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Ramé

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Capítulo 1

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24 de Marzo de 1862

Okita Sougo

Hoy fue nuestro primer encuentro, fue un gusto conocerte al fin, en persona. Mi familia ha hablado muy bien de ti durante estos años, me agradas, tienes una buena visión de tu futuro y aspiraciones, espero haberte dejado una buena primera impresión.

Sé que somos aún muy jóvenes, doce años no presentan mucha experiencia. En cuatro años nos casaremos, espero seamos buenos compañeros de vida.

Mi abuela ha hablado de la sinceridad en un matrimonio, temo que te he mentido en ciertas cosas. Espero y sepas comprenderme, pero debo acallar hasta que la boda se haya concretado.

Mi educación me obliga a ser una dama refinada, pero mi yo real es brusca e irrespetuosa, no soy un buen prospecto de esposa, según mi abuela, pero cambiare todo aquello.

Me gustaría sincerarme aún más contigo, pero veras… no puedo.

Mi pasado te sonó raro, no lo dudo, es más lo comprendo. No siempre viví en el lujo y las comodidades, pero por el bien de la reputación que debo fomentar mis labios se sellaran hasta que ya no haya vuelta atrás.

Admito que mis decisiones no fueron tomadas por usted, Okita Sougo, el pasado me perseguirá hasta la muerte. Realmente ruego porque todo esto no afecte nuestra relación.

No sé si es amor o simple afecto, pero ansió vivir por siempre a tu lado.

¨Amor joven y estúpido¨, diría mi abuela, pero es amor al fin y al cabo.

Nos veremos muy pronto.

Se despide, Umibouzu Kagura

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24 de Marzo de 1862

Kagura era una jovencita educada, desde hace más de seis años que vivía con su padre, Kankou Umibouzu y su madrastra, una mujer frívola y resentida con la vida. Se llamaba Eromes, mujer de gran alcurnia y elegantes movimientos. Concilio, en su juventud, un matrimonio arreglado con el honrado y atrayente Kankou. Su familia, en especial su madre, se encontraba feliz al saber que su rebelde hijo se casaría con una mujer de elegante procedencia. Solo que le faltaba saber el pequeño detalle, Umibouzu Kankou se había casado con una mujer en la clandestinidad de un pueblo muy alejado de su mansión. El lord, cayó ante los ojos, color esmeralda, de su hermosa esposa.

Aquello fue un escándalo que decidieron ocultar puertas adentro, destruyeron el matrimonio y lo obligaron a casar con Eromes con la amenaza de poner en riesgo la vida de su amante. Ya habían pasado años desde aquello, años en los que la jovencita mujer no concebía un hijo y la desgracia volvía a golpear la cara de su anciana madre. Kouka, la amante de su adorado hijo, había concebido dos hijos, criaturas bastardas que rondaban los lugares más pobres de la población. La esposa que ella misma le había obligado a tener no era más que una mujer sin la posibilidad de concebir, no daría un heredero, no brindaría la seguridad que en un futuro todo ese legado que ellos habían forjado se mantenga al paso de los años.

La anciana fue de manera imperiosa a la casucha simple y sucia de esa atrayente mujer que había envuelto el corazón de su brillante hijo. Un niño y una niña estaban al lado de una cama desgastada y sucia, esa mujer de la que tanto se había enamorado su hijo se encontraba postrada en una cama rechinante y astillada.

Si, era bellísima. Si, tenía modales de la realeza, pero no poseía el estatus correspondiente para casarse con su brillante hijo. El mayor de los hermanos, un niño de mirada fría y recto en sus decisiones, con un amor desbordante por su madre rechazo su idea de sopetón, alegando que no la abandonaría por irse con ellos, con ese padre que los había abandonado. La menor, por otro lado, fue más elocuente y manejable. Creyó en la redención de su madre, es decir, ella en su absoluta inocencia no la creía culpable de nada pero si pedía que el nombre de su madre se limpiara, que su saluda… que ayudaran a curar esa enfermedad que la consumía y que, en lo más profundo de su ser, ansia conocer a su progenitor.

Prometiendo sueños de fantasía, esa niña partió al castillo buscando lo que jamás encontraría.

