Disclaimer: Nada de esto me pertenece, que quede claro. Todo esto es de S. Meyer y su imaginación, excepto algunos personajes y el argumento. Y parte pertenece a la película de Troya, es decir a W. Bross.
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Parte I
Alejandría
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Prólogo
En los tiempos más remotos, solo Dios sabe el año exacto, los egipcios tenían su hogar lleno de tranquilidad. En las orillas del río Nilo se formó una cultura milenaria, que nos haría llegar sus mayores construcciones. Poco son los que saben lo que paso en ese país, poco son los que pudieron ver la mayor traición de amor.
El imperio Romano no mucho hace que estaba formado, pero aún así ya eran el imperio más poderoso del mundo, dominaba el mar Mediterráneo y gran parte de Europa. Todo gracias a un hombre, bueno él y su espada. Todo gran imperio tiene un gran luchador, un líder nato. Roma lo tenía: Emmett Cullen.
Y aquí empieza la historia, o aquí vamos a viajar al pasado. ¿Qué pasará cuando los romanos entren a conquistar Egipto? ¿Qué harán a los máximos conquistadores de la historia? El amor puede estar en cualquier lado.
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Sicilia (Italia)
Un trozo de tierra envuelta en el mar Mediterráneo, envuelta en un mar de historias. Allí en la isla de Sicilia, se encontraba el héroe romano; admirado por muchos, temido por todos. Edward Masen se adentraba a aquel lugar por las escaleras de piedras, dándole cada vez más una mejor visión del mar, y de las playas de Sicilia. Un hombre musculoso, de cabello negro y piel blanca entrenaba a un grupo de jóvenes en el arte de la espada, Edward sonreía ante esa escena. El gran hombre se derretía ante los ojitos de un niño. El entrenamiento acabó.
- Bravo primo- dijo Edward mientras aplaudía.
Emmett se giró, y dejo ver su cara de cansado, con pequeñas gotas de sudor recorriéndole el rostro, mientras su lengua pasaba de forma delicada por sus labios. Y todos sabían que algo malo pasaba, Edward Masen, su primo, estaba aquí; y no con cara de visita familiar.
- Dejame adivinar- dijo con aire pensativo-. Mi imperio me necesita.
Edward rió, pero asintió con la cabeza. Emmett empezó a subir escaleras en dirección a su casa, Edward lo siguió, él era importante en esta misión.
- ¿Contra quién?- preguntó-. Y lo más importante, ¿por qué?
- Egipto- dijo Edward-. El porqué no lo sé, pero algo habrá.
Emmett rió y negó con la cabeza, no había ninguna razón de peso. Solo lo de siempre, Aro quería gobernar el Mediterráneo, quería ser más fuerte que la misma naturaleza. Así llegaron a casa de la familia Cullen. La pequeña Alice salió a recibir a su hermano, cuando se dio cuenta de la persona que estaba frente a ella.
- Edward- dijo la pequeña mientras se tiraba a los brazos de su primo.
- Mi pequeña Alice- dijo el cobrizo sonriendo-. Cuanto has crecido, el año pasado estabas enana. Si que me he perdido cosas por aquí.
Alice notó enseguida que Edward no estaba aquí por puro placer, Emmett tenía algo que ver. Alice lo averiguo solita, cuando alguien de la guardia de Roma venía a su casa, era por su hermano. Sus ojos se llenaron de profunda tristeza. Esme entró por la puerta con varias cestas de la compra, y Carlisle apareció seguido, con más cestas. La mujer tiró las cestas que colgaba y se fue a abrazar a su sobrino, como si este fuese un hijo perdido. Carlisle rodó los ojos al ver todas las cestas y la fruta esparcida por el suelo. Miró a su hijo mayor, y le lanzó una orden muy directa.
- Emmett recoge este desastre.
Emmett iba a replicar, pero si ya sabía como iba a terminar esa discursión, castigado. A sus veintidós años sabía que esto no podía seguir así, recogió la fruta y salió de la casa. El joven guerrero se dirigió a su lugar favorito: el acantilado.
