué sabes tú de la administración de propiedades a la escala que operamos nosotros? ¿Qué sabes tú de inquilinos, contratos, mantenimiento... en fin, de los cientos de asuntos con los que nos enfrentamos día a día? ¿Tú, una adolescente que acaba de salir del colegio?

—Sé tanto como tú y Yamamoto Genryuusai sabíais cuando empezasteis a trabajar en los años cincuenta —Rukia había levantado la barbilla sin pestañear—. Y, desde luego, sé tanto como Sausuke Yamamoto con su título de Bellas Artes. No obstante, todo el mundo lo ha recibido con los brazos abiertos, incluido tú. Si se me diera la oportunidad, le daría cien vueltas.

Rukia había hecho una pausa para tomar aliento antes de continuar:

—Y no soy una simple adolescente, sino parte de la familia y quiero que se me dé una oportunidad para demostrar mi valía —entonces, endulzó algo el tono de voz— Creía que... te iba a complacer.

—Pues piénsalo mejor y rápido —respondió su abuelo en tono cortante— Tengo otros planes para ti, querida nieta.

—Sí, lo sé. Quieres que me dedique a perfeccionar el francés en los Alpes durante la temporada de esquí —Rukia sacudió la cabeza— Abuelo, cariño, eso no es para mí, me aburriría soberanamente. Lo que quiero es empezar a ganarme la vida como el resto de la gente que conozco.

Se hizo un silencio. Por fin, su abuelo dijo:

—Bueno, no es necesario apresurarse para decidir tu futuro. ¿Por qué no te tomas un año de descanso y lo pasas en casa mientras tomas una decisión? Y si necesitas entretenerte con algo, siempre puedes hacer algún trabajo voluntario.

—Abuelo, ya he tomado una decisión —Rukia respiró profundamente—. El lunes, Kyoraki Shunsui me va a entrevistar para un puesto de trabajo de ayudante en el departamento de revisión de rentas.

—Y nadie se ha tomado la molestia de decírmelo —declaró su abuelo en tono de pocos amigos—. Y, al menos en nombre, soy el presidente de la junta directiva.

—Sí, con cosas más importantes a las que dedicarte que la contratación de personal auxiliar—Rukia se encogió de hombros—. Además, qué más da, el señor Shunsui me va a rechazar.

—Lo dudo mucho —su abuelo guardó silencio unos momentos—. Supongo que, si tan decidida estás, no puedo impedírtelo. Y da igual que trabajes en la empresa Kuchiki Genryuusai o en otra cualquiera... hasta que estés lista para sentar la cabeza.

Y ella lanzó una carcajada y dijo:

—Por supuesto.

Se había alegrado tanto con su triunfo que no se había parado a pensar en las implicaciones de las palabras de su abuelo. Ahora, seis años después de duro trabajo, ocupaba un puesto directivo, con un buen salario y buenas bonificaciones, y la posibilidad de que se aceptara su plan de ampliar el ámbito de operaciones de la empresa fuera de Londres.

Bueno, eso si la reunión de aquella tarde salía como esperaba, pensó Rukia volviendo al presente.

No gustaba demasiado a sus compañeros de trabajo, que la llamaban La Tirana Rukia, pero nadie podía negar sus logros y eso era lo único que le importaba.

Aunque no a su abuelo, que no había cambiado de opinión respecto a su vocación, excepto sólo para endurecerla hasta un extremo desastroso.

—Gracemead es una casa para una familia, no para una mujer soltera —le había gruñido su abuelo—. Querida nieta, ya has perdido demasiado tiempo. O te buscas un hombre decente, te casas con él y lo traes a casa, o cambio el testamento y dejo dispuesto que se venda la casa cuando yo ya no esté en este mundo.

Rukia se lo había quedado mirando con estupefacción.

—Abuelo, no es posible que hables en serio.

—Sí que lo es —le había contestado él— Te voy a dar un plazo, Rukia. Si no estás prometida, mejor aún casada, cuando llegue tu próximo cumpleaños, me pondré en contacto con mis abogados. Como eres mi heredera, eres vulnerable a ser presa de cualquier desalmado, así que espero que elijas bien. Quiero verte con un hombre fuerte al lado.

—No puedo creerlo. Esto es más bien típico del Arca de Noé.

Su abuelo había asentido.

—Y en el Arca todos iban emparejados, tal y como la madre naturaleza lo ha dispuesto. Y si quieres esta casa, será mejor que te emparejes lo antes posible.

Mientras recordaba aquello, Rukia captó un reflejo suyo en el escaparate de una tienda y, rápidamente, recompuso su expresión. Una de sus reglas era dejar a la puerta de la oficina sus problemas personales. Además, aquella tarde tenía que hacer un gran esfuerzo por ganarse la voluntad de los directivos para que aceptasen su programa de expansión, y sabía que Sausuke Genryuusai iba a atacarla al margen de lo que propusiera.

Sausuke estaba furioso con ella desde su ascenso, por encima de él, y sabía que era a él a quien debía su apodo.

«Pero Sausuke nunca ha oído lo que yo le llamo por lo bajo», pensó Rukia.

En cualquier caso, había veces que deseaba agarrarlo por la corbata de seda y decirle: «Escucha, estamos juntos en esto, imbécil. Deja de ponerme obstáculos».

Pero sabía que no todo era cuestión de trabajo. Era consciente de que había ofendido el ego de Sausuke al no apreciar sus encantos, unos encantos obvios para todas las secretarias.

Al dar la vuelta a la esquina y entrar en la plaza donde estaban las oficinas de Kuchiki Genryuusai, vio un grupo de personas arremolinadas en el jardín de la plaza, justo delante del edificio de su trabajo.

Presa de la curiosidad, Rukia se acercó y... vio al tipo del restaurante allí pintando algo con mano rápida.

Mientras Rukia lo observaba, él arrancó una hoja de papel del cuaderno de dibujo y se lo dio a la chica que estaba delante de él, entre risas y aplausos de los allí congregados.

No sólo pintaba escenas mediterráneas sino también, visto lo visto, retratos rápidos.

Aquella plaza estaba en una zona elegante de Londres y, además, ese hombre debía necesitar un permiso especial para hacer lo que hacía. Y ella apostaba a que no tenía dicho permiso.

Entonces, como si le hubiera leído el pensamiento a distancia, él la miró y arrugó el ceño, como reconociéndola. Aunque esta vez no apartó los ojos de ella, sino que la sometió a un buen examen.

Algo en la mirada de él la perturbó, provocando en ella unos sentimientos que no llegaba a comprender y no quería sentir.

«Estás a punto de tener que marcharte de aquí, amigo mío», pensó Rukia. «Tanto si tienes talento como si no, no estás en posición de retar a nadie».

Y Rukia entró en el edificio.

—Leo —le dijo al guarda de seguridad que estaba detrás del mostrador de recepción—, sal y echa a ese tipo que está en la plaza, por favor. Da mala imagen.

Leo le dedicó una mirada de sorpresa.

—No está haciendo daño a nadie, señorita.

—Está creando un remolino —dijo Rukia con voz seca—. En fin, prefiero no discutir.

Rukia se acercó al ascensor, consciente de la mirada de reproche del guarda de seguridad.

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Se que deje el final de este primer capitulo algo extraño pero como avance la historia se que desearan mas y mas,por otro lado ayudenme con mi problema ya tengo los capítulos pero no puedo publicarlos ayuda.

att:Naoko tendo.