Su llegada a la mansión estreso hasta la locura a Eromes, una mujer que se preocupaba en el ´´ ¿qué dirán?´´. Estaba más que claro que nadie creería que Kagura era hija del matrimonio, Kagura portaba un brillante color rojizo en su cabello, mientras su supuesta ´´madre´´ un claro color azulado. Sus personalidades eran totalmente distintas, Eromes no compartía nada con esa niña. Y como se esperaba las burlas y comentarios filosos comenzaron a recaer en el ego de esa mujer. ´´debe ser hija de alguna amante´´ comentaban unas, ´´ese rumor de su infertilidad debe ser verdad´´ cuchicheaban otras, ´´ ¿Qué esperabas? Una mujer que no procrea no debería ser considerada mujer´´ Kagura admitía que eran frases destructivas para cualquiera, pero no podía evitar gozar al escucharlas sacarse los ojos entre ellas.

Complejizando la situación, su abuela la ordenaba a dejar su antiguo yo en lo profundo de ella. ´´una mujer no se comporta así´´ la frase más típica que solía decir. La esposa de su padre la golpeaba cuando sentía la frustración en aquellos ataques verbales y filosos de sus ´´amigas´´. La sensación de inferioridad le provocaba más desprecio para con Kagura, por lo que cuando esta cometía algún error en su educación la castigaba. La anciana apañaba ese maltrato, lo llamaba ´´educación refinada´´.

Kagura, sin haber pasado un año ya se encontraba destruida. Su forma de ser tan alegre iba muriendo con el pasar de los días. Tanto era su pesar que al llegar la noticia de un matrimonio arreglado, la chica no pudo más que mantenerse callada. Si reclamaba algo sabía que le esperaría un castigo severo, ya podía sentir como disfrutaba su madrastra ansiando que cometiera un error. La veía relamerse los labios y sonreír con mofa.

El tiempo pasaba y su hermano envió una carta, dando aviso que su madre había mejorado. Los médicos y el pacto que habían hecho ayudaban a la recuperación de su querida madre, eso alegraba a Kagura. Un rayo de esperanza no era tan malo de vez en cuando.

― Preséntate―su abuela había ordenado.

Kagura se había vestido de manera elegante. Llevaba un flounced dresses, un vestido de faldas con volantes, lleno de lazos finos de seda. Debía admitir que lo sentía excesivamente ajustado en la zona del abdomen, debajo del busto. Pero según su abuela era para mantener una buena imagen, postura y atraer a la pareja, Kagura sentía que la estaban vendiendo por migajas.

La ropa no era muy cómoda, incluso su tall-crowned Bonnet era incomodo, alto y muy ornamentado, lleno de flores, lazos con telas de algodón y satén.

Ese día hubiera sido una completa bazofia si no lo hubiese conocido.

Su prometido, un niño de su misma edad con un traje elegante y a la medida se sentó frente a ella mirándola con su rostro impasible. No sentía ninguna emoción en él, como si estuviese mirando a la misma nada.

― Mi nombre es Kagura, Umibouzu Kagura―desplego su vestido tomando los costados de su falda con delicadeza y femineidad, se inclinó ante su presencia y espero a que el hiciera lo mismo.

Okita Sougo, el joven delante de ella le sonrió al verla tan nerviosa. Posiciono una mano en su pecho e inclino su torso como saludo.

― Gusto en conocerla, me llamo Okita Sougo―

Kagura no recordaba cuando se había sentido tan maravillada como aquel momento. Llego a no importarle si su abuela la miraba con desprecio al verse tan nerviosa. La seguridad y los cuidados que le había enseñado no importaron en absoluto. Kagura se encontraba envuelta en una bruma de sentimientos descontrolados y desconocidos.

Tal vez estaba creando, dentro de su conciencia, el deber de enamorarse para no sentir la agonía el resto de su vida. Kagura sentía que su alma presentía el pesar que acarrearía y, de manera inconsciente, ella misma se creaba un amor ilusorio.

― ¿Estás de acuerdo con este matrimonio?―le había preguntado sorprendido en un momento de despiste de los adultos. Se habían alejado de la plática de sus tutores para conocerse mejor.

Kagura había hablado con buenos modales, entablando una conversación fluida y elocuente. La educación de su abuela había funcionado. Pero no tanto como ella creía, Sougo estaba anonadado al escuchar a esa niña aceptando con una sonrisa ese matrimonio.