Podía haber pasado una hora desde aquel incidente en casa. Los hombres no lloran, ese era su dicho, llorar era un signo de debilidad, aunque su padre dijese lo contrario. El reía, se entristecía, pero nunca, jamás de los jamases, lloró. Una mano se posó en su hombro, se giró y vio la silueta de su madre. Se sentó junto a él.
- Edward nos ha contado el por qué de su visita- dijo Esme, esperó que su hijo hablase, pero el moreno no dijo nada-. Vamos Emmett, te conozco, se que tienes mil cosas rondándote en la cabeza, por una parte quieres ir, amas luchar y vencer, esta en tu sangre; y por otra parte, tienes mucho miedo- Esme miró a su hijo a los ojos-. Pero más miedo tengo yo, saber que un día puede venir un legionario con una carta y decirme que mi niño ha muerto en combate, eso es peor que esta en tu lugar. Porque si te matan a ti, me matan a mi también, cariño- Esme se volvió a parar, las lágrimas ya surcaban su rostro -. Haz lo que creas correcto, pero habiendo una batalla donde sea, tu no serás feliz si no estás en ella. Eres el héroe de Roma, osito, y Roma necesita a su héroe.
Esme besó a su hijo en la frente, y se giró para volver a su casa, sabía que su hijo tenía que pensar, pero ella ya conocía la respuesta.
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La noche cayó en Sicilia y los Dioses pusieron su manto de estrellas, donde solo estaban los grandes héroes, donde solo tenían un lugar las grandes personas. La familia Cullen cenaba con su invitado más especial, Emmett se había sentado con ellos, pero solo escuchaba. Ya había tomado una decisión, pero ¿era la correcta?
- Mamá, papá, hermano, primo- llamó Alice-. Quiero decirles que me gustaría ir a la guerra de Egipto. Bueno no me parecé una idea descabellada.
El silencio reino en el hogar, nadie sabía que contestar, nadie se esperaba aquello. Alice nunca había demostrado gran interés por la batallas, es más no le gustaba que Emmett fuese a aquellos lugares, y ahora salia con eso.
- No.
Esa fue la respuesta de Emmett, todos lo miraron, él siguió comiendo como si nada hubiese pasado. Alice se ponía cada vez más roja. Esme sabía que su hija no tardaría en estallar. Carlisle empezó a reírse por lo que iba a pasar. Y Edward, bueno Edward no entendía nada. Pero al cobrizo la idea de Alice no le parecía mal. La chica era buena con la medicina, y sabía defenderse, ¿por qué no?
- No se si te habrás dado cuenta- dijo Alice con tono mordaz-, pero se lo preguntaba a papá y a mamá, es más ni siquiera lo pregunte, lo afirme.
Ahora era Emmett el que reía, Esme era la única que sabía lo que iba a decir su hijo, esperaba que no lo hiciese, pondría a Edward en un gran aprieto.
- Claro- dijo Emmett-, pero si vas tu pequeña duende- Edward cerraba los ojos suplicando que no dijese lo que venía a continuación-, el que no va soy yo.
Edward puso cara de espanto, tenía que decirlo, seguido se llevo las manos a la cabeza. Incluso pensó en suplicarle a Emmett, lo que quisiese lo tendría. Edward miró a Alice con profundo rencor, ella puso un gesto torcido. Esme se quedo quieta. Carlisle se rió por el chantaje de su hijo, tuvo que reconocer que Emmett era bueno en esas artes.
- No es justo Emmett- dijo Alice con ojos llorosos-, sabes que a ti te necesitan. Yo soy buena en la medicina y puedo defenderme, podría hacer falta en algún momento.
- Eso es verdad primo- intervino Edward-, nuestro equipo de médicos es pequeño, y no de mucha experiencia, Alice es buena en esos temas.