― ¿Tú no lo estás?―cuestiono sin comprenderlo. Pero de inmediatamente se dio cuenta de su error. ´´no debes cuestionarlo, una mujer acompaña al hombre, no lo deja en tela de juicio´´ recordó las palabras de su abuela y se abofeteo mentalmente. Una rápida y disimulada mirada hacia la anciana le hizo comprender que ella los observaba muy meticulosamente―discúlpeme, no quise ser descortés― Sougo chisto su lengua y volteo a ver más allá del paisaje.

― No debes ser así―le recrimino―da tu opinión y júzgame cuanto quieras, no eres un adorno―ese tipo de comentarios la embelesaban más.

Sus tutores aseguraron varias citas entre ellos, querían que se conocieran mejor, que se enamoraran. Kankou creyó en esa posibilidad, de que Kagura se enamorara de Sougo para que no le sea tan pesado casarse con alguien a quien ella no apreciara, como a él le había sucedido.

Los días pasaban, Kagura no veía muy seguido a Sougo, pero cuando lo hacía se mostraba como la chica refinada que todos esperaban. Su hermano envió dos cartas en aquel tiempo, ambas hablaban de lo bien que su madre progresaba con la enfermedad y del nuevo empleo, en un puesto de verduras, que Kamui había conseguido. Muchas veces, su hermano mayor, aseguraba que cuando tenga todo bajo control el iría a buscarla, antes de ese matrimonio arreglado. A Kagura no podía darle más ternura, pero negaba rotundamente esa idea, ella era feliz y se había enamorado, nada podía ser mejor que su actual vida.

Pero en aquellos años, la hija de Umibouzu, no observaba como su esencia cambiaba, como ella dejaba de ser Kagura para convertirse, ante los ojos de todos, una chica refinada.

― Hola, Mitsuba-san―había saludado Kagura al momento de verla sentada en uno de los sofás amplios de la sala de estar. Se encontraba en la mansión Okita, no era la primera vez que iba allí, pero si una de las pocas en que se encontraba con su prometido. El moreno tenía muchas obligaciones a pesar de sus, cortos, quince años. Solían desencontrarse a menudo, por lo que la pelirroja iba de visita, específicamente, por Mitsuba, hermana de su prometido.

― Buenas tardes, Kagura-chan―saludo cordialmente la mujer con un toque de inocencia y dulzura en su voz, características propias de ella.―lo lamento, pero Sou-chan no se encuentra y…―Kagura la detuvo en medio de sus palabras. Lo esperaba, él siempre era muy responsable.

― No se preocupe, Mitsuba-san. Vengo a divertirme con usted―sonrió.

Esa tarde había recibido uno de los peores castigos por parte de su madrastra, había sido encerrada en un una habitación con tachuelas pegadas en las cuatro paredes. La heredera de Umibouzu había permanecido parada durante más de seis horas evitando clavarse alguna punta filosa. Castigo por haber escapado a ver a su madre.

No quería permanecer un día más con esa anciana, quería escapar de sus castigos. Pero la única manera de hacerlo y que Kouka siga con su buen estado de salud era siendo cordial ante el público, manejar la máscara de la elegancia y la compostura.

― Gracias, Kagura-chan―agradeció la hermana mayor de Sougo. Su sonrisa melancólica y de arrepentimiento, la dejo sorprendida. Pero con un cambio de expresión de parte de la mayor, la joven pelirroja olvido todo.

Faltaban tres meses para que cumpliera dieciséis, fecha importante para que su matrimonio se concrete. Ya se había probado el vestido de novia, largo y ostentoso, propio de la elite.

Su abuela había explicado, muy escuetamente, lo que debería hacer una vez su luna de miel comenzara, ´´no te niegues a nada, él sabrá que hacer´´ había sido su explicación. Kagura no entendía a qué se refería, que era lo que el haría, Kagura n sabia absolutamente nada y según su abuela así debía ser.

La duda la carcomía. Buscando posibles soluciones, pensó en preguntar a Mitsuba Sougo no era una opción, no lo veía hace varios meses. A veces creía que la estaba evitando, pero eso era absurdo, él la apreciaba, de eso estaba segura.

Entro a la mansión acompañada de una mucama, camino por la gran entrada hasta el salón inmenso que tenían para las visitas. Los pasajes amplios que daban al jardín solían estar adornados con temáticas florales y listones de seda. Las cortinas blancas y pulcras sujetas con cuerdas de mimbre en forma de trenza, dando un toque hogareño a tanto lujo ostentoso.

La mucama subió escaleras arriba, buscando al menor de los Okita. Kagura esperaba al pie de la escalinata, cuando unas voces finas y alejadas de su posición comenzaron a llamar su atención. Camino hasta el umbral que daba al inmenso jardín donde encontró la nada misma. Pensando que estaba loca quiso volver a ingresar, pero los murmullos se hicieron más elocuentes y la distinguida voz de Sougo capto su total atención. Camino por el jardín, cuidando de no pisar las flores en el camino, esquivando los arbustos y las pequeñas fuentes que se desperdigaban armoniosamente por ese campo verde.

Lo encontró, sentado a un costado de la casa con las manos en su frente, cubriendo parte de su rostro. Lo noto más adulto, tan distinto a la última vez que lo vio, fue en ese momento que saco cuentas, no lo veía desde hace más de un año.

― No debes estresarte, sabes que nada cambiara. Tus berrinches no ayudan para nada―la voz de Hijikata atrajo la atención de Kagura quien se mantuvo en silencio y a resguardo de las miradas.

― Cierra la boca, Hijikata-san―silencio el joven― ¿cómo esperas que me case con una mujer que detesto?― Kagura abrió los ojos acallando un sonoro quejido―realmente esperaba que Umibouzu no tuviera hijos―dijo irritado mientras arrancaba el pasto con las manos.

― Es bastante extraño que de la nada haya aparecido un heredero―comento extrañado su interlocutor―kondo-san dijo que se trataba de una hija fuera del matrimonio―

― Una bastarda―aclaro con desprecio―si tan solo no existiera…―Kagura sostuvo su pecho, foco del dolor punzante que tenía en esos momentos. Sentía el rechazo más doloroso que jamás hubiese sentido. Le dolía demasiado, sentía como algo dentro suyo se quebraba hasta romperse en mil pedazos―si Kagura no existiera, mi compromiso con Soyo se concretaría―la pelirroja saboreo el salado sabor de sus propias lagrimas caer en silencio. Apretó sus labios evitando que el llanto se hiciera eco, que su garganta explote de dolor y se manifieste en un sollozo audible.

― Creí que te agradaba―comento Hijikata mientras ayudaba a Sougo a levantarse del suelo― ¿no te divertías con ella?― el frunció el entrecejo y giro su rostro en otra dirección.

― Su hipocresía me enferma. Ambos fingimos algo que no existe, pero ya no puedo seguir con ese jueguito―termino de levantarse―Kagura es superficial, falsa, absurda, es como todas las mujeres de la nobleza―suspiro con resignación―intente sentir algo por ella, pero no siento nada, absolutamente nada―

Mientras ambos se alejaban del lugar Kagura perdía fuerza en sus piernas y sus lágrimas desbordaban por su rostro. Se limpió, una vez consiguió el control necesario para mantenerse estoica ante la situación. Salió rápidamente de la mansión, se encontró en la puerta principal con Mitsuba. La joven de cabellera castaña noto un tono rojizo debajo de sus ojos, la miro con pesar y disculpa. Fue ese momento en que Kagura comprendía la situación.

Okita Sougo la había estado evitando, tanto era su desprecio hacia ella que no la quería ver o quizás… ¿se veía con esa mujer que nombro? ¿Acaso le estaba siendo infiel? Su hermana lo sabía, le había estado pidiendo disculpas con la mirada, eso se comprendía con las miles de veces que Mitsuba se disculpaba con pesar por la ausencia de su hermano. Eso explicaba la cantidad de veces que ella fue en su búsqueda y no lo había encontrado. Seguramente se encontraba por algún lugar de la mansión con esa dama, mientras ella lo esperaba como una estúpida.

Llego a la mansión y hecho a llorar. Le dolía tanto saber aquello, saber que el la odiaba tanto ´´si ella no existiera´´, su abuela y la esposa de su padre la trataban como un error, alguien que no debía de existir. Se acostumbró con el tiempo a escuchar esas palabras, no podían afectarle menos, ella no las apreciaba ni un poco, pero era distinto con él

― ¿Se puede saber por qué lloras? Para el día de mañana tendrás los ojos hinchados y debemos hacer una última revisión con el vestido de novia―hablaba su abuela mientras entraba con calma al cuarto de nieta.