Emmett abrió los ojos y miró a su primo. Edward puso la sonrisa torcida, como había hecho Alice no hace mucho. Emmett abandono la mesa y se dirigió a la zona de entrenamiento. Ya allí el joven cogió la espada y empezó a darle a las piedras con una rabia acumulada. Unos pasos se acercaban por detrás suya, pero Emmett solo podía escuchar el ruido de acero chocando contra las piedras.
- Hace tiempo te enseñe una lección- hablo Carlise-, nunca pelees con rabia, solo conseguirás perder. ¿Crees que mentía?
Emmett se giró a su padre, negó con la cabeza y siguió con lo que estaba. Carlisle se enfado ante la actitud del joven, le debía un respeto.
- Antes mamá y ahora tú- dijo riendo-, hoy es el día de sermonear a Emmett, ¿o qué?
- Al parecer hijo no se te ha sermoneado lo suficiente. Deja a Alice que vaya, te lo ruego yo.
Emmett dejo de dar espadazos contra la roca para dirigir su atención en Carlisle, para prestar atención a su padre.
- Padre tu no has estado en esas luchas- dijo Emmett con sinceridad-, las muertes de inocentes, Alice podría verlo, podría dejarse la vida allí. No es su mundo padre.
- Dejalo que lo decida ella.
Carlisle se fue. Emmett tiró la espada al suelo, y dejo el grito en el aire. Que los Dioses le ayudaran en la batalla que iba a emprender.
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Alejandría (Egipto)
El templo de Isis se encontraba a las afueras de las murallas de Alejandría, los dioses no podían ser encarcelados, y menos la diosa de la maternidad, la diosa de las mujeres, la soberana. Por ello en su templo reinaba una sacerdotisa, de gran belleza, cabellos rubios como el oro, ojos dorados. Elegancia natural, como una mismísima diosa, por ello dicen que Isis la escogió.
Cerca de la orilla una sacerdotisa cogía agua para el templo, la sacerdotisa madre cuidaba de todos los que habitaban y rendían culto a su diosa. La brisa marina llegó hasta ella, haciendo que su pelo volase en el viento, pero la brisa traía un mensaje. Rosalie tiro el cántaro y se dirigió aprisa al templo.
- Jacob prepararme un caballo- dijo agitada-, voy a palacio.
El palacio se encontraba entre las murallas del castillo, Rosalie cabalgaba a la mayor intensidad posible. Entró por la muralla llegando a palacio donde le abrieron sin problemas. Bajo de su montura diciendo a un soldado que se hiciera cargo.
Llegó a los aposentos de su prima, la faraona de aquel lugar. La joven toco a la puerta, por respeto ante una autoridad mayor que la suya. La puerta se abrió dejando a una joven de cabellos castaños y ojos chocolates ante ella. La faraona abrazo a la sacerdotisa.
- ¿Qué pasa prima?- pregunto la joven a Rosalie.
- Me temo que traigo malas noticias alteza- dijo la rubia-, la brisa trajo con ella un mal presagio, venía desde el otro lado del mar. Y esta parecía más grave y dolorosa que la anterior.
Bella cogió a su prima y la hizo pasar dentro de sus aposentos, donde la luz entraba por el enorme ventanal, si salias a la terraza podías comprobar toda la ciudad. Sentó a su prima en su cama y ella a su costado, la abrazó.
- Más o menos cuándo sería- preguntó Bella.
- Una semana, no más- admitió Rosalie-; incluso menos.
Rosalie empezó a derramar lágrimas, salió a la terraza para poder contemplar lo que dentro de poco podrían perder, y lo peor es que se culpaba así misma de lo que podía pasar. Solo pedía fuerza para afrontar lo que venga, solo fuerza.
- Que los Dioses nos ayuden- dijo Bella situándose a su lado-. Que se apiaden de nosotros.
Rosalie salió de palacio, con la fortuna o la desgracia de encontrarse con Royce, segundo capitán de la guardia de soldados. Este se acercó a ella con una sonrisa conquistadora. Se situó delante suya para impedirle el paso, ya se le había escapado muchas veces.