Kagura tuvo el impulso de erguirse y limpiar sus lágrimas, pero se detuvo en seco. ¿Por qué estaba haciendo todo aquello? ¿Su madre? Ella estaba mejorando notablemente, su hermano había conseguido un mejor empleo como mayordomo en una casa importante, la vida de su familia iba en ascenso, ¿por qué seguir con aquella farsa?

― No iré a ningún lado―dijo seria con tintes de voz quebrada―el matrimonio se anula―la libreta que llevaba entre las manos se cerró con fuerza mientras trababa la puerta con el pestillo. La miro seria y molesta.

― ¿A qué se debe tal cambio?―el sonido de su voz se escuchó claro y severo.

Kagura trago en seco y limpio sus lágrimas lista para partir de allí en cuanto aquella conversación acabe.

― Él no me quiere―expreso. La anciana cerró los ojos meditando sus palabras. Masajeo su sien buscando consuelo.

― ¿Crees que eso es una buena causa?―la pelirroja asintió y la mujer adulta hizo silencio por unos momentos. Se mantuvo seria, frunciendo el ceño buscando palabras y calma en su ser, no podía ir por ahí perdiendo los estribos―disculpa―se sentó en uno de los sofás de la habitación―pero… creí que eras más madura que tu madre―un golpe bajo para la joven― ¿no dijiste que me demostrarías que ella era de clase?―expreso con rechazo.

― Mi mamá es una mujer de clase―le grito con furia.

― No veo aquello―musito―eres tan pasional como cualquier estúpida jovencita. El amor no sirve, no existe. No serás la primera en tener un esposo con una amante, las mujeres somos objetos de decoración. La diferencia con esas zorras es la obtención de poder y status―explico frívola―bien podrías preguntarle a tu madre, una zorra como ella no podría obtener poder como Eromes― esas palabras rompieron la poca compostura de Kagura que termino dejando el decoro y esas mierdas de ´´lo que una mujer debe hacer´´.

― ¡Ella no es ninguna zorra, Eromes es quien…!―los gritos histéricos de Kagura fueron acallados por las palabras venenosas de su abuela.

― Me pregunto qué es lo que pensaras cuando los hijos del joven Okita aparezcan en el umbral de tu hogar― la chica sintió un escalofrió recorrerle la espalda, helarle los huesos y torturar su ya marcito corazón.

― Dije que no me casare―sentencio segura.

La anciana volvió a abrir su agenda observando a través de unos gruesos lentes las letras allí grabadas. Kagura se sintió libre de la discusión y comenzó a andar hacia la puerta, dejaría todo atrás, sus pertenencias ya no tenían importancia, solo quería llorar en los brazos de su madre hasta que las lágrimas no le brotaran más.

― Eres un mártir―comento volteando una página. Kagura dio media vuelta, soltando un leve ´´ ¿Qué?´´. Su abuela dejo el cuaderno nuevamente y bajo sus lentes para observarla directamente―me refiero a que partirás a tu antiguo hogar dejándole el camino libre al joven Okita para que pueda casarse con la señorita Tokugawa Soyo―

― ¿Cómo sabes de ella?―pregunto asombrada de sus palabras. ¿Acaso su abuela sabia de todo aquello?

― Todos saben de ello―comento pausadamente mientras Kagura habría más sus ojos―creo que sacaste lo despistada de tu padre, él tampoco se dio cuenta―sonrió.

― Pero… ¿Cómo…?―

― A él no le importas―la interrumpió―no tuvo siquiera la decencia de mantener oculto ese amorío absurdo. Mientras ibas en su búsqueda él se paseaba por los amplios jardines y plazas centrales con la joven Soyo ¿acaso crees que eso está bien?―

Kagura volvía a sentir nuevamente un nudo en su garganta, lo poco que quedaba de su alma se ahogaba en desesperación y pesar. ¿Tan ilusa había sido? ¿Qué tan ridícula se había visto?

― Y…―su voz comenzaba a quebrarse y sus lágrimas amenazaban con volver a derramarse nuevamente― a pesar de todo aquello, ¿crees que debo seguir con este matrimonio?―la mujer quedo mirándola y se paró delante de ella tomando ambos hombros en sus manos.