- Buenas sacerdotisa- dijo él-. ¿Puedo ofrecerle algo?
- Lo siento soldado- dijo con una falsa sonrisa apenada-, mi deber aquí ya esta cumplido.
Royce se acercó a su cara, poniendo su mano en la delicada y suave mejilla de la chica; haciendo que el cuerpo de la rubia empezara a paralizarse, un calor cada vez mayor se apropiaba de ella y de sus sentidos, sus pupilas se juntaban con las de él fundiéndolas en una. Royce le secó una lágrima que salia de aquellos ojos azules.
- ¿Quién es capaz de hacer llorar a semejante imagen?¿cómo pueden hacer llorar a la mujer que ilumina a los mismos Dioses?- preguntó Royce acercándose a los labios de la mujer- ¿Quién es capaz de hacer derramar una lágrima a la dueña de mi corazón?
Rosalie se quedó atónita ante aquellas palabras, no esperaba nada parecido, ni semejante declaración, ahora la respuesta tenía que decirla ella. Su labios ya empezaban a emitir la respuesta, pero siempre hay alguien que no está de acuerdo.
- ¡Royce!- gritaron-, la faraona nos llama.
Royce se separo de Rosalie, la miró a los ojos y deposito un beso en su mejilla húmeda. Y mientras se despedía con la mano el chico se alejo de allí. Rosalie estaba estática en el mismo sitio, no sabía que hacer, que decir.
- Si- eso fue lo único que salió de su boca.
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La noche cayó en la ciudad de Alejandría, todo estaba iluminado por antorchas alumbrando aquel hermoso paraje, construido con el sudor de generaciones pasadas. Ahora era cuando los amantes se escondían y así poder jurarse amor. Jasper no era distinto a aquellos amantes, solo que el no podía jurarle amor, él no sentía eso por ella.
Una joven muchacha aparecía, con su sonrisa y sus ojos brillantes. María había ido al encuentro con Jasper, cierto que él todavía no la había tomado, pero eso cambiaría esta noche. La pobre chica no sabía lo que tenía planeado Jasper. María se acercó y lo besó con desesperación, como si fuese la primera vez. Y detrás de ese beso vinieron más, pero Jasper se canso de ese juego, y se separó de ella de forma delicada.
- María tenemos que hablar- dijo Jasper serio.
- Para que hablar cuando podemos amarnos- dijo ella volviéndolo a besar-. Hazme tuya Jasper, me entrego en cuerpo y alma a ti.
Jasper se asombró de sus palabras, esa era una razón más para dejar las cosas como estaban, él no quería cogerla si no la amaba. Se separó de ella.
- Lo siento María, pero no- se giró para irse-. Adiós.
La joven empezó a llorar, estaba dispuesta a todo por él. Cayó al suelo de rodillas, las fuerzas le habían abandonado.
- Eres un maldito desgraciado- gritó con furia.
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Todo ocurre por algo, o eso dicen. La sacerdotisa se peinaba su melena dorada, su cuerpo estaba cubierto por un traje de lino, cosido por los mejores costureros de Egipto. Salió a la terraza donde pudo contemplar el mar. Otra brisa llegó donde ella, esta vez mucho peor, sentía su cabeza estallar. Rosalie cayó al suelo inconsciente.
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Nota de la autora: Bueno no sé que les parecerá esta historia, es un poco paranoia se me ocurrió así de repente, así que me dije: ¿por qué no escribirla? Y bueno este es solo el primer capítulo. A mi me gusta escribir sobre todas la parejas, me parece más interesante que escribir sobre una en concreto. Si tienen alguna duda sobre la historia me la consultan en seguida que yo explico lo que haga falta. Espero no decepcionar a nadie, si no todo lo contrario. Les agradezco que lo lean, si dejan un review, mucho mejor así se lo que piensan, y si no pues gracias por leer.