― Claro que si―dijo segura―te destruyeron completamente, mira tú estado―la señalo en toda su extensión― ¿no crees que dejarles el camino fácil es una mala idea?―su nieta iba a objetar, pero la anciana siguió hablando―demuéstrales lo que una mujer realmente es, despliega todas las enseñanzas que te he brindado y porta con orgullo nuestro apellido. Acobardándote no solucionaras los problemas. El amor no existe, es una fantasía que se les da a las mujeres para sacar sus ojos de lo que realmente es importante. Esa chica podrá obtener una aventura, más de eso no conseguirá, no te arrastres por algo sin valor. Úsalos para ser mejor―sonrió con cariño fingido mientras acariciaba su mejilla―ve a descansar, mañana temprano me darás una respuesta. Si no cambias de parecer, yo misma te abriré las puertas de la mansión para que te vayas―

Su abuela salió de su habitación, dejando un vacío latente en el ambiente. Se sentó en su mullida cama y espero paciente a que las lágrimas cayeran, pero nada sucedió. Estaba anonadada. Tenía casi dieciséis años y ya había conocido el sabor del desprecio, del rechazo, del desamor.

El dolor en su pecho seguía forzando un grito de desesperación en ella, pero no lloraba, estaba vacía de emociones. ¿Acaso sentirlas no era lo que importaba? ¿Demostrarlas era fundamental? ´´es hipócrita, falsa´´ recordó las palabras que Sougo uso para describirla. En parte sabía que así era, ella no podía ser ella misma, debía ser una chica refinada. Aunque seguramente aquello tampoco hubiera funcionado muy bien, él ya estaba enamorado de otra chica. ¿Soyo?, ¿Quién era?, ¿Qué tenía ella de especial?

De un momento a otro se encontró a si misma imaginándosela, una mujer de cabellera larga y brillante, tez cuidada y elegantes movimientos, la vio moverse y hablar como toda una aristócrata, caminar por los parques al lado de su prometido, tomarlo de la mano, abrazarlo y besarlo como si no existiera un mañana. Sintió rabia al momento de imaginarlos así, en pleno parque, demostrando su afecto, burlándose de ella, de sus absurdas ilusiones. Imagino a Mitsuba ayudándolo a escapar con esa joven, a dar aviso cuando la pelirroja llegaba a la entrada. Se imaginó a todos aquellos hipócritas y llamativos sujetos burlándose a sus espaldas, mofándose de la inocencia de ella, de sus estúpidas ilusiones.

Sintió odio, desprecio, asco, sentía ganas de destruirle la vida, de demostrarle que ella no era una niña infantil que se dejaba pisotear como si fuera un trapo. Quería conocer a esa mujer y mostrarle quien era la que importaba, marcar que ella sería la segunda opción para todo.

Quería, rogaba y ansiaba que a pesar de que estuvo llorando por él, sus sentimientos quedaran enterrados en lo más profundo de su ser. Demostraría lo que era ser una verdadera hipócrita, falsa, absurda, lo que era realmente ser un gran error.

Mañana a primera hora pediría a su despreciable abuela que le mostrara la manera de ser tan odiosa como ella solamente podía ser.

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¡Feliz Día del OkiKagu!

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Aclaraciones:

Flounced dresses: vestidos de faldas de capas o volantes. Estos vestidos eran muy ajustados al cuerpo, de mangas largas marcando la cintura con chaquetas estrechas y ceñidas a la cintura. El amplio vuelo de las faldas se conseguía con enaguas de aros o crinolinas. Su longitud era larga, sin dejar ver los pies de las damas.

Tall-crowned Bonnet: bonete elaborado y recargado con la parte posterior más alta y muy ornamentado con flores, lazos y telas. Los materiales utilizados para confeccionarlos eran terciopelo, satén, algodón, gasa y paja.

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Aviso importante:

Estoy en hiatus.

No me maten, el hiatus lo tenía planeado hace tiempo y seria durante todo septiembre y gran parte de octubre, pero volveré con actualizaciones, lo prometo.

Este primer capítulo quería que funcione como prueba piloto, no estoy muy segura de este monstruo, así que… ¿qué les parece?

Gracias por su atención.

Nos leeremos.

¡Bye!